Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

junio 19, 2011

Una visita a la capital del viento

05/03/09

Nos despertamos temprano para recibir a Nurse y al colo, que venían a desayunar aprovechando que nuestro apart poseía cocina (además de un interesante living, y todo por una módica suma), así que nos dimos el gusto con unos huevos revueltos, café con leche (o mate cocido) magdalenas, jugo de naranjas y frutillas, todo comprado la noche anterior en un súper por las chicas. Después de la calórica colación, nos dirigimos vía metro hasta la estación de atocha, en la cual nos tomamos un Ave con destino a Toledo (para los imaginativos, el ave no es un pájaro, son las siglas para el tren de alta velocidad español). El tren era un lujo, muy similar al Eurostar que utilizamos para viajar de Londres a París, y recorrió los 100 km que nos separaban de nuestro destino en media hora clavada, moviéndose de una manera tan sigilosa que nos hacía dudar de la velocidad que estaría desarrollando si no fuera por lo rápido que cambiaba el paisaje circundante (contado por las chicas, porque el colo y yo dormimos todo el trayecto).

Al llegar, nos sorprendió un viento muy fuerte y frío, el cual no nos dejó de hostigar en toda la jornada, casi haciendo que ignoráramos que el día estaba espectacular, sin nubes en el cielo. Comenzamos a caminar las empinadas calles que separan la estación de trenes, situada en la parte nueva de la ciudad, de la parte vieja, ubicada en la cima de un monte, y totalmente rodeada por una gruesa muralla defensiva de piedras, la cual sólo podía traspasarse por unas pocas entradas. Luego de al menos media hora de trayecto por dichas calles, en las cuales nos enteramos que los toledanos son fanáticos del mazapán (que ni se nos ocurrió probar porque todos concordamos en que es horrible, sin importar que fuera la especialidad de la zona) y de las armas medievales, ya que la mayoría de los locales vendían o mazapán o armaduras y espadas de todo tipo (incluyendo las del rey Arturo, el señor de los anillos, etc) (quién sabe, tal vez si mirábamos bien tal vez hasta vendían los sables laser de la guerra de las galaxias) (sin ir más lejos, en un local exhibían con orgullo varios tipos de armas cortantes, hasta espadas klingon tenían, mientras se escucha de fondo la banda sonora de la película Conan el bárbaro) (todo muy español, vamosh hombre…) llegamos finalmente a la plaza principal de la ciudad, bastante pintoresca, rodeada de restaurantes ofreciéndonos sus tentadoras ofertas de menúes, los cuales no aceptamos por el momento. De ahí en adelante comenzamos una aventura shoppinística, en la cual María fue la principal protagonista, desatándose de las ataduras que tan firmemente le había colocado, y aprovechando con buen criterio la mayoría de las rebajas (y algunas no tanto) que todavía quedaban en los locales (que los había y a lo loco, contrariamente a la imagen que originalmente nos dio la ciudad). Además de recorrer tiendas, tuvimos la oportunidad de apreciar la inmensa catedral de Toledo, totalmente desproporcionada para el tamaño de la ciudad, y de asistir a una acalorada discusión entre dos conductores a causa de un mal estacionamiento, ocurrida mientras nos tomábamos unos mates en una plazoleta.

Emprendimos el regreso hacia la zona de los restaurantes, específicamente rumbeando hacia uno que ofrecía menúes con 2 platos, vino y postre por sólo 8 euros, en donde le dimos una chance a la paella (riquísima), y a un pollo a la catalana, que al final terminó siendo pollo con fritas y cebollita nomás (esperábamos un flor de guiso). El único que se quiso hacer el raro (y obviamente le salió mal) fui yo, que me pedí una media codorniz a la catalana, la cual terminó siendo igual que el pollo pero más chiquita, y 5 euros más cara. De postre disfrutamos de natilla, flan casero, torta de chocolate y torta de turrón (eso es lo bueno de ser muchos, se prueban muchas más cosas). Lo más loco de éstos lugares con menú es que uno no espera ni un segundo por la comida, ya la tienen hecha, así que viene un plato tras otro, casi sin tener tiempo para suspirar y liberar espacio en la caja toráxica (porque en el estómago hace rato que no hay más lugar), y te apuran hasta para el café los muy topus. Le dimos lucha hasta el final al vinazi que nos trajeron, un Don Barroso para nada recomendable (nos hizo acordar al torito), y partimos con la panza llena a terminar el recorrido de la ciudad, tomar algunas fotos panorámicas y retornar a la estación de trenes, en la cual matamos el tiempo hasta la salida del tren jugando una partida de escoba de 15, en la cual le pasamos el trapo a las mujeres, que deberán pagarnos unos bocadillos.

Regresamos a Madrid igual que como nos fuimos (durmiendo los varones, parloteando las chicas), y para no perder la costumbre nos fuimos a la gran vía para continuar con el shopping, encontrando interesantes ofertas a 4, 6 y 10 euros, las cuales continuarán sumando peso a nuestro pesado equipaje. A eso de las 19.30 nos despedimos de los chicos y nos volvimos al apart, con el objetivo de alistarnos para la cena y tour que nos habían preparado Mariano y Gema, un amigo de María de Rojas y su esposa española, quienes nos llevaron a un restaurante asturiano típico, en donde comimos pulpo a la gallega, tortilla española, y una tablita de quesos españoles que estaba para chuparse los dedos, acompañando los manjares con una auténtica sidra asturiana, mucho más amarga y con menos gas que la que conocemos en argentina (y que la que nos dieron en el museo de jamón), la cual se sirve largándola a bastante distancia del vaso, con el objeto de producir la mayor cantidad posible de espuma, para luego tomarse todo el vaso de una sola vez. La verdad es que resultó ser una velada encantadora, inolvidable como las que vivimos en París con María y Jerome, en Girona con Patricia, Bocha y el laucha, y en los lugares que compartimos con los colorados, lo que nos terminó de convencer de que el estar con gente conocida en semejantes destinos le da un plus espectacular a los viajes. De postre degustamos una tarta de almendras, una leche frita, y una especie de crepe de manzana que ahora no recuerdo como se llamaba, todos deliciosos, sin duda lo mejor de la repostería española que probamos (que la verdad es bastante floja, su fuerte son los menúes…). Después de cenar nos fuimos a hacer un recorrido nocturno por las calles de Madrid, descubriendo lo hermosa que se pone la ciudad con sus edificios iluminados por reflectores que apuntan contra las paredes relucientes e impecablemente pintadas, sin ese hollín asqueroso que hay en tienen los de Buenos Aires. Además, Gema y Mariano nos desasnaron acerca de varias datos turísticos, mostrándonos el kilómetro cero, y un reloj con una bola metálica utilizados para la ceremonia de las 12 uvas a fin de año, a los cuales les habíamos pasado por al lado sin mirarlos. También nos llevaron a la terraza de una discoteca muy top desde la cual se tiene una muy buena vista de la ciudad, de la cual nos fuimos muy rápidamente a pesar de mis ruegos para quedarnos a mover el esqueleto al ritmo del punchi-punch. Nos despedimos d nuestros anfitriones Rojense-Madrileños a eso de las 23.30, y nos vinimos al apart a preparar los bolsos para nuestro triste e inminente regreso de mañana.

Lagrimeantes saludos y cariño para todos.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario