En la descripción anterior no hice justicia al olvidar mencionar a las ciruelas pasas y puré de manzanas que acompañaron, tanto ayer como hoy, el plato de cereales con yogurt de frutos rojos (con frambuesas enteras, siiiiiiiimmmm), pero de todos modos las estrellas continuaron siendo el sill, la manteca y su inseparable pan, y los huevos a medio hacer, que probaron ser muy fáciles de comer en la modalidad putarraca esa de ponerlos paraditos con sólo la punta pelada, e ir escarbando con la cucharita. Y Volviendo a la untuosa derivada láctea, casi fue motivo del inicio de una de esas contiendas con nombres pedorros que tanto caracterizaron a Europa (guerras médicas, guerras púnicas, guerra de los 7 días, etc, etc), ya que, siendo apreciada al parecer también por el resto de la tripulación, se terminó en seguida (un pan enorme) ante nuestros desquiciados ojos, y a punto estuvimos de iniciar la guerra de manteca, cuando por suerte los empleados notaron el potencialmente holocáustico problema, y lo solucionaron trayendo un nuevo pan (que lamentablemente no tenía el mismo punto pomada perfecto de su predecesor).
Una horita aproximadamente estuvimos batallando duramente, hasta que, siendo los últimos, y viendo que el personal nos miraba con ojos de tómensela, decidimos que había sido suficiente como para aguantar un buen rato, y, pasada por el camarote para terminar de alistarnos mediante, salimos con rumbo hacia el oeste por la costanera, con la intención de recorrer libremente y casi sin agenda las no turísticamente promocionadas islas del sur de la ciudad (porque, a pesar de estar en una de las ciudades más boreales del mundo, el sur también existe, mierdas!) (a quién fue dirigida la puteada, aún me resulta esquivo).
Con un clima perfecto, es decir, temperatura de 23 grados y cielo celeste completamente despejado (casi como la mayoría de los días que nos tocaron en este viaje, salvo uno nublado y otro que garuó) (ah, no, en realidad hubo muchísimos días que no se ajustaron a esa descripción, especialmente en los que la temperatura rondaba los 30 grados…), y nuestro ya declarado amor por esta ciudad, era de esperar que las sonrisas no se borrarían de nuestros rostros durante el transcurso de toda la jornada (y así fue, pero mejor no me adelanto). La caminata costaneril (bah, casi siempre se está acá en una costanera, así que le cambio el nombre a inicial) nos regaló, además de hermosas vistas del agua, donde joviales kayakistas se anexaban a los demás omnipresentes deportistas ya mencionados (ciclistas y corredores), y de las islas de en frente, con las iglesias de la ciudad vieja, y el ayuntamiento como estandartes, pero secundados armoniosamente por el resto de las edificaciones, pintadas con tenues colores pastel, y nunca habiendo uno pintado del mismo color que el adyacente. También nos divertimos con los nombres de los barcos, casi todos evocando a los vikingos o a las deidades nórdicas, y con un extrañísimo cartel que indicaba algo relacionado con tirar el auto al agua.
Seguimos un buen tranco hasta que llegamos a un pequeño puente que nos conectó con la isla de Langholmen, un miniparaíso, en cuya más cercana costa se pueden encontrar algunas instalaciones para yatecitos y botes, pero al internarnos un poco encontramos unos tranquilísimos senderos boscosos en desniveles, por la presencia de piedrotas similares a las descansan frente a nuestro barco, otra vez, muy parecido a los bosques de nuestro sur (sólo que acá lo tienen a 5 minutos del centro), especialmente porque hasta también encontramos un par de playitas en las que, después de cruzar un par de palabras con el único transeúnte que allí encontramos, procedí a realizar el cabezoide ritual de sumergir mis pies en casi todos los entornos acuosos en los que me es permitido, lo cual no resultó ser muy placentero en este caso, ya que las heladas aguas del báltico me los congelaron casi instantáneamente (en la foto fingí la sonrisa con muchísimo esfuerzo).
