Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

marzo 25, 2015

Día 8 - Arriving to Abreu's first name

Tal como lo había anticipado, arrancamos tempranísimo para esta vez no tener problemas, como había sucedido con el vuelo anterior. De nuevo, la verdad no recuerdo (en condiciones normales mi memoria no llega a una semana atrás – por eso escribo los viajes - , así que es obvio que no me voy a acordar de un pasaje que saqué hace meses) cual habrá sido el motivo por el cual elegií voluntariamente semejante martirio, pero lo cierto es que eran las 3 de la mañana y estabamos desayunando, esperando la llegada del taxi que nos llevaría por segunda vez hasta el aeropuerto O'Hare. La elección del tacho como medio de locomoción se basó principalmente en la fundada inquietud de Walter sobre la periodicidad del subte a esa hora, y también en que, a causa de que la temperatura había subido un poco, lo que en las condiciones anteriores hubiese sido una tranquila nevadita se había convertido en una molesta lluvia, y eso hubiese molestado en gran manera la parte de caminata obligatoria hasta alcanzar el subte.
De ese modo, en pocos minutos (y por no tanta plata como creíamos, lo que marca lo caro que es el tansporte masivo en relación al taxi) nos encontrábamos haciendo el check in (bah, esperando a que se abriera la cola para hacer el check in, porque llegamos tempranísimo...).
(pensándolo bien, más allá de que no lo recuerde, calculo tener la respuesta: seguramente guiado por mis instintos ratoneriles, saqué este vuelo lowcost, cuya accesible tarifa – apenas superior que la del taxi hasta el aeropuerto – presenta la desventaja de tener una escala, y, lo más triste es que en realidad la escala se trata de una idea a Boston, desde donde venimos, para esperar una horita ahí, y recién salir para Washington, llegando al mediodía. Corolario: si no sacaba a las 6 am, perdíamos casi todo el día en vuelos...).


Tuvimos la suerte de, vaya a saberse por qué razón, que nos dieran para el primer vuelo unos asientos con espacio bonificado (se llaman “even more” en Jet Blue), así que casi se podría decir que lo disfrutamos; y siendo el segundo vuelo tan corto, tampoco tuvimos tiempo para sufrirlo, así que en un tris tras ya estábamos en Ronald Reagan, el aeropuerto de la ciudad de Washington. La conexión con el hotel la realizamos subte mediante, debiendo lidiar inicialmente con la más inentendible máquina expendedora de tickets, y después con la escasa señalización de las lúgubres y para nada modernas estaciones de la mentada urbe.
Obviamente también se requirió un pequeña (bah, no tanto) etapa de caminata valijeril, la cual al menos sirvió para comprobar la primer diferencia entre la capital y las otras ciudades visitadas, relacionada con la altura de los edificios, no pareciendo ninguno superar los 10 pisos.
Lamentablemente, una vez en el hospedaje, ubicado en una tranquila localidad residencial (lo que quiere decir que no hay un local comercial a varios metros a la redonda), parece que al conserje se le había olvidado sacarse la gorra, porque no tuvo ningún miramiento en jugar la carta de “todavía no son las 15 hs, así que no les puedo dar su habitación”, obligándonos a salir nuevamente sin descansar, pero al menos pudiendo dejar allí nuestros bártulos.


Sin rumbo definido partimos entonces, con la idea de hacer un poco de tiempo antes del check in, pero, el vislumbrar un atisbo de la Casa Blanca, escondida al fondo de una avenida finísima y superpoblada de embajadas y otros edificios importantes, desató una nueva y desgantante maratón turística.
Después de visitar la paradójicamente albina morada del negro Obama (y de los queridos Francias y Claire, quienes obviamente estuvieron presentes, en forma de ploteado de colectivos), cuya insípida fachada nos defraudó un poco, seguimos el derrotero gasta suelas por las monumentales edificaciones de estilo clásico (como la mayoría de las construcciones que vimos) que alojan al departamento del tesoro, el de justicia y a la aduana, pasando también, ya transitando la pomposa avenida Pennsylvania, primero por la construcción de lo que va a ser un llamativo hotel del pordiosero Trump, la oficina del FBI, y el archivo de los EEUU, con unas estatuas muy locas de tipos domando caballos, y otras de frases copadas.
De ahí nos metimos en el primer museo de la jornada (porque una cosa muy buena de la ciudad es que casi la totalidad de los museos son gratis), siendo precisamente la National Gallery of art, otra monstruosa conjunción de materiales, también de estilo clásico, pero bastante sobrio (pufff, la fruta que estoy mandando... pero bueno, a ver si hay alguno que se acuerde cuáles son los capiteles dóricos, jónicos, o corintos). Allí, además de presentarse la obra de un tano renacentista llamado Piero Di Cosimo, también se exponían infinidad de pinturas, esculturas, y quién sabe qué otras cosas, pero calculo que todas serían de cuatro de copas segundones como el tal Di Cosimo (no tengo que agregar que de arte no cazo un fulbo, aunque me quedé contento porque al menos identifiqué un Rembrandt), y, sea como sea, lo único que me terminó conmoviendo fue el entorno, con las increíbles dimensiones y lujo de los espacios expuestos. Lo que también era enorme era su gift shop, que además contaba con la particularidad de albergar un patio de comidas al peso, en el cual decidimos, siendo más de las 15, recuperar un poco nuestras energías (y además de sorprendernos con su presencia en un museo, también nos sorprendió lo salada de la cuenta... eso me pasa por bajar la guardia creyendo que la comida al peso tiene que ser barata sí o sí, por más mediterránea que sea...).


