Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

marzo 25, 2015

Día 7 – Último frío?

Siendo la última jornada que pasaríamos en Chicago, me desperté dudando de si seguir cumpliendo o no con la promesa de correr en cada ciudad visitada (que tiene que ver con la creación de un nuevo blog en coautoría con otros viajeros corredores, porque los que estamos al pedo, además de correr, creamos blogs), pero la presión ejercida por los otros miembros del proyecto fue mayor que me vagancia, por lo cual, disfrazado una vez más de corredor (aunque esta vez sin los calzoncillos largos) salí a recorrer inicialmente las frescas pero ya no resbaladizas (gracias a la labor de los aguerridos paleadores de veredas) calles del del esclusivo distrito comercial, para luego dirigirme hacia la zona de la costa de Michigan; la cual alcancé después de cruzar una transitada avenida costanera mediante un tunel de resbaladizas escaleras e inundados pasadizos; donde me encontré con una apacible y solitaria bici/trotesenda, flanqueada de un lado por las agitadas aguas del lago, y por una barrera de nieve por el otro, la cual además de aportar su particular belleza, ayudaba a la experiencia desestresante amortiguando los ruidos de los vehículos.
De más está decir que, más allá del frío, fue un paseo muy gratificante, que me permitió, una vez que llegué a la zona de las playitas, experimentar la extrañísima sensación de trotar sobre nieve que a su vez está posada sobre arena (ahora puedo cancherear el doble, porque ya correr sobre arena es cansador, así que sobre arena y nieve...), y a la vez también me regaló hermosas vistas de la ciudad y sus edificios a medida que me iba alejando (especialmente de la torre Hancock). Tan metido en el verso del corredor ártico llegué a estar, que no paré hasta que el pie se me hundió en la nieve hasta la mitad de la tibia, momento en el cual decidí que el riesgo de lesión era lo suficientemente alto, por lo cual emprendí el regreso, no sin antes sacar un par de fotos locas del paisaje, mis zapas, y un solitario y seguramente muy hambriento pescador.
La vuelta la hice primero por algunas calles que hasta ese momento me eran desconocidas de la Gold Coast (así se llama el barrio), para finalizar trotando glamorosamente por la exclusiva Magnificent Mile.


De vuelta en el hotel, ya reencontrado con Walter (quien me había dejado listo un nutritivo desayuno, mientras se ponía al día con su fb), una duchita rápida y de regreso en las calles, para realizar lo que inicialmente iba a ser un corto paseo (porque la verdad los dos ya veníamos bastante golpeados, y no es para menos, después de las más de 13 km de promedio que venimos caminando por día – dato tirado por una app que acabo de descubrir en el teléfono - ) por la zona del puerto.
Y hasta el tan mentado Navy Pier llegamos, después de caminar algunas cuadras alternando el abrigo de la luz solar y las frías sombras proyectadas por los rascacielos (ah, entramos de pasada en un pet shop bastante interesante, con mil accesorios rarísimos para mascotas), para descubrir que, además de una vuelta al mundo bastante grande, y un complejo comercial con algunos locales piolas; como la cadena Bubba Gump, y otro que era como una fábrica de peluches, en la cual uno compra el muñeco vacío, para después llenarlo y coserlo; la verdad no era gran cosa, así que, después de aprovechar para seguir fotografiando las torres desde las interesantes vistas que nos ofrecía la zona, decidimos ponernos a caminar bordeando el lago en sentido sur, sin destino fijo, pero con la mira en 3 lejanas estructuras, el planetario, el acuario, y el Field Musseum. (ah, nada que ver, pero me estoy olvidando de comentar sobre el omnipresente cartel de “prohibido portar armas”, realmente muy loco, y, en serio, está en la puerta de cada establecimiento...).
Fue así como, después de un larguísimo recorrido por la tranquila costanera; tan generoso en privilegiadas vistas de los rascacielos a la distancia (especialmente la Willis Tower) como en oportunidades para fotografiar a los otros habitantes pertencecientes al reino animal que se nos presentaron, unos ruidosos ganzos, que no se cansaban de caminar de un lado para el otro, dejando en la nieve sus características pisadas; llegamos por fin al denominado Museum Campus (compuesto, al menos, por esas 3 instituciones, donde descansamos unos minutos, sacamos un par de fotos, y decidimos emprender el regreso (sí, tanto esfuerzo sólo para eso, pero no teníamos tiemponi ganas para el planetario, acuario, ni la esxposición de vikingos del museo).


El camino de regreso incluyó interesantes postales; como un extensísimo y solitario (salvo por los ganzos) parque, completamente cubierto de nieve, y casi sin pisadas realizadas, una gigantesca pero lamentablemente apagada fuente (creo que se llama Buckingham, pongo la foto de cómo es en épocas más benignas), y una estatua de Lincoln.
Ya en zonas no tan inhóspitas, como la Michigan sur, tomamos de vuelta un par de fotitos al Art Institute, a una cabeza rarísima que estaba pegada al Bean, y, guiados por nuestro descuidado apetito (eran como las 16 y no habíamos almorzado...), decidimos meternos para el lado del Loop, ya que el mapita nos decía que a pocas cuadras había una supuestamente recomendada casa de Hot Dogs, donde nos clavamos un par de panchos supercondimentados, pero que la verdad no fueron para nada especiales (me quedo mil veces con Peters).


Calmados los estómagos, pero bastante golpeados por el frío que iba ganando la tarde a medida que se nublaba, continuamos con rumbo norte, visitando las pocas casas a las que todavía no habíamos ingresado, como Bloomingdales, con su increíble collección de artículos inaccesibles, y, ya de vuelta en la Michigan Norte, realizamos un largo paseo por una increíblemente extensa casa de muñecas (de tamaño era aproximadamente como Falabella), en la cual se vendían, a precios astronómicos, muñecas personalizables de todo tipo, pudiéndose elegir hasta entre el tipo de nariz, pecas, etc, etc.

Sólo restaba abastecernos de algunos souvenirs antes de retornar cansadísimos al hotel, prestos a descansar antes del madrugón obligado del día siguiente, con miras al viaje hacia la capital.





































































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