Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

junio 18, 2011

Farewell London / Salut Paris

17/02/09

Nos levantamos a eso de las 7:15 y comenzamos a preparar la partida con tranquilidad mientras desayunábamos, ya que el tren que nos llevaría a la ciudad luz salía a las 9.40, y teóricamente no teníamos que hacer check in como en los aeropuertos. La cosa es que nos encontramos tomando el subte que nos llevaría a la estación internacional de trenes St. Pancras recién a las 9, lo que nos preocupó bastante, así que, un par de corridas al mejor estilo “mi pobre angelito” (ya no me acuerdo si la 1 o la 2, o ámbas) mediante, cargando la valijota y las molestas mochilas, apretados a más no poder en el subte a hora pico, llegamos a la puerta de entrada a eso de las 9:25, y logramos abordar bastante justelli. Y eso fue todo, dejamos Londres con enorme tristeza por todo lo que conocimos y lo que nos faltó ver (incluyendo las fotos que la ploma de María no se pudo sacar con los cuidadores de la Torre ni los del palacio de Buckingham), y con angustia e incertidumbre por el tema del “pibe padre” (vamos a tener que seguir el tema vía diarios londinenses por internet…)

El tren, un espectáculo, muchos compartimentos para dejar las valijas, baños limpios, puertas de vidrio que se abren como en las naves de “Viaje a las estrellas” (con un ruidito parecido y todo), y un andar extremadamente silencioso, a pesar de la velocidad que desarrollaba (que no la sabemos, pero por cómo pasaban las cosas en la ventana, seguro iba mucho más rápido que cualquier otro tren que hubiéramos abordado (igualmente no llegaba a ser bala, así que creemos que entraría dentro de los amanerados nomás). En cuanto al paisaje, no pudimos apreciar mucho de Inglaterra, ya que a los pocos minutos de partir se metió en el túnel que pasa por abajo del Canal de la Mancha, y eso fue todo hasta que a los 25 minutos aprox emergió en tierras francesas (antes de de pasó también por otros túneles, pero por ser menos importantes, mejor olvídense, ni los menciono). De Francia si pudimos ver bastante tierra, preferentemente pequeños pueblos rodeados de sembradíos de quien sabe que (pero verde), durante la hora y pico más que duró el trayecto (en el cual nos echamos una pequeña siestita). Llegando a Paris, lo que nos impresionó, que también habíamos notado de Londres, fue el hecho de que dichas ciudades no poseen un conurbano interminable como el de Buenos Aires. Es decir, tienen suburbios, muuuuyyyy grandes, pero no llegan ni de casualidad a cubrir ese radio de aproximadamente 40 o 50 km que tiene Bs As, si contamos Morón, Moreno, San Isidro, Boulogne, Pilar, Berazategui, Florencio Varela, Rodriguez, (que no se considera conurbano, pero en realidad no hay campo que lo separe del municipio anterior, que seguro es alguno cercano a Mordor = Moreno…)etc. Acá se ve campo ni bién terminan los suburbios, es decir, como si empezara el campo campo después de pasar el camino del buen aire, o antes también.
Bueno, bajamos del tren y nos sorprendimos de que no había ningún tipo de control, ya estábamos en Paris, sin siquiera mostrar un papel (creo que nos confundieron con Victoria y David Beckham…). Aprovechamos una oficina de información para comprar las tarjetas de abono de viaje (acá se llaman Paris visite), y otras tarjetas para ingresar sin hacer cola a los museos. Así equipados nos subimos al subte que nos llevaría teóricamente al hotel, y comenzamos con la travesía por las tierras galas. La primera impresión que nos dio el subte fue la de suciedad y desorden, con estaciones y pasillos muy parecidas/os a los de Buenos Aires (al mejor estilo Final Fight, el jueguito), pero su extensión nos impresionó al igual que el de Londres, ya que cuenta con 14 líneas distintas, que realizan los más diversos recorridos, incluso cruzando el Senna varios de ellos. Nos bajamos en la estación Oberkampf (o algo así), y comenzamos a caminar en busca del hotel, pero lamentablemente había cometido un error al averiguar cómo llegar desde Gare du Nord (la estación de trenes) hasta el hotel, por lo cual debimos caminar unas 8 cuadras hasta encontrarlo (teníamos que hacer una combinación y viajar por 2 estaciones más). Encima, los franchutes tienen un sistema raro que aún ahora no podemos descifrar en la numeración de las calles. Por ejemplo, al bajar del subte, estábamos en el Bd. Voltaire 32, y teníamos que ir al 132, por lo cual caminamos esa primer cuadra, sólo para notar con horror que la numeración era ahora 52 (? ), por lo cual debimos caminar con los bártulos esas 8 cuadras más o menos, sumando un par de idas y venidas hasta que nos decidimos hacia qué lado arrancar. (con respecto a eso, mi teoría es que cada edificio, casa, negocio, o lo que sea, tiene un número, y eso es lo que se mueve al ir caminando).

