19/02/09
Antes de arrancar con el relato, más impresiones de París y Londres: mientras que en la capital inglesa apenas nos cruzamos con 2 personas viviendo en la calle, acá, como en Argentina, abundan los mendigos y los que no tienen dónde dormir, lo que debe ser especialmente duro teniendo en cuenta el frío que hace. Con respecto a esto, siempre pensé que en estos países era imposible que existiera ese tipo de subsistencia, justamente por el frío, pero al parecer las personas pueden acostumbrarse a todo tipo de situaciones adversas. Qué sé yo…, hay que ver cuánto duran así (igual que los pobres en Argentina, a quienes uno ve comer de la basura y piensa: estos son inmunes a todo, pero el tema es que nunca los volvemos a ver, porque si no comprobaríamos que no son inmunes un carajo, ya que deben palmar en muy poco tiempo al tener ese tipo de vida). Bueno, mejor seguimos adelante…
Otra característica que al parecer tienen los franceses es que son muy amigos de los graffitis, y les gusta demostrarlo, ya que se los ve en los subtes, en la calle, en casi todos los monumentos (en el interior del arco de triunfo), e incluso en las iglesias medievales (dentro de las escalinatas que van a las torres, etc). Algo que ilustra aún más el vínculo Buenos Aires – París es el hecho de que los franchutes aman a Maradona y al Che, hecho que se demuestra con la inmensa cantidad de remeras de ambos íconos de nuestra Argentinidad. Al parecer por acá son bastante izquierdistas, y es conocida por todo el mundo la característica de los parisiennes de protestar enérgicamente por lo que consideran que está mal (mayo francés, etc), y, por paradójico que parezca, parece que acá existen hasta empresarios zurdos (si, una quimera difícil de imaginar, cómo un negro que no sepa bailar, o un turista ponja sin cámara) (dato aportado por nuestra amiga María L, a la cual al fin pudimos encontrar hoy).
Bueno, ahora sí, seguimos con el diario de una geisha:
Capítulo 7: Hoy recibí una nota del shogun, en la cual me ordenaba presentarme en sus aposentos después de la cena, me pregunto que tendrá en mente…
Ah no, estábamos con lo de Europa!!!!!, sigo con eso:
Aprovechamos para dormir un poco más, ya que las anteriores jornadas habían sido agotadoras, y salimos del hotel para encontrarnos con una mañana hermosa, sin una sola nube en el cielo, lo que nos inspiró para la primera mitad del título del reporte. Estábamos por desayunar en un barcito típico, cuando notamos que había gente con laptops en McDonalds (McD de ahora en más), y luego de comprobar que había wi-fi gratis, decidimos que nuestros desayunos iban a quedar fijos en dicho establecimiento culinario, a pesar de su falta de afrancesamiento. Bajamos la compu, desayunamos contestando mails, y partimos para el primer destino del día, la iglesia del Sacre-Coer, ubicada en el barrio de Montmartré (el barrio de los artistas). Al salir de la estación de subte caminamos por unas cuadras realmente muy parecidas al barrio de once, en serio, ya que estaba lleno de negocios con venta de telas, otros con recuerdos que parecían baratijas, y también había muchos vendedores ambulantes africanos. Fue en ese lugar en donde, en un descuido, dejé que uno de esos vendedores enredara un hilito en mi dedo índice, y ese momento de duda fue mi perdición. El grone empezó a enrollar la soguita haciendo una especie de pulsera, y en el transcurso de su trabajo logré entender que me preguntaba de dónde era, empezando, luego de mi respuesta, a pronunciar en un tono casi hipnótico: ahhhh, arshentina, ahhhh, Maradona, Riquelme, ahh, messii, ahhh, hakuna matatta, hakuna mattata, ahh, hakuna