No
me quiero adelantar al relato, pero, a manera de recordatorio, quiero
resaltarme a mí mismo la suprema importancia de no andar hablando al
pedo tirando cancheramente la frase “el calor es una cagada, yo
prefiero el invierno”...
Bueno,
sin más rodeos, arrancamos con el primer reporte, que va a ser
cortito, principalmente a causa de lo oxidado que estoy. Para los que
no lo saben, en esta oportunidad he tenido el honor de ser acompañado
por la célebre presencia de Walter, quien seguramente (bah, ya tuve
oportunidades varias de comprobarlo) aportará a la experiencia una
importante serie de jocosas escenas, condimentadas con l a infaltable
cuota de vergüenza ajena y dolores de cabeza por el lado de su
privilegiada contraparte...
Con
lo último dicho en mente, aproveché las bondades (venidas de
Walter, dicho sea de paso) del salón de américan para clavarme unos
tragos preventivos, los cuales me predispusieron muy bien para el
viaje, que incluyó una cortísima escala en Santiago, y durante el
transcurso del cual, además de torrar como un campeón, aproveché
para ponerme al día con un par de películas, decepcionándome
bastante tano con Interestelar como con Birdman. Al final, para lo
único que sirvieron fue para empezar a reflotar mi nivel de inglés,
aunque, a uno que tiene acento de Connecticut no le resulta muy facil
adaptarse al jeringoso de Mathew Mccornajiu (o como carajo se
escriba).
Una
vez descendidos del modernoso avión de Lan, que hasta contaba con
ventanillas que se oscurecían al tocarlas (sin necesidad de bajar
los tapadores de plástico), en el aeropuerto JFK de Nueva York, una
sola estación del airtrain fue el corto trayecto que tuvimos que
recorrer para ponernos en contacto con nuestro siguiente medio de
transporte, un autito alquilado en Hertz, del cual no pongo la marca
porque aun no reconozco el logo... además, es algo sin importancia,
saber de autos es cosa de negros... Lo realmente importante es que
tenía lo que hay que tener en estos casos, caja automática y
velocidad crucero, indispensables para poder manejar tranquilo en
estas tierras bárbaricas, pudiendo así evitar recibir multas, o
problemas con la policía, o al menos disminuir el promedio de
ocurrencia de dichos eventos con los que suelo encontrarme cada vez
que manejo en el exterior...
Siendo
nuestro primer destino la ciudad de Boston, ubicada a unas 250 millas
al noreste de NY, hacia allí encaramos, atravesando unas muy
prolijas, pero, al menos al principio, bastante generalpazescamente
pobladas autopistas, tan generosas en paisajes como en peajes. Entre
los paisajes, se alternaban entre grandes y modernas ciudades,
apacibles barrios residenciales, e inesperados espacios boscosos
nevados (de los cuales walter se encargó de no dejar uno solo sin
fotografiar, y eso que fueron más de 4 horas de manejo...). Por
suerte pudimos realizar todo el recorrido sin problemas, y eso que,
además de ser Walter mi copiloto, no teníamos gps ni internet, pero
al parecer las anotaciones que traíamos probaron ser suficientes,
confundiéndonos sólo una vez, a un par de cuadras del punto de
devolución final del auto, ubicado estratégicamente a pocas cuadras
del que sería nuestro primer hogar, el Milner Hotel.
Y
gracias a dios que se trataba de unas pocas cuadras, porque el frío
que hacía era insoportable (y eso que había sol y eran eso de las
17...), así que, sufriendola bastante, recorrimos valísticamente
cargados (ah, Walter ya había empezado a hacer de las suyas,
rompiéndose el palo de su valija en el momento justo que la bajamos
del auto en Ezeiza...) las 3 cuadras necesarias, y nos fuimos a
pegarnos un baño y descansar un rato en el hotel.
Realizado
el reposo de rigor luego del combo avión más auto, decidimos salir
a echar un vistazo inicial a los barrios cercanos, bordeando primero
los nevadísimos parques Boston Common y Public Garden, donde, además
de recibir nuevamente una aleccionadora dosis de frío, tuvimos la
oportunidad de descubrir que en lugar de palomas estos guachos tienen
unas ardillas muy lindas, y encima super amigables, que hasta
responden al llamado. Seguidamente, tomamos la chetísima calle
Boylston, plagada de tantos locales carelis como de iglesias
visualmente atractivas, cada una con un estilo diferente, aunque casi
todas construídas en piedra. Pasamos también por las altísimas y
modernísimas Hancock Tower y Prudential Center, para llegar
finalmente a nuestro primer destino, una tienda Apple, en la cual
tenía que retirar un encargo.
Cumplido
el mandado (acción que demandó un tiempo considerable, más que
nada a causa de que sucumbí a la tentación y vendí mi alma al
diablo), decidimos que era tiempo de emprender la retirada, no sin
antes hacer una pasadita por nuestro primer supermercado, donde,
además de apreciar la increíble variedad de productos ofrecidos,
también tuve oportunidad de seguir sorprendiéndome con la caradurez
de Walter, quien impunemente probaba aceitunas griegas, y hasta me
las ofrecía...
Una
vez de vuelta en la calle, a merced del inclemente frío y de un
viento hijodemilputas (y suerte que no llueve, porque ahí el
adjetivo tendría que ser “genocida” como mínimo) que me hacía
rechinar los dientes involuntariamente, nuestra última parada fue un
sorpresivamente muy recomendable local de comida rápida mexicana
llamado Chipotle, en el cual recuperamos un poco de las calorías
perdidas con dos riquísimos tacos, acompañados por una asquerosa
root beer (nunca voy a aprender), y cultivados espiritualmente por
las citas de Paulo Coelho pintadas en el packaging... Después, solo
restó dormir.
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