Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

marzo 27, 2015

Día 9 – Memorialeando x 2, y, Perdón, Mr. Smith

Arrancamos la jornada poniendo el despertador, no esta vez con miras a un viaje, sino con la idea de sacarle bien el jugo al desayuno del hotel, en el cual, además de reencontrarnos con la practiquísima máquina de waffles, también tuvimos la oportunidad de conocer una práctica guillotina para rosquillas, indispensable para el correcto condimento de la tan típica especialidad culinaria norteamericana...
Cargada entonces la mochila con los indispinsables víveres, y alivianada nuestra indumentaria gracias al súbito incremento de la temperatura, salimos a la calle encarando nuevamente para el National Mall, con el objetivo fijo en visitar algunos de los museos smithsonianos que nos faltaban. Es cierto que la impresión que me había llevado de los establecimientos apellidados como Anibal de Brigada A no auguraba una visita para el día de la fecha; pero las conversaciones mantenidas con mis informantes y la arremetida de una molesta lluvia que fue in crescendo a medida que avanzábamos con la caminata (lo que nos obligó a cambiarnos a mitad de camino, y eso que Walter llevaba paraguas, cosa que mi religión no me permite; y a meternos en un par de tiendas de souvenirs); torcieron mi parecer. Y, la verdad, creo que pocas veces agradeceré tanto una lluvia (bue, y también, o tampoco, los consejos).


El primero en el cual posamos nuestros pies; después de cruzarnos en el camino con el primer arbol de cerezos (o Sakura, porque en realidad fueron donados por los ponjas en 1912) florecido (cosa que según había calculado pasaría en toda la ciudad para esta época, donándole su glamoroso color rosa a todas las avenidas y parques, pero que lamentáblemente no se dió a causa del tardío frío) (y bue, qué querés? nieve y Sakuras florecidos a la vez pibe?) (Sí, devuélvanme mi dinero, yanquees de mierda); fue el museo de Historia Americana, emplazado en un edificio que para nada llamaba la atención, lo que incrementaba mi prejuicioso desprecio por el material allí expuesto. Pocos minutos después me regocijaba en mi error; sorprendiéndome gratamente con las exposiciones de cine, transporte, inventos (con muchos datos interesantes de Edison, y algo de Tesla); y fundamentálmente con la sección de historia de la guerra, la cual, más allá del exagerado patrioterismo bélico de estos tipos (la frase “the price of freedom” es más que elocuente...), realmente logró emocionarme (lo que ilustra que, además de puto, me estoy volviendo un viejo sentimentaloide; o tal vez tenga un tumor...), arrancando desde la independencia y la guerra civil, para pasar por las guerras mundiales, la guerra fría, y terminar con el atentado a las torres. La exposición de una bandera gigantesca (cuya visión al parecer inspiró al creador del himno) y la visita obligada al gift shop (tremenda la serie del “we can do it” femenino) dieron por terminada la provechosa visita.
El siguiente fue el museo de Historia Natural, otro que, como dije, no tenía pensado visitar, pero me alegro de haber cambiado de opinión, pudiendo así recorrer sus interminables pabellones, atiborrados de todo tipo de animales, minerales, vegetales y demás (sí, no suena muy emocionante puesto así – minerales... - , pero ciertamente está muy bien puesto el lugar.
Destacables: la sección de mamiferos, con su videíto explicativo sobre la evolución (mentira que obviamente no creímos, sabiendo todos que Dios creó el mundo en 6 días) (y no me vengan con eso de las interpretaciones...); la de geografía, con su contador de terremotos y sus gráficos de Pangea (otro verso, bien claro está que el mundo siempre fue así, bien separado en prósperas regiones septentrionales y postergadas australes); la de meteoritos (supuéstamente reales...); insectos (con mariposas vivas revoloteando por ahí; y, la frutilla, una tremenda exposición de fotografías, con imágenes de nitidez impactante y motivos fuera de serie.