Volviendo a la charlita con el sueco que allí vimos, hay que hacer justicia remarcando que no solo la ciudad es espectacular, la gente también. Siempre con la sonrisa a flor de piel, extremadamente amigables, y encima iniciando inexorablemente cada contacto verbal con un simpatiquísimo “ei”, o “hei” (no “jei”, ni “jai”), pronunciado bastante agudo y de una manera tan suave (y no era porque este era amanerado, todos saludan igual) que ya te compra desde el vamos. (ah, al “ei” de ellos, que suponemos es un hola, obviamente se le responde con otro “ei”, tal vez un poco más agudo, aunque no lo tenemos del todo claro) (gaba gaba hei!). Bueno, el tipo fue muy copado, estaba paseando tranquilo a su rope, que correteaba entre los árboles y se iba a pisotear la arena de las playitas, y cuando nos vió, se acercó, nos tiró el ei, y después dijo algo así como “no es éste el paisaje más hermoso de Estocolmo?”. Suena boludo, pero en el entorno del viaje nos resultó algo muy conmovedor (sí, estoy hecho un balazo perdido). Lo único malo de la isla, la cercanía de un enorme puente vehicular, que si bien no es feo, y ni se escuchan los autos que por ahí pasan, le saca un poco de natural al entorno, y el hecho de que habían varios puntos para hacer fueguitos, asados, etc, y la juventud descontrolada había dejado basura tirada, teniendo los tachos a unos poco metros (me dio tanta lástima que casi me pongo a juntarla yo, pero para tanto no llegó la cosa). Ah, también vimos como llegaba una familia remando un botecito, se bajaban y se ponían a picniquear.
El punto siguiente fue el barrio de Hogalidsparken, ya abiertamente de clase media o baja (lo intuímos porque bajó la densidad de mercedes, porsches, y volvos estacionados en las calles), que de todos modos seguía siendo muy hermoso, con sus espacios verdes muy ordenados y brotados de piedrotas que le daban desniveles, sobre los que por ejemplo se levantaba una importante iglesia, nombrada como el barrio, cuyo sobrio interior nos dio una buena impresión de austeridad, lo cual, relacionado con que quién presidia la misa era una mina, nos indicó que indudablemente serían luteranos (o similares, pero católicos seguro que no) (aguanten los protestantes).
De ahí decidimos caminar, ya internados un poco más al sur, ahora con destino al este (piensen que el recorrido del día fue una especie de círculo iniciado en el norte, en contra de las agujas del reloj), pasando por algunas zonas donde los laburantes del barrio paraban para almorzarse unos platos muy facheros (no pongo tentadores porque el kilo de pan del desayuno impedía cualquier esbozo de hambre), y parando a descansar en una plaza que tenía una curiosa estatua de un flaco en bolas luchando con una especie de dragón.
Volvimos a encarar para el sur, haciendo una pausa en un súper para comprar un filadelfia que lubricara los secos sanguchitos de pan árabe que teníamos preparados para la tarde y la cena, pasando luego por barrios ya un poco más pobres, pero todavía muy prolijos, en los cuales vimos a muchas familias jugando con sus hijos en unos juegos rarísimos, tipo una calesita para colgarse, etc. Ahora, vemos mucha gente al dope en horarios supuestamente laborales, y eso nos hace elaborar las más extrañas teorías, como un supuesto consenso para laburar durante 12 horas los meses de invierno (en los cuales igual qué otra mierda se puede hacer?, si el día tiene 6 horas de luz y está todo bajo la nieve) (ah, vimos unas fotos hermosas del mar congelado, lo que debe ser verlo en vivo y en directo…), para poder rascarse las bolas durante los días de verano, pero son solo suposiciones nuestras.
