Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

marzo 23, 2015

Día 5 – Arquitectour

Desayuno en la habitación mediante (proveído por nuestro supermercado hipster de la vuelta, lo que lo hizo rico en productos orgánicos, como jugos, yogures y frutas), salimos a la calle para toparnos con un cielo completamente nublado, y una temperatura nuevamente inferior a la de congelación del agua (acá lo nomenclan 32 F creo), lo cual hizo que agradeciera otro de los atributos caretas del hotel, la existencia de tasas de café para llevar en la habitación.
Nuestro primer destino, al cual arribamos después de recorrer nuevamente algunas de las hipnóticas cuadras de la Magnificent Mile, era el río Chicago, en el cual abordaríamos un barquito (tipo catamarán) que nos llevaría a realizar un completo recorrido arquitectónico de los alrededores. Antes de proseguir quisiera aclarar que, si normalmente no sé un joraca de nada, mucho menos voy a saber de arquitectura, así que tomen con especial cuidado las mentiras con las que los voy a intentar embaucar a continuación. Hecha la aclaración, continúo con la ilustración de los hechos.
Como les había dicho anteriormente, la cosa estaba bastante fresca, de modo que, a pesar de la insistente sugerencia que los arremolinados copos de nieve que caían sobre mi gorrito parecían hacerme para que realizara el recorrido en la cabina cerrada del barco (ubicada en lo que sería la planta baja) (se nota que tampoco sé nada de barcos, no?) (qué sé yo, tal vez tenga un nombre especial, como puente bajo, etc...), decidí que los más de 30 verdes invertidos bien valían el sacrificio del frío extra para poder ver bien los edificios (Walter, por su parte, no entendiendo casi un joraca de la lengua shakespiereana, se decidió por el lado de la comodidad). Así que, en estado de tiritada contínua, soporté estóicamente la casi horita y media que duró el interesante recorrido, durante el cual la guía nos atosigó con infinidad de nombres de arquitectos rarísimos (no me pidan que me los acuerde, eran rarísimos), datos de altura y millas cuadradas de todos y cada uno de los rascacielos, las empresas que los encargaron, su costo, etc, etc, etc. Lo pongo así, como si hubiese sido tedioso, pero la verdad, fue muy interesante, especialmente el aprender sobre los distintos estilos (art-deco, postmodernismo, neogótico, etc), y los datos históricos sobre el incendio de 1871 (o por ahí), y de cómo los chicagueanos se recuperaron atrayendo arquitectos ambiciosos de todo el mundo que venían en busca de gloria.
Particularmente me llamó la atención un dato muy curioso, al parecer, en la época del incendio, el río estaba tan contaminado que también se prendió fuego... sí... pero lo más loco es lo que hicieron para solucionar el problema. Como en realidad lo que les molestaba era que el río fluía hacia el lago Michigan, desde donde la ciudad se nutre de agua potable, se les ocurrió que para arreglar todo lo único que tenían que hacer era revertir el curso del río, y fué así como, mediante una serie de canales, lograron desviarlo, haciendo que, después de una serie de fusiones con otros ríos, toda su mierda terminara en el Golfo de México. Capos. Lo que no me quedó claro es cómo carajo mantenían el nivel del lago, así que se lo pregunté a la guía, y su respuesta fue mostrarme una represa que sirve de separación entre dicho espejo de agua y el río, lo cual de todos modos no despejó mucho mis dudas (tampoco entiendo un carajo de hidrodinámica, o como carajo se llame lo que estudia eso), pero no me dió para repreguntar. Otras cosas que llamaron mi atención, la presencia de un para de campamentos de homeless a orillas del río (ya hablaré de esto en otra entrega, porque es sorprendente la cantiadad que hay en la ciudad, y aún más sorprendente el cómo sobreviven, porque el frío realmente es insoportable); y el descubrimiento de un yatecito llamado “Summer of George”, seguramente basándose en un memorable capítulo de Seinfeld (el que lo vió sabrá a lo que me refiero, el que no, que la chupe!).