Salidos de los museos nos desayunamos de la noticia (bah, nos almorzamos, más acorde con la hora) de que el tiempo había cambiado 180 grados, presentando un cielo de un celeste rabioso acompañado por un sol bastante rabioso, cuyos olvidados rayos hasta llegaron a ponerse molestos con el transcurso del día. Pero, todo a su tiempo, y hablando de almorzarnos, fue momento de clavarnos unos riquísimos y bien autóctonos sandwichs de barbacoa de cerdo (realmente algo a tener en cuenta), y descansar un poco antes de comenzar la segunda parte del día, la visita a los memoriales.
Encontrándonos todavía en el Mall, lo primero que hicimos fue rumbear para el lado del omnipresente obelisco (el monumento a Washington, la edificación más alta de la ciudad, y a la cual ninguna otra tiene permitido superar, tal como pasa con los íconos de varias ciudades de Europa – gracias Grace por el dato - ), para luego doblar a la izquierda y seguir metiéndole pata, llegando, después de pasar por el museo de holocausto (al cual no entramos), a las inmediaciones de la Tidal Basin, un enorme espejo de agua de estilo lagodepalermeano, sobre cuyas costas se encuentran varias de las estructuras que queríamos visitar.
Dicho así parece facil, pero bordear la Basin esa fue para nada moco 'e pavo, pero, apelando a todas nuestras energías turísticas, le dimos duro y logramos alcanzar con éxito inicialmente el Memorial de Jefferson, el tercer presidente, de preponderante labor en la redacción de la Declaración de la Independencia, cuya imponente escultura metálica de color negro se destaca solitaria en el centro de un edificio que sería de estilo panteónico (espero se entienda), pero con una buena serie de escaleras en su acceso principal.
El siguiente, de más está decir, ubicado a una buena caminata perimetrando el laguito, fue el Memorial de Franklin D. Roosevelt, cuya estructura, completamente diferente al anterior, se extiende por un amplio espacio transitable, sembrado de piedras, estatuas y paredes, sobre las cuales se encuentran escritas una multitud de frases estimo atribuíbles al mentado presidente, responsible de hitos tan significativos como controversiales de la historia, como la autorización del uso de las bombas atómicas, y la implementación de las ideas Keynesianas en el New Deal. Ah, también hay una estatua de Eleanor, su jermu, que fue delegada en las Naciones Unidas (al igual que lo fue Claire durante la presidencia de Francis...).
A continuación, y ya bastante fatigados y hasta molestos por la acción del dorado astro sobre nuestra desacostumbrada piel, continuamos la travesía pasando por el más que original Memorial de Martin Luther King Jr, supuestamente ubicado en el lugar donde pronunció su famoso discurso alegando que tenía ganas de dormir. En cuanto a la originalidad, me refiero a que se trata de su enorme figura emergiendo de un pedazo de piedra, la cual a su vez se encuentra algunos metros por delante de dos pedazos de piedra de mayor tamaño, sugiriendo que la primera salió de allí, y presentando esta última la frase “Una piedra de esperanza que sale de una montaña de desesperanza”.
Ya memorializados hasta la coronilla, abandonamos el área de la Tidal Basin para ingresar en el playón central que se encuentra frente al obelisco, en el cual supuéstamente tendría que estar ese piletón gigantesco lleno de agua sobre la que caminó Forest para encontrarse con Jenny, pero que lamentáblemente estaba vacío debido a algún mantenimiento, lo que nos entristeció bastante, pero al menos se compensó con el hallazgo de un trío de arboles de cerezo florecidos, cada uno de un tono distinto. Allí, luego de caminar algunos metros y rozar el Memorial de los veteranos de la guerra de korea, con sus plateadas estatuas de soldados, logramos por fin alcanzar el más reconocido y visitado de los memoriales, el de Abraham Lincoln, cuya rectángular y partenónica estructura externa, a la cual se accede después de vulnerar la defensa de varias series de escaleras, alberga la marmórea estatua del barbado presidente, vencedor de la guerra de Secesion y acérrimo defensor de la abolición de la esclavitud.


Fotos tomadas, desde tan privilegiada y elevada posición, al obelisco y alrededores, continuamos con la que sería nuestra última visita, al no tan cercano cementerio de Arlington, al cual arribamos, justo a la hora de su cierre, después de cruzar un interminable puente (tocayo del cementerio, él) . Como dije, el hecho re haber llegado a ese horario nos impidió acceder a las visitas guiadas, y, lo que es más importante aun, a unos carritos que supuestamente te llevan por ahí, así que nos tuvimos que conformar con recorrer algunas calles, tomando la mayor cantidad de fotos posibles a esas famosas lápidas, geométricamente dispuestas de modo que dibujan incontables pasillos entre ellas.
Cumplida la cementeril visita, y, teniendo en cuenta que el contador de pasos daba casi unos jugosos 16 km, no pude resistirme a la firme sugerencia lanzada por Walter de volvernos en taxi, así que frenamos al primer Marroquí que encontramos, y GPS mediante emprendimos el regreso al hotel. El mismo, creo que gracias a la pericia distractiva de nuestro nuevo amigo de submediterráneo origen, tengo la impresión que fue un poco más largo de lo que debía haber sido, pero al menos incluyó una bordeada al Pentágono, justo cerca del ala sobre la que cayó el avión “terrorista” (lástima que la foto salió para el culo”). También, de yapa, me pude cagar un poco de risa escuchando como el chofer, al cual le entendía más el franchute que el inglés (y no lo digo por mi nivel galo, sino por su bajo nivel sajón), me decía que Walter tenía “don de gentes”, sólo porque le hizo un comentario sobre su religión (era musulmán el flaco...).


