Siendo
la última jornada que pasaríamos en Chicago, me desperté dudando
de si seguir cumpliendo o no con la promesa de correr en cada ciudad
visitada (que tiene que ver con la creación de un nuevo blog en
coautoría con otros viajeros corredores, porque los que estamos al
pedo, además de correr, creamos blogs), pero la presión ejercida
por los otros miembros del proyecto fue mayor que me vagancia, por lo
cual, disfrazado una vez más de corredor (aunque esta vez sin los
calzoncillos largos) salí a recorrer inicialmente las frescas pero
ya no resbaladizas (gracias a la labor de los aguerridos paleadores
de veredas) calles del del esclusivo distrito comercial, para luego
dirigirme hacia la zona de la costa de Michigan; la cual alcancé
después de cruzar una transitada avenida costanera mediante un tunel
de resbaladizas escaleras e inundados pasadizos; donde me encontré
con una apacible y solitaria bici/trotesenda, flanqueada de un lado
por las agitadas aguas del lago, y por una barrera de nieve por el
otro, la cual además de aportar su particular belleza, ayudaba a la
experiencia desestresante amortiguando los ruidos de los vehículos.
De
más está decir que, más allá del frío, fue un paseo muy
gratificante, que me permitió, una vez que llegué a la zona de las
playitas, experimentar la extrañísima sensación de trotar sobre
nieve que a su vez está posada sobre arena (ahora puedo cancherear
el doble, porque ya correr sobre arena es cansador, así que sobre
arena y nieve...), y a la vez también me regaló hermosas vistas de
la ciudad y sus edificios a medida que me iba alejando (especialmente
de la torre Hancock). Tan metido en el verso del corredor ártico
llegué a estar, que no paré hasta que el pie se me hundió en la
nieve hasta la mitad de la tibia, momento en el cual decidí que el
riesgo de lesión era lo suficientemente alto, por lo cual emprendí
el regreso, no sin antes sacar un par de fotos locas del paisaje, mis
zapas, y un solitario y seguramente muy hambriento pescador.
La
vuelta la hice primero por algunas calles que hasta ese momento me
eran desconocidas de la Gold Coast (así se llama el barrio), para
finalizar trotando glamorosamente por la exclusiva Magnificent Mile.
De
vuelta en el hotel, ya reencontrado con Walter (quien me había
dejado listo un nutritivo desayuno, mientras se ponía al día con su
fb), una duchita rápida y de regreso en las calles, para realizar lo
que inicialmente iba a ser un corto paseo (porque la verdad los dos
ya veníamos bastante golpeados, y no es para menos, después de las
más de 13 km de promedio que venimos caminando por día – dato
tirado por una app que acabo de descubrir en el teléfono - ) por la
zona del puerto.
Y
hasta el tan mentado Navy Pier llegamos, después de caminar algunas
cuadras alternando el abrigo de la luz solar y las frías sombras
proyectadas por los rascacielos (ah, entramos de pasada en un pet
shop bastante interesante, con mil accesorios rarísimos para
mascotas), para descubrir que, además de una vuelta al mundo
bastante grande, y un complejo comercial con algunos locales piolas;
como la cadena Bubba Gump, y otro que era como una fábrica de
peluches, en la cual uno compra el muñeco vacío, para después
llenarlo y coserlo; la verdad no era gran cosa, así que, después de
aprovechar para seguir fotografiando las torres desde las
interesantes vistas que nos ofrecía la zona, decidimos ponernos a
caminar bordeando el lago en sentido sur, sin destino fijo, pero con
la mira en 3 lejanas estructuras, el planetario, el acuario, y el
Field Musseum. (ah, nada que ver, pero me estoy olvidando de comentar
sobre el omnipresente cartel de “prohibido portar armas”,
realmente muy loco, y, en serio, está en la puerta de cada
establecimiento...).
Fue
así como, después de un larguísimo recorrido por la tranquila
costanera; tan generoso en privilegiadas vistas de los rascacielos a
la distancia (especialmente la Willis Tower) como en oportunidades
para fotografiar a los otros habitantes pertencecientes al reino
animal que se nos presentaron, unos ruidosos ganzos, que no se
cansaban de caminar de un lado para el otro, dejando en la nieve sus
características pisadas; llegamos por fin al denominado Museum
Campus (compuesto, al menos, por esas 3 instituciones, donde
descansamos unos minutos, sacamos un par de fotos, y decidimos
emprender el regreso (sí, tanto esfuerzo sólo para eso, pero no
teníamos tiemponi ganas para el planetario, acuario, ni la
esxposición de vikingos del museo).
El
camino de regreso incluyó interesantes postales; como un extensísimo
y solitario (salvo por los ganzos) parque, completamente cubierto de
nieve, y casi sin pisadas realizadas, una gigantesca pero
lamentablemente apagada fuente (creo que se llama Buckingham, pongo
la foto de cómo es en épocas más benignas), y una estatua de
Lincoln.
Ya
en zonas no tan inhóspitas, como la Michigan sur, tomamos de vuelta
un par de fotitos al Art Institute, a una cabeza rarísima que estaba
pegada al Bean, y, guiados por nuestro descuidado apetito (eran como
las 16 y no habíamos almorzado...), decidimos meternos para el lado
del Loop, ya que el mapita nos decía que a pocas cuadras había una
supuestamente recomendada casa de Hot Dogs, donde nos clavamos un par
de panchos supercondimentados, pero que la verdad no fueron para nada
especiales (me quedo mil veces con Peters).
Calmados
los estómagos, pero bastante golpeados por el frío que iba ganando
la tarde a medida que se nublaba, continuamos con rumbo norte,
visitando las pocas casas a las que todavía no habíamos ingresado,
como Bloomingdales, con su increíble collección de artículos
inaccesibles, y, ya de vuelta en la Michigan Norte, realizamos un
largo paseo por una increíblemente extensa casa de muñecas (de
tamaño era aproximadamente como Falabella), en la cual se vendían,
a precios astronómicos, muñecas personalizables de todo tipo,
pudiéndose elegir hasta entre el tipo de nariz, pecas, etc, etc.
Sólo
restaba abastecernos de algunos souvenirs antes de retornar
cansadísimos al hotel, prestos a descansar antes del madrugón
obligado del día siguiente, con miras al viaje hacia la capital.
Meté un walking tour, rata!
ResponderEliminarSe pierde la magia...
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