Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

junio 19, 2011

Justificando el alquiler del auto

25/02/09

Ingerimos la colazzione matutina en el hotel, mandamos algunos mails, buscamos indicaciones de rutas italianas, y finalmente salimos con los bártulos con rumbo al estacionamiento, donde nos esperaba nuestro fiel fiat panda (primo del de la canción de estopa), listo para partir hacia nuestro primer destino, Pisa.

Recién habíamos hecho 2 cuadras desde la partida y ya no estábamos en la calle marcada en nuestro itinerario, así que decidimos hacernos los cancheros y tomar una ruta distinta a la autostrada que nos había sugerido el google maps. La verdad fue que nos salió bien esa elección, ya que el camino que elegimos también resulto ser una muy buena autopista de 2 carriles, y además de no tener peajes (que en la autopista eran bastante carellis, por ejemplo, para los 220 km de Venecia a Florencia pagamos 15,2 euros) (usan un sistema bastante piola, uno saca un ticket al ingresar en la autovía, y según la salida que realice se le cobra, pero una única vez, no hay que andar frenando en infinidad de peajes), también era 20 km más corta que la vía sugerida por internet. Durante el trayecto volvimos a admirar el hermoso paisaje, poblado por viñedos y tierras aradas, y con el condimento agregado de poder vislumbrar los Apeninos a la distancia. Antes de terminar el recorrido hacia la ciudad de Pisa, que constaba de unos 75 km, nos detuvimos en una estación de servicio Agip, en la cual recién nos enteramos de que el auto era diesel, gracias al cartelito que tenía en la boca del tanque. Cargamos un poco de combustible (el cual es carísmo, sale 1,05 la diesel y 1,15 aprox la super; es decir, casi 5 y 6 con algo de pesos el litro (contra 3 en argentina), y encima es autoservicio, no hay playeros), y seguimos camino hasta encontrar la salida que nos llevaría al inclinado destino. Una vez en la ciudad, dimos unas cuantas vueltas hasta lograr divisar la torre, y encaramos con el auto para allí. Obviamente no nos fue posible estacionarlo muy cerca de la misma, pero sí pudimos estacionarlo a unas pocas cuadras, las cuales caminamos hasta encontrarnos frente a ella. Sacamos las fotos de rigor, sosteniéndola de un lado, y pateándola del otro, y notamos que había gente arriba de la misma (cosa que pensábamos no se podría hacer). Al parecer hubo una serie de trabajos realizados hace poco tiempo que permitieron que la torre ya no siga inclinándose, por lo cual es seguro que la gente suba. Igualmente, como estábamos hartos de subir escaleras, y de que nos roben euros por cualquier cosa, decidimos no entrar, ni tampoco ingresar a la iglesia del duomo que está al lado, la cual nos pareció bastante linda desde afuera, con su gran baptisterio de un radiante color blanco, contrastando contra un cielo azul rabioso. Ya era el mediodía, así que nos mandamos unos sándwiches muy ricos (como toda la comida de los tanos), compramos un mapa de Italia para orientarnos un poco mejor, y regresamos al querido Panda.

Nuestro siguiente destino era un pueblito muuuuuy pequeño ubicado en una zona bastante montañosa llamado Volterra, de cuya existencia nos habíamos enterando leyendo unas páginas remotas de nuestra guía de Florencia y la región Toscana. Para llegar allí debimos valernos de nuestro inmenso y recientemente adquirido plano de toda Italia, un mantel para mesa de 24 personas, que apenas entraba en el auto si se lo desplegaba completamente, pero que María pudo dominar a la perfección, dándome las indicaciones justas para no equivocar el camino. Las rutas que conducían a dicho pueblo, erigido en el mismo sitio que una antigua ciudad etrusca, cuyas ruinas y diversas construcciones, algunas anteriores al siglo IV AC, aún se conservan, no son más que caminos finísimos en los cuales apenas entran 2 autos juntos, las cuales vivorean a destra e sinistra mientras se hacen paso entre las montañas. Por varios tramos era necesario además pasar por el medio de varios puebluchos muy chiquitos pero llamativos por su simpleza, cuyas esquinas sin ochavas causaban que los autos se asomaran para ver si podían pasar, e hicieran marcha atrás inmediatamente al vernos. Al acercarnos más a Volterra, el camino se fue poniendo cada vez mas empinado, lo que nos recordó a las interminables subidas a los cerros del sur, cercanos a Bariloche o Junín de los Andes. Después de recorrer por vaaarios e interminables kilómetros esos sinuosos caminos, los cuales uno quisiera odiar pero no puede hacerlo a causa de la hermosa vista que proveen, y de escapar al acecho de los tanos apurados, que no tenían inconvenientes en pasar a cualquiera sin poder ver lo que viene adelante, llegamos a la hermosa ciudad de Volterra, capital del alabastro, un piedra blanca con la cual los antiguos etruscos realizaban obras de arte. Dejamos el auto y recorrimos con prisa el centro histórico de la ciudad, tomando algunas fotos de las cosas antiguas y del hermoso paisaje. Realmente nos sorprendió gratamente dicho destino, con sus calles de piedras (piedras grandes, no adoquines), su impresionante ubicación (en la cima de una montaña), y sus antiguas construcciones, tanto etruscas como romanas. Lo dejamos para el que quiera hacerlo.

