27-09-11:
Tras un breve descanso nocturno, que en mi caso alcanzó la
envidiable cifra de 4 horitas (lo que llego a hacer por ustedes… y solo recibo
como ingrata contraprestación su insaciable avidez por nuevas entregas,
corporizada en impiadosos e inmisericordes (y toda la familia de “ins” que se
les ocurra) mensajes, que me generan una presión superior a la sentida por
Sherezade, madre de los cuentacuentos, quien salvó su vida durante mil y una
noches de ingeniosas y atrapantes historias (como te estoy plagiando Galeanito,
pero es por una buena causa…) (nobleza obliga, muy, muy, muy recomendable el
libro “Espejos, una historia casi universal” del héroe literario Eduardo
Galeano).
El desayuno consistió, a causa de la escasez de recursos
temporales con la que contábamos (teníamos que estar antes de las 7 en la
terminal de ferris) en una picoteada de galletitas, mereciendo una mención
especial las deliciosas pero prohibitivas (económica y calóricamente) Cookie
Time (gracias Ceci por la recomendación), bombas mantecosas con poderosos chips
de chocolate. Acto seguido, dejamos el hotel y arribamos fácilmente al puerto,
principalmente porque ya conocíamos la ciudad como la palma de nuestra mano,
pudiéndose escuchar en el habitáculo de nuestra nipona camioneta diálogos como “dale
derecho por Guzhnee que después bajamos por Taranaki y pegamos una última
pasadita por la costanera”, etc, etc, sin la necesidad de recurrir a esos instrumentos
inspirados por el diablo llamados mapas.
Mientras posicionábamos nuestro vehículo en la cola de
acceso, pudimos vislumbrar a lo lejos la embarcación que nos transportaría
hacia la otra isla, la cual (la embarcación, no la isla) intuíamos tendría un
tamaño bastante superior al que habíamos imaginado, no sólo por lo que veíamos
a la distancia (sabemos que a veces las leyes de la óptica pueden ser engañosas
con las proporciones de objetos lejanos), si no por la inmensa cantidad de
autos, camionetas, casas rodantes y hasta camiones con doble acoplado que nos
acompañaban aguardando en fila la señal para embarcar. Como era de esperar,
acomodar semejante magnitud de vehículos en un barco no iba a ser moco de pavo,
por lo cual la partida de la nave no se dio hasta cerca de las 9 y media, lo
que nos dio tiempo de sobra para tener recorridos antes de dicha hora (porque
nosotros fuimos unos de los primeros en abordar) casi en su totalidad los impresionantes
espacios comunes que nos ofrecía esta magnífica embarcación, entre los que
podemos contar un amplio salón comedor, múltiples salas de lectura, salas de siesta,
área de recreo (con videojuegos, etc),
un londinénsemente ambientado pub, el infaltable shop, y hasta contaba con un
cine a bordo (sólo le faltó el casino), todo distribuído en unos 7 u 8 pisos,
lo que al fin y al cabo terminaba dándole la típica forma de transatlántico, ni
cerca del ferry con los autos al aire libre que nos imaginábamos.