Al fin en el hotel, notamos la verdadera barrera que presenta el idioma, ya que sólo pudimos comunicarnos como en el planeta de los simios con el conserje, que nos dio las llaves de una habitación más grande pero sensiblemente más fea que la de Londres, a la cual accedimos mediante uno de los ascensores más feos que vi en mi vida (si, no nos gustó el hotel, no es para morirse, pero no es bueno: no tiene ducha, sólo duchador, y se traba la manguera, así que hay que andar acomodándola todo el tiempo, etc.). Dejamos todo, descansamos un minuto y medio (reloj), y salimos para ver si llegábamos a las visitas de Notre Dame y Saint Chapelle, que cerraban a eso de las 17 ambas (eran las 15 ya, porque en Paris tienen una hora más que en Londres). Al bajar, aprovechamos para comprar unas facturas raras con queso en la primer patisserie que encontramos (enfrente al hotel, y la verdad toda la ciudad está minada de las mismas, al igual que los pubs de Londres), y arrancamos el recorrido mas largo de la historia. Pasamos por la plaza des Vosges (donde se hacían duelos), por la iglesia de St Paul y no se quién mas, por la Bastilla, y llegamos a la Ile de la cite, en donde está la iglesia de Notre Dame. No pudimos realizar la visita guiada a las torres (como siempre, terminan mucho antes de que cierre el lugar), pero pudimos ingresar y realizar toda la visita simple, con audioguía. La iglesia es impactante por dentro y por fuera, pero, comparada con Westminster y St Paul en Londres, le faltan cosas interesantes adentro, ya que, mas allá de las impresionantes rosetas de vitró a los costados, la misma audioguía parece no tener mas que contar, y se la pasa hablando del culto cristiano en general. Además, acostumbrados al orden a rajatablas de Londres, no nos gustó el hecho de que acá anda todo el mundo por donde se le canta, sacando fotos, no respetando un camino a seguir para realizar la visita, comprando velitas en cada capillita, etc. Esto no quiere decir que no nos haya gustado, pero la verdad esos nos parecieron puntos muy negativos. Al salir, intentamos ingresar a Saint Chapelle, pero el horario ya había terminado, así que decidimos, al igual que el primer día en Londres, realizar una super caminata recorriendo todo lo que pudiésemos. De ese modo pasamos por el palacio de justicia, la concergerie, cruzamos nuevamente el Ayrton (Senna) para llegar al museo del Louvre, en el cual sacamos unas fotitos por afuera, y para descansar y ganar un poco de calor entramos en un café muy cheto de esa zona llamado Le Musset, pero que bien podría haberse llamada Le Guilloten (o como sea), porque nos arrancaron la cabeza: 17 euros (contando la propina) por un agua perrier, un chocolate caliente y unos crepes de nutella (todo delicioso, eso si). Mientras tomaban esa merienda se hizo de noche y comenzó a garuar, pero eso no fue impedimento para que continuáramos la travesía. Volvimos al Louvre para realizar unas tomas nocturnas con las luces, y después fuimos para el ópera, caminamos por el Bd. de los capucinos, pasamos por la Place Vendome (donde está el Hotel Ritz y un montón de negocios super caros!), por la Madeleine, y llegamos a la Concorde, donde hay una fuente preciosa y un gigantesco obelisco egipcio, que separa el final de los jardines de las tullerias con el comienzo de la avenida de los champs elysees, que terminan en el arco de triunfo. Recorrimos esa hermosa avenida, primero con sus parques, y luego con sus negocios y anchas veredas, hasta llegar al arco. El mismo nos resultó imponente, una mole cubierta por hermosas esculturas que describen momentos de la batalla de Austerlitz y desde el cual nacen 12 avenidas impresionantes. Subimos hasta arriba de todo, gracias a la tarjeta de los museos, y nos llevamos la agradable sorpresa de encontrarnos con una especie de museo interactivo que enseñaba cómo fueron los pasos de su construcción, que significa cada escultura, todos los arcos de triunfo que se construyeron en el mundo, conmemorando diversas batallas. Además, la vista que tiene de la ciudad es increíble, especialmente los nacimientos de las avenidas, y de la torre Eiffel toda iluminada, a la cual María aprovecho para sacarle la foto número 543…

Al bajar del arco, continuamos heroicamente con la caminata, ya que eran las 21, y no habíamos parado ni un segundo, recorriendo incontables kilómetros, con rumbo hacia los jardines de trocadero, que presentan una excelente vista frente a la torre, así que María aprovechó nuevamente y ya iba por la 700 mas o menos. Por fin, cruzamos los jardines y llegamos a la base de la torre, para encontrarnos con la triste noticia de que, si bien estaba abierta, nuestro pase no nos salvaba de pagar los 12 euros por zabiola que costaba el ascenso hasta la cima, y además cometimos el error de ignorar la advertencia de niebla, por lo que pagamos y subimos. La torre es una maravilla de la ingeniería del siglo 19, los ascensores que suben en diagonal nos dieron un poco de miedito (al menos a mi), lo que lo hizo una experiencia aun mas inolvidable. Lástima que al llegar al último piso comprobamos que lo de la niebla era en serio, ya que no se veía nada, absolutamente nada (era como una muralla blanca!!!!), así que nos resignamos a volver otro día, y nos bajamos para el segundo piso, desde el cual sacamos millones de fotos de la ciudad, y quedamos impresionados con la vista del parque de los campos de Marte, imponentes por su tamaño. Bajamos y emprendimos la retirada, caminando a duras penas por dicho parque (y María dale que dale con las fotos a la torre Eiffel…), hasta la estación de subtes de la escuela militar, y con una combinación, en un viaje un poco mas largo que lo que nos tenía acostumbrados Londres, llegamos a la esquina del hotel (a las 23 hs), en donde compramos en Mc Donalds para llevar, comimos, nos bañamos, y aquí me tienen.
Mañana, si hay tiempo, intentaremos describir un poco las impresiones distintas que nos dieron las 2 ciudades que conocimos.

Besos para todos.







No hay comentarios:

Publicar un comentario