Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

marzo 19, 2015

Día 1 – Perdón, Federico García!

No me quiero adelantar al relato, pero, a manera de recordatorio, quiero resaltarme a mí mismo la suprema importancia de no andar hablando al pedo tirando cancheramente la frase “el calor es una cagada, yo prefiero el invierno”...


Bueno, sin más rodeos, arrancamos con el primer reporte, que va a ser cortito, principalmente a causa de lo oxidado que estoy. Para los que no lo saben, en esta oportunidad he tenido el honor de ser acompañado por la célebre presencia de Walter, quien seguramente (bah, ya tuve oportunidades varias de comprobarlo) aportará a la experiencia una importante serie de jocosas escenas, condimentadas con l a infaltable cuota de vergüenza ajena y dolores de cabeza por el lado de su privilegiada contraparte...
Con lo último dicho en mente, aproveché las bondades (venidas de Walter, dicho sea de paso) del salón de américan para clavarme unos tragos preventivos, los cuales me predispusieron muy bien para el viaje, que incluyó una cortísima escala en Santiago, y durante el transcurso del cual, además de torrar como un campeón, aproveché para ponerme al día con un par de películas, decepcionándome bastante tano con Interestelar como con Birdman. Al final, para lo único que sirvieron fue para empezar a reflotar mi nivel de inglés, aunque, a uno que tiene acento de Connecticut no le resulta muy facil adaptarse al jeringoso de Mathew Mccornajiu (o como carajo se escriba).
Una vez descendidos del modernoso avión de Lan, que hasta contaba con ventanillas que se oscurecían al tocarlas (sin necesidad de bajar los tapadores de plástico), en el aeropuerto JFK de Nueva York, una sola estación del airtrain fue el corto trayecto que tuvimos que recorrer para ponernos en contacto con nuestro siguiente medio de transporte, un autito alquilado en Hertz, del cual no pongo la marca porque aun no reconozco el logo... además, es algo sin importancia, saber de autos es cosa de negros... Lo realmente importante es que tenía lo que hay que tener en estos casos, caja automática y velocidad crucero, indispensables para poder manejar tranquilo en estas tierras bárbaricas, pudiendo así evitar recibir multas, o problemas con la policía, o al menos disminuir el promedio de ocurrencia de dichos eventos con los que suelo encontrarme cada vez que manejo en el exterior...


Siendo nuestro primer destino la ciudad de Boston, ubicada a unas 250 millas al noreste de NY, hacia allí encaramos, atravesando unas muy prolijas, pero, al menos al principio, bastante generalpazescamente pobladas autopistas, tan generosas en paisajes como en peajes. Entre los paisajes, se alternaban entre grandes y modernas ciudades, apacibles barrios residenciales, e inesperados espacios boscosos nevados (de los cuales walter se encargó de no dejar uno solo sin fotografiar, y eso que fueron más de 4 horas de manejo...). Por suerte pudimos realizar todo el recorrido sin problemas, y eso que, además de ser Walter mi copiloto, no teníamos gps ni internet, pero al parecer las anotaciones que traíamos probaron ser suficientes, confundiéndonos sólo una vez, a un par de cuadras del punto de devolución final del auto, ubicado estratégicamente a pocas cuadras del que sería nuestro primer hogar, el Milner Hotel.


Y gracias a dios que se trataba de unas pocas cuadras, porque el frío que hacía era insoportable (y eso que había sol y eran eso de las 17...), así que, sufriendola bastante, recorrimos valísticamente cargados (ah, Walter ya había empezado a hacer de las suyas, rompiéndose el palo de su valija en el momento justo que la bajamos del auto en Ezeiza...) las 3 cuadras necesarias, y nos fuimos a pegarnos un baño y descansar un rato en el hotel.
Realizado el reposo de rigor luego del combo avión más auto, decidimos salir a echar un vistazo inicial a los barrios cercanos, bordeando primero los nevadísimos parques Boston Common y Public Garden, donde, además de recibir nuevamente una aleccionadora dosis de frío, tuvimos la oportunidad de descubrir que en lugar de palomas estos guachos tienen unas ardillas muy lindas, y encima super amigables, que hasta responden al llamado. Seguidamente, tomamos la chetísima calle Boylston, plagada de tantos locales carelis como de iglesias visualmente atractivas, cada una con un estilo diferente, aunque casi todas construídas en piedra. Pasamos también por las altísimas y modernísimas Hancock Tower y Prudential Center, para llegar finalmente a nuestro primer destino, una tienda Apple, en la cual tenía que retirar un encargo.
Cumplido el mandado (acción que demandó un tiempo considerable, más que nada a causa de que sucumbí a la tentación y vendí mi alma al diablo), decidimos que era tiempo de emprender la retirada, no sin antes hacer una pasadita por nuestro primer supermercado, donde, además de apreciar la increíble variedad de productos ofrecidos, también tuve oportunidad de seguir sorprendiéndome con la caradurez de Walter, quien impunemente probaba aceitunas griegas, y hasta me las ofrecía...



Una vez de vuelta en la calle, a merced del inclemente frío y de un viento hijodemilputas (y suerte que no llueve, porque ahí el adjetivo tendría que ser “genocida” como mínimo) que me hacía rechinar los dientes involuntariamente, nuestra última parada fue un sorpresivamente muy recomendable local de comida rápida mexicana llamado Chipotle, en el cual recuperamos un poco de las calorías perdidas con dos riquísimos tacos, acompañados por una asquerosa root beer (nunca voy a aprender), y cultivados espiritualmente por las citas de Paulo Coelho pintadas en el packaging... Después, solo restó dormir.














 





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