27/02/09
Antes que nada, y para que vean que no exageramos, les transcribimos unos cortos párrafos que figuran en las guías de Roma, acerca de manejar acá (descubiertos después de escribir los reportes anteriores):
[…] En las ciudades, el tráfico es muy complicado y problemático. No es aconsejable, si no se tiene una verdadera pericia y sentido de la improvisación acompañados de unos sensacionales reflejos, entrar en ciudades como Roma, Milán o Nápoles conduciendo un vehículo. ¡Atención! ¡Y mucho cuidado con las motocicletas! […]
[…] A primera vista, uno tiene la impresión de que en Roma sólo existen dos tipos de peatones: los rápidos y los muertos. Incluso si usted cruza las calles por los semáforos o los pasos de cebra, y cuando le corresponde, no se sorprenda al ver una “Vespa” circulando hacia usted con evidentes intenciones homicidas. Por fortuna, los conductores romanos son rápidos de reflejos. […] La mejor táctica es estar alerta y confiar en los romanos. Debido al intenso tráfico, cuando cruce una calle, mantenga la mayor distancia posible entre usted y los coches. Ponga el pie en la calzada con decisión y mire a los conductores con determinación. Una vez hecho esto, el truco consiste en no detenerse, no dude, no vuelva atrás, y, sobretodo, no corra. Siempre que el conductor pueda verle, se detendrá, o al menos, se desviará, aunque sea en el último momento. […]
[…] Conducir por el centro de Roma puede resultar una experiencia un tanto incómoda para los visitantes. Los conductores romanos son famosos por su agresividad, y los peatones cruzan las calles cuando menos se espera. Además, la abundancia de calles en un solo sentido hace que en ocasiones sea difícil orientarse. También encontrará a motoristas adelantar por el lado contrario al permitido, y “Vespas” circulando en dirección prohibida. A no ser que usted esté acostumbrado a conducir en ciudades italianas, deje su coche en casa, o, si lo lleva, guárdelo en un aparcamiento vigilado. […]
Sin palabras…
Bueno, ahora sí, a seguir con el relato. Ingerimos nuestro occidental y aburrido desayuno (como extraño los huevos fritos del Big Ben), exageradamente abundante en hidratos de carbono, y partimos hacia nuestra primera experiencia subterránea en tierras italianas. Roma cuenta solamente con 2 líneas de subte, las cuales se extienden por muy pocas estaciones cada una. Al parecer no pueden tener más líneas a causa de la constante aparición de nuevas ruinas, pero yo no les creo, debe ser por vagancia y desorganización nomás, igual que en Bs. As. De todos modos la verdad fue que nos sorprendimos gratamente con el subte, ya que los trenes eran muy modernos (mas que los de los franceses), y la frecuencia era muy buena, perdimos el primero que vino porque había mucha gente, pero al minuto apareció otro. Salimos de la estación Ottaviano y nos encontramos con Derek, el dolape escocés que nos había dado la segunda parte del tour el día anterior. Sabíamos que la visita guiada al museo vaticano y sus alrededores nos iba a costar un ojo de la cara, pero como nos gustaba el pelado (liberen esta última frase de cualquier tipo de connotación sexual), decidimos darle para delante de todos modos (igual, después de la multa del vaporetto ya casi no nos duele ver salir los billetes grandes de nuestras billeteras…). Pero el tema es que estos trucho tours van saliendo a medida que aparecen las víctimas, digo, la gente, y como al parecer nosotros habíamos sido los únicos con el pelado, primero nos derivó con una vieja tana medio renga, que a su vez nos mandó con un grandote angloparlante (no sabemos de dónde era), el cual nos juntó con otras parejas y nos escoltó hasta la entrada del museo vaticano, el segundo más grande del mundo después del Louvre (hubo otros dos o tres intermediarios más, pero no vale la pena perder tiempo escribiendo). Allí por fin nos presentaron a quien sería nuestra guía de la jornada: Brandy o Brendy (no lo sabemos a ciencia cierta), una yanqui bastante parecida a Floricienta, un poquito más gorda y con menos influencia de Cris Morena. Allí se terminó de conformar el grupo, que era bastante numeroso, por lo que la modalidad de comunicación entre la “Yanquicienta” y nosotros era mediante un transmisor y unos auriculares, los cuales nos permitían escuchar lo que decía a todo momento.