Durante el marítimo trayecto, que recorre el para nada angosto
estrecho de Cook (nombrado en honor al afamado Captain Cook, primer europeo en
recorrer la zona y documentarlo (parece que 100 años antes lo había hecho un
tal Abel Tasman, pero no notó que las islas estaban separadas por dicho estrecho)
(igual, su apellido sí se utiliza para nombrar el mar que separa Nueva Zelanda
de Australia, y también lo porta el demonio de caricaturesca fama, así que
no se tiene que quejar el puto) además de completar el desayuno, leer y dormir
una breve siestita, pudimos aprovechar para salir a cubierta para apreciar los
maravillosos paisajes brindados por las
dos costas que enmarcan sus 22 km de longitud (en la parte más corta, el
trayecto total es mucho más largo, teniendo una duración total de 3 horas de
navegación). En mi opinión, la goleadora combinación de mar y montaña, con el
agregado de verdes y frondosos boques resulta casi imbatible en el juego del
paisajismo. No por nada escenarios similares inspiraron a Serrat los versos en
los que desea:
“… y a mí enterrarme sin duelo, entre la playa y el cielo,
En la ladera de un monte, más alto que el horizonte, quiero
tener buena vista,
Mi cuerpo será camino, le daré verde a los pinos, y amarillo
al alquemista,
Y cerca del mar porque Yo, nací en el mediterráneo” (acá
habría que cambiar por Cook Strait…)
(Perdón por la cursilería, es que estas cosas me
sensibilizan, reconozco que cada vez estoy mas putarraco…)
En fin, terminamos arribando al puerto de la minúscula
ciudad de Picton, enclavado entre maravillosos paisajes de patagónicas
características, y, después de una prolongada espera para lograr descender del
barco, ya que, por ser los primeros en embarcar terminamos siendo los últimos
en bajar (eso también nos valió ganarnos un voucher de descuento para nuestro
próximo viaje, el cual obviamente no podemos aplicar a los boletos de vuelta
que ya tenemos sacados, por lo que tendrá destino de posavasos o tacho de
basura), iniciamos el trayecto de 140 sinuosos
pero deliciosos kilómetros que nos separaba de nuestro próximo destino, la ciudad
que lleva como nombre el apellido de la inspiradora figura estampada en nuestra
bandera (o el del almirante inglés tal vez, pero yo me inclino más por Walter...). El paisaje que vimos durante el viaje (que duró casi 2 horas) no
difirió mucho del que veníamos apreciando en la isla norte (casitas rurales,
verdes pasturas, montañas, vaquitas, ovejas, curvas y contracurvas), pero si
tuvimos la oportunidad de cruzar una cantidad bastante considerable de cultivos
de árboles frutales (que luego nos enteramos que eran manzanas) y de viñedos,
coronados por modernísimos tanques de acero inoxidable en los cuales imaginamos
estibaran sus apetecibles jugos).
Cansados y bastante mareados a causa del empinadísimo y
garabateante descenso final, arribamos a la también pequeña ciudad de Nelson,
de unos 20.000 habitantes (40.000 en todo el partido), que se transformaría en
nuestra base de operaciones únicamente por una noche, ya que la única misión
del día era asistir al vibrante encuentro que disputaría la escuadra de la
verdadera madre patria contra los aparatosos norteamericanos. Realizamos el
check in en nuestra acogedora habitación, inusualmente (por lo pequeño del
pueblo) equipada de modernísima manera, pero que presentaba la contra de poseer
sólo una cama individual, estando obligados el colo y Yo a compartir la otra
(nurse, te prometo que no pasó nada parecido al adjetivo con el cual califiqué
la habitación, a lo sumo pudo haber una cuchareada).
Dejamos el auto y, siendo más de las 15 hs, nos fuimos
rápidamente a buscar un lugar para saciar nuestro apetito, encontrando un
solitario Pizza Hut, atendido por sus dueños, en el cual nos clavamos 2 pizzas
de características bien yanquis (mezclaban cachos de carne, pepperoni, panceta
y salchichas una, y casi lo mismo pero sumando morrones y aceitunas negras la
otra), que la verdad al final terminan siendo una cagada porque uno no identifica
qué carajo está comiendo. Las dos horitas restantes las destinamos a recorrer
la pintoresca ciudad, cuyo centro no pasa de una peatonal de una cuadra de
longitud, sorprendiéndonos con la excelente ambientación que los locales habían
realizado para el mundial, embanderando cada negocio y cada esquina con los
colores de los países que allí jugarían, y desplegando pósteres con frases
características de cada uno, destacándose la ya mencionada “aussie aussie
aussie, oi oi oi” y también la que da origen al título del reporte del día.
Regresamos al hotel para alistarnos para el encuentro
(infaltable uso de la camiseta rossonera, que cruzó el pacífico con éste único
objetivo), y nos preparamos para recorrer los increíbles 300 metros que nos separaban
(desde nuestra habitación) al pequeño estadio, de características similares a
la vieja cancha de Estudiantes de La Plata, con tablones y todo.
