Para arrancar entonces, después de remolonear en la cama unas buenas horas (continuando con mi lectura de las apasionantes aventuras del profesor Aronnax en los dominios del capitán Nemo), tuve un tardío (a eso de las 11:30) desayuno, sin mayores novedades, salvo que cambiamos de leche (la de ahora se llama “me encanta la leche de acá”, fuera de joda ese es el nombre), durante el cual aproveché y le saqué una foto a la grasa que quedó en el frasco del confit de pato.
Después, todavía abrumado por el exceso de sueño y a causa de que seguía sin darme tregua la puta lluvia, me dispuse a investigar duramente cual era la mejor manera de desplazamiento en, tanto para ir de acá al aeropuerto (porque a la hora que viajo mañana Sophie estará laburando y no podrá llevarme, buuuu), como también para realizar todos los trayectos parisinos que tengo previstos, por ahora para el viernes y el sábado. Obviamente, entre rato y rato de la ardua investigación (me tomó unas cuantas horas todo, ya les confesé que estoy cada día más setentista, especialmente con la tecnología) me entretuve sacándome autofotos a mi carucha con anteojos, y a la tarjeta personal de mi nuevo amigo (cierto que tiene connotación bala decir “mi amigo”, pero bua… hay que asumirse…) William, recién enterándome que nada más y nada menos es vendedor de satélites… hay que hacer más de éstos amigos, y menos de las mierdas que tengo…
La cosa es que se me hicieron eso de las 15 hs y todavía no había almorzado, pero como de repente se me ocurrió mirar por una ventana para constatar que acababa de parar de llover, me dispuse ráudamente a picotear lo poco que tenía a mano (el almuerzo no está incluído en el paquete, pobre mi anfitriona…), liquidando en tiempo récord una tostada enmantecada, dos huevos microondeados, medio tomate, y la estrella, el cachito superoloroso de camembert, para luego salir a la calle para lo que sería mi último paseo por esta anaranjada y acogedora ciudad. Obviamente lo primero fue pasar por mi amado y tranquilo parquecito del observatorio, para luego, desviándome de mi camino habitual, dirigirme hacia la parada más cercana del hasta ahora desconocido subte, donde logré con éxito hacerme de un tiquet, el cual utilizaría al día siguiente para la primera parte del trayecto al aeropuerto (preferí sacarlo con anticipación por si las moscas (o “au cas où” como dicen acá). De ahí me tomé una bici, descendiendo la empinadísima (en la foto no se nota) colina de Jolimont para luego continuar mi habitual camino (jean jaures, plaza Wilson, plaza del donjon) hasta la plaza del capitolio, la cual estaba completamente copada por una bulliciosa (y bastante pedorra en cuanto a los productos ofrecidos) feria, por lo cual decidí seguir camino, pasando después por los alrededores del puente nuevo (que es el más viejo), con sus barcitos aterrazados colmados a más no poder, para llegar, una vez cruzado el puente, hasta la parada de subte St cyprien, donde deberé bajarme mañana para tomar el colectivo 66, que me será el que me lleve al aeropuerto (otra vez aproveché para mejorar mis posibilidades de éxito transporteril).
Tranquilo ya con el tema del futuro traslado hacia el aeropuerto, continué mi alegre paseo atravesando de nuevo la Garonne, esta vez por el puente st Michel, arrivando a la no tan poblada (por el feriado) zona universitaria donde, después de rebotar en el cerrado cibercafé donde tenía planeado imprimir el pase de abordo, y, lo verdaderamente importante, el billete de ingreso a roland garros para el sábado, conseguido después de 2 horas reloj de lucha feroz contra el resto de los buitres cibernéticos que, seguramente como yo, no dejaron un segundo de clickear en la página de reventa oficial (viagogo se llama) cada vez que aparecía un asiento disponible, el cual generalmente desaparecía al instante… hasta que finalmente la benévola Nike se dignó a escaparse un rato de la mano de atenea para brindarme un poco de su victorioso talento, lo que me permitió hacerme con la entrada; seguí recorriendo pacmanísticamente algunas calles conocidas y otras no tanto, para llegar finalmente, después de despedirme de la iglesia de San Sernin y el restaurante Sherpa, a mi queridísima boulangerie artesanal, en la cual, además de comprar un par de megabaguettes (se llaman flute) que Sophie me había pedido, decidí también darle una chance a una tartita de limón y una masita rara con forma de higo ante cuyos cariñosos guiños de ojos no pude resistirme. No hubo conflicto en mí para decidir el lugar más apropiado para la merienda, ya que el borde del río tenía todos los números, así que, una vez allí, me dispuse a retiran los coquetísimos envoltorios y degustar las interesantes creaciones, de las cuales, debo reconocer, la verdad no me quedó una muy buena impresión, especialmente el higo, que se trataba de una costra de mazapán, rellena con una extrañísima y muy alcoholizada crema frutada que no me convenció para nada (y casi que no le gustó siquiera a los patos que se me acercaban nadando cual si fueran palomas en una plaza). Una vez terminadas las azucaradas colaciones, y estando tan perfecta la tarde, con la temperatura justa, el tranquilo paisaje, y hasta de yapa la musicalización de fondo de una parejita de hippies que tocaban una extremadamente armoniosa combinación de guitarra y violín, tan perfecta para la ocasión que no me quedó otra que tirarme de espaldas mirando al cielo y disfrutar, realmente como pocas veces, lo lindo que es, ya no sólo estar de vacaciones acá, sinó estar vivo en general (ya que son pocas las veces en las que puedo decir que realmente se frena por completo mi cabeza, que siempre está en constante proceso de análisis, -lo que no significa que lo que pienso sirva para algo, simplemente quiere decir que no para de pensar, aunque sean pelotudeces, pero casi nunca para-). Realmente, mismo dentro de su simpleza (difícil es compararlo con la foto con el mago Hernández, o la cercanía de Arnold, ni mucho menos con haber cenado a metros de John Snow) fue algo memorable, teniendo como único punto negativo el hecho de que no lo pude compartir con nadie (snif, es el triste destino de los incurables buscadores de quimeras… por no decir los tipos insoportables como yo…), pero bua, al menos los tengo a ustedes… (eso es aún más triste, jajajajaja…). (parece que las despedidas y la inminencia del regreso me sensibilizaron un poco y expuse mis sentimientos más de la cuenta… es una lástima que ahora que leyeron esto deban morir…).