La verdad es que el tour estuvo muy bueno, y aunque aún no sabemos si vale lo que pagamos, ciertamente nos enteramos de un millón de cosas que no hubiésemos averiguado de ninguna otra manera, especialmente de los detalles divertidos, como el hecho de que Miguel Ángel no quería pintar la Capilla Sixtina, así que el papa Julio II lo mandó a buscar a Florencia con su guardia suiza, y hasta amenazó con declararle la guerra a los Médici si no se lo mandaban. Para vengarse, Miguel Ángel le dibujó unos pibes haciéndole una especie de fackiu romano (puño cerrado con el dedo gordo entre el índice y el mayor) detrás de el retrato del papa en el techo, y además pintó un culo que apunta directamente a los ojos de cada persona que entra a la capilla. Después, como el papa había mandado a un espía para que le buchoneara como iba la capilla, y así descubrió que Miguel Ángel estaba pintando a todos en pelotas, cosa que le obligó a modificar, Miguel Ángel pintó al buchón primero en la fila para entrar al infierno, con orejas de burro y con una serpiente mordiéndole sus partes privadas (parece que el buche le pidió al papa que le ordenara a Miguel Ángel que lo borrara del infierno, adonde lo había condenado, y el grasa del papa le contestó que él tenía poder sobre el cielo, pero no en el infierno…Así que ahí se quedó). Al parecer el papa Julio II era bastante hijo de puta, fue el único papa que iba personalmente a las guerras vestido con su armadura, y para coronar la descripción de tan pintoresco personaje, basta decir que murió de sífilis… El recorrido en total por el museo duró un poco menos de 3 horas, durante las cuales además de la capilla Sixtina vimos La Piedad de Miguel Ángel, y varias esculturas y obras de arte muy interesantes. Dentro de las que más nos llamaron la atención estaba una gigantesca fuente hecha de un mármol rojizo que en la actualidad no se encuentra más, llamado porfiria o algo así, material durísimo cuyo costo oscila entre los 150000 y 300000 dólares la pulgada cúbica. Así que con esa sola fuente se pagaría toda la deuda externa de América latina… Al parecer antes había pertenecido a una de las esposas de Nerón, quien la usaba como bañera en donde se humectaba con leche de cabra. Ah, “Yanquicienta” nos dijo que si uno se queda viendo cada pieza del museo por 60 segundos, el recorrido le llevaría 12 años, pero no le creímos porque nos pareció excesivo, y por lo que nos habían dicho de los 2 meses del Louvre, que es más grande.