Llegados al hotel, descanso mediante, de repente noté que un asunto me carcomía la conciencia, y tenía que ver con el asunto ese del trote, así que, convenciéndome de que era necesario tener una postal nocturna de la ciudad, y con el aporte de energía adicional proveído por ese shock adrenalínico que al menos en mi caso produce el turismo (y, por si no lo saben, la adrenalina, entre otras acciones, es conocida por sus efectos de preparación del organismo para la función de alerta y respuesta motora automática, pero en ningún caso se caracteriza por beneficiar la acción neuronal...), salí a las calles sin mayores previsiones, con la vaga idea de “chusmear un poco”.
Obviamente mi primer blanco fue justamente la casa de dicho color, donde tomé un par de fotos y decidí salir, tomando hacia la derecha una calle desconocida hasta el momento, en la cual descubrí el interesantísimo edificio de las oficinas del poder ejecutivo. A continuación pasé por un gran parque ubicado detrás de la casa blanca, llamado The Elipse, en el cual al parecer en épocas navideñas arman el arbolito (adjunto foto), para después pasar, después de un par de fotos con el obelisco nocturno de fondo, por otra novedad, el Memorial de la Segunda Guerra Mundial, ubicado entre este último y el de Lincoln.
Guiado por el ya mencionado exceso energético, decidí continuar, repitiendo el recorrido diurno, encarando para el Tidal y el monumento a Jefferson, en el cual, afortunadamente, además de una solitaria moto estacionada en las escalinatas, no había un alma, así que aproveché para realizar un par de limpias tomas, sacando provecho también de las luces que hacían que la estatua fuera aún más visible que durante el día.
Salí de ahí bien pipón continuando el sendero que rodea el lago, cuando de repente pasó lo que tenía que pasar, se largó una copiosa e insistente lluvia (para hablar con un poco más de propiedad, en realidad fue de la concha de la lora) que no se dignó a menguar ni cuando atravesé los memoriales de Roosevelt, Luther King, corea, ni mucho menos en el de Lincoln, donde al menos pude guarecerme un poco, mientras tomaba algunas fotos y planificaba el siguiente recorrido.
Y, ya que en comparación con las corridas en la nieve la lluvia realmente parecía juego de niños (en realidad mi mayor preocupación no era la pesca de un eventual resfrío, sino la salud de mi flamante teléfono, el cual me encargaba de arroparlo con esmero en el brazalete después de cada sacada para tomar un foto), y ya que estaba ahí, empapado, y nada había que hacer al respecto, decidí que lo mejor era pegarme una vueltita por un barrio muy mencionado en las guías de la competencia, llamado Dupont Circle, que se encontraba a no muchas cuadras. Lamentáblemente dicho esfuerzo final no valió la pena (bah, al menos pasé por el Memorial de Vietnam), tratándose de una zona para nada especial, con un par de casas lindas, algunas embajadas, y no más que un bar irlandés. (por eso insisto tanto en que no confíen en esas basuras, y se entreguen totalmente a los consejos de Chupala.
Extenuado (porque al final sumé un poco más de una decena de kms, y bajo la lluvia...) (pongo foto del cuentapasos, que parece funciona bien el guacho) recorrí las últimas cuadras que me separaban del anhelado District Hotel, en el cual me esperaban, previo al reparador descanso, una cena suculenta y un baño calentito.
Como comentario final, creo que este segundo día mejoró muchísimo mi visión sobre esta magnífica ciudad, para nada parecida a las anteriores, la cual, al igual que algunas de las grandes capitales Europeas, fue diseñada (en el caso de estas últimas, más que diseño fue rediseño después de las guerras) para impresionar, con sus grandes avenidas, sus diagonales, y sus edificaciones colosales. Se le suma también, como rareza para una gran urbe estadounidense, la bajísima densidad de locales comerciales.


PD: parece que al shock de energía se le fue la mano esta vez, porque son ya las 2 de la matina, y estoy como una lechuga (juro que no tomé nada raro) (bah, algunos maratonistas hablan de un supuesto “runners high”, pero quien mierda les presta atención, ser maratonista implica desde, el vamos, daño cerebral).

PD2: Por suerte mañana voy a poder dormir en el micro camino a NY. Me voy a armar la valija, chau.













































































































































2 comentarios: