Día 25: Terminan las clases

Arranqué el día con un gusto agridulce en el paladar, no por posibles vestigios del cassoulet y el dulce de leche de la panzada nocturna, sino porque se trataba de mi última jornada estudiantil en Toulouse (ya que jueves y viernes serán feriado), y ese hecho me alegró tanto como me entristeció (la vagancia y la nostalgia libran una pareja batalla actualmente en mi alma).
En cuanto a novedades, boludeces como haber sido testigo de una organizadísima mudanza, con un pallet levadizo colocado sobre una escalera apoyada en la ventana externa de un segundo piso, y ver la franchutísima divisa rezando “libertad, igualdad y fraternidad” tallada sobre la fachada de uno de los edificios laterales de la alcaldía. Durante la clase, no muchas novedades, más que terminar con los últimos y quilombosísimos temas (o los pronombres dobles no son lo mío, o tengo realmente la bocha quemadísima con este idioma gangoso en demasía), enterarme por el diario que Toby Flood firmó como apertura del Stade Toulousian para la temporada que viene (y que hay un bolonqui tremendo en la UMP por la renuncia de su presidente, creo que por un casillo de corrupción menor –fingió gastos de cenas por 600.000 euros nomás…-), pero lo realmente interesante fue el tremendo e inesperado despliegue de gastronomía internacional del que fui testigo algunos minutos antes de la finalización del curso. La cosa es así: al parecer acá es habitual llevar las especialidades del país de origen de cada uno para la despedida de clases (mis compañeros/as estaban al tanto porque ya venían cursando desde hacía algunos meses, pero yo obviamente no lo sabía, sino habría podido llevar mi dulce de leche por ejemplo), así que de repente el aula se convirtió en el más bizarro pero delicioso tenedor libre asiático, siendo las especialidades presentes (que pude descifrar) un sushi chino (no me acuerdo el nombre); un riquísimo plato malayo parecido a la comida coreana, consistente en un poco de arroz servido en una hoja de plátano (usada como plato), sobre el cual se agregan distintos productos fermentados y super picantes (de soja, de porotos, etc, creo que uno se llamaba Kempe, o algo así), una carne muy condimentada, cortada como fideos de cabello de ángel, huevo y pepino; una pasta griega de berenjena asada y aceitunas, perfecta para comer con el pan griego ese similar al árabe; y, pasando a lo dulce, una variedad de buñuelos orientales de una masa muy pastosa, rellenos con chocolate unos, y otros, con masa de té verde y relleno de porotos colorados (aportados por la taiwanesa Ching yao –o como se escriba-), una especie de sopa dulce a base de leche de coco y diversas verduras (especialidad vietnamita al parecer); junto con varias otras cosas que no recuerdo, como budines y el equivalente franchute de los profiteroles, etc.  De yapa, además del morfi, recibimos de Victoria unos billetes Vietnamitas de la suerte, los cuales espero me ayuden a conseguir las entradas para rolanga, que hasta ahora me siguen siendo esquivas.
Con el estómago llenísimo de tan exóticas delicias, llegó el momento de la triste despedida, lo que no impidió que nos sacáramos unas cuantas fotos e intercambiáramos direcciones de mail, Facebook, etc. Acto seguido nos fuimos con un selecto grupo (Carmen, Raquel, Vincent, Matthiew, Isaac et moi) para el lado de la Garonne, donde aprovechamos para disfrutar del cálido abrazo de Febo mientras nos clavábamos unas frescas cervecitas (siendo la que elegí yo, sin saberlo, la cerveza más cara que pagué en mi vida, a 8 euros el medio litro) en la terracita del “café des artistas”, con una privilegiada vista sobre las aguas. Allí permanecimos durante un larguísimo rato, filosofando mientras nos beneficiábamos de las bondades de la ausencia de obligaciones. Unas 3 horitas más tarde (sí, a eso le llamo una verdadera sobremesa) decidimos levantar campamento y rumbear para el barrio del nuevo depto. de Raquel (un moderno 2 ambientes, íntegramente equipado por sólo 350 euros al mes), para después volver a recaer en la zona céntrica, donde decidimos degustar nuestro último crepe nutella de estudiantes, justamente en la memorable plaza del capitolio.
Después de eso vino el adiós definitivo a mis compañeros de cursada (con quienes espero seguir en contacto porque la verdad son muy piolas), tras lo cual sólo me quedó tiempo para internarme en un no muy lejano Zara, dónde me encontré con Amanda, quien gentilmente me ayudó a economizar unos buenos morlacos en la compra de mis nuevas y afrancesadas (pero al final no tanto, sólo la bufanda y un pantalón verde loro se van verdaderamente de escala), las cuales zafaron con lo justo de terminar empapadas y teñidas por la pintura de las bolsas de papel, ya que durante el trayecto de vuelta en bici fui víctima de una de las ya mencionadísimas tormentas fugaces toulousanas.
Una vez en el depto., luego de secarme, y de poner a secar la ropa, me dispuse a comer la necesariamente liviana cena que Sophie había preparado (fideos + pescado con verduritas+ quesos + queso untable con dulce de leche), para luego retirarme a intentar conseguir alojamiento y entradas para mi no muy lejana aventura parisina.
Ciao.