No llegamos a ver la galería de pinturas de Rafael, pero mucho no nos importó porque ya habíamos visto bastante en Florencia, así que al terminar el tour nos metimos en la Basílica de San Pedro, la iglesia más grande del mundo, capaz de albergar a más de 60000 fieles (imagino que infieles también). Ya ni bien uno entra se siente un sorete, tal es el tamaño de la nave central y las laterales, adornadas con esculturas enoooooorrrrmes de un mármol brillante y blanco como la leche (está La Piedad original, cubierta por un vidrio a prueba de balas porque un loco la quiso cagar a martillazos, porque la del museo es de yeso). Verdaderamente lo deja a uno con la boca abierta, está todo impecable, brillante como si la hubiesen hecho ayer (no tuvimos esa impresión en ningún otro lado), y parece haber tanto espacio para moverse, el cual a su vez está tan cargado de obras de arte increíbles, que es entendible el hecho de que hayan tenido que destrozar las cosas romanas para construirla, porque no deben alcanzar los metales ni el mármol de todo el mundo para tener en la misma ciudad el Coliseo, el Palacio Palatino y la Basílica de San Pedro así de adornados. En el centro está la impresionante cúpula diseñada para variar por Miguel Ángel, a cuyos pies descansa el Baldaquino de Bernini, una especie de techo sostenido por cuatro columnas monstruosas excesivamente ornamentadas, donde se encuentra un altar en el cual sólo el papa puede dar misa. Debajo de la basílica se encuentra la cripta, con las tumbas de todos los papas, entre las cuales destacan la de San Pedro y la Juan Pablo segundo. Lo bueno es que toda esta parte del recorrido es gratuita, y además tampoco hay servicio de velitas ni medallitas, ni luces garpas. Al terminar con el interior de la basílica, decidimos subir a la cúpula, el punto más alto de la ciudad (está prohibido construir ningún edificio que la sobrepase en altura), para lo cual tuvimos que pagar y subir la módica suma de 521 escalones (acá entrontramos una contradicción con el duomo de Florencia, el cual se suponía que era el más alto, y solo tenía 400 y pico, pero a su favor tenemos que decir que los de San Pedro eran escalones mucho más bajitos). La verdad ya no sé si estamos entrenados en esto de los domos, pero lo cierto es que no nos cansamos mucho para subir, y una vez arriba y sacadas las fotos de rigor desde tan privilegiado sitio, desde el cual se puede apreciar muy bien las enormes dimensiones de la plaza, la cual se llena de gente cada vez que sale el papa (o al menos se llenaba con Juan Pablo Segundo, ahora no se cómo es con Palpatine) decidimos bajar y regalarnos un merecido almuerzo, ya que eran las 3 de la tarde y no comíamos desde las 8.
Le dimos curso a unos paninis de crudo y verduras, y salame y verduras, continuamos con el itinerario del día, ya mucho más relajado, que incluyó vistas y fotos (ya no entramos a ningún otro lugar) del Castel Sant Angelo o Mausoleo Adriano, los puentes Vittorio Emanuele Secondo y Sant Angelo, el mausoleo Augusto, la piazza dei popolo, cerca de la cual tomamos la vía dei Babuino, en la cual nos sorprendimos con los precios de las cosas que iban apareciendo en unos localcitos al principio bastante feos, pero que después se fueron aggiornando hasta que aparecieron los Armani, dolce gabana, miu miu, y demás casas violentas que también habíamos visto en las otras capitales. (ésa es una gran diferencia entre Roma y las demás, que tienen zonas lindas, y me refiero a lindas con lindas arquitectónicamente, bien preservadas, limpias las paredes, etc, acá en Roma es todo tan antiguo que parece trucho, y la verdad es que no nos cerraba ver esos precios en unos locales que desde afuera parecían del once. Bueno, esa calle nos llevó a piazza Spagna, desde donde mediante unas escaleras muy lindas accedimos a la iglesia Trinitá del Monti, y a la Villa Médici, donde tomamos unas lindas fotos del atardecer sobre la cúpula de la basílica. Ah, me había olvidado de mencionar que obviamente comimos unos gelatti de postre (no quiero pensar lo que deben laburar en verano las heladerías si están así de solicitadas en invierno), y también probamos el cannoli, una factura que mencionan en el padrino, y nunca había sabido cómo era hasta hoy (nada del otro mundo, una especie de cubanito con una masa un poquito más blanda, relleno de una especie de ricotta con almendras o algo así). La noche nos sorprendió volviendo al hotel bastante cansados, así que decidimos pasar por un super (uno muy raro, era subterráneo, arriba solo había un cartel que decía supermarket, un ascensor y una escalera) a comprar insumos para cenar en el hotel (fiambre, pan, fruta y galletitas). Ya se empieza a notar el cansancio y las pocas horas de sueño acumuladas, así que los días terminan cada vez más temprano.
Mañana intentaremos completar nuestra visita para luego partir hacia España, específicamente a Girona, una ciudad muy cercana a Barcelona en donde actualmente reside mi primo Lautaro y mis tíos Bocha y Patricia.
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