Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

junio 19, 2011

Arrivederci Roma

28/02/09

Nos tomamos nuestro tiempo para descansar un rato mas por la mañana y desayunamos tranquilos antes de dejar nuestra romana habitación. Ya no recuerdo si mencioné algo acerca del hotel Giada, en el cual nos hospedamos hasta hoy, pero la verdad es que a pesar de ser un tanto anticuado (estilo década del 70), tiene todas las comodidades, y la habitación y baño son lo más espacioso de todo lo que vimos en el viaje. Sólo es superado en calidad por el hotel de Venecia, pero hay que tener en cuenta que cuesta un 30 % menos (igual tal vez el de Venecia era tan caro por la carnavalesca fecha). El hecho es que quedamos muy contentos con el hotel, y con la gran variedad de canales que ofrecía su televisión, en la cual pudimos disfrutar tanto del calcio italiano como de los Simpsons y los pitufos (llamados puppos en estas latitudes).
Bueno, dejamos los bolsos en la recepción del hotel y salimos a girar por las alborotadas calles romanas, con la idea de recorrer algunos puntos que nos habían quedado en el tintero, y de echar un último vistazo a otros como el Coliseo (lo vimos muy de pasada), el monumento a Vittorio Emmanuelle y a la cúpula de la basílica de San Pedro. En el recorrido pudimos comprobar las consecuencias de la forma de manejar de los tanos, ya que escuchamos no menos de 5 sirenas de ambulancia, y alguna que otra de los vigilanti dei fuocco. También admiramos los hermosos alfa romeo en los que se mueven los carabinieri, modelos 156 y 159, y disfrutamos del agua potable que emana de fuentes ubicadas en diversos puntos de la ciudad, marcadas, al igual que cualquier otra obra pública, con las siglas SPQR, utilizada desde los tiempos de la antigua Roma, que significan algo así como “del Senado para el pueblo de Roma”. Al llegar a campo dei fiori, a eso del mediodía, pudimos disfrutar esta vez sí de la colorida feria que allí se arma, rebosante de colores y olores de frutas y verduras muy tentadoras, de flores y como no podía ser de otra manera, bolishopping. A la salida nos compramos unas especies de sandwichs hechos con masa de pizza, de melanzani y muzza, y de muzza y tomates secos (ya ni tengo que agregar que eran muy ricos). Cruzamos el apache (Tévere, bueno, sí, no se parece a Tévez, pero no se me ocurrió ninguna otra cosa para acotar) y conocimos unas lindas fuentes y parques del barrio trastévere, donde también intentamos sin éxito la búsqueda del monumento a Giussepe Garibaldi. De regreso pasamos por la zona de los restaurantes de dicho barrio, los cuales no habíamos podido apreciar mucho la primer noche, los cuales se distribuyen desordenadamente entre unas laberínticas callejuelas enmarcadas por edificios que acá quedan lindos, pero en cualquier otra parte del mundo serían unos tugurios descuidados a punto de derrumbarse. Allí compramos y consumimos con tristeza nuestros últimos gelatti, y emprendimos el regreso al hotel, deshaciendo en gran parte el camino que habíamos hecho a la ida.

Nos cargamos el equipaje y salimos para Términi, ubicada a unas pocas cuadras, y gracias a que habíamos hecho las averiguaciones con antelación, no nos costó nada de trabajo encontrar el micro que por una módica suma nos transportaría hasta la ciudad de Ciampino, ubicada a unos pocos kilómetros, en donde se encuentra el aeropuerto de las aerolíneas low cost. Una vez allí, hicimos el check in y nos desayunamos que el exceso de equipaje es penalizado por la compañía Ryanair con la módica suma de 15 euros por kilo extra, y teniendo en cuenta que el límite es de 15 kg por bolso, casi nos caemos de locu al ver que el display de la balanzaba arrojaba un terrorífico 7,4 de un color rojo diabólico. No pudimos evitar pensar que antes de pagar semejante penalidad nos hubiese convenido viajar en limusina con un par de negras y negros abanicándonos, pero por suerte los tanos nos deben haber visto cara de buenos y sólo (como si fuera poco) nos cobraron 40 de los 105 euros que nos correspondían. Acá vale la pena hacer un paréntesis para los futuros viajeros en este tipo de compañías aéreas, que si bien parecen tener costos irrisorios, cuando uno empieza a sumar todas estas cosas, teniendo en cuenta que también te cobran 20 euros por cada maleta despachada (y arriba de esos 20 te liquidan si te pasas de los 15 kg), la verdad tal vez se hace más barato o lo mismo viajar en tren, que además no tiene todas las molestas disposiciones de seguridad que lo obligan a uno a casi ponerse en bolas para pasar por el detector de metales, y el tiempo que se ahorra volando se pierde en checks in con 2 horas de anticipación, búsqueda de equipajes, viajes al aeropuerto, etc. (igual mejor no sigo llorando porque nos falta otro vuelo en Ryanair, para el cual tendremos que hacer una buena ingeniería de equipajes a ver si podemos pasar algunos kilos al equipaje de mano). Bueno, después de pasar por los detectores, hicimos la cola para el avión y nos mandamos al colectivo que te acerca desde la puerta de salida. Allí conocimos otra de las características de los vuelos low cost (que en el viaje a Venecia no habíamos descubierto porque llegamos últimos y porque estaríamos muy dormidos), que es la gran similitud que tiene con un viaje de egresados. Ni bien se abren las puertas del colectivo todo el mundo sale corriendo para subir al avión primero, y eso es porque los asientos no son numerados, y una vez sentados, el avión es un alboroto interminable, en el cual a la gente le chupa un huevo que el comisario le diga que se calle por al menos 2 minutos mientras da las explicaciones de seguridad. Por suerte nos tocó un comisario muy copado, además de pintón, como todos los tanos (ya se que suena gay, pero es cierto, los tanos tienen un no sé qué que los hace distintos, que a cada rato se mandaba discursos muy divertidos en un español bastante improvisado pero entendible, como por ejemplo uno en el cual explicaba que los asientos no eran numerados, y que entendía que todos querían sentarse con sus conocidos, pero que el vuelo duraba 1 hora y 40 minutos, los cuales eran una excelente oportunidad para tener compañías mucho más interesantes, y otro en el cual vendía unas raspaditas en las que supuestamente se podía ganar un millón de euros y algunos autos, para las cuales se mando una perorata muy entretenida (realzada por lo gracioso de forma de hablar).

{en estos momentos estamos por aterrizar, y no puedo evitar sentirme un tipo importante, escribiendo acá en la laptop en el avión. Lástima que no estamos viajando en Américan en lugar de Ryan, y no estoy en business en lugar de un asiento sin número}.

Aterrizamos, y se escuchó un ruido de trompetita tipo de caballería, el cual fue vitoreado por todos los pasajeros, y el comisario nos despidió con otro mensaje muy gracioso con su tonada particular, terminando el saludo mandándonos un abratzo.

Al llegar nos estaban esperando Bocha y Patricia, quienes nos llevaron a cenar a un restaurante catalán que se especializaba en caracoles (y al parecer venía gente desde lejos para degustarlos), así que tuvimos la oportunidad de disfrutar de ese delicioso y raro plato, condimentado con una salsa riquísima (Bocha y María también se les animaron, pero Patricia prefirió no incluirlos en su dieta). También comimos una especie de queso de chancho, unos pescaditos fritos de la zona, un queso de cabra bastante fuerte que estaba muy rico, y un jamón crudo que estaba para chuparse los dedos, todo acompañado con un vino Rioja riquísimo. Suerte que el mozo era argentino, porque la carta estaba escrita en catalán y se nos iba a complicar bastante la elección sin su ayuda. Ah, en lugar de pan y manteca, a la mesa nos trajeron una especie de pizza de tomate que se podía acompañar con aioli (no sé cómo se escribe), una especie de mayonesa hecha con ajo que estaba espectacular. Después de semejante banquete nos fuimos para la casa, ubicada en el centro de Girona, en donde nos tomamos unos mates y conversamos un rato hasta la llegada de Lautaro, que venía de trabajar. La verdad provoca una sensación muy linda el poder estar con familiares que no se ven desde hace varios años, y el hecho de que sea en tierras tan lejanas le da un condimento extra. Finalmente nos fuimos a dormir para arrancar con todo el siguiente día.

Besos.








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