Bueno,
es el último día, y, como generalmente, a causa del cansancio
acumulado y el tedio que provoca el armado de las valijas con miras
al regreso al laburo, no escribo en estas oportunidades, no se
extrañen demasiado si tanto la cantidad como la calidad literaria se
ven significativamente afectadas. (al menos escribí... desde el
avión, pero escribí).
Arrancamos
relajados, con la idea en mente de que mucho para hacer no teníamos,
no por lo que ofrecía la ciudad, sino más que nada por la molesta
lluvia que desde temprano veníamos viendo caer desde nuestra elevada
ventana. Desayuno mediante, salimos entonces a recorrer las mojadas
calles, teniendo como primer miniobjetivo (ya que además quedaba de
pasada hasta la parada del bondi) la monstruosa tienda de nike que me
había sido esquiva la noche anterior (y mierda que era grande, creo
que 4 o 5 pisos atiborrados de sus productos casuales y deportivos).
Ya
acostumbrados a los apabullamientos que estas tiendas producen en
uno, decidimos seguir adelante para alcanzar otro objetivo techado
que nos venía siendo esquivo (en realidad no sabíamos si visitarlo
hasta que la lluvia nos terminó de definir), el museo Guggenheim,
famoso por su peculiar estructura espiralada o de círculos
concénticos, obra del célebre arquitecto Frank Lloyd Wright. En
cuanto a la colección allí expuesta, comparada con el Moma o el Met
realmente no es comparable, contando, al menos durante nuestra
visita, únicamente con una veintena de pinturas, aunque, eso sí,
todas buenas, siendo algunos de los artistas Picasso, Seurat, Van
Gogh, Braque, y otros célebres muchachos. Podría haber sido un poco
mejor si la exposición de Kandinsky pre-abstracto no no hubiese
estado misteriosamente cerrada, pero bueno, todo no se puede. Además,
lo verdaderamente interesante del museo es el edificio en sí, y tal
es su influencia que hasta la mayor parte de la audioguía está
dedicada, en lugar de a explicar las pinturas (y demás mierdas que
hay, como unas muestras de espejos raros, recortes de diarios, etc),
a describirlo, yendo hasta a los más mínimos detalles de su proceso
de contruscción, etc.
Debo
decir que, si bien no creo que, al menos para mí, ver sólo el
interior del edificio justifique el valor de la entrada (la nuestra
estaba incluída en el city pass, el cual, dicho sea de paso, hay que
pensar muy bien antes de sacarlo), una vez ahí realmente se puede
apreciar como es posible, en ciertos casos, contradiciendo algo que
escribí sobre Williamsburg, no subordinar la estetica a la
funcionalidad, ya que lo que este flaco creó, además de ser
enextremo vistoso, también es extremadamente práctico,
configurándose uno de los espacios para exponer arte mejor
diseñandos que he visto. Su rampa principal en espiral ascendente,
elevándose en una pendiente casi imperceptible a lo largo de 6
pisos, perfectamente iluminada por un cielorrarso semicircular de
vidrio; nos abastece tanto de una excelente vista como de fáciles
accesos a las salas de exposiciones. Completan el combo un par de
raras escaleras internas (una triangular y otra semicircular), y el
infaltable gift shop.
Salidos
de ahí, la necesidad de seguir avanzando nos llevó a decidir saciar
nuestro apetito con unos prácticos y deliciosos sandwichs de
falafel, panchos y pretzel gigante, todos ellos aptos para ser
ingeridos al paso, mientras cruzábamos, el central park en dirección
oeste, con el triple fin de despedirnos del espacio verde que tantas
alegrías troteriles me había brindado, descubriendo de paso muchos
sitios que la oscuridad de la mentada jornada me había impedido, y
finalmente para llegar, todavía en medio de la llovizna, al otro
museo que nos faltaba visitar (y que estaba incluído en el pase), el
Museo de Historia Natural.
El
mismo, precedido por una notable estatua de Theodore Roosevelt
secundado por aborígenes, y su impresionante hall central, donde se
destacan un par de esqueletos de dinosaurios; la verdad es que,
seguramente por ya haber visitado uno similar en Washington, no llegó
a entusiasmarnos demasiado, ni siquiera con su llamativo teatro del
big bang (con una pantalla 3d semicircular), ni su imax, ni sus
interminables exposiciones de animales, gente y naturaleza; así que
no nos pusimos muy tristes cuando nos enteramos que había cerrado y
había que ir pensando en salir.
Los
siguientes destinos, si bien mucho menos culturales, no les fueron a
la zaga para nada en interesantes, destacándose sobre todo el
negocio de objetos locos de diseño del Moma (ubicado frente a dicho
museo), o el negocio externo de Met, que se encuentra justo al
costado de la pista de patinaje del Rockefeller, hasta donde, después
de pasar por una concurridísima San Patricio para que Walter hiciera
sus oraciones pascuales, me despedí de ella (dejándole mi mochila y
todo), partiendo con céntrica orientación hacia el bar Blue Note,
el cual, famoso por su contínua oferta de shows de jazz, me dió la
posibilidad de sacarme el gusto de escuchar algo de dicha música en
vivo; siendo en este caso Kyle Eastwood (uno de los hijos de Clint,
al parecer no el más fachero, lo cual, dicho sea de paso, salió de
una seria encuesta whatsapística realizada in situ entre varios
contactos femeninos) y su banda, compuesta por un trompetista, un
saxofonista, un pianista y un baterista (ah, él es bajista) los
encargados de llevar el evento a cabo. Espectáculo muy recomendable
(gracias Alemán), aunque, hablando bien de nuestros talentos, debo
decir que nada tienen que envidiarles nuestro power trío
Machi-Judurcha-Epumer, ni la banda de Loiácono.
Muy
satisfecho musicalmente hablando, para cerrar la noche (y el viaje),
cena hamburguesística mediante, me quedaba un único lugar por
visitar, un más que recomendable barcito, ubicado en la terraza de
un piso 20 (acá les dicen “roof top bars”) (gracias red),
llamado 230 Fifth, donde, old fashioned en mano, pude realizar, con
la inmejorable vista del empire state iluminado frente a mí (sí, un
poco nublado también, pero bue...) un último brindis por esta
increíblemente embriagadora ciudad (y así la califico porque creo
que no hay otra manera para definirla mejor, ya que, a pesar de ser
sucia, desordenada, ruidosa y poco hospitalaria, presenta ese no sé
qué, esa característica indescriptible, llamesele alma, o cómo se
quiera, y, por sobre todas las cosas, ejerce un influjo irresistible
sobre los ilusos turistas, que, como yo, se creian capaces de salir
inmunes de la acción de sus hechizos), antes de volverme para el
hotel, obviamente haciendo una última pasada de despedida por la
sempidespierta Times Square.
PD: Gracias Nursery por la frase del título!
PD: Gracias Nursery por la frase del título!
No hay comentarios:
Publicar un comentario