Arrancamos
la jornada poniendo el despertador, no esta vez con miras a un viaje,
sino con la idea de sacarle bien el jugo al desayuno del hotel, en el
cual, además de reencontrarnos con la practiquísima máquina de
waffles, también tuvimos la oportunidad de conocer una práctica
guillotina para rosquillas, indispensable para el correcto condimento
de la tan típica especialidad culinaria norteamericana...
Cargada
entonces la mochila con los indispinsables víveres, y alivianada
nuestra indumentaria gracias al súbito incremento de la temperatura,
salimos a la calle encarando nuevamente para el National Mall, con el
objetivo fijo en visitar algunos de los museos smithsonianos que nos
faltaban. Es cierto que la impresión que me había llevado de los
establecimientos apellidados como Anibal de Brigada A no auguraba una
visita para el día de la fecha; pero las conversaciones mantenidas
con mis informantes y la arremetida de una molesta lluvia que fue in
crescendo a medida que avanzábamos con la caminata (lo que nos
obligó a cambiarnos a mitad de camino, y eso que Walter llevaba
paraguas, cosa que mi religión no me permite; y a meternos en un par
de tiendas de souvenirs); torcieron mi parecer. Y, la verdad, creo
que pocas veces agradeceré tanto una lluvia (bue, y también, o
tampoco, los consejos).
El
primero en el cual posamos nuestros pies; después de cruzarnos en el
camino con el primer arbol de cerezos (o Sakura, porque en realidad
fueron donados por los ponjas en 1912) florecido (cosa que según
había calculado pasaría en toda la ciudad para esta época,
donándole su glamoroso color rosa a todas las avenidas y parques,
pero que lamentáblemente no se dió a causa del tardío frío) (y
bue, qué querés? nieve y Sakuras florecidos a la vez pibe?) (Sí,
devuélvanme mi dinero, yanquees de mierda); fue el museo de
Historia Americana, emplazado en un edificio que para nada llamaba la
atención, lo que incrementaba mi prejuicioso desprecio por el
material allí expuesto. Pocos minutos después me regocijaba en mi
error; sorprendiéndome gratamente con las exposiciones de cine,
transporte, inventos (con muchos datos interesantes de Edison, y algo
de Tesla); y fundamentálmente con la sección de historia de la
guerra, la cual, más allá del exagerado patrioterismo bélico de
estos tipos (la frase “the price of freedom” es más que
elocuente...), realmente logró emocionarme (lo que ilustra que,
además de puto, me estoy volviendo un viejo sentimentaloide; o tal
vez tenga un tumor...), arrancando desde la independencia y la guerra
civil, para pasar por las guerras mundiales, la guerra fría, y
terminar con el atentado a las torres. La exposición de una bandera
gigantesca (cuya visión al parecer inspiró al creador del himno) y
la visita obligada al gift shop (tremenda la serie del “we can do
it” femenino) dieron por terminada la provechosa visita.
El
siguiente fue el museo de Historia Natural, otro que, como dije, no
tenía pensado visitar, pero me alegro de haber cambiado de opinión,
pudiendo así recorrer sus interminables pabellones, atiborrados de
todo tipo de animales, minerales, vegetales y demás (sí, no suena
muy emocionante puesto así – minerales... - , pero ciertamente
está muy bien puesto el lugar.
Destacables:
la sección de mamiferos, con su videíto explicativo sobre la
evolución (mentira que obviamente no creímos, sabiendo todos que
Dios creó el mundo en 6 días) (y no me vengan con eso de las
interpretaciones...); la de geografía, con su contador de terremotos
y sus gráficos de Pangea (otro verso, bien claro está que el mundo
siempre fue así, bien separado en prósperas regiones
septentrionales y postergadas australes); la de meteoritos
(supuéstamente reales...); insectos (con mariposas vivas
revoloteando por ahí; y, la frutilla, una tremenda exposición de
fotografías, con imágenes de nitidez impactante y motivos fuera de
serie.
Salidos
de los museos nos desayunamos de la noticia (bah, nos almorzamos, más
acorde con la hora) de que el tiempo había cambiado 180 grados,
presentando un cielo de un celeste rabioso acompañado por un sol
bastante rabioso, cuyos olvidados rayos hasta llegaron a ponerse
molestos con el transcurso del día. Pero, todo a su tiempo, y
hablando de almorzarnos, fue momento de clavarnos unos riquísimos y
bien autóctonos sandwichs de barbacoa de cerdo (realmente algo a
tener en cuenta), y descansar un poco antes de comenzar la segunda
parte del día, la visita a los memoriales.