Siguiendo el austral sentido, llegamos a algunas avenidas un poco más movidas, y decidimos darnos un gustito en una auténtica gelateria italiana, atendida por sus propios vietnamitas, y la verdad es que se notó que no eran tanos, no sólo en su fisonomía, sino especialmente por lo horribles que eran los helados, que encima nos terminaron saliendo carísimos, especialmente por ser tan feos. Allí también vimos por primera vez un shopping en estas tierras, el cual recorrimos con presteza, teniendo para mencionar únicamente un loquísimo local de ropa Bjorn Borg, en el cual tenían unos calzones de puta madre, pero tan caros (200 mangos cada uno) que hasta pude resistirme a la tentación (cosa que no pasó con los calzones de Carter en Nueva Zelanda, porque fueron bastante más baratos). Lo divertido es que había unos carteles con fotos de gente en ropa interior bailando con botellas en la mano, y una leyenda tipo “Bjorn Borg le dice Sí a las fiestas de puta madre”… Y uno pensaría que iba a tener ropa deportiva…
El motivo de empecinarnos tanto para con el sur reposaba en la idea de encontrar una rara esfera que habíamos visto en un folleto, con algo llamado skyview, para ver la ciudad desde arriba, o algo así, pero a medida que pasaban las cuadras, y la transpiración en la espalda hacía pegajoso el contacto con la mochila, esa idea se iba borrando de nuestras cabezas, ya que de todas maneras no teníamos pensado abonar la carísima entrada, sólo admirar la estructura. Por suerte perseveramos para, al encontrarnos cara a cara con el Ericsson Globe (así se llama), descubrir que, además de tratarse de un estadio multipropósito, estaba albergando en ese mismo momento al campeonato mundial de hockey sobre hielo (compartido entre Estocolmo y Helsinki), pudiendo cruzarnos con las bulliciosas hinchadas que ingresaban al mismo para presenciar el inminente encuentro. Obviamente me agarró curiosidad por el evento, pero al enterarnos que ya no había entradas disponibles, y ver a los tipitos de la reventa con sus carteluchos improvisados con cartones y birome, una sensación de frialdad francoturca me recorrió el cuerpo de arriba abajo, convenciéndome de seguir caminando.
Chusmeamos un poco la fan zone, con tremenda pantalla gigante, y los locales de venta de souvenirs y camisetas (estaban todas las potencias: Eslovaquia, R checa, Suecia, Dinamarca, Usa, Kanada, Francia, etc, etc), gambeteando entre los fanáticos que iban de un stand al otro para probar los metegoles de hockey, y demás atracciones relacionadas. Pispeamos también un enorme estadio en construcción que lindaba con el globe (suponemos será de futbol?, y, pudiendo reconocer finalmente los ascensores que llevaban a la cima de la bola, decidimos que ya habíamos cumplido con creces nuestro cometido, por lo que retornamos, no sin antes dar una pasada por un shopping que estaba pegadito al lugar, principalmente para poder ir al baño.
Cansados pero muy entusiasmados, regresamos sobre nuestros pasos a la isla inicial (porque el Ericsson globe estaba en otra más al sur), conversando sobre la cantidad de eventos importantes que ocurrieron durante éste viaje (coronación de máxima, partido de la champions, mundial de hockey, museo de Abba…), y después decidimos seguir recorriéndola, esta vez primero por su costanera oeste, con modernas construcciones al estilo puerto madero (y los ya más nombrados que la manteca corredores, siempre vestidos a la última moda, combinando todos los colores, y con sus Smartphones enganchados en sus brazos por esas bandas elásticas caretas (tengo que conseguirme una…), adentrándonos luego hacia el centro, en donde vimos varias plazas muy copadas, unas anexadas a escuelas, con unas hamacas de puta madre, y otra con una flor de iglesia en su punto más alto, en la cual nos clavamos los sanguchitos, untando el filadelfia con el dedo…
Ya muy cansados, volvimos a encarar par la costa, desde donde vislumbramos a lo lejos, en una esquina una especie de pista de esquí bastante chicuela, y en otro rincón, ya más tirando al centro, nuevamente las estructuras de la ciudad vieja, y los museos que habíamos visto ayer (el nórdico y el Vasa).
Cerramos el círculo pasando por última vez por el mismo peñón que nos recibió el primer día, pudiendo disfrutar mucho más de sus hermosas vistas, principalmente porque no teníamos las molestísimas valijas. De ahí, unos pocos escalones para abajo, regreso al barquito, foto en cubierta, cena con cervecita local Abro, y escritura en el acogedor living, esta vez compartido con unos desafortunados suecos que vieron como su equipo perdía 3 a 0 con Kanada.
Ah, por si no quedó claro, el título refiere a que creemos que ésta es la mejor ciudad entre las que visitamos (si, todavía falta una, pero no le tenemos mucha fe.
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