Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

marzo 22, 2015

Día 4 - Por suerte no hizo honor a su nombre

Mi memoria está cada vez peor, así que no me sorprende no recordar el por qué saqué los pasajes tan temprano; así como tampoco me sorprende descubrirme capaz de hacer semejantes pelotudeces... Como fuera, lo cierto es que como corolario de mi boludez (o probablemente de mi ratonería, pero honestamente no puedo recordarlo), tuvimos que despertarnos a las 4:30, para lograr dejar el hotel a eso de las 5, con destino al aeropuerto bostoniano (se llama Logan).
El medio de transporte elegido fue el subte, al cual accedimos después de caminar unas 3 cuadras, tan desérticas como heladas (las rueditas de las valijas se deslizaban por el hielo en muchos tramos); y, después de un par lentas combinaciones (que encima incluyeron subida y bajada de valijas por escaleras NO mecánicas, lo que en el caso actual es doblemente doloroso para mí, porque se imaginarán que no es Walter quien quien realiza el trabajo pesado), abordamos un trasbordador que nos dejó derechito en la terminal C. El tema fue que, un poco por la lentitud del transporte, y otro tanto por la inmensa cantidad de yanquis que pululaban por doquier a causa del inicio de su Spring Breack, se nos hizo la hora de abordar cuando estábamos haciendo la cola para el equipaje, así que nos tuvieron que sacar por un costado y llevarnos al pique (pasando por unos detectores que parecían el transportador de “La mosca”) hasta la puerta de embarque. Lamentablemente todo ese despliegue terminó siendo al dope, porque, una vez acomodados en el avión, tuvimos que esperar más de una hora para el despegue (durante la cual unos operarios en grúa aprovecharon para derretir la nieve que se había acumulado en el fuselaje.


El viaje se me pasó volando (cuac), principalmente porque caí en un estado de inconciencia (superó ampliamente a lo que se puede llamar sueño) tal, que apenas pude abrir los ojos unos pocos minutos antes del aterrizaje, los cuales al menos me bastaron para poder contemplar desde el cielo la inmensa majestocidad de los grandes lagos, que realmente se asemejan en su extensión al mar).


Arribo así nuestro vuelo entonces al extensísimo aeropuerto O'Hare (tanto que al avion le tomo larguísimos minutos el recorrido que va entre la lejana pista en la que había aterrizado y la manga de abordaje), de la meridional Chicago, ciudad apodada como “la ventosa”. Recuperamos sin problemas el equipaje, y nos metimos rápidamente en el tren que, pasando a ser subte en las inmediaciones del centro de la ciudad, nos depositó a escasas cuadras de nuestro sorprendente nuevo hospedaje.
Digo sorprendente porque, basandome en los precios, este hotel (se llama Rush Hotel) debería tratarse del más flojo del viaje, por lejos, pero, increíblemente terminó siendo una maravilla, no solo por su amplitud y comfort, sino también por su privilegiada ubicación (de acá se puede deducir claramente que no le presto mucha atención a los detalles del armado del viaje). Al parecer, la combinación de tantos atributos positivos ligados a precios tan bajos se debieron a que el hotel se encuentra en obra, ya que planean convertirlo en un Marriot para el año que viene. Como sea, bienvenidos los amplios espacios, el dock para ipad, la tapa de inodoro inercial y las duchas caretas de 20 cm de diámetro!
Y, hablando de ducha, después de darle un prueba a la misma (anduvo bien la guacha), y descansar un poco del cansador viaje, decidimos salir, con la idea inicial de picotear algo, ya que eran casi las 14 y hacía rato que habíamos desayunado. Por suerte nos cruzamos casi inmediatamente con una hamburguesería llamada M Burguer, a la cual decidimos darle una oportunidad, y quiso lo providencia que no nos equivocáramos, pudiendo regocijarnos en la alegría de la ingesta excesiva de grasas de todo tipo (cis, trans, saturadas, insaturadas, y hasta quizás otras nuevas!).