Encontrándonos
todavía en el Mall, lo primero que hicimos fue rumbear para el lado
del omnipresente obelisco (el monumento a Washington, la edificación
más alta de la ciudad, y a la cual ninguna otra tiene permitido
superar, tal como pasa con los íconos de varias ciudades de Europa –
gracias Grace por el dato - ), para luego doblar a la izquierda y
seguir metiéndole pata, llegando, después de pasar por el museo de
holocausto (al cual no entramos), a las inmediaciones de la Tidal
Basin, un enorme espejo de agua de estilo lagodepalermeano, sobre
cuyas costas se encuentran varias de las estructuras que queríamos
visitar.
Dicho
así parece facil, pero bordear la Basin esa fue para nada moco 'e
pavo, pero, apelando a todas nuestras energías turísticas, le dimos
duro y logramos alcanzar con éxito inicialmente el Memorial de
Jefferson, el tercer presidente, de preponderante labor en la
redacción de la Declaración de la Independencia, cuya imponente
escultura metálica de color negro se destaca solitaria en el centro
de un edificio que sería de estilo panteónico (espero se entienda),
pero con una buena serie de escaleras en su acceso principal.
El
siguiente, de más está decir, ubicado a una buena caminata
perimetrando el laguito, fue el Memorial de Franklin D. Roosevelt,
cuya estructura, completamente diferente al anterior, se extiende
por un amplio espacio transitable, sembrado de piedras, estatuas y
paredes, sobre las cuales se encuentran escritas una multitud de
frases estimo atribuíbles al mentado presidente, responsible de
hitos tan significativos como controversiales de la historia, como la
autorización del uso de las bombas atómicas, y la implementación
de las ideas Keynesianas en el New Deal. Ah, también hay una estatua
de Eleanor, su jermu, que fue delegada en las Naciones Unidas (al
igual que lo fue Claire durante la presidencia de Francis...).
A
continuación, y ya bastante fatigados y hasta molestos por la acción
del dorado astro sobre nuestra desacostumbrada piel, continuamos la
travesía pasando por el más que original Memorial de Martin Luther
King Jr, supuestamente ubicado en el lugar donde pronunció su famoso
discurso alegando que tenía ganas de dormir. En cuanto a la
originalidad, me refiero a que se trata de su enorme figura
emergiendo de un pedazo de piedra, la cual a su vez se encuentra
algunos metros por delante de dos pedazos de piedra de mayor tamaño,
sugiriendo que la primera salió de allí, y presentando esta última
la frase “Una piedra de esperanza que sale de una montaña de
desesperanza”.
Ya
memorializados hasta la coronilla, abandonamos el área de la Tidal
Basin para ingresar en el playón central que se encuentra frente al
obelisco, en el cual supuéstamente tendría que estar ese piletón
gigantesco lleno de agua sobre la que caminó Forest para
encontrarse con Jenny, pero que lamentáblemente estaba vacío debido
a algún mantenimiento, lo que nos entristeció bastante, pero al
menos se compensó con el hallazgo de un trío de arboles de cerezo
florecidos, cada uno de un tono distinto. Allí, luego de caminar
algunos metros y rozar el Memorial de los veteranos de la guerra de
korea, con sus plateadas estatuas de soldados, logramos por fin
alcanzar el más reconocido y visitado de los memoriales, el de
Abraham Lincoln, cuya rectángular y partenónica estructura
externa, a la cual se accede después de vulnerar la defensa de
varias series de escaleras, alberga la marmórea estatua del barbado
presidente, vencedor de la guerra de Secesion y acérrimo defensor de
la abolición de la esclavitud.
Fotos
tomadas, desde tan privilegiada y elevada posición, al obelisco y
alrededores, continuamos con la que sería nuestra última visita, al
no tan cercano cementerio de Arlington, al cual arribamos, justo a la
hora de su cierre, después de cruzar un interminable puente (tocayo
del cementerio, él) . Como dije, el hecho re haber llegado a ese
horario nos impidió acceder a las visitas guiadas, y, lo que es más
importante aun, a unos carritos que supuestamente te llevan por ahí,
así que nos tuvimos que conformar con recorrer algunas calles,
tomando la mayor cantidad de fotos posibles a esas famosas lápidas,
geométricamente dispuestas de modo que dibujan incontables pasillos
entre ellas.
Cumplida
la cementeril visita, y, teniendo en cuenta que el contador de pasos
daba casi unos jugosos 16 km, no pude resistirme a la firme
sugerencia lanzada por Walter de volvernos en taxi, así que frenamos
al primer Marroquí que encontramos, y GPS mediante emprendimos el
regreso al hotel. El mismo, creo que gracias a la pericia distractiva
de nuestro nuevo amigo de submediterráneo origen, tengo la impresión
que fue un poco más largo de lo que debía haber sido, pero al menos
incluyó una bordeada al Pentágono, justo cerca del ala sobre la que
cayó el avión “terrorista” (lástima que la foto salió para el
culo”). También, de yapa, me pude cagar un poco de risa escuchando
como el chofer, al cual le entendía más el franchute que el inglés
(y no lo digo por mi nivel galo, sino por su bajo nivel sajón), me
decía que Walter tenía “don de gentes”, sólo porque le hizo un
comentario sobre su religión (era musulmán el flaco...).