Liberado del hechizo paiságístico-musical, encaré una última visita cicística, primero para el lado del jardín real, con su coquetísimo puente comunicado con la gran rotonda central, pera luego bordear el tranquilísimo canal du midi, antes de devolver la bici y remontar de nuevo hasta el departamento, donde Sophie me esperaba para un último evento social, la visita al suburbano hogar de Theo, el menor de sus hijos, tratándose dicho alojamiento nada más ni nada menos que un barquito (acá le llaman Peniche) anclado en el pequeño puerto de la cercana ciudad de Ramonville (que por suerte nada tiene que ver con el riojano hijodeuncontainerllenodeputas del pelado Díaz). Durante el corto trayect tuve la chance de pispear la gigantesca y verdadera “ciudad universitaria” de Toulouse, donde, además de encontrarse las distintas facultades, también se alojan los estudiantes, en lo que termina formando un enorme conglomerado de edificaciones, algunas pintadas de manera muy llamativa, abarcando unas cuantas hectáreas.
Una vez en la Peniche, y después de un breve pero entretenido paseo en canoa por el canal, nos dispusimos a lastrar sin contemplaciones la deliciosa picada que Sophie había preparado, compuesta por variedades de fiambres y quesos, minitomates, pepinos, unos interesantes champignones blancos bañados en jugo de limón, quiche lorraine, otro tipo de tarta, una ensalada de atún y una deliciosa morcilla de esquivo nombre, todo acompañado por un fresco gaspaccio y varios vinos (no recuerdo sus nombres), para finalmente poner el broche con un supercamembert, otro quedo de cabra que tenía una interesante costra formada por hongos y ceniza, y una copita de Jim Bean Honey. Como obviamente el whisky no fue suficiente bajativo, a continuación realizamos (la partida eramos Sophie, Paul, Theo, Laurent (el ex marido de sophie, padre de los chicos) una reparadora caminata por los alrededores del barrio portuario de la ciudad Ramón, disfrutando de la increíble calma reinante, y hasta teniendo la suerte de presenciar una muy linda puesta de sol (a eso de las 22…).
Después sólo restó tiempo para las tristes despedidas de Laurent y de los chicos, quienes realmente se portaron de 10, haciéndome sentir todo el tiempo como en casa, seguido de lo cual regresamos a Jolimont, para saborear la última tisana previa a mi viaje de mañana.
Qué hermoso día pasaste! No pudiste hacer el viaje planeado pero como siempre sucede en todos los viajes cosas quedan y hay que disfrutar lo vivido. Jornada tranquila pero llena de lindos momentos. Me encantó la entrada para ver tenis, sabía que al final la conseguirías.Ahora sí Bienvenido París!!!!! Todos nos encariñamos con Sofie tan buena anfitriona y que lo pasaste tan bien. Besos. Graciela.
ResponderEliminarUna genia Sophie y todoa su flía!
EliminarGordi que linda despedida. Sophie debe haber quedado sin ingredientes para el próximo pasajero. Muy lindo el barquito y que buena onda toda la familia.Me alegra que hayas podido poner la mente en blanco difrutando todo lo que viviste. Los anteojos (ambos) no son un poco grandes?. Suerte conseguiste entradas para tenis. Disfruta Paris y te estamos esperaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaando, sobre todo Sofia argentina y Benito por supuesto. Besos. El 29 fue el día de la Asención de Señor. Chauuuuuuuuuuuuuu
ResponderEliminarnaaa, son perfectos los anteojos...
EliminarBueno, se termino Toulouse...lo pasate barbaro! es triste irse, no se si ya conoces...pero te falta Paris!! si es tu primera vez, va a ser IMPRESIONANTE y si es la cuarta o quinta TAMBIEN!!! Beso! Mercedes
ResponderEliminarMuy cierto, y, es más, creo que es mejor volver a verla que conocerla por primera vez!
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