21/02/09
Desayunamos encontrándonos por enésima vez con nuestro amigo argentino de McD, un tipo que al parecer “tiene” que venirse a parís todos los años para unos congresos del ACA, lo que según él ya lo tiene cansado, ya que se aburre y no sabe que más hacer en ésta ciudad. Le sacamos un par de consejos útiles acerca de Sható de Versaii (así le dicen), que sería nuestro inmediato objetivo, y partimos hacia allí utilizando el RER, que para éstas alturas también dominamos casi a la perfección, moviéndonos como peces en el agua entre los quais (creemos que son los andenes) para subirnos a los trenes correctos. Tuvimos que pagar el pasaje, ya que Versailles se encuentra bastante alejado de la ciudad, fuera del área de cobertura de nuestras tarjetas París-Visite para zonas 1 a 3. Al llegar a la estación más cercana al Palacio, no nos fue difícil encontrar el camino hacia el mismo, porque casi la totalidad de los pasajeros del tren se bajaron en esa parada y enfilaron para el mismo lado, como en una gran procesión, por lo que nos decidimos simplemente a seguirlos hasta llegar a nuestro destino, luego de caminar algunas cuadras.
Una vez que logramos divisarlo a la distancia, desde aproximadamente unos 200 metros, pudimos notar ya el inmenso tamaño de la que fuera la residencia de los reyes de Francia hasta el estallido de la revolución, y también pudimos intuir el lujo que debió haber existido allí en esa época, el cual debe haber sido una de las mayores causas por las que les cortaron la cabeza a Luis XVI y a María Antonieta. Logramos ingresar sin hacer cola gracias a nuestra tarjeta de museos (y acá si valió la pena, y mucho porque la cola era bien larga), compramos la audioguía y arrancamos el recorrido. Ni bien tuvimos el aparatito en nuestras manos, pudimos comprobar que no tenía punto de comparación con el del Louvre, ya que era mucho más viejo, con una pantallita tipo de calculadora casio, y encima tardaba bastante en cargar los comentarios, como si fuera una commodore 64. Además, no sabemos si las nuestras estaban colgadas, o si realmente eran así, pero lo cierto es que cada vez que terminaba un comentario se ponía a cargar y después nos preguntaba si queríamos conocer más información acerca de la obra de un tal Jeff Koon, que la verdad nos terminó dejando las pelotas por el sopi. La visita de la parte interior del palacio se basa en un recorrido bastante lineal que nos muestra las alcobas personales, las antesalas y los salones de juegos de los monarcas que allí reinaron y de sus familias, desparramadas por un monstruo de 2 plantas que al parecer podía llegar a albergar a 20000 personas. La estrella de la visita a la parte interior de Versailles es el salón de los espejos, un largo pasillo que da justo al comienzo de los jardínes, donde varios espejos están colocados justo en frente de las ventanas, lo que le da una luminosidad impresionante. Personalmente, el palacio no me pareció taaan conmovedor (obviamente lo es, y mucho), pero la verdad creo que no tiene tanto lujo como dicen, especialmente en la decoración de algunas paredes o techos (no todas obviamente), las cuales hasta a veces aparecen despojadas de cualquier elemento embellecedor. Hasta las alcobas de los reyes me parecieron pequeñas y no tan arregladas (yo me imaginaba oro y joyas por todos lados, en cuanto al salón de los espejos, el hecho de que varios de los mismos se encuentren llenos de grafitis le quita bastante glamour). De todas maneras no deja de ser espectacular obviamente, es sólo que me habían llenado tanto la cabeza que llegué con las expectativas muy altas. Por último, una gran ala del palacio fue destinada creo que a mediados del siglo XIX para ser un museo de las victorias francesas, en el cual se exponen cuadros enormes tanto de los militares y reyes más importantes, como de las batallas más significativas de toda su historia. Esa sección nos pareció muy buena, ya que no esperábamos nada de ella.
Al terminar con la parte interior, nos alistamos para comenzar el largo paseo por los jardines, una monstruosidad de espacios verdes de todo tipo, con árboles podados en todas las formas, estatuas y fuentes por doquier, y un canal de agua inmenso, del cual el mapa detallaba que su recorrido de punta a punta dura más de 1 hora (del canal estoy hablando nomás). Le dimos duro a la caminata (comiendo un crep y un panini en el medio, y además de los jardines visitamos el Grand y el Petit Trianón, palacetes más pequeños utilizados con varios fines, tales como refugios veraniegos y hasta residencias permanentes de algunos reyes o reinas, como por ejemplo de María Antonieta, que acondicionó el Petit Trianón según su refinado estilo. Nos parecieron ambos muy lindos, pero de nuevo, no tan impresionantes. Lo que si nos fascinó fueron los jardines, por su inmenso tamaño y por su gran belleza (y eso que el invierno debe atenuarla mucho, aunque también creo que dicha estación es positiva para su visita porque no me quiero imaginar lo que se debe chivar en verano si se lo camina a la velocidad que lo caminamos). Para nosotros la visita, que al final nos tomó más de 6 horas incluyendo el viaje, valió la pena especialmente por los jardines, y un dato interesante que les podemos dar a los que planeen visitarlos es que hay alquiler de bicicletas (lo vimos tarde), lo que debe hacer que la experiencia sea aún mejor, ya que se puede explorarlo mucho más de lo que pudimos hacerlo nosotros. Lo loco es que los jardines son públicos, y se ve gente trotando, paseando con sus perros, y hasta remando.
Agotadísimos regresamos al hotel y nos alistamos para ir al encuentro de María L. y Jerome, quienes nos recibieron como a reyes, con una tablita de degustación de unos quesos espectaculares (luego proporcionaremos sus nombres), junto con un buen vino francés. Luego fuimos a cenar a un restaurant de comida francesa, en el cual probamos un delicioso pato, un pescado muy rico y otras exquisiteces típicas del país, como la créme bruleé y un champagne mezclado con almendras muy rico. Para darle el broche de oro a una noche perfecta, volvimos a su departamento, donde jugamos unos partidos de truco, juego al que Jerome dominaba muy bien, jugando ciértamente mucho mejor que cualquiera de nosotros, los supuestos argentos. Después nos quedamos jugando al Uno, un juego de cartas muy parecido al “jodete”, pero con más reglas, y bastante complicadas, lo que lo hizo más divertido. Realmente no tiene precio encontrarse con gente conocida en estas latitudes y que te hagan sentir tan a gusto y tan bienvenidos, enriquece aún más la travesía. Tan bien salió todo que de repente notamos que ya eran las 3.30 am del domingo, día en el que partiríamos para Venecia a las 8 am, por lo que regresamos rápidamente al hotel a bordo de un taxi mercedes benz muy lujoso. Entre todos los preparativos para la partida se hicieron las 5.10 am, y ya que teníamos que salir para el aeropuerto a las 5.30 decidimos que no valí la pena dormir por 20 minutos.
Hasta la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario