Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

marzo 21, 2015

Día 3 - A desasnarse

Ufff, sí que es dura la vida del famoso, respondiendo los interminables mensajes de sus seguidores, y más ahora, con tanta red social dando vueltas... pero bue, es el precio del éxito y los millones... ya va siendo hora de que me contrate un mulo respondedor (que de paso no tenga tantos fallos ortográficos).


Volviendo a lo que nos atañe, descansados y energéticamente cargados en exceso (sumé al menú una especie de avena caliente que estuvo bastante aceptble, y de paso quiero agregar que ya soy un experto en el uso de la waflera...), salimos con un poco de miedo a encarar el que sería nuestro primer día con cielo nublado. Por suerte, o gracias a esas cosas raras de la meteorología y el clima, la cosa estaba bastante más aceptable que las jornadas precedentes, y hasta uno podía pasearse sin necesidad de ponerse el gorro, o protegerse las orejas siquiera (y eso, al menos en mí caso, es algo muy importante, porque dada una característica bastante negativa de mi cabello, el cual se carga electrostáticamente con el solo roce del gorrito, dejándome un peinado tipo Moe durante como mínimo las siguientes 24 horas).
Nuestro destino nos obligaba a atravezar nuevamente el parque municipal, en el cual, una vez más, nos detuvimos para retratar por enésima vez a las compradoras ardillitas (que igual no ligaron un joraca de morfi, y eso que laburaban duro para ganarlo, viniéndose al lado nuestro y parándose como suricatas), así que, realizada dicha tarea, continuamos adentrándonos en varias de las callecitas que había recorrido en mi trote vespertino de la víspera, para llegar finalmente a orillas del río Charles, y donde nos desayunamos de los efectos que una noche fría puede tener sobre un río de 100 metros de ancho (al menos ahí). Y sí, la noche anterior yo había sacado algunas fotos en las cuales se podía ver que apenas las orillas del río esta ban congeladas, pero ahora nos encontramos con que la su totalidad había pasado al estado sólido... cosa de mandinga, o en su defecto, de algún demonio bastante más frío.


Unimos las dos heladas costas valiéndonos del extenso (y por suerte para nada ventoso en ese momento) puente Harvard, y rápidamente nos encontramos con la primer institución educativa a visitar en nuestro itinerario, el renombrado MIT (Instituto de tecnología de Massachusetts), un inmenso conglomerado de edificaciones (no todas necesariamente lindas, pero sí muy limpias y ordenadas ellas), desperdigadas alegremente en medio de dicho sector de la ciudad.
Ya nomás en las calles externas uno se empieza a sentir mucho más pelotudo que de costumbre, lo cual problablemente se deberá a que nos encontramos casi en contacto con una inmensa cantidad de nerds del más alto grado, cuyos coeficientes intelectuales seguramente deban ser el triple que el mío... Por suerte, y para la tranquilidad de mi incontrolable espíritu competitivo, también cuento en mi cerebro con un sector altamente desarrollado, exclusivamente dedicado a modificar la realidad de modo que se camuflen mis mediocridades y pasen a ser atributos ganadores. La cosa es así: obviamente el 99 % de la gente ahí era más inteligente que yo, cosa que normalmente mi cabeza no podría soportar, así que rapidamente contraataca con un feroz “mirá lo feos que son estos hijosdeputa” “encima son todos chinos, o hindúes, así que no cuenta, es como compararse con computadoras, o extraterrestres...”. (es muy bueno el sistema, me ahorra muchas horas de psicólogo, y encima es invencible, ya que siempre se pueden agregar nuevos parámetros: si tiene más facha que uno, seguro juega peor al tennis, o al ping pong, o finalmente al rugby, y listo).
La cosa es que, con solo recorrer unos pocos pasillos uno ya nota la abismal diferencia entre estos tipos y nosotros, ya que, además de la excelencia académica, también se encargan de refregarnos en la cara su tecnología de punta, marketineando lo que hacen gracias a las paredes de vidrio de sus laboratorios. Por suerte, siempre tendremos a mano el argumento de la fealdad y las caras de nerds...


