Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

junio 19, 2011

The final countdown (tururutu tururututu…)

06/03/09

Como siempre, comienzo con un parche del reporte anterior. Una cosa que notamos de la noche madrileña es que hay mucha luz por todos lados, y pululan por doquier pubs de todos los países (Irlandeses, españoles, ingleses, apus, etc.) en cuyas entradas se encuentran los tarjeteros, que abordan a los transeúntes comentándoles las ofertas y hasta regalando los primeros minitragos. El dato interesante que nos aportó Mariano tiene que ver con la nacionalidad de dichos tarjeteros, ya que al parecer hace algunos años era imposible ver a un español realizando ese trabajo, el cual recaía sobre los argentinos (cuyo acento parece ser apreciado aquí por alguna razón incomprensible), pero en cambio ahora, seguramente por la crisis y la falta de trabajo, solo escuchábamos acento español cuando nos ofrecían las cervezas y los mojitos.

Ahora comienza el reporte del último día del viaje.

Perezosamente nos despertamos y mientras nos desperezábamos y comenzamos a armar las valijas notamos que no nos alcanzaba el espacio, no porque hubiésemos comprado como locos, si no porque ya veníamos cargadísimos desde el vamos (los pagos de exceso de equipaje así lo confirman), así que, después de que arribaran los chicos y tuviéramos nuestro último desayuno a todo trapo, salimos con el colorado en busca de un local que vendía valijas muy baratas. La travesía no debió habernos demorado más de 15 minutos, pero como nos quisimos hacer los cancheros saliendo sin mapa, estuvimos más de media hora dando vueltas y preguntando a los locales, quienes nos hicieron dar más vueltas, para terminar nueva e inexplicablemente en la puerta del apart, pero con las manos vacías. Decidimos entonces realizar el trayecto en subte, y de ese modo liquidamos el trámite en 10 minutos, ya que vendían las valijas como pan caliente. Regresamos al hotel sobre la hora de abandono de la habitación, armamos la valija lo más rápido posible, y le dijimos adiós a nuestra última residencia europea (obviamente dejando las valijas en recepción hasta la hora de nuestra partida, porque salir a recorrer con ellas hubiese sido imposible).

Cansados del arte, los museos y la arquitectura, decidimos que solamente estábamos de humor para caminar sin rumbo fijo por las calles madrileñas, quejándonos un poco de que no fueran tan amplias como las de Barcelona (verdaderamente parecían las veredas del microcentro, salvo en la gran vía y otros pocos lugares). Yo no diría que no nos gustó ésta última ciudad, ya que posee edificios muy lindos y calles limpias y ordenadas, pero nos pareció que le faltaban monumentos en comparación con las demás capitales europeas, y su trazado de calles nos pareció bastante desordenado y hasta azaroso, complicándonos bastante para ubicarnos sin un mapa (e incluso con uno). Lo que sí nos apasionó de España en general, y de Madrid en particular, fue lo bueno y barato de la comida, cualidad que explotamos hasta el hartazgo. Bueno, recorrimos varios locales y empezamos a perder la vergüenza realizando algunas compras…, y gracias a Dios que era nuestro último día, porque a medida que uno empieza a comprar va perdiendo la noción de que las cosas están en euros, y al final algunos vendedores deben haber pensado que éramos una misión del FMI como medida anticrisis reactivadora de las ventas.

Ya se habían hecho más de las 14, así que decidimos realizar nuestra última visita al museo (del jamón obviamente) (acá sí que le hubiésemos dado uso a una musseum pass como la de París), en donde nos clavamos unos menús que incluían paella de primero y bacalao a la romana (yo) y ragoút de cerdo a la no sé que (María y el colo), mientras que nurse se castigó con una tabla de ibérico y queso. Realmente no recuerdo un combate tan difícil contra una comida tan deliciosa, fue titánico, tomándonos aproximadamente hora y media hasta que logramos vaciar los platos y llegar a los postres, en donde arrugué un poco y pedí manzana asada con canela, igual que María, mientras el colo se le animó al flan. A duras penas salimos de allí y decidimos que lo mejor para bajar la comida iba a ser caminar un poco y visitar el último destino que nos llamaba la atención, la plaza de toros, así que para ahí encaramos, pero en subte, porque quedaba muy lejos.

Suerte que decidimos vencer la pereza para ir a dicho sitio, que al menos desde afuera nos pareció imponente, tanto por su tamaño como por los detalles que posee en todas sus paredes y todos sus arcos. De todas maneras nos fue imposible comparar dicha plaza con el coliseo romano, ya que ambas estructuras poseen formas muy similares, pero la diferencia más importante entre ellas son los 2000 años de diferencia con que fueron construidas. También nos llamó la atención lo barato de las entradas (desde 2 euros), y cómo se vendían diversas posiciones según estuvieran al sol o a la sombra, y si bien a ninguno de nosotros nos gusta eso de las corridas (es más, todos festejamos cuando los toros cornean a los gallegos hijos de puta), estuvimos de acuerdo en que debe ser como mínimo pintoresco ver ese estadio colmado de gallegos gritando mientras toman vino de bota. Por suerte no tuvimos que enfrentarnos al dilema moral de ponerle plata a un espectáculo que desaprobamos pero que nos llama la atención, ya que la corrida era recién el domingo, así que luego de tomar unas fotos decidimos volver al subte, para realizar una caminata por un barrio que nos habían recomendado Gema y Mariano.

Cruzamos nuevamente la ciudad en subte, y emergimos en una de las zonas más antiguas de la ciudad, cerca de la plaza de la villa. Comenzamos a caminar por las pintorescas y finitas calles, circundadas por edificaciones de estilos anteriores a los del resto de la ciudad, pero se nos empezó a hacer tarde así que ni bien llegamos a una plaza que nos habían recomendado, la plaza de la paja, concordamos en que ya era hora de partir, no sin antes cobrar la apuesta ganada el día anterior en la ciudad de Toledo. Caminamos presurosos las cuadras (varias) que nos separaban de la Plaza Mayor, y una vez allí reincidimos en nuestra conducta obsesiva con respecto al arte, ingresando por enésima vez al museo del jamón, obviamente sin hambre (después de la panzada que habíamos realizado un par de horas antes), pero con la idea fija en la mente de que no nos podíamos ir sin probar 2 de los bocadillos más emblemáticos de la zona, el de tortilla y el de calamar (rabas). Si, así de cerdo e innecesario, los gallegos agarran media tortilla española, la meten entre medio de unos panes de tamaño importante, y se la mandan así sin más, y lo mismo hacen con las rabas, lo que nos parece aún más innecesario, ya que prácticamente no se les siente el gusto. Pero bueno, dejando de lado las críticas, la verdad fue que disfrutamos bastante nuestros últimos e incomprensibles bocadillos, aunque nos costó sudor y lágrimas terminarlos, mientras nos reíamos de los gritos que se mandan entre los mozos y los cocineros del museo, igual de innecesarios.

Y eso fue todo, regresamos en subte al apart, despidiéndonos de los rojos que se bajaban un par de paradas luego, y a quienes les restaba un día de viaje, agarramos los bolsos y nos fuimos directo para el aeropuerto, tristes pero cansados, con esa mezcla incomprensible de ganas de volver a casa y de quedarnos a la vez (obviamente al llegar a Bs As las van a predominar únicamente las segundas). Así terminan entonces nuestras aventuras por el antiguo continente, gracias a todos por acompañarnos y hacernos sentir cerca suyo durante todo el trayecto, y vayan sabiendo que para la próxima nos podemos poner de acuerdo en una suscripción a los reportes (para la cual tendrían una tarifa preferencial obviamente), así nos financian más viajes y todos somos felices y comemos perdices (no codornices, que son una cagada).

Nos vemos pronto.








Una visita a la capital del viento

05/03/09

Nos despertamos temprano para recibir a Nurse y al colo, que venían a desayunar aprovechando que nuestro apart poseía cocina (además de un interesante living, y todo por una módica suma), así que nos dimos el gusto con unos huevos revueltos, café con leche (o mate cocido) magdalenas, jugo de naranjas y frutillas, todo comprado la noche anterior en un súper por las chicas. Después de la calórica colación, nos dirigimos vía metro hasta la estación de atocha, en la cual nos tomamos un Ave con destino a Toledo (para los imaginativos, el ave no es un pájaro, son las siglas para el tren de alta velocidad español). El tren era un lujo, muy similar al Eurostar que utilizamos para viajar de Londres a París, y recorrió los 100 km que nos separaban de nuestro destino en media hora clavada, moviéndose de una manera tan sigilosa que nos hacía dudar de la velocidad que estaría desarrollando si no fuera por lo rápido que cambiaba el paisaje circundante (contado por las chicas, porque el colo y yo dormimos todo el trayecto).

