Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

mayo 11, 2013

Día 22: Fjordeando

Comenzamos nuestra primer mañana hotelera en Oslo con altas expectativas acerca de lo que nos esperaría en el desayuno, y por suerte no defraudó en lo más mínimo. Infinidad de variantes (al no haber llegado a probar todo, y eso que me esforcé, está bien que lo califique como infinidad) distribuídas en varias islas según grupo alimenticio (lácteos por un lado, cereales por otro, carnes , fiambres y demás cosas saladas por otro, fruta por otro, etc) nos alegraron el día desde tempranito. Entre lo que pude probar, los puntos fuertes fueron el salmón ahumado (al cual no le tuve piedad), las croquetas de papa, los porotos en salsa de tomate, y los cereales en general, habiendo, además de las marcas comerciales, también frascos con almendras, castañas, semillas de girasol, sésamo, frutas desecadas y abrillantadas, etc, que, bañados con yogur de frutos rojos, y salsa de frutos rojos, terminaron de encuadrar el desayuno ideal. Por respeto a Estocolmo no osamos siquiera probar el pan ni la manteca.

Con la panza pesada salimos a la calle, encarando directamente hacia el puerto, distante a unos 10 minutos de caminata (como dicen estos tipos, en vez de decirte cuantas cuadras faltan), donde pensábamos realizar un tour bastante completo que nos duraría casi todo el día, pero, esta vez no porque llegamos tarde, sino porque ya habían vendido todas las plazas disponibles, tuvimos que conformarnos comprando un pase de museos y transporte para hacer las cosas por nuestra cuenta.
Tomamos un barquito que nos transportó rápidamente hasta la zona más densamente poblada por museos de la ciudad (que algunos llaman la isla de los museos, pero en realidad es una península, y el tema que el transporte se haga en barco tiene que ver con que es la distancia más corta desde el centro), la cual también es generosa en señoriales mansiones y otras elegantes residencias (generalmente de madera, pintadas de blanco y con techos negros) y clubcitos náuticos. El primer museo que visitamos fue el de la cultura noruega, en el cual, a grandes rasgos, se describe cómo vivieron los noruegos desde la edad media hasta ahora (o, como nos dijeron después, desde que eran unos muertos de hambre, siempre a la sombra de Dinamarca o Suecia, hasta que encontraron petróleo y alcanzaron el nivel de vida que tienen ahora) (parece que hay leyes que definen que el petróleo es de todos los ciudadanos, y no puede ser nunca de un particular o una empresa, y además, para no ser monoproductor, invierten las ganancias que les deja la industria del crudo en las demás industrias del país). Bueno, más allá de estas cosas, que además no las dicen ahí, en ese museo no vimos muchas otras cosas interesantes, así que, siguiendo la caminata por ese impresionante barrio residencial, nos apresuramos para llegar al segundo destino, el museo de los barcos vikingos, un pequeño pero bien montado espacio en el cual se pueden apreciar unas cuantas embarcaciones, de formas tan características, y bastante bien conservadas. También hay algunos trineos medio locos con finos trabajos tallados, armaduras, cascos, y algún que otro mapa que describe hasta donde viajaron los locos de mierda estos en su insaciable sed de conquista y saqueo (o quien sabe para qué otra cosa viajarían).

Ya bastante empapados en el tema de viajar en embarcaciones precarias a través de grandes distancias, decidimos que era momento para adentrarnos en el siguiente destino, el museo Kon-Tiki, que, además de ser la refrescante soda que todos conocemos, seguramente no todos sabrán que así se llamó la balsa de madera con la cual otro noruego loco, llamado Thor Heyerdhal (y seguramente también descendiente de vikingos), realizó junto a otros 4 tripulantes un viaje desde el puerto del Callao hasta la Polinesia, probando que las culturas precolombinas ya podían realizar ese tipo de viajes intercontinentales. Allí, además de presenciar la mencionada balsa original, también se puede ver otra balsa, llamada Ra II, fabricada no con troncos, sino con mimbre, con la cual otros locos viajaron desde áfrica hasta américa. Obviamente también se aprenden un montón de boludeces al respecto, y se puede ver la reproducción de la película que se mandaron sobre el viaje, pero no teníamos tiempo para verla entera, así que chusmeamos un poco y no cruzamos al siguiente museo, ubicado justo en frente, llamado Fram. De qué se tratara el museo Fram se estarán preguntando? Sí, efectivamente se trata de otro museo dedicado a un barco, justamente el Fram, con el cual se realizaron viajes al polo sur por primera vez, y también tuvo exitosas expediciones al polo norte. En la exposición tenemos el poderoso barco al alcance de nuestra mano, y demás partes del cuerpo, porque se puede ingresar y revisar la cubierta, camarotes, sala de máquinas, etc, y darnos una idea de cómo se las idearon, esta vez otros grupos de locos, para sobrevivir tanto tiempo en tan tremendas condiciones climáticas, ya que el museo también describe las expediciones terrestres (cómo se fueron morfando de a poco los perros que tiraban de los trineos, las peleas con las morsas, etc). Solo basta con ver las caras de algunos de éstos muchachos en la fotos para darnos cuenta que les falta el 99 % delos caramelos del frasco. El recorrido se termina con un simulador del polo, que no es mucho más que un pasillito con paredes ambientadas como hielo, y aire acondicionado fuerte (si, no sé qué otra cosa esperaba).

