03/03/09
Nos despertamos más temprano que de costumbre, desayunamos velozmente y tomamos el renfe de las 8:47 con destino la estación paseig de gracia en el centro de Barcelona (iba a usar ese otro verbo que se usa acá en España para tomar, pero podía prestarse a malas interpretaciones). El tren, grande y moderno, nos depositó en la estación a eso de las 10 am, y allí comenzó otro maratónico día de caminatas interminables, trayéndonos a la memoria los recuerdos de los pies adoloridos de los primeros días londinenses. Ni bien emergimos a la superficie (porque en el centro de la ciudad el tren se mueve como el subte), tuvimos el primer vistazo de la urbe, la cual ya a esas tempranas alturas nos impresionó muy favorablemente, con sus anchas avenidas de amplias veredas, por sus pronunciadas ochavas, y finalmente porque la ciudad parece ser una especie de galería de exposiciones, en donde cada edificio, plaza o fuente asemeja una obra de arte.
Comenzamos el recorrido con una caminata por la avinguda (avenida) paseo de gracia, una arteria muy transitada, poblada por varios de los locales mas pijos de la ciudad (de nuevo, Gucci, dolce gabana, Armani, etc, etc, etc.). A los pocos metros ya pudimos fotografiar varios edificios de diseño posmoderno, con sus formas rarísimas y sus vidrios de colores, antes de llegar a la pedrera, o casa Milá, según leímos una de las obras más significativas de Gaudí, la cual nos pareció muy pintoresca, pero no tan impresionante como la pintaban las guías. Nos salimos de esa avenida para ir en busca de la Sagrada Familia (o Safa, como escuchamos le dicen), a la cual arribamos luego de caminar unas cuadras y sacar algunas fotos de una especie de palacio de color rojo que nos pareció muy lindo. Al encontrarnos a unas pocas cuadras de la Safa nos impresionamos por la altura de las torres frontales, elevándose al cielo como estalagmitas, o en realidad como si estuvieran hechas de arena muy mojada, chorreada desde un puño cerrado. En realidad toda la iglesia, la cual está aún inconclusa, y al parecer seguirá así por bastante tiempo, ya que las obras son financiadas por los visitantes creemos, parece hecha de arena mojada, adoptando las formas más diversas surgidas de la improvisación de Antoní Gaudí, el arquitecto posmoderno con mayor influencia en la ciudad (está hasta en la sopa, casi tanto como la carucha de messi). Hasta las estatuas son rarísimas, pero todo el conjunto termina teniendo una cierta coherencia, y la verdad nos terminó dando una muy buena impresión. Decidimos no ingresar porque la entrada era carísima (11 eu), y nos habían dicho que no había mucho para ver allí, así que aprovechamos para hacer una pasadita por un McD que estaba en la esquina (con una vista privilegiada de un lateral de la iglesia), para ir al baño y tomarnos un cafecito a la pasada (todavía creo que no hice el homenaje que se merece dicha cadena yanqui, alivio constante para nuestras infladas vejigas, y lo más importante, gratis).
Un poco más distendidos seguimos caminando unas cuadras por la avinguda de Gaudí, una anchísima peatonal con apenas 2 carriles para autos, la cual nos depositó en el hospital de la santa Cru o crox o no sé qué de San Pau (habrá que ver en el librito, pero ahora no tengo muchas ganas de buscarlo), un lugar digno de verse, con más de 20 pabellones para tratar distintas patologías, todos decorados innovadora y armoniosamente (decía algo de que quien lo diseño creía en las propiedades terapéuticas del arte). De allí emprendimos la titánica tarea de caminar un par de kilómetros en subida, transpirando la gota gorda porque había salido el sol, hasta llegar al Park Guell, un espacio verde de varias hectáreas, también diseñado por el amigo Gaudí, en donde, además de la naturaleza, las artesanías pseudohippies y la gran variedad de cosas arquitectónicas locas, pudimos apreciar una muy buena vista de la ciudad, ya que estábamos bastante alto. Bajamos algunas empinadas cuadras, y caminamos directo hasta la estación de metro más cercana, donde comprobamos que los catalanes tienen una excelente red de subterráneos, a nuestro humilde entender rivalizando con la de Londres, y superando a la de París y obviamente a los Romanos, teniendo la particularidad de poseer los trenes más anchos que hemos visto. Cogimos el metro y nos fuimos para la estación Paral-lel, donde comenzó la siguiente etapa del recorrido.