Al llegar, nos sorprendió un viento muy fuerte y frío, el cual no nos dejó de hostigar en toda la jornada, casi haciendo que ignoráramos que el día estaba espectacular, sin nubes en el cielo. Comenzamos a caminar las empinadas calles que separan la estación de trenes, situada en la parte nueva de la ciudad, de la parte vieja, ubicada en la cima de un monte, y totalmente rodeada por una gruesa muralla defensiva de piedras, la cual sólo podía traspasarse por unas pocas entradas. Luego de al menos media hora de trayecto por dichas calles, en las cuales nos enteramos que los toledanos son fanáticos del mazapán (que ni se nos ocurrió probar porque todos concordamos en que es horrible, sin importar que fuera la especialidad de la zona) y de las armas medievales, ya que la mayoría de los locales vendían o mazapán o armaduras y espadas de todo tipo (incluyendo las del rey Arturo, el señor de los anillos, etc) (quién sabe, tal vez si mirábamos bien tal vez hasta vendían los sables laser de la guerra de las galaxias) (sin ir más lejos, en un local exhibían con orgullo varios tipos de armas cortantes, hasta espadas klingon tenían, mientras se escucha de fondo la banda sonora de la película Conan el bárbaro) (todo muy español, vamosh hombre…) llegamos finalmente a la plaza principal de la ciudad, bastante pintoresca, rodeada de restaurantes ofreciéndonos sus tentadoras ofertas de menúes, los cuales no aceptamos por el momento. De ahí en adelante comenzamos una aventura shoppinística, en la cual María fue la principal protagonista, desatándose de las ataduras que tan firmemente le había colocado, y aprovechando con buen criterio la mayoría de las rebajas (y algunas no tanto) que todavía quedaban en los locales (que los había y a lo loco, contrariamente a la imagen que originalmente nos dio la ciudad). Además de recorrer tiendas, tuvimos la oportunidad de apreciar la inmensa catedral de Toledo, totalmente desproporcionada para el tamaño de la ciudad, y de asistir a una acalorada discusión entre dos conductores a causa de un mal estacionamiento, ocurrida mientras nos tomábamos unos mates en una plazoleta.

Emprendimos el regreso hacia la zona de los restaurantes, específicamente rumbeando hacia uno que ofrecía menúes con 2 platos, vino y postre por sólo 8 euros, en donde le dimos una chance a la paella (riquísima), y a un pollo a la catalana, que al final terminó siendo pollo con fritas y cebollita nomás (esperábamos un flor de guiso). El único que se quiso hacer el raro (y obviamente le salió mal) fui yo, que me pedí una media codorniz a la catalana, la cual terminó siendo igual que el pollo pero más chiquita, y 5 euros más cara. De postre disfrutamos de natilla, flan casero, torta de chocolate y torta de turrón (eso es lo bueno de ser muchos, se prueban muchas más cosas). Lo más loco de éstos lugares con menú es que uno no espera ni un segundo por la comida, ya la tienen hecha, así que viene un plato tras otro, casi sin tener tiempo para suspirar y liberar espacio en la caja toráxica (porque en el estómago hace rato que no hay más lugar), y te apuran hasta para el café los muy topus. Le dimos lucha hasta el final al vinazi que nos trajeron, un Don Barroso para nada recomendable (nos hizo acordar al torito), y partimos con la panza llena a terminar el recorrido de la ciudad, tomar algunas fotos panorámicas y retornar a la estación de trenes, en la cual matamos el tiempo hasta la salida del tren jugando una partida de escoba de 15, en la cual le pasamos el trapo a las mujeres, que deberán pagarnos unos bocadillos.

Regresamos a Madrid igual que como nos fuimos (durmiendo los varones, parloteando las chicas), y para no perder la costumbre nos fuimos a la gran vía para continuar con el shopping, encontrando interesantes ofertas a 4, 6 y 10 euros, las cuales continuarán sumando peso a nuestro pesado equipaje. A eso de las 19.30 nos despedimos de los chicos y nos volvimos al apart, con el objetivo de alistarnos para la cena y tour que nos habían preparado Mariano y Gema, un amigo de María de Rojas y su esposa española, quienes nos llevaron a un restaurante asturiano típico, en donde comimos pulpo a la gallega, tortilla española, y una tablita de quesos españoles que estaba para chuparse los dedos, acompañando los manjares con una auténtica sidra asturiana, mucho más amarga y con menos gas que la que conocemos en argentina (y que la que nos dieron en el museo de jamón), la cual se sirve largándola a bastante distancia del vaso, con el objeto de producir la mayor cantidad posible de espuma, para luego tomarse todo el vaso de una sola vez. La verdad es que resultó ser una velada encantadora, inolvidable como las que vivimos en París con María y Jerome, en Girona con Patricia, Bocha y el laucha, y en los lugares que compartimos con los colorados, lo que nos terminó de convencer de que el estar con gente conocida en semejantes destinos le da un plus espectacular a los viajes. De postre degustamos una tarta de almendras, una leche frita, y una especie de crepe de manzana que ahora no recuerdo como se llamaba, todos deliciosos, sin duda lo mejor de la repostería española que probamos (que la verdad es bastante floja, su fuerte son los menúes…). Después de cenar nos fuimos a hacer un recorrido nocturno por las calles de Madrid, descubriendo lo hermosa que se pone la ciudad con sus edificios iluminados por reflectores que apuntan contra las paredes relucientes e impecablemente pintadas, sin ese hollín asqueroso que hay en tienen los de Buenos Aires. Además, Gema y Mariano nos desasnaron acerca de varias datos turísticos, mostrándonos el kilómetro cero, y un reloj con una bola metálica utilizados para la ceremonia de las 12 uvas a fin de año, a los cuales les habíamos pasado por al lado sin mirarlos. También nos llevaron a la terraza de una discoteca muy top desde la cual se tiene una muy buena vista de la ciudad, de la cual nos fuimos muy rápidamente a pesar de mis ruegos para quedarnos a mover el esqueleto al ritmo del punchi-punch. Nos despedimos d nuestros anfitriones Rojense-Madrileños a eso de las 23.30, y nos vinimos al apart a preparar los bolsos para nuestro triste e inminente regreso de mañana.