Llegados
al hotel, descanso mediante, de repente noté que un asunto me
carcomía la conciencia, y tenía que ver con el asunto ese del
trote, así que, convenciéndome de que era necesario tener una
postal nocturna de la ciudad, y con el aporte de energía adicional
proveído por ese shock adrenalínico que al menos en mi caso produce
el turismo (y, por si no lo saben, la adrenalina, entre otras
acciones, es conocida por sus efectos de preparación del organismo
para la función de alerta y respuesta motora automática, pero en
ningún caso se caracteriza por beneficiar la acción neuronal...),
salí a las calles sin mayores previsiones, con la vaga idea de
“chusmear un poco”.
Obviamente
mi primer blanco fue justamente la casa de dicho color, donde tomé
un par de fotos y decidí salir, tomando hacia la derecha una calle
desconocida hasta el momento, en la cual descubrí el interesantísimo
edificio de las oficinas del poder ejecutivo. A continuación pasé
por un gran parque ubicado detrás de la casa blanca, llamado The
Elipse, en el cual al parecer en épocas navideñas arman el arbolito
(adjunto foto), para después pasar, después de un par de fotos con
el obelisco nocturno de fondo, por otra novedad, el Memorial de la
Segunda Guerra Mundial, ubicado entre este último y el de Lincoln.
Guiado
por el ya mencionado exceso energético, decidí continuar,
repitiendo el recorrido diurno, encarando para el Tidal y el
monumento a Jefferson, en el cual, afortunadamente, además de una
solitaria moto estacionada en las escalinatas, no había un alma, así
que aproveché para realizar un par de limpias tomas, sacando
provecho también de las luces que hacían que la estatua fuera aún
más visible que durante el día.
Salí
de ahí bien pipón continuando el sendero que rodea el lago, cuando
de repente pasó lo que tenía que pasar, se largó una copiosa e
insistente lluvia (para hablar con un poco más de propiedad, en
realidad fue de la concha de la lora) que no se dignó a menguar ni
cuando atravesé los memoriales de Roosevelt, Luther King, corea, ni
mucho menos en el de Lincoln, donde al menos pude guarecerme un poco,
mientras tomaba algunas fotos y planificaba el siguiente recorrido.
Y,
ya que en comparación con las corridas en la nieve la lluvia
realmente parecía juego de niños (en realidad mi mayor preocupación
no era la pesca de un eventual resfrío, sino la salud de mi flamante
teléfono, el cual me encargaba de arroparlo con esmero en el
brazalete después de cada sacada para tomar un foto), y ya que
estaba ahí, empapado, y nada había que hacer al respecto, decidí
que lo mejor era pegarme una vueltita por un barrio muy mencionado en
las guías de la competencia, llamado Dupont Circle, que se
encontraba a no muchas cuadras. Lamentáblemente dicho esfuerzo final
no valió la pena (bah, al menos pasé por el Memorial de Vietnam),
tratándose de una zona para nada especial, con un par de casas
lindas, algunas embajadas, y no más que un bar irlandés. (por eso
insisto tanto en que no confíen en esas basuras, y se entreguen
totalmente a los consejos de Chupala.
Extenuado
(porque al final sumé un poco más de una decena de kms, y bajo la
lluvia...) (pongo foto del cuentapasos, que parece funciona bien el
guacho) recorrí las últimas cuadras que me separaban del anhelado
District Hotel, en el cual me esperaban, previo al reparador
descanso, una cena suculenta y un baño calentito.
Como
comentario final, creo que este segundo día mejoró muchísimo mi
visión sobre esta magnífica ciudad, para nada parecida a las
anteriores, la cual, al igual que algunas de las grandes capitales
Europeas, fue diseñada (en el caso de estas últimas, más que
diseño fue rediseño después de las guerras) para impresionar, con
sus grandes avenidas, sus diagonales, y sus edificaciones colosales.
Se le suma también, como rareza para una gran urbe estadounidense,
la bajísima densidad de locales comerciales.
PD:
parece que al shock de energía se le fue la mano esta vez, porque
son ya las 2 de la matina, y estoy como una lechuga (juro que no tomé
nada raro) (bah, algunos maratonistas hablan de un supuesto “runners
high”, pero quien mierda les presta atención, ser maratonista
implica desde, el vamos, daño cerebral).
PD2:
Por suerte mañana voy a poder dormir en el micro camino a NY. Me voy
a armar la valija, chau.
Mubueno todo Lonelí
ResponderEliminarPor fin apareció la manga corta!
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