04/03/09
Antes que nada quiero agregar que durante nuestra visita a la parte vieja de girona le dimos un beso en el culo a una rara estatua de una mona o una leona pequeña subida a un farol, ya que según nos dijeron es una tradición realizar dicho ritual para poder regresar algún día en la ciudad. De la experiencia podemos rescatar que nuestro sistema inmunológico anda muy bien, ya que teniendo en cuenta el crisol de razas y credos que besaran esa estatua todos los días, la carga bacteriana que se habrá impregnado en nuestros labios debe haber sido altísima. Bueno, ahora sigo el relato.
Nos levantamos tras las pocas horas de sueño, a eso de las 4.30, terminamos de armar los bolsos, tomamos un veloz desayuno, y luego de despedirnos de Patricia, que se había levantado especialmente para despedirnos, partimos hacia el aeropuerto con Bocha, quien más que amablemente, ya casi al borde del heroísmo, se había ofrecido para escoltarnos (resalto especialmente este punto porque sé lo que les cuesta despertarse y lo que nos gusta dormir a todos los Angelini). La verdad es que nos trataron de 20 puntos, no tenemos palabras para describir lo a gusto que nos sentimos, con detalles como el tiempo que se tomaron de sus vidas y sus trabajos, de las delicias que nos hicieron probar, de los kilómetros recorridos, y del hecho de cedernos hasta su habitación para que durmiéramos más cómodos, una cosa loquísima que no pudimos rechazar. Bueno, un millón de gracias…
Llegamos al aeropuerto y nos despedimos de Bocha con un fuerte abrazo, deseando poder vernos nuevamente lo antes posible, y seguimos camino para enfrentar el castigo por exceso de equipaje, el cual logramos disminuir bastante gracias a que nos pusimos muchos libros y guías de ciudades en los bolsillos de las camperas. Después de los controles y esperas de rigor, abordamos el avión de Ryanair que nos depositaría en la capital española, en un vuelo mucho más amargo que el realizado con el comisario de a bordo parecido a Francesco Totti. Luego de apenas algunos minutos más de una hora, arribamos en el inmenso aeropuerto de Barajas, desde el cual nos tomamos el metro (no sin antes caminar como desquiciados) para llegar mediante una larga combinación al apart hotel que sería nuestro hogar madrileño. Los subtes probaron ser igual de buenos que los barceloneses, con la particularidad de poseer una línea que al parecer pasa muy cerca del centro de la tierra, deducción a la cual arribamos gracias a dos datos, uno, el calor excesivo que hacía en los trenes, que me hizo transpirar como marrano, y el otro el hecho de que tuvimos que subir más de 5 o 6 escaleras mecánicas bastante largas antes de emerger a la superficie (no es joda). Por suerte el hotel se encontraba en la esquina de la estación de subte, así que en muy poco tiempo ya estuvimos listos para arrancar la primer jornada madrileña.
Nos pasaron a buscar nuestros amigos de bermellos cabellos, quienes se encontraban en la ciudad desde el día anterior, e inmediatamente nos dirigimos hacia la gran vía, que distaba unas pocas cuadras desde nuestra guarida. Dicha avenida no nos impresionó mucho, seguramente porque venimos mal acostumbrados de ver lugares top en las demás capitales europeas, pero lo cierto es que nos pareció una avenida doble mano más, y hasta los locales que vimos no nos parecieron muy glamorosos. Caminamos un buen trecho hasta que nos picó un poco el bagre, así que decidimos ingresar en un bodegón típico de la zona, en el cual el cantinero nos entregó unos cortados con churros y también un bocadillo de chorizo cular (nunca averiguamos el significado del apellido de dicho chori), lo cual nos vino de perlas para cargar energías, especialmente calóricas, ya que hacía mucho frío y garuaba de lo lindo. De allí nos cruzamos para el palacio real, antigua residencia de los reyes, donde primero visitamos los jardines de Sabatini (no sabemos si serían de Gabi u Ova), y luego tomamos la calle Bailén, desde la cual se puede ver la plaza de la armería, justo en el momento en que se estaba realizando el cambio de guardia, razón por la cual el lugar estaba repleto de gente. Nos quedamos allí filmando un poco la musiquita que hacían los guardias con sus trompetas y bombos, pero como la ceremonia no distaba mucho de un desfile militar cualquiera, de esos que se ven en todos los actos patrios, decidimos partir, no sin antes tomar algunas fotos de la catedral de Almudena, que se encuentra en la parte posterior de la plaza.