Lagrimeantes saludos y cariño para todos.
















Jornada madrilense multiclima

04/03/09

Antes que nada quiero agregar que durante nuestra visita a la parte vieja de girona le dimos un beso en el culo a una rara estatua de una mona o una leona pequeña subida a un farol, ya que según nos dijeron es una tradición realizar dicho ritual para poder regresar algún día en la ciudad. De la experiencia podemos rescatar que nuestro sistema inmunológico anda muy bien, ya que teniendo en cuenta el crisol de razas y credos que besaran esa estatua todos los días, la carga bacteriana que se habrá impregnado en nuestros labios debe haber sido altísima. Bueno, ahora sigo el relato.

Nos levantamos tras las pocas horas de sueño, a eso de las 4.30, terminamos de armar los bolsos, tomamos un veloz desayuno, y luego de despedirnos de Patricia, que se había levantado especialmente para despedirnos, partimos hacia el aeropuerto con Bocha, quien más que amablemente, ya casi al borde del heroísmo, se había ofrecido para escoltarnos (resalto especialmente este punto porque sé lo que les cuesta despertarse y lo que nos gusta dormir a todos los Angelini). La verdad es que nos trataron de 20 puntos, no tenemos palabras para describir lo a gusto que nos sentimos, con detalles como el tiempo que se tomaron de sus vidas y sus trabajos, de las delicias que nos hicieron probar, de los kilómetros recorridos, y del hecho de cedernos hasta su habitación para que durmiéramos más cómodos, una cosa loquísima que no pudimos rechazar. Bueno, un millón de gracias…

Llegamos al aeropuerto y nos despedimos de Bocha con un fuerte abrazo, deseando poder vernos nuevamente lo antes posible, y seguimos camino para enfrentar el castigo por exceso de equipaje, el cual logramos disminuir bastante gracias a que nos pusimos muchos libros y guías de ciudades en los bolsillos de las camperas. Después de los controles y esperas de rigor, abordamos el avión de Ryanair que nos depositaría en la capital española, en un vuelo mucho más amargo que el realizado con el comisario de a bordo parecido a Francesco Totti. Luego de apenas algunos minutos más de una hora, arribamos en el inmenso aeropuerto de Barajas, desde el cual nos tomamos el metro (no sin antes caminar como desquiciados) para llegar mediante una larga combinación al apart hotel que sería nuestro hogar madrileño. Los subtes probaron ser igual de buenos que los barceloneses, con la particularidad de poseer una línea que al parecer pasa muy cerca del centro de la tierra, deducción a la cual arribamos gracias a dos datos, uno, el calor excesivo que hacía en los trenes, que me hizo transpirar como marrano, y el otro el hecho de que tuvimos que subir más de 5 o 6 escaleras mecánicas bastante largas antes de emerger a la superficie (no es joda). Por suerte el hotel se encontraba en la esquina de la estación de subte, así que en muy poco tiempo ya estuvimos listos para arrancar la primer jornada madrileña.

Nos pasaron a buscar nuestros amigos de bermellos cabellos, quienes se encontraban en la ciudad desde el día anterior, e inmediatamente nos dirigimos hacia la gran vía, que distaba unas pocas cuadras desde nuestra guarida. Dicha avenida no nos impresionó mucho, seguramente porque venimos mal acostumbrados de ver lugares top en las demás capitales europeas, pero lo cierto es que nos pareció una avenida doble mano más, y hasta los locales que vimos no nos parecieron muy glamorosos. Caminamos un buen trecho hasta que nos picó un poco el bagre, así que decidimos ingresar en un bodegón típico de la zona, en el cual el cantinero nos entregó unos cortados con churros y también un bocadillo de chorizo cular (nunca averiguamos el significado del apellido de dicho chori), lo cual nos vino de perlas para cargar energías, especialmente calóricas, ya que hacía mucho frío y garuaba de lo lindo. De allí nos cruzamos para el palacio real, antigua residencia de los reyes, donde primero visitamos los jardines de Sabatini (no sabemos si serían de Gabi u Ova), y luego tomamos la calle Bailén, desde la cual se puede ver la plaza de la armería, justo en el momento en que se estaba realizando el cambio de guardia, razón por la cual el lugar estaba repleto de gente. Nos quedamos allí filmando un poco la musiquita que hacían los guardias con sus trompetas y bombos, pero como la ceremonia no distaba mucho de un desfile militar cualquiera, de esos que se ven en todos los actos patrios, decidimos partir, no sin antes tomar algunas fotos de la catedral de Almudena, que se encuentra en la parte posterior de la plaza.

Y hablando de plazas, desde allí nos dirigimos directamente a la Plaza mayor, ubicada a pocas cuadras de distancia, degustando a la pasada unas deliciosas torrejas, compradas en una panadería muy fifí en donde nos arrancaron la cabeza. En la famosa plaza nos sacamos algunas fotos, pero como la lluvia, que había cesado durante el cambio de guardia, arremetió nuevamente con todo, decidimos huir rápidamente hacia la puerta del sol, en donde le tomamos fotos a la estatua de la osa y el medroño (o como se llame el árbol al que está trepando), y seguimos camino hacia la fuente de las Cibeles, el palacio y la puerta de Alcalá, en donde un español perfeccionista nos tomó varias fotos hasta que estuvo satisfecho con sus tomas. Luego de cruzar la puerta (que es muy linda, como todo acá, pero no tan espectacular como los monumentos de las demás ciudades), nos fuimos para el parque del retiro, un inmenso espacio verde coronado con un par de palacios y estatuas muy lindas, y con un estanque enorme en el cual tuvimos la oportunidad de ver como una pobre vieja intentaba en vano luchar contra la corriente para regresar su bote a la orilla en donde lo había alquilado, mientras el cielo se ponía negro como el senegalés de montmartré y se desataba una tormenta de vientos fuertes y lluvia helada. Nos quedamos riéndonos allí un rato esperando para ver cuánto tardaba en dársele vuelta el bote, pero el color del cielo y la lluvia inminente nos persuadieron de huir, luego de tomar algunas fotos, primero de nosotros y después de la zozobrante embarcación. Fue ese el momento en el cual debí soportar estoicamente las burlas del resto de la partida hacia la pobre capucha de mi campera, la cual realmente no cumplía funciones protectoras ni estéticas…

Proseguimos la marcha para pasar por los alrededores del museo del Prado, al cual le tomamos fotos desde afuera porque realmente ya estábamos hasta la coronilla de obras de arte (y de caminar), y seguimos caminando sin rumbo por las calles madrileñas, siendo testigos varias veces una increíble versatilidad climática, pasando de tormentas con vendavales a cielos azules sin nubes en el horizonte. Fue así que terminamos nuevamente en plaza mayor, cuando decidimos sacrificarnos y almorzar en el museo del jamón (a éste sí valió la pena entrar), donde nos flagelamos con una paella de fiambres ibéricos, una tortilla española y unas frituras de mar, acompañados por una sidra asturiana. Después de terminar la faena decidimos que lo mejor sería recorrer algún centro comercial de la zona en busca de las rebajas de invierno, así que nos fuimos en metro hasta el shopping Príncipe Pío, nada muy impresionante si se lo compara con el Alto Palermo (ni hablar con el Unicenter), en donde nos terminamos de convencer de que a los españoles no les deben gustar mucho las casas de deportes ni la ropa para hombres, porque no vimos ni una de lo primero, y de lo segundo había menos del 10 % de los locales, lo demás todo para mujeres). Por esa razón, hartos de tantos zapatos, carteras y remeritas, decidimos con el colorado que era el momento propicio para hacer una actividad 100 % masculina, así que nos despedimos de las damas y rumbeamos para el Santiago Bernabeu, el impresionante estadio del Real Madrid, ubicado no en el centro, pero sí en una zona muy comercial de la ciudad, rodeado por edificios residenciales y oficinas (al parecer cuando se construyó estaba en las afueras, pero la ciudad creció tan vertiginosamente que lo absorbió rápidamente). Al llegar, intentamos sin éxito que alguien nos sacara una foto con el estadio de fondo, probablemente porque estaba lloviendo y nadie quería quedarse a mojarse para complacernos, así que decidimos pagar e ingresar para realizar el tour al estadio y al museo. La verdad es que pensábamos que iba a ser plata tirada, pero al encontrarnos en las bandejas superiores, admirando el tamaño de ese monstruo, lo moderno de sus butacas, y el verde y perfecto césped, nos emocionamos y comenzamos a sacar fotos y a grabar videos a lo loco, fingiendo las más diversas actitudes (puteadas, cánticos gallegos, gritos de gol, etc), por lo cual el colorado se comió el reto de los guardias, especialmente cuando se subió a una de las gradas (bastante empinadas) para gritar un gol. Como ya eran más de las 19 y el estadio estaba cerrando, realizamos casi toda la visita, que además de todas las bandejas incluía el banco de suplentes, las salas de historia, trofeos, vestuarios, sala de prensa, etc, con los guardias pisándonos los talones, lo que al final estuvo bueno porque les pedíamos a cada rato que nos sacaran fotos, mientras rastillaban la zona para asegurarse de que no quedara ningún polizón. Un dato divertido fue la cantidad de videos que filmamos pensando que estábamos por salir a la altura del césped, fingiéndo una entrada en calor previa y con gritos de hinchada, para descubrir con tristeza que dicha salida nos llevaba a otra y otra bandeja, todas a diferentes alturas y en distintos lugares de la cancha.

Salimos de allí cansados pero alegres, caminando bajo la fría lluvia hasta encontrar la bajada para el metro, gracias al cual llegamos rápidamente al apart, en el cual nos esperaban las chicas con algunos víveres para apaciguar el hambre antes de cenar. Nos despedimos de los rojos, y, extenuados, sólo nos quedó energías para comer unas hamburguesas en el burger King de la esquina, y volver para disfrutar de un ansiado descanso.

Saludos y besos a los que todavía sigan leyendo estos malditos reportes (que al menos simplificarán bastante la tarea de contar el viaje cuando lleguemos).




















Juampi María Barcelona (sin Vicki ni Cristina)

03/03/09

Nos despertamos más temprano que de costumbre, desayunamos velozmente y tomamos el renfe de las 8:47 con destino la estación paseig de gracia en el centro de Barcelona (iba a usar ese otro verbo que se usa acá en España para tomar, pero podía prestarse a malas interpretaciones). El tren, grande y moderno, nos depositó en la estación a eso de las 10 am, y allí comenzó otro maratónico día de caminatas interminables, trayéndonos a la memoria los recuerdos de los pies adoloridos de los primeros días londinenses. Ni bien emergimos a la superficie (porque en el centro de la ciudad el tren se mueve como el subte), tuvimos el primer vistazo de la urbe, la cual ya a esas tempranas alturas nos impresionó muy favorablemente, con sus anchas avenidas de amplias veredas, por sus pronunciadas ochavas, y finalmente porque la ciudad parece ser una especie de galería de exposiciones, en donde cada edificio, plaza o fuente asemeja una obra de arte.

Comenzamos el recorrido con una caminata por la avinguda (avenida) paseo de gracia, una arteria muy transitada, poblada por varios de los locales mas pijos de la ciudad (de nuevo, Gucci, dolce gabana, Armani, etc, etc, etc.). A los pocos metros ya pudimos fotografiar varios edificios de diseño posmoderno, con sus formas rarísimas y sus vidrios de colores, antes de llegar a la pedrera, o casa Milá, según leímos una de las obras más significativas de Gaudí, la cual nos pareció muy pintoresca, pero no tan impresionante como la pintaban las guías. Nos salimos de esa avenida para ir en busca de la Sagrada Familia (o Safa, como escuchamos le dicen), a la cual arribamos luego de caminar unas cuadras y sacar algunas fotos de una especie de palacio de color rojo que nos pareció muy lindo. Al encontrarnos a unas pocas cuadras de la Safa nos impresionamos por la altura de las torres frontales, elevándose al cielo como estalagmitas, o en realidad como si estuvieran hechas de arena muy mojada, chorreada desde un puño cerrado. En realidad toda la iglesia, la cual está aún inconclusa, y al parecer seguirá así por bastante tiempo, ya que las obras son financiadas por los visitantes creemos, parece hecha de arena mojada, adoptando las formas más diversas surgidas de la improvisación de Antoní Gaudí, el arquitecto posmoderno con mayor influencia en la ciudad (está hasta en la sopa, casi tanto como la carucha de messi). Hasta las estatuas son rarísimas, pero todo el conjunto termina teniendo una cierta coherencia, y la verdad nos terminó dando una muy buena impresión. Decidimos no ingresar porque la entrada era carísima (11 eu), y nos habían dicho que no había mucho para ver allí, así que aprovechamos para hacer una pasadita por un McD que estaba en la esquina (con una vista privilegiada de un lateral de la iglesia), para ir al baño y tomarnos un cafecito a la pasada (todavía creo que no hice el homenaje que se merece dicha cadena yanqui, alivio constante para nuestras infladas vejigas, y lo más importante, gratis).

Un poco más distendidos seguimos caminando unas cuadras por la avinguda de Gaudí, una anchísima peatonal con apenas 2 carriles para autos, la cual nos depositó en el hospital de la santa Cru o crox o no sé qué de San Pau (habrá que ver en el librito, pero ahora no tengo muchas ganas de buscarlo), un lugar digno de verse, con más de 20 pabellones para tratar distintas patologías, todos decorados innovadora y armoniosamente (decía algo de que quien lo diseño creía en las propiedades terapéuticas del arte). De allí emprendimos la titánica tarea de caminar un par de kilómetros en subida, transpirando la gota gorda porque había salido el sol, hasta llegar al Park Guell, un espacio verde de varias hectáreas, también diseñado por el amigo Gaudí, en donde, además de la naturaleza, las artesanías pseudohippies y la gran variedad de cosas arquitectónicas locas, pudimos apreciar una muy buena vista de la ciudad, ya que estábamos bastante alto. Bajamos algunas empinadas cuadras, y caminamos directo hasta la estación de metro más cercana, donde comprobamos que los catalanes tienen una excelente red de subterráneos, a nuestro humilde entender rivalizando con la de Londres, y superando a la de París y obviamente a los Romanos, teniendo la particularidad de poseer los trenes más anchos que hemos visto. Cogimos el metro y nos fuimos para la estación Paral-lel, donde comenzó la siguiente etapa del recorrido.

Tomamos por la rambla vieja, y caminamos algunas cuadras hasta el palacio guell, al cual le sacamos alguna foto y seguimos, para ahora sí doblar por la rambla nueva, una avenida con muchísimo espacio para caminar (por las veredas y por el medio, los autos pasan haciendo sándwich entre las partes peatonales), poblada de locales de ropa, comida, y de esos “artistas callejeros” que fingen ser estatuas (algunos bastante bien logrados). Recorrimos un poco, y después nos desviamos para ver un mercado repleto de frutas frescas, embutidos, y demás cosas ricas que creo que se llamada mercado de la boquería, o algo así, en donde nos mandamos unos licuados y una ensalada de frutas, de la cual no pudimos identificar bastantes componentes. Salimos de allí y encaramos para la catedral de Barcelona, un edificio un poco más modesto que la Safa, pero de un estilo gótico que no nos pareció tan distinto. Entramos y admiramos la gran cantidad de capillas que rodean la nave principal, adornadas de mil maneras diferentes, y también nos llamó la atención la parte destinada al coro, con partes en madera tan detalladas que quien sabe cuánto habrán demorado en hacer. Tomamos fotos allí, y también en la cripta, para después partir hacia un fugaz recorrido por el barri gotic (porque ahora que domino el catalán, entendí que nada más hay que sacarle la última letra a las palabras y listo), un laberinto de angostas calles empedradas y edificios bastante altos (para la época en que habrán sido construidos) adornados por gárgolas. Al salir de allí descubrimos que nos encontrábamos en la costanera, así que enfilamos hacia una torre muy alta donde hay una estatua de Colón, y desde allí seguimos por la rambla del mar, cruzando un puente modernoso en el cual sacamos varias fotos de los veleros y yates anclados en el puerto de aguas cristalinas. Pasamos por una especie de shopping allí ubicado, llamado Maremagnum, y volvimos a la costanera, ya pensando en el almuerzo, que sería en un lugarcito piola piola que nos había recomendado el laucha, llamado la champañería. Al llegar, no había ni cartel ni nada, se trataba de un agujero en la pared en donde montones de personas se agolpaban contra una barra, comiendo bocadillos (acá le dicen así a los sondwichs) de la variedad que se les ocurra, y tomando cavas. Después de esperar a que se produjera un blanco en la barra, nos acercamos sigilosamente y pedimos unos bocadillos de lomo, pimientos y cebolla, y otro de panceta, queso, pimientos y cebolla, acompañados por dos copas de cava (ya que no vendían nada más, ni agua, para tomar). Tan ricos estaban, que nos pedimos otro bocadillo, ésta vez de salmón noruego (vamos a tener que creerle al cantinero el dato de la nacionalidad del salmón), y de postre una no se que de formatge, que no era más que tarta de ricota. Salimos muy contentos y pipones de allí, no solo por la riquísima comida, sino también por lo pintoresco y novedoso del sistema (y la exclusividad en la bebida), teniendo como único punto flojo la presencia de unos flotantes amigos a la hora de visitar el baño (restó bastantes puntos, pero igual nos fuimos contentos).

