14/02/09
Nos levantamos a eso de las 8 (quedamos exhaustos después del primer día), y salimos a desayunar a un típico sucucho londinense (no digo típico pub simplemente porque no era un pub, era un restorancito atendido por hindúes) (hablando de hindúes, están por todos lados, es decir, por todos los lados en los cuales los ingleses no quieren trabajar, obviamente, pero los hay desde mozos, choferes, recepcionistas, etc, etc.) (en mi humilde opinión, superan ampliamente el pseudoracismo que existe en buenos aires con respecto a los bolivianos albañiles, o a los chinos supermercadistas, acá son una sola étnia, y acaparan todo…) (ah, otro dato que nos pareció raro fue el siguiente: en el aeropuerto de San Pablo, donde estuvimos mas de 3 horas hasta que cambiamos de avión, no vimos a un solo negro, ni uno solo, y obviamente tampoco cuando abordamos el avión con destino a Londres. Puede ser que Brasil esté mejorando mucho, pero me parece que la distribución del ingreso todavía no les llegó a los negros, que no pisan un aeropuerto brasilero ni por equivocación). Mejor sigo con el relato del desayuno. María desayunó unas tostadas que ya vienen hechas tipo un sándwich pero solamente con manteca, un jugo de naranjas y un café con leche, y también picó un poco de mi desayuno inglés, compuesto por 2 huevos fritos, una salchicha frita, panceta frita, una tostada frita cubierta por porotos con una salsa tipo barbacoa, y para bajar el colesterol, medio tomate (también frito obviamente) y un par de champignones. Además, me trajeron las mismas tostadas con manteca que a María, y le sumé un espresso (me quise hacer el italiano y me salió muy mal, porque era carísimo y consistía en no mas que un dedal de café fuerte. Todo eso nos salió aproximadamente lo mismo que la cena en McDonalds.
Después del delicioso desayuno, partimos en subte para la estación Notting Hill Gate, donde comienza el mercado ubicado en Portobello road, el mismo que aparece en la película. Si soy fiel a mis comparaciones, la verdad es que al principio no me pareció muy distinto a la feria de San Telmo, pero la ausencia de hippies y el exeso de limpieza me hicieron salir de mi error. Ahora en serio, es un paseo muy pintoresco, especialmente para ver las antigüedades raras y las frutas y pasteles que se venden ahí. En realidad toda la ciudad tiene una mística similar, muy tranquilizante, con sus edificios de no mas de cuatro pisos, todos parejos (hay manzanas enteras construídas en el mismo estilo, y ya se que en buenos aires también tenemos eso, pero acá son lindas, nada que ver con nuestros monoblocks). Siguiendo con el relato, realizamos algunas compras en el mercadito, y enfilamos nuevamente para el subte, que nos dejó en la estación de la torre de Londres. Eran aproximadamente las 12 cuando entramos, y tomamos una visita guiada que fue muy interesante (lo que le llegamos a entender al guía, el cual hacía unos gestos muy parecidos a Marcos Mundstock de Les Luthiers).
Después de dicho recorrido nos comimos las famosas fish and chips inglesas (que no es mas que filet de merluza rebosado y papas fritas, eso si, muy fresco todo), y nos fuimos caminando unas 6 o 7 cuadras hasta la catedral de Saint Paul, una verdadera mole que ocupa mas de una manzana, en la cual están enterrados varios próceres (el Almirante Nelson y Sir Christopher Wren, el arquitecto más famoso de Inglaterra y constructor de Saint Paul). Además, posee una cúpula gigantesca a la cual se puede subir mediante unas interminables escaleras tipo caracol (casi morimos, 257 escalones hasta la cúpula, y algo así como 100 más hasta la torre de afuera… un desafío).