No satisfechos con el pijossi neuronal que veníamos de comernos, decidimos tomarnos un bondi (que nos salió gratis, gracias a los efectos que los encantos de Walter ejercieron sobre el chofer), y, un para de kilómetros más adelante nos estábamos bajando en la coquetísima Harvard Square, la cual, además de seguramente también ser un espacio rebosante de excelencia académica, presentaba la diferencia de ser bastante más linda que el MIT, principalmente gracias a sus numerosas edificaciones de estilo clásico, y a la gran cantidad de iglesias, presentes en todos los estilos, pero todas muy bonitas. Pasamos un buen rato recorriendo el amplísimo lugar, fotografiando algunas de las universidades que nos llamaban la atención, y apenas descansando un poco frente a unos concurridos food trucs, los cuales nos hubiesen tentado si no hubiese sido por la potencia del desayuno.


Ahora sí, ya hastos de estar rodeados de tanta materia gris, decidimos dirigirnos hacia un destino un poco más popular, aunque no por eso menos educativo, la cervecería Samuel Adams, cuyo nombre se inspira en el patriota del tea party. Para llegar allí decidimos originalmente tomarnos un colectivo, el cual creíamos nos acercaría a una parada de subte que teníamos fichada, pero lamentablemente, además del alto costo del pasaje, tomamos un bondi que nos llevó para cualquier lado, en muy corto tiempo, bajándonos de prepo en un barrio bastante marginal, en el cual dejamos bastante sudor frío a causa de que el colectivo inverso tardó bastante en llegar para salvarnos y dejarnos en nuestro punto de partida. Toda esa jodita nos salió 10 verdes (yo no tengo idea de cuanto cuesta el transporte público en baires, pero 2,60 dólares me parece un poco mucho... y más si te equivocás de camino...). Por suerte, al bajarnos encontramos una boca de subte, y de ese modo logramos alcanzar, combinación mediante, los lejanos y populares suburbios que alojan la mencionada cervecería (ah, volviendo al transporte, es muy sorprendente lo sucio que es el subte acá).
Pasando a la cervecería, por fin una institución que imparte conocimientos útiles! Y, más allá de eso, realmente es algo muy recomendable la visita, ya que uno obtiene, sin costo alguno un tour de 1 horita, el cual, además de recorrer las instalaciones y explicar el proceso de producción al detalle, también es pródigo a la hora de la degustación, comprendiendo 3 tipos distintos de riquísimas birras. Y, de nuevo, todo gratarola!


Un poco mareados decidimos emprender la retirada, encarando nuevamente para el centro, buscando el refugio de nuestro hotel (porque ya el frío empezaba a ponerse bravo), pero no sin antes darnos una vueltita por el centro comercial del Prudential Center, una especie de Patio Bulrrich, plagado de locales con precios inaccesibles, pero que al menos tenía una de esas librerías copadas Barnes y Nobles, con infinidad de cosas interesantes para chusmear). Al salir, comprobamos que lo del frío no era joda, ya que se había puesto a nevar de manera tenue pero constante, lo que pudimos evidenciar facilemente gracias a la rápida acumulación de nieve en los techos de los autos estacionados.
Nuestras últimas acciones fueron un par de compras antifrío (Walter le entró a unas calzas térmicas, y yo a unos guantes caretas, que, además de abrigar un poco más que los guantes mágicos que traje de casa, también tienen la capacidad de poder ser utilizados para manejar la pantalla del teléfono, lo cual también suma mucho en cuanto a prevención térmica, ya que no me tengo que sacar más el guante para sacar fotos o mirar el mapa), y una cena fugaz en una especie de centro de fast food cercano al hotel, en el cual devoramos unas suculentos platos orientaloides.


De vuelta al hotel, fue hora de armar las valijas, hacer el check in para el vuelo del día siguiente, y descansar un rato, porque, de yapa, vamos a tener que madrugar.



PD: Mientras escribía me acabo de clavar un capitulazo de División Miami, mueran de envidia!!!!!!! (aguante Sonny Crockett).





























































2 comentarios:

  1. La levadura, la levadura, LCDTM!
    Eso tenés para decir? La birra es rica??? 10000 km al pedo! Los hijosdeputa te mandan a un curso hijodeputa de posgrado de hijodeputas y vos decis que la hijadeputa birra es rica? Robate todo hijodeputa! (Perdón santa madre por el exabrupto)
    Por lo que se ve los tanques estan mucho más prolijos, hace unos años parecía un frigorífico.

    Saludos!

    Ale A.

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  2. Jajajaja, sí, perdón por la pobreza del relato, pero, no sé si es por el frío, el cansancio, o el envejecimiento neuronal; pero lo cierto es que no me dió la nafta como para hacer una descripción como la gente... quedará para más adelante.

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