Terminado el aleccionador paseo, agradecí fervorosamente la posibilidad de volver a poner mis pies en movimiento, ya que la con estaticidad sobre el barco había llegado a tener un dolor insoportable en los casi congelados dedos de mis pies, y continuamos el itinerario cruzando el puente de la avenida Michigan (siendo el río tan angosto, prácticamente hay un puente por cada calle, lo que es muy bueno para el tránsito, pero lo que se reciente es la belleza, porque la verdad es que son más feos que los puentes de la Boca), dirigiéndonos hacia el Millenium Park, lugar en el cual se emplaza la Cloud Gate, o The Bean, para los amigos (el otro es el nombre verdadero, que no usa nadie), estructura metálica icónica de la ciudad, apodada de esa manera a causa de su similitud con un poroto o una habichuela.
Lamentablemente había mucha gente pululando por doquier, de modo que no pudimos sacar buenas fotos de su característica superficie exterior super reflectiva, por lo cual decidimos seguir adelante, topándonos a los pocos metros con la granítica imponencia del Chicago Art Institute, un seguramente muy interesante museo, especialmente debido a su importante colección de pinturas impresionistan, pero que de todas formas no logró convencernos de visitar más que su tienda de souvenirs, en la cual debo decir que permanecimos largo rato, tentándonos con su interesantísimo material, y recuperando un poco de calor.


Y hablando de calor, las horas habían transcurrido con velocidad, llegando a sonar casi las 16, así que decidimos que no podíamos posponer más el ya ancianísimo almuerzo, y aprovechamos la oportunidad para probar uno de los lugares más promocionados en todas las guías de la ciudad, Giordano's, una famosa pizzería que se especializa en una renombrada (por ellos) pizza rellena (bah, ellos le dicen “stuffed”, yo no sé como traducirlo de otra manera). Lo cierto es que, después de esperar los 40 minutos que, según ya se avisa en la carta, tarda en hacerse la pizza, lo que recibimos no es mucho más que una tarta, con masa pastafrolesca y todo, y que en realidad no es rellena, sino simplemente con el queso, la salsa, y lo que uno quiera ponerle, en su interior, pero sin cobertura. No les voy a decir que no es rica, porque la verdad es que estuvo muy aceptable, pero lo cierto es que, y eso que no suelo hacer autobombo, no hay pizza como en Argentina.


Doblemente calóricamente cargados, caminamos media cuadrita desde la peluquéricamente llamada pizzería hasta posarnos en la base del rascacielos más alto de la ciudad (y creo que de todos los EEUU), la Willis Tower (anteriormente llamada Sears Tower), en cuya cima se encuentra el famoso Skydeck, una especie de balcones de vidrio que permiten (si uno vence el cagaso) observar el vacio por debajo de nuestros pies, a unos 104 pisos de altura. Por suerte, el valor de la entrada también incluye la posibilidad de observar una interesante peliculita que habla de la historia de la construcción de los rascacielos de la ciudad, y los compara con el resto de los edificios del mundo (en la actualidad le ganan uno en taiwan, y creo que las petronas de Kuala Lumpur y el Burj Califa de Duvai, pero también hablaron de la construcción de unos monstruos del doble de altura, todo por esos países locos de oriente). (Ah, en las guías se habla mucho de un rascacielos que está en construcción en Chicago, de un arquitecto Español, creo que es el mismo que hizo en Buenos Aires el puente de la mujer, un tal Santiago Cometravas, digo, Calatrava, pero hay que aclarar que al parecer ese proyecto está paradísimo, porque afuera de las guías, en ningún lado se lo menciona.
Bueno, como no podía ser de otra manera siendo un día nublado, una vez que subimos (ah, el ascensor está bastante copado, y, si bien no es tan rápido como el de la torre Hancock, que ya que estamos es el segundo más rápido del mundo, compensa con un sistema de grafiquitos que van ilustrando hasta la altura de qué monumento uno va ascendiendo en cada momento, arrancando creo que por el coliseo, para pasar por las pirámides, la torre Eiffel y muchas más, hasta terminar pasándole el trapo al Empire State) (parece que hay bastante pica con NY), nos topamos con la deprimente noticia de que la visibilidad estaba notablemente disminuída, pero eso no impidió que disfrutáramos del momento, y que, después de hacer una cola considerable, pudiéramos sacar las fotos de rigor en los balcones de vidrio.



De nuevo en la superficie, y luego de cruzar el extensísimo gift shop de la torre, salimos a la hostil realidad, que nos esperaba con un frío viento que parecía comandar los copos de nieve de modo que se estrellaran diréctamente en mis globos oculares (esa se la robé a uno de los hijos de Flanders), y todo el combo se completaba con la incipiente oscuridad que anuncia la llegada de la noche, de modo que, después de pasar por el extrañísimo edificio de la Ópera (creo que tiene un rascacielos arriba), y darle una segunda oportunidad a las fotos del Bean (el cual lamentablemente seguía con bastantes visitantes), concodamos en que se había hecho la hora de regresar a nuestro glamoroso barrio, para el merecido descanso de la jornada.    
    











































































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