Al salir de la catedral (con los cuádriceps muy contracturados) enfilamos nuevamente para el subte, que nos dejó en la esquina del museo de ciencias naturales. Ambos quedamos impactados por el tamaño del mismo, y la inmensa variedad de temas que abarca (dinosaurios, bichos raros, ballenas gigantes, ciencias de la tierra, ecología, etc). No recorrimos ni un cuarto del mismo cuando nos dimos cuenta que ya eran las 17:20, por lo cual salimos corriendo para ver si llegábamos a entrar al museo de ciencias, que está a la vuelta, y según nuestros datos cerraba a las 18 hs. Lamentablemente llegamos 17:33, pero no nos dejaron entrar porque había un cartel que decía que la admisión era hasta las 17:30. (esas cosas raras de la puntualidad inglesa) (corto para comentar otra cosa raro de Londres: al parecer la gran mayoría de las personas trabajan de 8 a 17 o de 9 a 18, lo cual no sería para nada extraño comparando con Buenos Aires, pero la diferencia está en que las calles están semidesiertas hasta las 6 de la tarde, en serio, no se ven autos a toda hora como en Argentina. Además de no verse autos, casi tampoco se ven ingleses, uno camina por las calles vacías y si ve gente, casi siempre son turistas. Es como si los ingleses hubiesen llegado a tal grado de organización, que no necesitan moverse por la ciudad en los horarios que se mueven los turistas (de 9 a 18, hasta que cierra todo), y recién a esa hora aparecen todos los autos y toda la gente caminando por las calles y metiéndose en los pubs a tomar algo ni bien terminan de laburar) (y no me vengan a decir que estoy equivocado porque hoy es sábado, ya que me estoy refiriendo a lo que también notamos el viernes. De todas maneras lo corroboraremos el lunes…)
Tristes por no haber podido entrar el Museo de Ciencias, decidimos caminar otras 6 o 7 cuadras para conocer la famosa tienda Harrods, la cual se encuentra en una hermosa avenida, superpoblada de otras tiendas de alto vuelo, como emporio Armani, pero que quedan eclipsadas ante las luces de Harrods. Se trata de un mounstro de 5 pisos más subsuelo, que desde afuera no impresiona mucho por su tamaño (si se lo compara con el Unicenter obviamente), pero lo que lo hace interminable es el hecho de que uno no camina por un pasillo y elige a que local entrar, hay que ir deamubulando de local en local (tipo fallabella, salvando las distacias), lo que aumenta considerablemente los metros cuadrados a recorrer (teniendo en cuenta que es una manzana entera y los únicos espacios muertos son las escaleras mecánicas). Éste fue hasta ahora el lugar que más nos sorprendió (no que nos gustó, sorprendió, ya que, al menos a mí, que me gusta tanto ir de shopping como bailar, no teníamos muchas expectativas) con su interminable variedad de artículos de todo tipo (sólo tenían en común los precios, exorbitantes casi todos), como por ejemplo relojes de marcas desconocidas que cuestan 14000 libras (unos 75000 pesos aprox), una cama de 14000, una mesa de ajedrez de 2000, pianos, arañas, etc. Tienen de todo, comidas, ropa de todo tipo, joyas, alfombras, juguetes (la juguetería fue una de las mejores secciones, llena de empleados que andaban por ahí usando los juguetes, lo que era una verdadera envidia, y daba ganas de comprarlos a todos, ya que eran rarísimos, y extrañamente no tan caros). Nos llamó mucho la atención un radiodespertador que venía con juegos de ingenio, y el truco era que no se apagaba la alarma del mismo hasta que no se resolviera el acertijo en cuestión. Casi lo compramos, sólo nos detuvimos por dos motivos, uno relacionado con el espacio que tenemos y el peso que podemos cargar en el avión (ya que nos dimos cuenta en Ezeiza que estamos en el límite, y la verdad no sé cómo vamos a hacer cuando volemos por las Low cost, que tienen un límite inferior de peso), y el otro es que, teniendo en cuenta el humor con el cual María se despierta creo que no hubiésemos llegado a ver ni dos acertijos antes de que lo estrolara contra la pared…). Mejor sigo, bueno, mientras recorríamos nos clavamos unas deliciosas rosquillas, rellenas con manzana y canela una, y la otra con berries, María un café con leche y yo una chocolatada, seguimos dándole hasta casi no dejar nada sin recorrer, por lo cual salimos muertos a eso de las 20:30 (piensen que entramos a las 18). Nos tomamos el subte, y llegamos a la estación haciendo una combinación. Realizamos algunas compras en el minisuper que está en la estación (obviamente atendido por hindúes, aunque también había un negro…), donde adquirimos botellas de agua, sandwiches para la cena, yogures y algo para el desayuno del día siguiente, ya que tenemos que salir temprano de excursión, y no hay tiempo de un desayuno completo. Una cosa interesante del minisuper es que además de haber cajeros humanos, hay muchos cajeros para autoservicio, donde uno pasa los artículos por el lector de código de barras, y después inserta las monedas o billetes. Muy raro pero muy práctico. Y para finalizar, ya que tocamos el tema de los minisupers y los hindúes, antes de ir al minisuper de la estación intentamos ir a otro que estaba a una cuadra del hotel, en el cual habíamos visto que tenían botellones de 5 litros de agua (que no conseguimos en el primero), pero tuvimos que volver sorprendidos al minisuper de la estación al notar que varias cosas costaban el doble en el que no estaba en la misma. Al parecer a los ingleses les encanta esto de hacer las cosas al revés, ya que obviamente, o al menos en Argentina, el que tiene el comercio en una estación de lo que sea es el que te va a arrancar la cabeza, y el que está en medio de un barrio cualquiera sería más barato.
Bueno, es tarde y mañana va a ser un largo día. Chau.
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