mattata (la frase del rey león). Du iu nou hakuna mattata? me preguntó, y siguió con lo suyo hasta terminar la pulserita con los colores de Senegal (su país natal), luego de lo cual pronunció algo que no entendí, pero supuse que era el precio, por lo cual saqué un billete de 5, pensando si el tipo tendría monedas o no, pero sorprendido comprobé que no era suficiente, me estaba pidiendo 10 euros. Surgió en mi rostro la mejor cara de “ni en pedo”, pero la seguridad del grone, mezclada con su envergadura (no sean mal pensados) y con el blanco de sus ojos mirándome fijo, contrastando con su piel negra como la noche me convencieron de sacar otro billete hermano y huir lo más rápidamente posible. Unos escalones arriba (porque la iglesia se encuentra en un montecito, al cual se accede por escaleras o por un funicular, que la verdad es para vagos, porque no recorre más que 50 metros) me esperaba María, que había podido eludir a los compañeros de mi moreno amigo, ayudada por una experiencia similar en su visita anterior a la ciudad. Subimos las escaleras e ingresamos esta bellísima iglesia de finales del siglo XIX, construida casi íntegramente con una hermosa piedra de color blanco que brillaba con el reflejo de la luz del sol invernal. El ingreso a la misma era gratuito, y las fotos estaban prohibidas, pero, como siempre, toda la gente sacaba fotos y hablaba mientras la misa seguía su curso, y pululaban las maquinitas expendedoras de medallitas y velitas… Obviamente, por ser mas reciente que las iglesias mediavales al estilo Notre Dame, ésta se encontaba mucho más conservada, además por el hecho de ser posterior a la revolución francesa, época durante la cual se trató muy mal a todos los símbolos del poder depuesto. Salimos de la iglesia y nos dirigimos a la entrada que nos dejaría acceder a la cúpula, pensando que nuestro pase nos serviría, pero comprobamos otra de las similitudes que tenemos con los franceses: son bastante ladris, ya que el pase nos servía sólo para entrar a la cripta, no para la torre, y dicha entrada, que salía 5 euros, también te daba acceso a la cripta, lo que arrojaba como conclusión que la tarjeta era al dope. Acto seguido de pagar (encima el haber sacado justo esa cantidad de euros me recordó el incidente senegalés, lo que me revolvió las tripas) comenzamos el ascenso por una de las escaleras caracol más angostas y con mayor olor a pata de la historia del universo, por las cuales accedimos a casi la cima de la iglesia, que es el segundo punto más alto de París (después de la torre Eiffel) (no es que subimos tantos escalones, es que la iglesia ya está en un monte). Sacamos fotos y emprendimos la retirada para conocer un poco más el pintoresco barrio de Montmartré, esta vez por zonas mucho más lindas y, gracias a Dios, libres de senegaleses. Allí nos sacamos fotos junto a los artistas callejeros que exponen sus lindas pinturas, y compramos una baguette parisina, la cual ingerimos con avidez, no sin antes sacarnos una foto al estilo “la dama y el vagabundo”. El día tan hermoso incrementó la buena impresión que nos dio esa parte de la ciudad, repleta de movimiento en sus angostas calles, y también por los artistas que no eran para nada molestos. Continuamos la recorrida del barrio en busca del Moulin Rouge, al cual encontramos luego de arribar a una avenida poblada de cabarulos y sex shops con nombres muy divertidos , como por ejemplo uno enorme que se llamaba “Sexodromo”. Al llegar al famoso molino, sacamos unas fotos con poses típicas de la zona aportadas gentilmente por María, y partimos para la zona de Les Invalides utilizando el metro.
