Agridulce
fue nuestra sorpresa al comprobar, después de abrir las cortinas,
que la ciudad estaba siendo afectada por una intensa nevada, mucho
más fuerte de lo que nos veníamos habituando. Y digo agridulce
porque, si bien realmente es hermoso ver como caen los copos y se
acumulan en esponjosos montículos sobre todas las superficies que
encuentran (no sólo necesariamente las horizontales), el ver que el
termómetro ya se alejaba todavía más del cero para meterse con
fuerza en los negativos, no era algo muy alentador que digamos. De
todos modos, hay que tener en cuenta otra de las cosas buenas del
frío, y es que en cuanto a molestias para el turista de a pie que
debe permanecer al descubierto por grandes intervalos de tiempo,
ciertamente se hace mucho más soportable la nieve que la lluvia.
Desayunamos,
y, con la imagen de la nieve cayendo desde nuestra ventana, nos
preparamos de la mejor manera que pudimos (todo por duplicado, hasta
los guantes en mi caso), y salimos a embestir de lleno contra la
inusual (para nosotros y para la época) tormenta.
Ni
una cuadra habíamos hecho, y mi arrepentimiento por haber decidido
no traer los borceguíes impermeables ya había alcanzado su máxima
expresión, a causa de que la acumulación de hielo semiderretido en
las esquinas era tan alta que superaba la altura de mis simplonas
zapatillas, provocando una constante y para nada placentera fuga de
agua helada que mantenía mis 2 pares de medias en contínuo estado
de congelación. Además, lo resbaladizo de la calzada nos hacía la
marcha bastante difícil, especialmente a Walter, cuyo calzado de
cuero, si bien la protegía bien del frío, para nada la guarecía de
las caídas. No obstante todos esos contrapuntos, decidimos seguir
adelante, visitando los puntos interesantes que se nos iban cruzando
(casi todos eran casas de ropa o accesorios), hasta llegar a un
negocio italiano cuya visita me había sido sugerida por Nurse,
llamado Eataly (juego de palabras entre la pronunciación sajona de
Italia y la descripción de lo que allí se vende, cosas para
morfar).
La
verdad, una cosa de locos, daba ganas de comprar todo, desde los
accesorios de cocina, hasta el frasquito más pedorro de especias
(pasando por pastas, frutas, carnes, quesos, vinos, y hasta cervez
artesanal, todo tano) (bah, también habían ajos argentinos...),
pero 2 cosas atentaron contra eso, una, que la verdad no teníamos
hambre, y la segunda, que era realmente un robo a mano armada (como
casi todo llo gourmet, y casi todo lo que se encuentra cerca de la
magnificent mile), cotizando por ejemplo casi 30 dólares la botella
de Campari.
Una
vez afuera (estuvimos un bueeeeen rato chusmeando), decidimos, en un
arrebato de osadía, intentar darnos una vuelta por e puerto, pero,
después de largos minutos de dificil marcha walteriana por las
resbaladizas veredas (peligro al cual se le suma que en una de sus
manos llevaba permanentemente sacado el celular, para sacar fotos a
cada montículo de nieve, y en la otra un café); decidimos reservar
dicha visita para el día siguiente, conformándonos con realizar una
pasadita por una muy tentadora pochoclería llamada Garrett (también
sugerida por Nursery), en la cual compramos un mix de pochoclo
acaramelado con pochoclo de queso (yo), y sólo acaramelado (Mrs.
Bean).
Felices
ambos con nuestra cerdicompra, acompañé a Walter para que
descansara (y no tentara más su suerte con el hielo) en el hotel,
acto seguido del cual encaré directamente para el lado sur de la
avenida Michigan, con un único objetivo (ya que estaba muy al dope,
y mucho no nos queda nuevo por hacer), volver a ver el Bean, pero
esta vez nevado. Por suerte el espectáculo no me decepcionó, por lo
cual pude pegar la vuelta bastante feliz luego de haber visto la
superreflectiva estructura con su mitad superior cubierta de hielo.
Las vistas de los arboles y las plazas presentando más de 10 cm de
nieve sobre sus superficies también me agradaron bastante, por lo
cual decidí; después de rechequear los exorbitantes precios de
varias tiendas, y de intentar tomar fotos de los rascacielos tapados
por las nubes; que también era momento de pensar en hacer una
pausita, así que regresé al hotel, donde me esperaba una reparadora
duchita, especialmente para mis congelados pies pasados por agua.
Un
rato más tarde, ya repuesto casi por completo, decidí aprovechar la
tarde-noche para hacerme una escapadita (según sugerencia de
Sietecase, quien también tiró la precisa de la cervecería Samuel
Adams) hacia el conurbánico United Center, hogar de los míticos
Chicago Bulls. Me tomó aproximadamente 1 hora llegar a destino
(caminata y combinación de subtes mediante) (ah, ya que estamos
puedo hacer un comentario sobre la impresionante diferencia entre la
manera de acceder a los eventos entre Europa y, al menos, Chicago –
no quiero generalizar -, ya que en el viejo continente la mayoría de
los asistentes llegan usando el transporte público, en cambio acá
viajé casi yo solo, llegando el resto de la gente en su propio
vehículo, lo que obviamente demandó varias manzanas de espacio para
estacionamiento.); y, una vez allí, valiéndome de una aplicación
de mi teléfono Armando Manzanero pude ingresar sin necesidad de
haber impreso la entrada (la cual, dicho sea de paso, acababa de
sacar por internet hacía no mucho más de una hora).
