Dejando de lado la molestia que conlleva cualquier baño con duchador de mano que no se puede dejar fijo a la pared, la cosa no fue tan odiosa, ya que por suerte no tuve que estar agachado (solo rozando con mi cabeza el techo), y la temperatura del agua estaba tan buena que en seguida uno se olvida de todas las incomodidades. Y hasta se le toma el gustito a eso de poder estar sentado mientras se ducha. La gran contrapartida es lo empapado que queda el baño después de las duchas, dejándolo prácticamente inutilizable, pero por suerte nos fuimos a desayunar y después al toque vino el servicio de habitación y dejó todo pipí cucú.
Y hablando del desayuno, el cambio de país trajo aparejadas nuevas sorpresas, que si bien todavía no lograron borrar de nuestras nostálgicas cabezas el recuerdo del adorado milkchok, lograron calar hondo en nuestros corazones desayuneros. Yendo a las descripciones, el Rygerfjord (así se llama nuestro barco) no ofrece un desayuno excesivamente variado, pero sí presenta una muy buena calidad en sus productos (salvo en el jugo de naranja, o agua de color naranja para ser más justos), destacándose una variedad de pan casero blanco increíblemente tierno, que acompañado por la manteca más rica y más a punto pomada que hayamos probado, se encargaron de que si habíamos bajado algunos kilos durante las jornadas traqueteadas, los recuperáramos con creces de tanto que morfamos (fuera de joda, al menos 100 gramos de manteca me clavé yo solo). Si, sé que estarán opinando lo pedorro que debe ser ese desayuno para que le haga semejante oda al pan con manteca, pero estarían muy equivocados, créanme, porque manteca como esa no probé nunca en mi vida.
Tan buena era esa manteca que la mencioné antes que las cosas raras, que siempre son mi perdición, y pasaré a enumerar ahora: primero nos encontramos con el Messmor, otro tipo de manteca sueca (la otra parecía común, pero les juro que era especial), medio dulzona, que venía en un pomo tipo los de la comida de los astronautas (que ya hemos visto en varios países europeos), y la verdad no nos impresionó mucho. Después vino el turno del Sill, un pescado crudo adobado deliciosamente con vinagre y especias, al cual le entré con bastante voracidad, recordándome muchísimo a los canapés de salmón adobado de Bruno Forti, y que creo serán la estrella (junto a la manteca) de los desayunos. La tercer rareza nórdica se llamaba Kaviar, pero lejos de ser huevos de esturión (no confundir con Ricky Centurión, qué jugador!) se trataba de una pasta de pescado bastante mediocre, que si bien no me pareció fea, no calificó para más que una probada.
Obviamente el menú se completó con huevos duros (en realidad estaban casi a medio hacer, siendo muy difíciles de pelar, así que mañana los como al estilo gay con cucharita desde la cáscara), fiambres, cereales con yogurt, café con leche, otros panes raros con mermelada (y manteca, pero no quiero ser tan reiterativo), tomates, pepinos y otros pickles, y el mencionado jugo (busquen la foto y adivinen cuál es el de naranja en la máquina). Creo que no me olvido nada. Obviamente ese esfuerzo gastronómico no fue moco´e pavo, tomándonos casi una hora y media la faena completa, hazaña que no podríamos haber realizado sin el debido entrenamiento al que nuestros estómagos han sido sometidos durante ya más de 2 semanas, lo que los acostumbró a recibir grandes cantidades de alimentos por la mañana, para resistir cual camellos en el desierto durante casi toda la jornada (algo realmente importante en ciudades tan caras como la que nos tiene de huéspedes).
Ciertamente no fue fácil arrancar con la caminata después de tan tremendo festín, pero por suerte nuestra valentía logró vencer la diabólica modorra, encontrándonos a medio camino hacia la ciudad vieja para cuando recuperamos la lucidez (porque no sólo el alcohol embriaga).
