Mi
memoria está cada vez peor, así que no me sorprende no recordar el
por qué saqué los pasajes tan temprano; así como tampoco me
sorprende descubrirme capaz de hacer semejantes pelotudeces... Como
fuera, lo cierto es que como corolario de mi boludez (o probablemente
de mi ratonería, pero honestamente no puedo recordarlo), tuvimos que
despertarnos a las 4:30, para lograr dejar el hotel a eso de las 5,
con destino al aeropuerto bostoniano (se llama Logan).
El
medio de transporte elegido fue el subte, al cual accedimos después
de caminar unas 3 cuadras, tan desérticas como heladas (las rueditas
de las valijas se deslizaban por el hielo en muchos tramos); y,
después de un par lentas combinaciones (que encima incluyeron subida
y bajada de valijas por escaleras NO mecánicas, lo que en el caso
actual es doblemente doloroso para mí, porque se imaginarán que no
es Walter quien quien realiza el trabajo pesado), abordamos un
trasbordador que nos dejó derechito en la terminal C. El tema fue
que, un poco por la lentitud del transporte, y otro tanto por la
inmensa cantidad de yanquis que pululaban por doquier a causa del
inicio de su Spring Breack, se nos hizo la hora de abordar cuando
estábamos haciendo la cola para el equipaje, así que nos tuvieron
que sacar por un costado y llevarnos al pique (pasando por unos
detectores que parecían el transportador de “La mosca”) hasta la
puerta de embarque. Lamentablemente todo ese despliegue terminó
siendo al dope, porque, una vez acomodados en el avión, tuvimos que
esperar más de una hora para el despegue (durante la cual unos
operarios en grúa aprovecharon para derretir la nieve que se había
acumulado en el fuselaje.
El
viaje se me pasó volando (cuac), principalmente porque caí en un
estado de inconciencia (superó ampliamente a lo que se puede llamar
sueño) tal, que apenas pude abrir los ojos unos pocos minutos antes
del aterrizaje, los cuales al menos me bastaron para poder contemplar
desde el cielo la inmensa majestocidad de los grandes lagos, que
realmente se asemejan en su extensión al mar).
Arribo
así nuestro vuelo entonces al extensísimo aeropuerto O'Hare (tanto
que al avion le tomo larguísimos minutos el recorrido que va entre
la lejana pista en la que había aterrizado y la manga de abordaje),
de la meridional Chicago, ciudad apodada como “la ventosa”.
Recuperamos sin problemas el equipaje, y nos metimos rápidamente en
el tren que, pasando a ser subte en las inmediaciones del centro de
la ciudad, nos depositó a escasas cuadras de nuestro sorprendente
nuevo hospedaje.
Digo
sorprendente porque, basandome en los precios, este hotel (se llama
Rush Hotel) debería tratarse del más flojo del viaje, por lejos,
pero, increíblemente terminó siendo una maravilla, no solo por su
amplitud y comfort, sino también por su privilegiada ubicación (de
acá se puede deducir claramente que no le presto mucha atención a
los detalles del armado del viaje). Al parecer, la combinación de
tantos atributos positivos ligados a precios tan bajos se debieron a
que el hotel se encuentra en obra, ya que planean convertirlo en un
Marriot para el año que viene. Como sea, bienvenidos los amplios
espacios, el dock para ipad, la tapa de inodoro inercial y las duchas
caretas de 20 cm de diámetro!
Y,
hablando de ducha, después de darle un prueba a la misma (anduvo
bien la guacha), y descansar un poco del cansador viaje, decidimos
salir, con la idea inicial de picotear algo, ya que eran casi las 14
y hacía rato que habíamos desayunado. Por suerte nos cruzamos casi
inmediatamente con una hamburguesería llamada M Burguer, a la cual
decidimos darle una oportunidad, y quiso lo providencia que no nos
equivocáramos, pudiendo regocijarnos en la alegría de la ingesta
excesiva de grasas de todo tipo (cis, trans, saturadas, insaturadas,
y hasta quizás otras nuevas!).