Superadas
las puertas del estadio, ya uno se siente inmerso en el embriagador
mundo del espectáculo ingenierizado por estos yanquis hijosdeputa,
los cuales son sin dudas expertos en el asunto. La edificación es
una cosa de locos, y pareciera haber estado diseñada más orientada
al consumo que a la difusión del deporte, ya que se trata de una
especie de shopping circular, con casas de deporte, restaurantes y
hasta bares de tragos sofisticados, todo rodeando a la cancha y a sus
ingresos, distribuídos en 3 o 4 pisos. Y eso es poco decir si
pensamos en lo que sigue del show, ya que, empezando por la manera de
cantar el himno, para pasar luego por la presentación de los
jugadores, con videos individuales de pedido de palmas (power clap),
y por las porristas, bailarines de rap (de esos que dan giros con la
cabeza apoyada en el piso), la mascota (que clavó la bocha tirando
de espaldas, y desde mitad de cancha...); la cosa se vuelve realmente
emocionante, y eso que yo soy un témpano. Lo únco malo es que
realmente el show fue lo único que me pareció interesante, ya que
el partido (salvo cuando la agarraba un poco el catalán Pau Gasol)
(creí que se iba a ver mal desde mi satúrnica ubicación, pero la
verdad es que no molestó para nada estar tan lejos) fue bastante
aburruido por lo cual casi no le dí bola, preocupándome por el
marcador sólo a causa de una promoción de Mc Donalds que rezaba que
si los Bulls ganaban marcando a menos 100 puntos habría un Big Mac
gratis para todos los portadores de cupones (que creo eramos todos).
Y, con respecto a ese trato, lamentablemente debo decirles que...
todos los jugadores de los bulls esán entongados, porque sino no se
explica lo que pasó sobre el final del partido. Faltaba 1 minuto, y
los Bulls, que venían de dominar todo el encuentro, acababan de
alcanzar su punto 98, quedando a un mísero doble para la activación
de la promoción. Los que saben algo de basquet sabrán que dicho
minuto final siempre se estira como chicle gracias a la utilización
de los tiempos fuera, lográndose una enorme cantidad de puntos
anotados. Bueno, los putos no solo tuvieron 2 tiros libres, los
cuales desaprovecharon tirándola a cualquier lado, sino que también
contaron con la posesión de la bola durante los últimos 20 seundos,
durante las cuales el trolo que la portaba se negó a efectuar el
tiro, quedándose picándola estúpidamente hasta que sonó la
chicharra, sorprendido en medio de un abucheo feroz (impensado en las
épocas de Jordan, Pippen y Kukoc) realizado por parte de toda la
hambrienta afición, que no podía creer en semejante estafa.
Hambriento
y decepcionado (a pesar de la victoria de los Bulls), emprendí la
fría y solitaria retirada, con céntrico destino, siendo el objetivo
clavarme alguna hamburguesa de la competencia, y también descubrir
el aspecto de la Magnificent Mile y sus rascacielos nocturnamente
iluminados, destacándose la cima violeta del “cabeza de cebolla”,
y la cima roja del “gótico”, además de la monstruocidad de la
torre Trump, y la tubularidad de la torre Willis.
Jaja, me imagino 10000 cerdos hambrientos chiflando! Haceles juicio.
ResponderEliminarHubiese sido genial un "destrocemos el lugar" de Serpiente!
EliminarGenial las fotos!!!!!
ResponderEliminarCon Lean nos acordamos que nos contaron que hay un edificio que lo vas a identificar porque tiene su cima con forma de rombo. esa superficie no debería tener nieve acumulada... tiene un sistema de calefacción que derrite la nieve, se supo que un pedazo de hielo cayo sobre un transeúnte provocandole la muerte.... Eso nos contó la guia de Chicago Greeter que nos llevo de paseo por la ciudad.
Otra paseo que estuvo muy lindo, fue visitar oak park un barrio, donde están las primeras casa de arq del Guggeheim, Wrigth.
En la ciudad de Chicago esta la Robie House que se puede visitar.
Perdón mi insistencia arquitectónica, vale la pena, preguntale a Lean que se fumo todo...
Besos a los dos!!!
Que groso Dany! Lo ví tarde el mensaje, igual, viendo el mapa, está bastante alejado el rrioba ese, así que se nos iba a hacer dificil...
ResponderEliminarIgual, a la vuelta organizamos una visita a la casa Curuchet!
no habia alguna entrada mas lejor para el partio de basket? yo pense que estaba lejos, pero viendo tus fotos....que tal el techo?
ResponderEliminarChicago ... en verano es la mejor ciudad de EEUU...
excelentes fotos
abz
pato weisz