A la salida casi que nos topamos con el edificio del parlamento, el terminamos fotografiando a la pasada un poco desganados, ya que las obras que le estaban realizando le sacaban bastante glamour, y decidimos seguir de largo para comenzar con la serie de los museos Smithsonianos, de los cuales no tengo idea quien será el Smith que inspira sus nombres, pero sí puedo decirles que se tratan todos de edificios imponentes, cada uno con su particular estilo, y, como había mencionado, gratarola. Por último, la característica más importante de éstos museos, que al menos ya se me había presentado en la galería de arte, y es que todos venden un humo impresionante, propagandeándose a lo loco, para al final ser medios pelos.
Ese fue el caso del primero al que entramos, el museo de los indios, o algo así, otra estructura grandilocuente, con modernísimas formas, para albergar en su interior apenas un par de canoas y otras boludeces.
El segundo, y último del día, ya que a las 17 cierran todos, fue el verdadero fiasco de la jornada, el museo del Aire y el Espacio, hogar de innumerables maquetas, réplicas, o quien sabe si son los originales, de varias aeronaves históricas, desde el Espíritu de San Luis, hasta el Apolo 11. Qué se yo, la verdad no sé lo que esperaba ver, pero lo cierto es que me parceció medio de utilería, y tampoco ayudó para nada que el lugar estuviese plagado de escolares revoloteando por doquier.
Nos quedan por ver el de historia natural (al cual no creo que vaya, fuí el año pasado al de La Plata...), el del holocausto (el de Berlín debe ser mejor), y el de historia americana (a quién le importan estos yanquees?), así todavía resta decidir si los meteremos entre nuestro recorrido de memoriales de mañana.


Para ir terminando lo larguísima jornada, seguimos la caminata dirigiéndonos hacia el monumento a George Washington; ese inconfundible obebelisco ubicado en el otro extremo del National Mall, justo detrás de la Casa Blanca, y entre el Parlamento y el Memorial de Lincoln; donde, no pudiendo subir a causa de la hora (y de que parece que hay que hacer una cola bastante larga de madrugada para conseguir entrada), al menos nos sacamos un par de fotos antes de emprender la retirada hacia el hotel, prácticamente esquivando la enorme cantidad de corcochos trotadores (lo que terminó de sacarme las ganas de trotar, al menos hoy), tarea que nos costó bastante más de la que creía, probablemente por las escasas horas de sueño (me sigo sacando el sombrero ante la resistencia de Walter, creo que voy a tener que terminar aceptando que esas cremas Goicoechea que trajo, y tanto putié, tienen algún efecto positivo...).
Una vez allí, efectuado con éxito el check in, fue momento de descansar y disfrutar de los pocos ratos en que tengo uso del control para ver algún capítulo de Seinfeld, bálsamo reparador entre la inacabable serie de telenovelas mexicanas de las cuales Walter ya se hizo dependiente (con nombres como “Hasta el fin del mundo”, “Que te perdone Dios”, “Yo te amo, mi amor”, y ”No sé qué otra mierda” - bue, ese no es el nombre verdadero, pero... - ).



























































2 comentarios:

  1. Qué barbaros los relatos tan detallados!y el aguante de Cris sobretodo después del madrugon!Mas livianos de ropa! En NY vas a tenerbuenos museos!Gugenheim,Moma,etc.
    Lindisimo todo!!!
    BESOS!!!Ana

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