Abandonamos esa hermosa y cautivadora ciudad para retomar la querida y serpenteante ruta, esta vez con Siena como destino, la última ciudad de la región Toscana que queríamos visitar, esta vez influenciados por el consejo de Jerome. La ciudad de Siena, al igual que Roma, está construída sobre 7 colinas, lo que hace que inevitablemente cualquier trayecto que uno realice en ella sea con subidas y bajadas, lo que hace muy pintoresco el asunto. Arribamos allí luego de 52 zigzagueantes kilómetros de manejo, pero como ya eran casi las 17 hs, decidimos que no nos quedaba mucho tiempo para recorrer los casi 200 km que nos separaban de Roma, en donde debíamos estar a las 20 hs, así que apenas pudimos recorrer un poco de la ciudad a pie (buscando un baño público, de 50 centavos) y chusmear lo más posible su hermoso centro, lindante con un importante precipicio, para partir luego, esta vez sí por la autostradda con peaje, con Roma como destino.

La primer parte del viaje pasó sin pena ni gloria, mientras alternábamos las canciones tanas de la radio con un cd de unos franchutes que compró María en Montmartré, pero a unos 100 km de Roma descubrimos que la mochila con todas las cosas que había comprado María en el viaje (postales, libros de las ciudades, etc.) se habían mojado con el agua que había escapado del termo de mate, lo cual nos llenó de tristeza (especialmente a María) por varios minutos, pero por suerte la cosa se calmó un poco cuando recordamos que la mojadura había sido hecha con agua mineral italiana (prácticamente agua bendita), dato que hasta podría agregar valor sentimental a los objetos cuasi arruinados. La noche ya había llegado cuando empezamos a divisar que Roma aparecía muy seguido en los carteles (eran las 18:40 aprox), por lo cual seguimos una indicación de nuestra hoja de ruta copiada de internet, y bajamos en la bajada de la vía salaria. Todavía no sé si nos mandamos nosotros la cagada, o la hoja de ruta estaba para el carajo, pero lo cierto fue que nos metimos en una boca de lobo, sin banquinas ni salida de ningún tipo, la cual nos paseó durante unos sinuosos caminos hasta la ciudad de Mentana, ubicada a al menos 25 km de Roma.  Desesperados logramos encontrar un par de carteles que indicaban que Roma estaba en la dirección contraria, y para allí partimos, recorriendo los 25 km nuevamente para llegar a las afueras de la ciudad. Ingresamos a la misma, pero con tanta mala leche que esa sección no figuraba en el mapa, así que nos debimos valer por nuestro atrofiado sentido de la orientación para acercarnos a la Stazzione Términi (donde debíamos dejar el tutú), a la cual arribamos de casualidad más de una hora más tarde, a las 20:20, descubriendo horrorizados que la agencia estaba cerrada. Como ya no había nada qué hacer decidimos devolver el auto al otro día, así que partimos para el hotel.

Una vez en nuestro futuro hogar romano por algunas noches, dejamos los bolsos y nos encontramos nuevamente con los colorados, quienes estaban en la ciudad desde hacía unos días, así que aprovechamos para que nos mostraran, utilizando nuestro no devuelto auto, un pantallazo de los monumentos de la capital italiana, como el coliseo y el arco de tito, y un jardín que nos costó bastante encontrar y que al final estaba cerrado (volveremos). Acto seguido, decidimos ir a cenar a barrio de trastévere (creo que quiere decir detrás del Tévere = Tiber), al cual llegamos después de un maratónico recorrido de al menos una hora de idas y venidas, en las cuales el colo se cansó de bajarse a preguntar en diversas florerías, atendidas tanto por tanos como por apus, quienes nos daban las más diversas y contradictorias indicaciones. Acá se hace necesario hacer un importante paréntesis acerca de cómo se maneja en Roma. Si París era arquitectónicamente parecido a Buenos Aires, ésta ciudad se le asemeja y hasta la supera ampliamente en cuanto a lo desorganizado y caótico que es el tránsito. No hay una puta indicación, ni los nombres de las calles, ni líneas amarillas o blancas punteadas para señala las manos, ni nada, sólo carteles de contramano que aparecen por doquier, porque parece que les gusta que las calles cambien de sentido cada 2 o 3 cuadras. Acá cada cual maneja por donde se le canta, dobla por cualquier lado sin poner guiño, y estaciona de las más diversas formas que se les puedan ocurrir (90 grados, 75 grados, arriba de la vereda, en las esquinas, etc, es más, los smart los meten de trompa contra el cordón).Y los peatones cruzan sin mirar por donde y cuando se les antoja. Así que, siguiendo el dicho que ahora no me acuerdo pero dice algo así como “a donde fueres haz lo que vieres”, debo admitir sin exagerar que en las pocas horas que tuve el desafortunado privilegio de manejar acá rompí mi record de hacer vueltas en U (en todo tipo de calles y avenidas, doble o simple mano), contramanos, semáforos en rojo, y hasta manejé un poco por arriba del cordón. Además, acá el que maneja a menos de 70 km/h es un nene de pecho, así que no hay tiempo para ponerse a buscar orientación, hay que mandarse de guapo en toda esquina, rotonda o diagonal que aparezca, escapando de los autos que aparecen desde todos los wines porque los semáforos se prenden al mismo tiempo para todos, y casi todas las calles son doble mano. Encima, los muy hiccos de putta (ya sé que es figlios da puttana, pero me resulta mejor así) son lo más impacientes que hay, y si te retrasás más de medio milisegundo para arrancar en el semáforo te cagan a bocinazos, y después te putean al pasar. Al final llegamos a eso de las 23 a una pizzería muy linda, en donde nos atendió un mozo muy parecido a Elio Rossi, quién acusó a María de ser hincha de la Lazzio por querer tomar agua y no birra, y nos sirvió unas ricas pizzas de Melanzani, Rúcula y Cordero ahumado, y un calzone de jamón y queso, todo obviamente muy rico y para nada caro. Regresamos cansados al hotel, y decidimos acostarnos rápidamente ya que mañana intentaremos estar en la agencia de alquiler de autos a las 7:30 para tratar de pagar la menor multa posible.

Besoooooossssss.










No hay comentarios:

Publicar un comentario