De allí nos fuimos para el parc de la ciutadella, en donde está el zoológico y creo que el ayuntamiento o la cámara de diputados, en dónde descansamos un poco y nos tomamos un agua de litro y medio, para continuar la visita pasando por unas muy lindas fuentes, sacándonos una foto con una estatua de un mamut, y pudiendo vislumbrar a lo lejos un arco de triunfo que no nos cautivó mucho a causa de que ya estamos hasta la coronilla de verlos. Saciada nuestra sed decidimos visitar la Barceloneta, donde, además del puerto y zona de restaurantes, pudimos ver el comienzo de las playas barcelonesas, con arena bastante más parecida a las de argentina, en donde obviamente tomamos fotos y nos sentamos a descansar. Teníamos en mente tomar desde allí un teleférico que cruza toda la zona portuaria para terminar en mont Juic, uno de nuestros últimos puntos de interés, pero justo la torre de allí estaba cerrada, así que debimos caminar toooodo el trayecto de nuevo hasta la estatua de Colón, y subir una torre muy alta, desde la cual la vista de la ciudad es incomparable, para tomar el bendito teleférico, que al final sólo nos llevó de una torre a otra, en un recorrido bastante corto. A esas alturas nuestras vejigas pedían pista nuevamente, así que tuvimos que entrar a un barcito de vietnamitas iguales a los de la serie nam primer pelotón, ubicado en ese extremo del MontJuic, los cuales nos arrancaron la zabiola por un cortado y un helado de dulce de leche asqueroso, consumisiones obligatorias para lograr el acceso a los aseos. Continuamos el ascenso por las empinadas cuestas de dicho monte, y mientras pasábamos por bellísimos jardines, con hermosas vistas aéreas de la ciudad, también pudimos ver la piscina olímpica de la ciudad, la fundación Joan Miró, la parte posterior del Museu Nacional d’art de Catalunya, por el estadio Olímpico de Catalunya, en donde juega el Espanyol de Barcelona, donde tomamos fotos del verde césped, y de las construcciones lindantes, sobresaliendo una torre rarísima que según recordamos se utilizó para depositar la antorcha olímpica en los juegos del 92. No tuvimos tiempo para acercarnos al Castell de Montjuic, que parecía estar bastante bueno, pero si nos alcanzó para ingresar al poble español, una especie de maqueta gigante de todas las construcciones características de España, donde se destaba la plaza mayor de Madrid. De allí nos fuimos para la parte frontal del Palau Nacional (Museu Nacional), en donde encontramos una cantidad impresionante de fuentes, que al parecer brindan un espectacular espectáculo de agua y luz todas las noches. Llegamos a plaza Espanya, desde donde se veía una plaza de toros en reparación, y terminamos el recorrido en el parc Joan Miró, donde le sacamos fotos a una escultura rarísima que se llamaba la mujer y el pájaro, de la cual pudimos intuir solo la forma del pájaro (la mujer se la debemos). Allí nos tomamos el metro nuevamente para la estación Catalunya, donde visitamos la plaza de Catalunya, y tuvimos la oportunidad de apreciar como se ve de noche esta magnífica ciudad, antes de caminar hasta la estación en la cual habíamos arribado, paseo de gracia, donde tomamos el renfe de regreso a Girona.

Una hora y media más tarde, a eso de las 21, descendimos del tren para encontrarnos con Bocha y Patricia quienes nos esperaban para llevarnos en una caminata imperdible por la zona vieja de la ciudad, la cual nos pareció muy encantadora con sus típicas calles de piedra con trayectos sinuosos, repletos de arcos abovedados, subidas y bajadas. Tomamos fotos de la catedral y de la iglesia de San Feliú, y recorrimos toda la ciudad hasta llegar a los muros, antiguas fortificaciones que datan de la época en que los romanos dominaban la zona. Regresamos a la zona más moderna y pasamos por la pintoresca plaza del centro, en donde se encuentra el ayuntamiento y varios de los restaurantes más pijos del lugar. Finalmente regresamos al depto, en donde Patri nos deleitó con un inolvidable jabalí a la catalana, que se prepara tiernizando la carne por 24 hs en vino tinto, y agregando al guiso infinidad de componentes, dentro de los que se destacan el chocolate y la picada catalana (almendras, perejil y corteza de pan finamente mortereados). Después de semejante despedida, sólo empaño un poco la noche otra jornada de winning eleven que terminó en derrota para el milan, pero en la que al menos logré desquitarme ganando aunque sea un solo partido por goleada (sin mencionar que el previo lo perdí también por goleada, para finalmente perder 2 a 1 el tercero y último, con un molesto gol de corner en tiempo suplementario) (verán la importancia que tienen estas derrotas en la play para mí, dedicándoles varios renglones de los informes, y también varias horas del viaje, ya que este día nos acostamos a las 2 de la mañana, y el avión salía 6 y media).

Nos despedimos del laucha con sentidos (un poco por la derrota) abrazos, jurando regresar (y vengarme), y nos dispusimos a dormir el par de horitas que nos quedaban, ya que a eso de las 4 y media debíamos enlistarnos para la partida al aeropuerto.

Besos para todos.