A sabiendas que gran parte de lo que restaba del día seguiría relacionada con los navíos, decidimos obviar la visita al museo naval noruego, que estaba a unos pasos, y nos tomamos el barquito de regreso a la bahía central, para luego hacernos una escapada, tranvía mediante, hasta el museo Munch, en el cual, entre unas aproximadamente 1200 obras del prolífico autor, se expone su famoso grito (el de la máscara de la película scream). Dicho museo, construido en el medio de una plaza tranquila pero extrañamente enrejada (para la relajada forma de ser noruega nos parecieron totalmente fuera de lugar esas rejas), y vecino del zoológico, el botánico, y el museo de historia natural, nos jugó una amarguísima broma (bah, más que broma, nos re cagó), ya que allí mismo nos enteramos que estaba cerrado, teniéndonos que contentar con la compra de unos míseros imanes como mínima compensación.
Frustrados, caminamos unos metros hasta el subte más cercano (que dicho sea de paso, a pesar de ser muy ordenados nos llamaron la atención por ser un poco antiguos y no tener ni una escalera mecánica), y nos fuimos para el lado del centro, con la idea de conocer el edificio de la Ópera, el cual alcanzamos pasando previamente por la estación central, en la que hay una estatua de un tigre, que representa uno de los apodos que alguna vez le dieron a la ciudad (el tigre de los llanos, no, no, algo del tigre del norte, o de los hielos). Apenas se llega ya uno nota que está en un edificio fuera de lo común, ya que, para empezar, se puede caminar libremente sobre sus blancos techos de mármol, en los que predominan unas angulosas pendientes con escalones y protrusiones irregulares. Supuestamente representa un iceberg, pero en cierto sentido a mí me pareció una montaña nevada, tanto por el esfuerzo para subirla, como por la casi obligatoriedad de portar anteojos de sol al hacerlo, ya que el reflejo del astro rey (y eso que estaba nublado) sobre las blanquísimas piedras realmente resulta muy molesto para los ojos. El ventarrón que había en la parte más alta, desde donde se tiene un interesante vista del centro de la ciudad, termina de ilustrar la montañosa idea. Y como si no fueran suficientes las rarezas, el interior también tiene lo suyo, presentando el hall central una extraña estructura caracoliforme de madera, y unos baños con un efecto tipo lluvia en los mingitorios de lo más particular.

Nos quedaba poco tiempo para la siguiente estación en el día, planificada para las 15:30, por lo cual nos tomamos un abarrotadísimo bondi que nos depositó nuevamente en el puerto, esta vez sin problemas de tiempo ni de lugar, ya que contábamos previamente con nuestro boleto para la travesía de 2 horas y media por el fjordo de Oslo.
Una vez a bordo del similtigrense bote-lancha-colectivo, y correctamente ataviados con todos los abrigos que portábamos en la mochila, sumados a la conveniente frazadita que también ofrecía la tripulación, ya que hacía un ofri importante, comenzamos la travesía, primero con una rápida pasadita por la fortaleza de Akershus y por la ópera, que miradas desde el agua probaron ser aún más interesantes, para luego internarnos más y más en la impresionante cantidad de islas, bahías y penínsulas ubicadas en las afueras de la ciudad, donde se levantan infinidad de casitas vacacionales, con sus infaltables puertos yatecitos particulares (al parecer, entre la población de 600.000 habitantes de Oslo, y de  6 millones en todo Noruega, hay más botes que autos registrados).
Durante el viaje nos fuimos enterando, gracias a la guía, que hablaba en un inglés que parecía aprendido en Moscú, de los nombres de cada isla, la historia de las edificaciones más famosas, y algunos datos de color como justamente en dónde estaba el paisaje en el cual Munch se inspiró para su más famosa pintura, pero, lo que lamentablemente no pudimos hacer fue observar esos magníficos paisajes de los fjordos que habíamos visto en postales, etc, enterándonos luego que dichos paraísos se encuentran en otras áreas de Noruega, teniéndonos que conformarnos con la igualmente bastante buena vista de las casitas en las islas y laderas de los fjordos osleños. En síntesis tengo que decir que estuvo bueno, pero no puedo evitar sentirme un poco defraudado, lo que en el viaje se tradujo en que en algunos puntos de la travesía me quedé dormido.

Ya pasadas las 18 regresamos al puerto, tan cagados de frío, que lo único que atinamos a hacer fue ingresar a un shopping cercano para ir al ñoba, sacar una foto en el parlamento, y después meternos en un par de locales de souvenirs para al menos sacarnos el gusto de comprar algo acá, ya que, por ejemplo, en una casa de ropa que nos había parecido interesante, llamada Moods of Norway, una remera de cuello redondo costaba 500 coronas.
Terminamos pasando por una placita con un mercado de flores, antes de pasar por un súper a comprar lo que se convertiría en nuestra cena, consistente en unos arrolladitos de jamón y queso untados con manteca, que acompañamos, a falta de encontrar una cerveza local (al menos en ese súper), con una riquísma cerveza danesa llamada Carlsberg.











































3 comentarios:

  1. Qué buen estómago!!! No puedo creer todo lo que comiste en el viaje, en especial los desayunos. Y las cervezas!!!! Lo dejamos ahí. Resultó interesante Oslo y los vikingos. Besos. Graciela.

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  2. ....siii.....pensaba los mismo de los desayunos....va a ser dura la vuelta a baires....café negro a la mañana.....almuerzo pauliano......merienda veloz.....cena opípara.....abrazo y elogio tu dedicación para el relato.....
    Alberto

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  3. Hola chicos, me alegro de que lo sigan pasando rebien.... a pesar del frio..... besotes POUPÉE

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