Allí nos encontramos con una mayor afluencia de turistas (ya que la vez anterior había sido tarde-noche) disfrutando del paisaje y de las vistas de los pintorescos edificios, todos presentando un brillo y una limpieza que parecían recién pintados y lustrados, pero en realidad seguramente se debería a los escuadrones de empleados con hidrolavadoras que ya nos habíamos cruzado un par de veces antes (acá otro parate, porque en serio es impresionante la limpieza de toooooooooda la ciudad, hasta las tejas de los edificios residenciales brillan al sol de una manera que nunca había visto antes, por eso no pongo como nuevas, porque las nuevas que conozco no brillan así). Tan enamorados estamos de esta ciudad que hasta los tachos de basura de la calle nos parecen hermosos. Bue, ya estoy desvariando…
Atravesamos algunas callecitas serpenteantes del Gamla, con muchos locales gastronómicos, artísticos y souvenirísticos (había uno llamado “el indio”, cuanta trascendencia, por favor!) que tampoco habíamos podido ver porque estaban cerrados el día anterior, cuando de repente oímos una marcha militar y vimos cómo casi nos pasaba por al lado un miniregimiento de guardias reales, ataviados con sus bosteras casacas y unos impresionantemente refulgentes cascos plateados, a quienes seguimos algunos metros hasta llegar a la entrada del palacio real, dónde pudimos ver, así, de pura casualidad, su aparatoso cambio de guardia (estuvo relativamente bueno, si es que a ese tipo de desfile se le puede decir bueno) (me refiero a que no me queda claro qué es lo que la gente le ve de especial a los cambios de guardia, ya sea acá, en Madrid o en Buckingham). Pero, si viene de arriba hay que agarrarlo, aunque sea un yunque…
Siguiendo en dirección noreste, después de bordear el palacio real y cruzar hacia la siguiente isla (de las 14 que según nos enteramos componen la ciudad), nos encontramos con una encantadora plaza céntrica, colmada de puestos de venta de helados, salchichas y demás aperitivos, que ofrecía a la inmensa cantidad de gente que en ella se encontraba la posibilidad de elegir entre descansar en una prolija zona cuyo piso alfombrado intentaba asemejarse a un cortísimo césped, o relajarse a la sombra de unos deslumbrantes árboles de cereza (o como se llamen), con unas flores color rosa increíbles, y que además formaban una especie de galería entre sus copas, que fue un placer recorrer.
Doblando hacia el este luego de la plaza, y caminando unas 12 cuadras aproximadamente por otra de las infinitas costaneras, durante las cuales vimos incontables barcitos con vista a las tranquilas aguas, y además empezamos a notar algunos cambios en los techos de los edificios, que presentaban algunas puntas muy interesantes, llegamos, cruzando también un nuevo puente, a la isla de Djurgården (o no sé si así se llama solo el parque que allí se encuentra), en la cual, además de un parque de diversiones, un zoológico, y varios museos, nos encontraríamos con uno de los espacios verdes más apacibles que hayamos conocido, pero eso lo cuento después.
Primero pasamos por la fachada del museo nórdico, una edificación impresionante, pero que no nos convenció para entrar, así que seguimos hasta el siguiente, el Vasamuseet (o museo Vasa), en el cual se encuentra un gigantesco barco de guerra hundido en 1628, conservado casi como original gracias a las frías y poco saladas aguas del báltico estocolmense. El lugar es impresionante, empezando por la tecnología, que permite descargar la audioguía directamente al teléfono, para después encontrarse cara a cara con semejante monstruo de guerra, que lamentablemente solo navegó durante 20 minutos antes de hundirse, el mismo día que zarpó por primera vez (y eso que el hundimiento tardó otros 10 minutos). En el museo se encargan de contar de cabo a rabo el por qué sucedió (principalmente porque en esa época el aprendizaje era con prueba y error, y bueno, acá calcularon mal el peso en la base y el ancho con respecto al largo del barco (y no me vengan los marinos con eso de eslora y no sé qué otras palabras raras usan para describir las dimensiones), y cómo era la situación política y militar de Suecia en ese entonces, gobernada por el rey Gustavo Adolfo, un militarista que quería que Suecia fuera la nueva Roma, pero terminó palmando temprano porque le gustaba estar en el frente durante las batallas.
La verdad es un lugar muy recomendable, y creo que se justifica bastante el por qué es el museo más visitado de Escandinavia (y eso que es el único que conozco…), pero tan solo ver el tamaño del buque (en las fotos parece mucho más chico lamentablemente, van a tener que venir) y las finamente detalladas e intimidantes esculturas en madera hacen que uno se transporte a esos peligrosos y belicosos años.
No se puede decir lo mismo del museo con el que nos cruzamos a continuación, dedicado exclusivamente al grupo ABBA… si, increíble, encima parece que lo acaban de abrir, porque había una preparación para tipo una avant premiere, y, entre los millones de souvenirs y demás boludeces que vendían en el local del museo (sólo ahí entramos), vimos remeras que se vendían como edición limitada con frases como “yo estuve ahí en 2013”, haciendo alusión a la supuesta importancia de haber sido parte de semejante acontecimiento… Y esto no quiere decir que no me guste el grupo, aunque la verdad nunca voy a entender cómo llegaron al éxito, siendo tan feas las minas y los tipos teniendo semejante cara de panchos.