Así
potentemente abastecidos, comenzamos a recorrer la supuesta ciudad
del viento, apodo que, dicho sea de paso, mucho nos alegró refutar,
ya que si encima del frío que hacía, también le agregábamos el
viento, creo que no hubiésemos aguantado ni 2 cuadras (además,
todos sabemos que en realidad ese mote sólo puede usarlo el Bambino
para referirse a las inmediaciones de la cancha de San Lorenzo);
eligiéndo un par de calles al azar al principio (gracias a lo cual
nos topamos con una hermosa y extraña catedral, con un techo de
madera tan llamativo como fuera de lo común).
En
cuanto al primer pantallazo de la ciudad, desde el vamos ya se nota
que no tiene nada que ver con el carácter europeo de Boston, con
mayoría de construcciones bajas, y 2 o 3 torres altas, sino que
presenta una mayoría de torres altísimas, empequeñecidas a su vez
por rascacielos imponentes, y todos presentan un diseño
arquitectónico particular, lo que le da una impronta muy especial al
espacio aéreo que uno observa al levantar la mirada, especialmente
cuando uno se acerca, como nosotros, a las inmediaciones de la
llamada Magnificent Mile, un paseo de compras ultraglamoroso que se
extiende por todo el recorrido que hace la avenida Michigan desde que
cruza el río hasta que se topa con el lago homónimo.
Durante
las largas cuadras que componen dicho paseo, uno no puede evitar
experimentar la dicotomía de creérsela por estar en semejante
lugar, y a la vez verse como un sorete justamente por lo mismo,
especialmente cada vez que uno se codea con chinas o europeas que
caminan cargadísimas de bolsas adquiridas en locales a los que uno
no se atreve ni a entrar, como Macy's, Bloomingale's, Chanel, Louis
Vuitton, etc, etc, etc (a los que igual Walter me obligó a
entrar...).
También
se encuentra allí la elevadísima torre Hancock (que ahora se llama
360 Chicago, desde cuyo piso 94 uno puede tener una panorámica
completa de la ciudad, y de yapa garpar para además tener una
experiencia de inclinación de 15 grados al vacío, lo cual me
pareció un robo a mano armada, por lo cual desistí, quedándome
sólo con la subida a la torre. Ah, también sirve para seguir
comprobando lo extenso del lago, cuya orilla externa ni siquiera es
visible desde semajante altura.
De
nuevo abajo, completamos un lado de la milla, llegando a orillas del
lago, donde tomamos algunas fotos mientras nos divertíamos con las
piruetas que un perro suicida realizaba metiéndose al agua helada
para recuperar los palitos que le tiraban, acto seguido del cual
reanudamos nuestro recorrido de la milla, ingresando a diversos
destinos comerciales, más para escapar del frío que para disfrutar
de la comida; llegando al fin hasta su otro extremo, flanqueado por
la torre Trump y el río. Ya cagadísimos de frío, y con las gambas
que no daban más, regresamos para el lado del hotel, no sin antes
(bah, esto había sido antes clavarnos, a pedido de Walter, un
poderosísimo helado de crema con cookies de chocolate y crema batida
en un increíblemente tentador local de Hershey's.
En
cuanto al regreso al hotel, aprovechamos la cercanía del mismo de un
extrañísimo supermercado, un tanto bohemio el mismo, llamado Trader
Joe, el cual presenta la particularidad de que todos sus empleados
tienen onda hipster, con barba larga y todo, y responden con palabras
raras, como “cheers”...; para hacer algunas compras para la cena
(flor de emparedados nos mandamos), y de yapa el desayuno de mañana.
Bua,
no se si es la levantada a las 4 am, las caminatas interminables (las
cuales no sé como carajo está bancando la pobre Walter, quie encima
se come constantemente mis regañadas... la verdad, una fiera, y yo
estoy restando mal, pero bue, ya compensaré...), o el frío que hace
doler hasta la sonrisa, pero lo cierto es que cada vez tengo menos
energía para ponerme a escribir algo que mínimamente no sea un
rejunte de palabras incoherentes. Si encima sumamos a eso mi
tendencia a no revisar casi nunca lo que escribo, se imaginarán que
es normal que les esté presentando tan pedorro material...
Que bueno!aparecio el sol!Cris se banca madrugones y caminatas con frio!los grandes rascacielos se van asemejando a los de una gran ciudad!Disfruten!Besos!Ana
ResponderEliminarGracias Ana!!!
EliminarEl Hendricks más tobara que en el Verné.
ResponderEliminarHay que agregarle el tax, pero es cierto, 2 gin tonics del Verne ya pagan la botella!
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