Y hablando de plazas, desde allí nos dirigimos directamente a la Plaza mayor, ubicada a pocas cuadras de distancia, degustando a la pasada unas deliciosas torrejas, compradas en una panadería muy fifí en donde nos arrancaron la cabeza. En la famosa plaza nos sacamos algunas fotos, pero como la lluvia, que había cesado durante el cambio de guardia, arremetió nuevamente con todo, decidimos huir rápidamente hacia la puerta del sol, en donde le tomamos fotos a la estatua de la osa y el medroño (o como se llame el árbol al que está trepando), y seguimos camino hacia la fuente de las Cibeles, el palacio y la puerta de Alcalá, en donde un español perfeccionista nos tomó varias fotos hasta que estuvo satisfecho con sus tomas. Luego de cruzar la puerta (que es muy linda, como todo acá, pero no tan espectacular como los monumentos de las demás ciudades), nos fuimos para el parque del retiro, un inmenso espacio verde coronado con un par de palacios y estatuas muy lindas, y con un estanque enorme en el cual tuvimos la oportunidad de ver como una pobre vieja intentaba en vano luchar contra la corriente para regresar su bote a la orilla en donde lo había alquilado, mientras el cielo se ponía negro como el senegalés de montmartré y se desataba una tormenta de vientos fuertes y lluvia helada. Nos quedamos riéndonos allí un rato esperando para ver cuánto tardaba en dársele vuelta el bote, pero el color del cielo y la lluvia inminente nos persuadieron de huir, luego de tomar algunas fotos, primero de nosotros y después de la zozobrante embarcación. Fue ese el momento en el cual debí soportar estoicamente las burlas del resto de la partida hacia la pobre capucha de mi campera, la cual realmente no cumplía funciones protectoras ni estéticas…
Proseguimos la marcha para pasar por los alrededores del museo del Prado, al cual le tomamos fotos desde afuera porque realmente ya estábamos hasta la coronilla de obras de arte (y de caminar), y seguimos caminando sin rumbo por las calles madrileñas, siendo testigos varias veces una increíble versatilidad climática, pasando de tormentas con vendavales a cielos azules sin nubes en el horizonte. Fue así que terminamos nuevamente en plaza mayor, cuando decidimos sacrificarnos y almorzar en el museo del jamón (a éste sí valió la pena entrar), donde nos flagelamos con una paella de fiambres ibéricos, una tortilla española y unas frituras de mar, acompañados por una sidra asturiana. Después de terminar la faena decidimos que lo mejor sería recorrer algún centro comercial de la zona en busca de las rebajas de invierno, así que nos fuimos en metro hasta el shopping Príncipe Pío, nada muy impresionante si se lo compara con el Alto Palermo (ni hablar con el Unicenter), en donde nos terminamos de convencer de que a los españoles no les deben gustar mucho las casas de deportes ni la ropa para hombres, porque no vimos ni una de lo primero, y de lo segundo había menos del 10 % de los locales, lo demás todo para mujeres). Por esa razón, hartos de tantos zapatos, carteras y remeritas, decidimos con el colorado que era el momento propicio para hacer una actividad 100 % masculina, así que nos despedimos de las damas y rumbeamos para el Santiago Bernabeu, el impresionante estadio del Real Madrid, ubicado no en el centro, pero sí en una zona muy comercial de la ciudad, rodeado por edificios residenciales y oficinas (al parecer cuando se construyó estaba en las afueras, pero la ciudad creció tan vertiginosamente que lo absorbió rápidamente). Al llegar, intentamos sin éxito que alguien nos sacara una foto con el estadio de fondo, probablemente porque estaba lloviendo y nadie quería quedarse a mojarse para complacernos, así que decidimos pagar e ingresar para realizar el tour al estadio y al museo. La verdad es que pensábamos que iba a ser plata tirada, pero al encontrarnos en las bandejas superiores, admirando el tamaño de ese monstruo, lo moderno de sus butacas, y el verde y perfecto césped, nos emocionamos y comenzamos a sacar fotos y a grabar videos a lo loco, fingiendo las más diversas actitudes (puteadas, cánticos gallegos, gritos de gol, etc), por lo cual el colorado se comió el reto de los guardias, especialmente cuando se subió a una de las gradas (bastante empinadas) para gritar un gol. Como ya eran más de las 19 y el estadio estaba cerrando, realizamos casi toda la visita, que además de todas las bandejas incluía el banco de suplentes, las salas de historia, trofeos, vestuarios, sala de prensa, etc, con los guardias pisándonos los talones, lo que al final estuvo bueno porque les pedíamos a cada rato que nos sacaran fotos, mientras rastillaban la zona para asegurarse de que no quedara ningún polizón. Un dato divertido fue la cantidad de videos que filmamos pensando que estábamos por salir a la altura del césped, fingiéndo una entrada en calor previa y con gritos de hinchada, para descubrir con tristeza que dicha salida nos llevaba a otra y otra bandeja, todas a diferentes alturas y en distintos lugares de la cancha.
Salimos de allí cansados pero alegres, caminando bajo la fría lluvia hasta encontrar la bajada para el metro, gracias al cual llegamos rápidamente al apart, en el cual nos esperaban las chicas con algunos víveres para apaciguar el hambre antes de cenar. Nos despedimos de los rojos, y, extenuados, sólo nos quedó energías para comer unas hamburguesas en el burger King de la esquina, y volver para disfrutar de un ansiado descanso.
Saludos y besos a los que todavía sigan leyendo estos malditos reportes (que al menos simplificarán bastante la tarea de contar el viaje cuando lleguemos).
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