Lo que teníamos ganas de ver (porque faltar nos faltaron un montón de cosas, y, a pesar de que teníamos tiempo, la verdad es que con la energía tan mermada después del prolongado sufrimiento experimentado durante todo el viaje, ya no queríamos más sopa) era la pista de esquí de Holmenkollen, la cual, además de ser un atractivo turístico en sí mismo por su extraña forma, y por las vistas que regala, también posee el agregado de hospedar al museo del esquí noruego, y a un simulador de la mencionada actividad que nos llamó mucho la atención.
Para llegar allí nos valimos del todavía vigente (vencía a las 11:35) pase libre de transporte y museos, con el cual abordamos un coche del ramal nº 1 de subte (o tunnelbana), que nos depositó casi en la cima de una de las colinas adyacentes a la ciudad, en una estación separada a aproximadamente 14 estaciones del centro. La particularidad de dicha línea de subte es que a las 2 estaciones de tomada, el tren emergió a la superficie, y así continuó, trepando a un lento tranco por las levemente empinadas laderas, pobladas de casas residenciales mayoritariamente, casi todas con el estilo ya alguna vez mencionado (madera pintada de blanco, y techos negros), todo enmarcado por un paisaje tandilesco o sanmartindelosandesco. Repito, todo esto comenzó a 3 o 4 estaciones del centro.
Ah, casi me olvido de mencionar que durante toda nuestra estadía en Oslo nos estuvimos cruzando continuamente con jóvenes vestidos todos con el mismo uniforme, una especie de jardinero de color rojo con inscripciones en todas partes. Asumimos que serán egresados de 5to año haciendo su viaje símil barilochense, pero sería muy raro que todos los colegios se pusieran de acuerdo para tener un único uniforme. Tal vez se salvaron de la colimba, o son presidiarios haciendo servicio comunitario… nunca lo sabremos. (no se quejen porque mi dedo sale en la foto que les saqué paparazzísticamente en el tren, no soy el de chicas bondi)
Volviendo a Holmenkollen, bajados del tren en la estación de ese nombre, una caminata ascendente de unas 4 cuadras fue lo que nos separó de la empinadísima pista (durante la cual fotografiamos una señal de tránsito que, para no ser menos que las suecas, tenía su fondo amarillo fosforescente), orgulloso hogar de innumerables proezas noruegas durante los juegos olímpicos de invierno, y las competencias anuales que allí tienen lugar. La verdad es que, al menos para mí, que soy bastante cagón, el sólo acercarse a la parte por donde pasan lo chabones esquiando ya genera bastante vértigo, y eso que estábamos a la mitad de la pista, entre la cima que se levanta por una especie de trampolín de concreto, y la parte final, en la cual se forma una especie de ollita, necesaria para que los maniáticos esos puedan desacelerar y eventualmente frenar, que además está toda rodeada por tribunas tipo un anfiteatro extendido.
Como teníamos miedo de que se nos venciera el pase, decidimos dejar las fotos del paisaje para después, y arrancamos con las actividades. La primera fue el simulador de esquí (para el cual el pase sólo nos sirvió como generador de descuento), que se trataba de una especie de trasbordador de los reptiles de V invasión extraterreste, en el cual nos metimos y tuvimos la más realista sensación de estar bajando la pista que teníamos al lado, y también otras, llegando (simuladamente, pero la verdad es que se sentía muy real) a unos 130 km por hora. Es difícil de describir, pero uno hasta se veía obligado a realizar con el cuerpo los movimientos necesarios del slalom para no irse derrapando de la montaña, viviendo adrenalínicas pero bastante atemorizantes experiencias, especialmente durante los saltos…)
Un poco mareados salimos del simulador, y nos mandamos de una para la entrada del museo, zafando con lo justo del garpe. Allí, mucho más que la historia de la evolución del esquí y de la pista de salto no había, así que, después de sacar un par de fotos a los insegurísimos equipos que se usaban hace algunas décadas para realizar dicho deporte, lo único que nos restaba era tomar el ascensor que nos llevaría, haciendo un recorrido en diagonal, hasta la cima de la pista. Lamentablemente la resentida Oslo nos jugó allí su más traicionera cachada, encontrándonos con un panorama de 360 grados completamente blanco, a causa de las densas nubes que hasta esa altura habían descendido. Una verdadera lástima, porque el alcance visual de la ciudad y todo el fiordo hubiese sido tremendo. Todo no se puede, y además el clima durante el viaje fue increíble, así que no me puedo quejar.
Habiendo respirado la mayor cantidad de agua que recuerdo (la nube estaba bastante húmeda), decidimos bajar de la torre y emprender la lenta retirada hasta la ciudad, tomando las pocas fotos panorámicas que la nube nos permitió (ya una vez descendidos bastantes metros), y viajando luego sin pasaje en el subte, ya que nuestro pase se había vencido, y no pudimos sacar el boleto en la maquinita expendedora porque nos daba error la tarjeta.
Una vez en la ciudad, nos recuperamos del frío que habíamos chupado tomando unos fecas en un McDonalds, y, después de hacer algo de tiempo porque no teníamos ganas de seguir caminando al dope, pasamos por el hotel a buscar las valijas, y nos fuimos con destino al aeropuerto, terminando así esta aventurera travesía por Europa del norte (bue, casi todas las ciudades fueron del norte, otro nombre no se me ocurrió que las cubriera con mayor equidad como conjunto).
A los valientes que leyeron, comentaron, mandaron mails, o simplemente vieron las fotos, muchas gracias por la compañía y el apoyo!!!!!! A los demás, que la sigan chupando.
Hermoso el viaje. vamos a extrañar los reportes.Nos encontraremos en el próximo, porque siempre haces interesante cualquier destino, anécdota, contratiempo, comidas!!!!!, bebidas!!!!!, hasta los mcdonalds, los transportes, las personas del lugar, su geografía, etc etc. Siempre acompañados de una muy buena selección de fotos que ilustran el relato. Besos Juanpi y juliette. Lo mejor para uds. Buen retorno. Graciela.
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