Así potentemente abastecidos, comenzamos a recorrer la supuesta ciudad del viento, apodo que, dicho sea de paso, mucho nos alegró refutar, ya que si encima del frío que hacía, también le agregábamos el viento, creo que no hubiésemos aguantado ni 2 cuadras (además, todos sabemos que en realidad ese mote sólo puede usarlo el Bambino para referirse a las inmediaciones de la cancha de San Lorenzo); eligiéndo un par de calles al azar al principio (gracias a lo cual nos topamos con una hermosa y extraña catedral, con un techo de madera tan llamativo como fuera de lo común).
En cuanto al primer pantallazo de la ciudad, desde el vamos ya se nota que no tiene nada que ver con el carácter europeo de Boston, con mayoría de construcciones bajas, y 2 o 3 torres altas, sino que presenta una mayoría de torres altísimas, empequeñecidas a su vez por rascacielos imponentes, y todos presentan un diseño arquitectónico particular, lo que le da una impronta muy especial al espacio aéreo que uno observa al levantar la mirada, especialmente cuando uno se acerca, como nosotros, a las inmediaciones de la llamada Magnificent Mile, un paseo de compras ultraglamoroso que se extiende por todo el recorrido que hace la avenida Michigan desde que cruza el río hasta que se topa con el lago homónimo.
Durante las largas cuadras que componen dicho paseo, uno no puede evitar experimentar la dicotomía de creérsela por estar en semejante lugar, y a la vez verse como un sorete justamente por lo mismo, especialmente cada vez que uno se codea con chinas o europeas que caminan cargadísimas de bolsas adquiridas en locales a los que uno no se atreve ni a entrar, como Macy's, Bloomingale's, Chanel, Louis Vuitton, etc, etc, etc (a los que igual Walter me obligó a entrar...).
También se encuentra allí la elevadísima torre Hancock (que ahora se llama 360 Chicago, desde cuyo piso 94 uno puede tener una panorámica completa de la ciudad, y de yapa garpar para además tener una experiencia de inclinación de 15 grados al vacío, lo cual me pareció un robo a mano armada, por lo cual desistí, quedándome sólo con la subida a la torre. Ah, también sirve para seguir comprobando lo extenso del lago, cuya orilla externa ni siquiera es visible desde semajante altura.


De nuevo abajo, completamos un lado de la milla, llegando a orillas del lago, donde tomamos algunas fotos mientras nos divertíamos con las piruetas que un perro suicida realizaba metiéndose al agua helada para recuperar los palitos que le tiraban, acto seguido del cual reanudamos nuestro recorrido de la milla, ingresando a diversos destinos comerciales, más para escapar del frío que para disfrutar de la comida; llegando al fin hasta su otro extremo, flanqueado por la torre Trump y el río. Ya cagadísimos de frío, y con las gambas que no daban más, regresamos para el lado del hotel, no sin antes (bah, esto había sido antes clavarnos, a pedido de Walter, un poderosísimo helado de crema con cookies de chocolate y crema batida en un increíblemente tentador local de Hershey's.
En cuanto al regreso al hotel, aprovechamos la cercanía del mismo de un extrañísimo supermercado, un tanto bohemio el mismo, llamado Trader Joe, el cual presenta la particularidad de que todos sus empleados tienen onda hipster, con barba larga y todo, y responden con palabras raras, como “cheers”...; para hacer algunas compras para la cena (flor de emparedados nos mandamos), y de yapa el desayuno de mañana.



Bua, no se si es la levantada a las 4 am, las caminatas interminables (las cuales no sé como carajo está bancando la pobre Walter, quie encima se come constantemente mis regañadas... la verdad, una fiera, y yo estoy restando mal, pero bue, ya compensaré...), o el frío que hace doler hasta la sonrisa, pero lo cierto es que cada vez tengo menos energía para ponerme a escribir algo que mínimamente no sea un rejunte de palabras incoherentes. Si encima sumamos a eso mi tendencia a no revisar casi nunca lo que escribo, se imaginarán que es normal que les esté presentando tan pedorro material...


















































4 comentarios:

  1. Que bueno!aparecio el sol!Cris se banca madrugones y caminatas con frio!los grandes rascacielos se van asemejando a los de una gran ciudad!Disfruten!Besos!Ana

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  2. El Hendricks más tobara que en el Verné.

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    1. Hay que agregarle el tax, pero es cierto, 2 gin tonics del Verne ya pagan la botella!

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