Tomamos por la rambla vieja, y caminamos algunas cuadras hasta el palacio guell, al cual le sacamos alguna foto y seguimos, para ahora sí doblar por la rambla nueva, una avenida con muchísimo espacio para caminar (por las veredas y por el medio, los autos pasan haciendo sándwich entre las partes peatonales), poblada de locales de ropa, comida, y de esos “artistas callejeros” que fingen ser estatuas (algunos bastante bien logrados). Recorrimos un poco, y después nos desviamos para ver un mercado repleto de frutas frescas, embutidos, y demás cosas ricas que creo que se llamada mercado de la boquería, o algo así, en donde nos mandamos unos licuados y una ensalada de frutas, de la cual no pudimos identificar bastantes componentes. Salimos de allí y encaramos para la catedral de Barcelona, un edificio un poco más modesto que la Safa, pero de un estilo gótico que no nos pareció tan distinto. Entramos y admiramos la gran cantidad de capillas que rodean la nave principal, adornadas de mil maneras diferentes, y también nos llamó la atención la parte destinada al coro, con partes en madera tan detalladas que quien sabe cuánto habrán demorado en hacer. Tomamos fotos allí, y también en la cripta, para después partir hacia un fugaz recorrido por el barri gotic (porque ahora que domino el catalán, entendí que nada más hay que sacarle la última letra a las palabras y listo), un laberinto de angostas calles empedradas y edificios bastante altos (para la época en que habrán sido construidos) adornados por gárgolas. Al salir de allí descubrimos que nos encontrábamos en la costanera, así que enfilamos hacia una torre muy alta donde hay una estatua de Colón, y desde allí seguimos por la rambla del mar, cruzando un puente modernoso en el cual sacamos varias fotos de los veleros y yates anclados en el puerto de aguas cristalinas. Pasamos por una especie de shopping allí ubicado, llamado Maremagnum, y volvimos a la costanera, ya pensando en el almuerzo, que sería en un lugarcito piola piola que nos había recomendado el laucha, llamado la champañería. Al llegar, no había ni cartel ni nada, se trataba de un agujero en la pared en donde montones de personas se agolpaban contra una barra, comiendo bocadillos (acá le dicen así a los sondwichs) de la variedad que se les ocurra, y tomando cavas. Después de esperar a que se produjera un blanco en la barra, nos acercamos sigilosamente y pedimos unos bocadillos de lomo, pimientos y cebolla, y otro de panceta, queso, pimientos y cebolla, acompañados por dos copas de cava (ya que no vendían nada más, ni agua, para tomar). Tan ricos estaban, que nos pedimos otro bocadillo, ésta vez de salmón noruego (vamos a tener que creerle al cantinero el dato de la nacionalidad del salmón), y de postre una no se que de formatge, que no era más que tarta de ricota. Salimos muy contentos y pipones de allí, no solo por la riquísima comida, sino también por lo pintoresco y novedoso del sistema (y la exclusividad en la bebida), teniendo como único punto flojo la presencia de unos flotantes amigos a la hora de visitar el baño (restó bastantes puntos, pero igual nos fuimos contentos).