Al llegar salir de la estación contemplamos la hermosura del Puente Alejandro III, que une la zona del Grand y Petit Palace (que son centros de exposiciones, creo) con la avenida que termina en el hotel de los inválidos. Dicho puente posee 4 enormes columnas en sus extremos, coronadas con unas esculturas doradas gigantes en sus partes superiores, las cuales, si llegan a ser de oro, creo que solas tienen más de ese metal precioso que el que hay en toda la Argentina. En uno de los extremos también encontramos una estatua de Bolívar, luego de lo cual debo admitir que nos entraron ganas de recorrer un poco en busca de una de San Martín, pero el nacionalismo barato nos duró poco, así que procedimos con la visita a nuestro siguiente destino, el antiguamente hotel/hospital de los veteranos de guerra de las guerras napoleónicas, ahora transformado en museo, en cuya parte posterior se encuentra la imponente iglesia del domo, la cual alberga la tumba de Napoleón. Al ingresar a los inválidos y comenzar con la visita al museo de guerra (en donde sirvió la museum pass), nos encontramos gratamente sorprendidos por la variedad de armaduras medievales (las había hasta de caballos y de niños), los artísticos detalles de los pesados mosquetes, y por lo didáctico de la sección de la primera y segunda guerra mundial (muy recomendable). Lamentablemente no contábamos con mucho tiempo, así que proseguimos para el Dome, al cual pudimos acceder también mediante nuestro pase. Acá tenemos que hacer un paréntesis para hacerle justicia a los museos parisinos, los cuales están realmente muy organizados, y no tienen nada que envidiarle a los ingleses, el problema está con las iglesias. Bueno, el lugar es espectacular, tiene tumbas de militares importantes de la época de Luis XIV (por ej el mariscal Vauban, un ingeniero militar muy importante), del Mariscal Foch (el que dirigió a las fuerzas aliadas en la primera guerra mundial), y la de José Bonaparte (o Pepe Botellas, como lo llamaban en España creo). En el centro de la iglesia se encuentra la tumba de Napoleón, hecha de una piedra rarísima que al parecer utilizaban para enterrar a los emperadores romanos por su color casi púrpura (igual parece que le pifiaron y al final pusieron otra piedra). La tumba se encuentra en la cripta, por debajo de la superficie de entrada a la iglesia, pero puede verse desde arriba porque hay un gran espacio entre la cripta y el domo, lográndose un efecto que magnifica su esplendor. Rodeando la tumba hay una serie de relieves en las paredes de la cripta que muestran a Napoleón vestido como emperador romano, y representan sus mayores logros, siendo de entre ellos los que más nos impresionaron el que describe la creación de la Legión de honor, máxima distinción para cualquier francés, y un relieve en el que Napoleón señala como iguales las tablas del derecho romano y el código civil creado durante su conducción de Francia, el cual él mismo reconoce como su mayor logro, que sienta por primera vez las bases de la igualdad entre las personas, ya sean de cualquier raza, condición social o credo, y el cual es aún inspiración para los códigos civiles de más de 80 países.
Emocionados (al menos yo) salimos de ese inspirador monumento y decidimos visitar el museo de Rodin, en el cual se exponen una enorme variedad de sus bellas esculturas. No voy a comentar nada de esto porque soy un completo ignorante en el tema, pero lo que sí puedo decir es que el lugar es hermoso, y posee unos jardines muy tranquilizadores en los que se exponen las obras, los cuales nos sirvieron para bajar un poco las revoluciones y descansar. De ahí nos tomamos el metro y el RER para encontrarnos con María L, que nos esperaba en el Pantheón. Debo confesar que todavía no entendemos mucho el RER, por lo cual casi nos vamos para cualquier lado, por lo que llegamos más de media hora tarde (ah, además descubrimos que dicho tren también es subterráneo). Nuestra guía argentina nos paseó por zonas muy pintorescas del Quartier Latin (o creo q más o menos así se pronuncia barrio), que además no son mencionadas en las guías turísticas, como por ejemplo la arena de Lutecia, una arena romana de quién sabe qué siglo (pero muy vieja), en cuyo interior había un grupo de pibes jugando al fútbol, lo que nos resultó bastante llamativo pero pintoresco (sí, la usan como si fuera una plaza común y corriente). Después de seguir recorriendo un rato más, nos metimos en un local de “La Brioche D’Oree” y nos mandamos unos cafés junto con un auténtico croissant (que no tiene tanta forma de medialuna, al cual ni tuvimos tiempo de sacarle una foto antes de mutilarlo, tanto hambre teníamos…), y otras 2 facturas recomendadas por María L. Después, la acompañamos hasta su casa, donde nos despedimos hasta el sábado a la noche, momento que esperamos con ansias, ya que nos invitó con su novio a realizar una degustación de fromages (quesos) franceses y luego a cenar.