Bueno, se me está haciendo larguísimo… lo que siguió fue la inesperada travesía terrestre por el parque Djurgården, un lugar de ensueño, no por su espectacularidad, sino por sus tranquilísimos senderos boscosos y de suelos floreados (no nos sentamos por miedo a lo sucedido en la isla margarita de Budapest), que en algunos puntos hasta te podían hacer creer que estabas en San Martín de los Andes (cuando en realidad nos encontrábamos a 10 cuadras del centro), únicamente transitados por corredores o ciclistas, y con esporádicos puestos de descanso, tan bien puestos que hasta techo tenían.
Nos tomamos un buen rato para disfrutarlo, pero tal es su magnitud que no llegamos ni a recorrer la mitad cuando el reloj nos dijo que debíamos continuar, así que salimos de esa isla y nos pusimos a transitar las calles del barrio de Ostermalm, en el cual se suponía encontraríamos un antiguo mercado (que nos fue esquivo), pero que en cambio nos regaló la postal de los niños más quilomberos y la madre más permisiva de Estocolmo, revolcándose éstos con sus monopatines en las aguas de una fuente de plaza, ante la indiferencia de la progenitora, que luego de un rato decidió retirarse, cargando a los empapados pequeños en su bici, sin ningún tipo de asiento especial para transporte. Contado así parece pedorro, pero fue muy divertido.
Ya bastante cansados decidimos el regreso, percatándonos de que todavía no habíamos encontrado ni un súper para comprar los víveres de la cena, cuando vimos salir gente con bolsas de un local y decidimos ingresar. Fuerte fue nuestra sorpresa al descubrir que efectivamente era un supermercado, pero sólo de bebidas alcohólicas. Casi salimos puteando, pero decidimos quedarnos y chusmear, apreciando como ordenaban los productos según para qué eran (aperitivos en una góndola, vinos de postre en otra, espumantes en otra, etc, etc, etc), y también según país de procedencia, pudiendo encontrar, después de bastante esfuerzo, algunos vinos argentinos. En la cerveza no tuvimos la misma suerte, así que, dejando a un lado las ganas de tomar una Quilmes (?), nos arriesgamos con un par de exponentes suecas (y eso que vendían hasta las de república checa, sin duda las mejores que hemos probado hasta ahora).
Salimos del súper curda, y casi de casualidad encontramos uno tradicional, que presentaba una entrada angostísima, tipo la de un súper chino, pero después se desplegaba por el interior de toda la manzana como un hormiguero. Allí, después de investigar la enorme variedad de productos que nos parecieron raros, y también los conocidos, pero en presentaciones raras (por ejemplo, venden frambuesas, mango y arándanos, congelados a granel, están en un freezer, y uno los mete en la bolsita como se hace tradicionalmente con la fruta, para después pesarlos), cumplimos con nuestro destino de compra de fiambre y pan para cena económica, y emprendimos la veloz retirada, pasando por algunos lugares ya conocidos y otros no, como el ayuntamiento, el parlamento (creemos) y la ópera, para llegar al hotel y sufrir un poco con nuestra franciscana colación, alegrada únicamente por los mars y kit kat del postre, y por la aceptable cerveza Saint Eriks.
El día cerró con escritura e internet en el living, compartiendo un grato momento con otros pasajeros, locales seguramente, que miraban apasionados un partido de su equipo favorito de hockey sobre hielo, al parecer deporte nacional acá, como en casi todos los países fríos que además no son buenos para el fútbol, y disfrutando de la inmejorable vista nocturna de la ciudad que nos ofrece nuestra portuaria ubicación.
Una de tus mejores crónicas Lisi. Seguí así.
ResponderEliminarMuy bueno el relato y las fotos. Que prolijidad! Todo impecable.Memorable la descripción gastronómica y la experiencia de alojarse en un barco. Besos y esperamos el reporte 20.Graciela.
ResponderEliminarAH!!!! son dos privilegiados porque el museo del grupo Abba lo acaban de abrir en estos días como un gran acontecimiento a este grupo por su importancia para el país.Graciela.
ResponderEliminarSi, muy bueno. Solo falto una foto con la casaca del bala de Slatan.
ResponderEliminary el museo de Roxette????
ResponderEliminarMuy buena cronica!!!
Daniela