Lamentablemente nuestra ubicación en el mismo no fue de las
mejores, ya que estábamos justo en uno de los extremos de lo que sería la
popular, la cual era abierta (es decir, no había codos), por lo que recibíamos
la envestida del helado viento sin ningún tipo de reparo, obligándonos a
cubrirnos con todo lo que teníamos, incluso la bandera de Walter, que un
guardia maorí amargo no nos dejó colgar. En cuanto al partido, párrafo aparte merece
(pero no se los voy a conceder de todos modos) la actuación de los amarguísimos
jugadores italianos, indignos de portar la azzurra en sus gélidos pechos. Nunca
vi un equipo que le escapara tanto al tacle, dejando de lado únicamente al
gordo Castrogiovanni, figura de la cancha. Los yanquis, teniendo en cuenta sus
limitaciones, no estuvieron mal, destacándose especialmente su melenudo número
7, un animal que si no está jugando actualmente en europa, estimo que lo hará a
partir de ahora. También le sumó interés al asunto la obligación que tenían los
tanos de anotar 4 tries para lograr el punto bonus y seguir en carrera, cosa
que lograron bastante cerca del final, momento en el cual su principal jugador vendehúmos,
el wing Bergamasco, fingió para pedir el cambio un tirón de manera tan evidente
que dio asco. Lo que también me decepcionó fue la floja actitud de los tifossi,
quienes ubicados mayoritariamente bajo la única platea techada apenas se
dignaron a tararear unos cuasi inaudibles (Italia Italia), asemejándose de
manera asombrosa a la hichada de Velez (el color de la bandera italiana ayudaba
mucho a incrementar el parecido) (seguro eran hinchas del Inter…)
Por suerte, en las tribunas conocimos a unos veteranos
neozelandeses, ex jugadores del Nelson Rugby Club (el club más antiguo de NZ, al
que pertenecía el estadio) quienes nos invitaron a concurrir a su quincho una
vez finalizado el encuentro, dónde comimos unas deliciosas salchichas
italianas, fish n´chips, y las infaltables cervezas, todo al estilo de un
tercer tiempo típico.
Pipones pero muertos de frío regresamos al hotel para tener
algunas horas de sueño antes de iniciar la larga jornada de manejo que nos
espera mañana.
Jajajaja ojito JP q si no vuelve en las mismas condiciones en que se fue no lo acepto!!!
ResponderEliminarchee.. x lo menos mientan en el blog y digan q comieron alguna verdurita... van a volver rodandoooooo...
besos a los 3 !!!
Nurs.-
Uds siempre ligan algo de morfi u especies gratis...
ResponderEliminar....esos NZ's tienen cara de vejetes bufarrones......guarda con la Doble Nelson!!!!!!.....che Juancho, después me criticás que duermo con abrazado a Ringo.....abrazos para todos.....
ResponderEliminarAlberto
1) Alta foto la del claroscuro con "dedos veloces" Miranda en plena faena
ResponderEliminar2) Shisus no lo está agarrando muy bien al Australiano en ese poster. Se le va a escapar, o lo hace con cariño
3) Lo de la doble nelson que comentó Alber fue genial, pero yo no olvido que el autor de dicho comentario todavía no desmintió el comentario que hizo su propio hijo en facebook y que lo incluye automáticamente en el Nelson Bufarring club como vitalicio. Tal vez por eso le fue fácil detectar el gen bufarrístico en las caras de los viejos.
Abrazossss
Las explícitas fotos y el meticuloso relato son una prueba contundente de las bajas temperaturas que sobrellevan por aquellos lares. Pero de ahí a abrazarse con esos jovatos con pinta de polisones piratescos del Pacífico para neutralizar el frío, no da!
ResponderEliminarLa combinación de fervor deportivo, pizza grasienta y transcripción de los versos de Serrat me mató !!
ResponderEliminarParen de comeeeeer !!!!
Besos
Adriana M (Madre de 2 de los viajeros)
Muy buenos los reportes , no me pierdo uno , te mando un abrazo
ResponderEliminarporteño de mierda
Juanpi...maravillado, obnuvilado... con las fotos, sobre todo con la de ma anonu..
ResponderEliminarlas de los pumas buenisimas, pero la de la bestia negra, no se consigue todos los
dìas...perdòn pero sigo insistiendo con el tema...NUNCA UNA MINA...se me hace
muy dificil sostener tu inclinaciòn sexual ente la barra de paul...