De allí nos fuimos para el parc de la ciutadella, en donde está el zoológico y creo que el ayuntamiento o la cámara de diputados, en dónde descansamos un poco y nos tomamos un agua de litro y medio, para continuar la visita pasando por unas muy lindas fuentes, sacándonos una foto con una estatua de un mamut, y pudiendo vislumbrar a lo lejos un arco de triunfo que no nos cautivó mucho a causa de que ya estamos hasta la coronilla de verlos. Saciada nuestra sed decidimos visitar la Barceloneta, donde, además del puerto y zona de restaurantes, pudimos ver el comienzo de las playas barcelonesas, con arena bastante más parecida a las de argentina, en donde obviamente tomamos fotos y nos sentamos a descansar. Teníamos en mente tomar desde allí un teleférico que cruza toda la zona portuaria para terminar en mont Juic, uno de nuestros últimos puntos de interés, pero justo la torre de allí estaba cerrada, así que debimos caminar toooodo el trayecto de nuevo hasta la estatua de Colón, y subir una torre muy alta, desde la cual la vista de la ciudad es incomparable, para tomar el bendito teleférico, que al final sólo nos llevó de una torre a otra, en un recorrido bastante corto. A esas alturas nuestras vejigas pedían pista nuevamente, así que tuvimos que entrar a un barcito de vietnamitas iguales a los de la serie nam primer pelotón, ubicado en ese extremo del MontJuic, los cuales nos arrancaron la zabiola por un cortado y un helado de dulce de leche asqueroso, consumisiones obligatorias para lograr el acceso a los aseos. Continuamos el ascenso por las empinadas cuestas de dicho monte, y mientras pasábamos por bellísimos jardines, con hermosas vistas aéreas de la ciudad, también pudimos ver la piscina olímpica de la ciudad, la fundación Joan Miró, la parte posterior del Museu Nacional d’art de Catalunya, por el estadio Olímpico de Catalunya, en donde juega el Espanyol de Barcelona, donde tomamos fotos del verde césped, y de las construcciones lindantes, sobresaliendo una torre rarísima que según recordamos se utilizó para depositar la antorcha olímpica en los juegos del 92. No tuvimos tiempo para acercarnos al Castell de Montjuic, que parecía estar bastante bueno, pero si nos alcanzó para ingresar al poble español, una especie de maqueta gigante de todas las construcciones características de España, donde se destaba la plaza mayor de Madrid. De allí nos fuimos para la parte frontal del Palau Nacional (Museu Nacional), en donde encontramos una cantidad impresionante de fuentes, que al parecer brindan un espectacular espectáculo de agua y luz todas las noches. Llegamos a plaza Espanya, desde donde se veía una plaza de toros en reparación, y terminamos el recorrido en el parc Joan Miró, donde le sacamos fotos a una escultura rarísima que se llamaba la mujer y el pájaro, de la cual pudimos intuir solo la forma del pájaro (la mujer se la debemos). Allí nos tomamos el metro nuevamente para la estación Catalunya, donde visitamos la plaza de Catalunya, y tuvimos la oportunidad de apreciar como se ve de noche esta magnífica ciudad, antes de caminar hasta la estación en la cual habíamos arribado, paseo de gracia, donde tomamos el renfe de regreso a Girona.
Una hora y media más tarde, a eso de las 21, descendimos del tren para encontrarnos con Bocha y Patricia quienes nos esperaban para llevarnos en una caminata imperdible por la zona vieja de la ciudad, la cual nos pareció muy encantadora con sus típicas calles de piedra con trayectos sinuosos, repletos de arcos abovedados, subidas y bajadas. Tomamos fotos de la catedral y de la iglesia de San Feliú, y recorrimos toda la ciudad hasta llegar a los muros, antiguas fortificaciones que datan de la época en que los romanos dominaban la zona. Regresamos a la zona más moderna y pasamos por la pintoresca plaza del centro, en donde se encuentra el ayuntamiento y varios de los restaurantes más pijos del lugar. Finalmente regresamos al depto, en donde Patri nos deleitó con un inolvidable jabalí a la catalana, que se prepara tiernizando la carne por 24 hs en vino tinto, y agregando al guiso infinidad de componentes, dentro de los que se destacan el chocolate y la picada catalana (almendras, perejil y corteza de pan finamente mortereados). Después de semejante despedida, sólo empaño un poco la noche otra jornada de winning eleven que terminó en derrota para el milan, pero en la que al menos logré desquitarme ganando aunque sea un solo partido por goleada (sin mencionar que el previo lo perdí también por goleada, para finalmente perder 2 a 1 el tercero y último, con un molesto gol de corner en tiempo suplementario) (verán la importancia que tienen estas derrotas en la play para mí, dedicándoles varios renglones de los informes, y también varias horas del viaje, ya que este día nos acostamos a las 2 de la mañana, y el avión salía 6 y media).
Nos despedimos del laucha con sentidos (un poco por la derrota) abrazos, jurando regresar (y vengarme), y nos dispusimos a dormir el par de horitas que nos quedaban, ya que a eso de las 4 y media debíamos enlistarnos para la partida al aeropuerto.
Besos para todos.
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