Seguimos caminando, ahora por el barrio de Montparnasse, hasta llegar a una tienda de las famosas galerías Lafayette, a las cuales entramos para chusmear un poco los precios (exorbitantes obviamente), pero la verdad no nos impresionó para nada como lo hizo Harrods, más bien se parece a Fallabella. A la salida notamos que no estábamos muy cansados, y gracias a nuestra guía de museos descubrimos que el Orsay se encontraba este día abierto hasta las 21.30 hs (que buena diferencia con respecto a Londres), así que encaramos para allí. Una vez allí, nos decepcionamos al no encontrar nada ni de Bonadeo ni de Peti (cuac), pero si habían muchas esculturas y pinturas de artistas bastante conocidos, realistas, impresionistas, y demás -istas. Con la ayuda de un libro guía que compramos en la entrada nos fuimos empapando en los significados de las obras de Monet, Van Gogh y sus amigos, y debo admitir que, si bien soy en este sentido y en muchos otros un completo ignorante, la verdad es que por un momento me sentí un tipo bastante culto, quedándome un buen rato mirando los cuadros y todo. María en cambio sabía bastante más del tema, así que para ella no fue tan chocante la experiencia. Lo que nos resultó divertido del libro que explicaba las pinturas era una frase que ponía en cada obra, la cual decía algo como: “la crítica se escandalizó ante (lo que sea que ponía el cuadro), y fue rechazado en su época”, y lo más gracioso era que la escandalización era por pintar cosas como 3 esclavas en una cosecha, o una escena de un entierro de una persona común, mientras que por otro lado habían infinidad de cuadros de Venus en pelotas, de dioses en pelotas, y de cualquier cosa en pelotas, y ahí no decía que se escandalizaban. Como frutilla del postre, había un cuadro en el cual tampoco mencionaba el escándalo (el cual no describiremos porque somos jóvenes muy pudorosos) que realmente ilustra lo llamativo de la ausencia de dicha frase para describir la reacción que provocaba en la gente (teniendo en cuenta que sí lo hacían en los otros con cosas cotidianas) (el cuadro se llama “El origen del mundo”, de Gustave Courbet, para los que lo quieran buscar por la net) (igual, para hacerles justicia, creo que no estuvo en ninguna exposición de la época, es más, al parecer hasta la tuvo en su poder Lacan, el otro que no es Freud, y la guardaba atrás de otra pintura).
Bueno, para finalizar el día volvimos al hotel, y, como ahora sí estábamos cansados, no tuvimos ganas de buscar un lugar raro para cenar, así que nos resignamos a McD, pero comiendo el menú franchute (se llama Raclette no se qué). Ahhh, un gran logro, al entrar al hotel conseguí que el conserje me diera la llave correcta al solicitarla en francés, y esto para mí es importante porque cuando lo había intentado anteriormente solo la había pegado en el último de 3 números (creí que pedía la 525, y me dio la 105…) María también lo intentó y salió victoriosa luego con el conserje nocturno, así que puedo decir con orgullo que ya dominamos este idioma sin complicaciones…
Besos a todos.
PD: Gracias a todos por los enriquecedores aportes, que complementan a la perfección esta experiencia.
qué totntería, si no los viste es que no estabas allí. los borrias obreros londinense son lo mas miserable que conoco
ResponderEliminar