Teniendo
en cuenta las para nada despreciables consecuencias que mi conducta
de ayer traía aparejadas, no se podía esperar un despertar previo a
las cercanías del mediodía, como tampoco un itinerario agitado, así
que, habiéndole dejado unas horitas libres a Walter para que
chusmeara los negocios de la zona, mientras de paso terminaba de
escribir y subir las fotos atrasadas, recién pasadas las 13
comenzamos lo que sería un día relajado.
El
objetivo inicial era la ampliamente promocionada High Line, una
antigua vía elevada, maravillosamente restaurada y recuperada como
un coqueto paseo, que originalmente comunicaba los mataderos con el
distrito de empaque de carne. Recorriendo las no pocas cuadras (al
menos más de 20) que nos ofreció, pudimos regocijarnos, además con
de con el regreso de la luz solar, con magníficas vistas del barrio
de Chelsea y las zonas aledañas. Otro punto a favor es la inmensa
cantidad de espacios preparados para sentarse un rato a descansar,
morfar una vianda, o admirar el paisaje recostados, recibiendo la
vigorizante energía del sol sobre la piel.
Nuestro
elevado periplo tuvo un final prematuro, ya que en lugar de continuar
hasta el final, decidimos bajarnos algunas cuadras antes, luego del
avistamiento de nuestro segundo objetivo, el mercado de Chelsea, un
interesantísimo conglomerado de negocios, variando entre artículos
de diseño, locales con los más variados instrumentos para cocina y
miscelńeos, y, por último, infinidad de puestitos con ofertas
gastronómicas de todo tipo, inclinándonos nosotros, más que nada
porque teníamos mucha hambre y fue uno de los primeros en aparecer,
por uno de estilo fusión mexicano-japonesa (y debo decirles que el
wasabi en los tacos no es para nada una mala idea).
Abandonado
el mercado, la idea fue continuar recorriendo las inmediaciones del
barrio de Chelsea, con sus veredas relajadas, sus restaurancitos
aterrasados y con sombrillas a la calle, sus tiendas de ropa de
diseño, y su edificación relativamente baja; donde aprovechamos
también para clavarnos, en una auténtica gelatería italiana,
atendida por su propia dueña china, unos interesantes helados
orgánicos (acá todos versean que sus productos son orgánicos),
eligiendo yo, como siempre, los gustos más raros (siendo esta vez un
chocolate superamargo sin nada de leche, y, la joya, el helado de
aceite de oliva).
El
recorrido siguió con rumbo éste, pasando por la Washington square,
donde, demás de admirar el imponente arco de triunfo en su honor,
también nos deleitamos (mentira, no soy muy afecto a estas cosas,
pero bue) con una interesante performance acrobática de unos negros
locos en una fuente vacía. De ahí seguimos caminando hasta el NoHo
(norte del SoHo...), zona ya bastante más comercial, donde
chusmeamos un par de locales locos (uno de disfraces góticos nos
llamó mucho la atención) y otros no tanto, pero sí con buenos
precios (como una enorme vinería cerca de Union Square), para a
continuación encarar norte hacia el Flatiron District, zona en la
que se encuentra el célebre edificio que porta dicho nombre en honor
a su estrechísima fisonomía.
Tomadas
las obligadas fotos del Flatiron, y con la tarde ya bastante avanzada
(lo que significa un importante descenso de temperatura a causa de la
desaparición de la ayuda del sol, el plan fue tomar la Broadway para
recorrerla desde allí hasta la agitada zona de los teatros (ubicada
pegadita a Times Square), donde nos teníamos programado ver, en la
función de las 20 hs del teatro Imperial, el muscial Les Misérables,
adaptado de la obra del tocayo de nuestro controversial y uruguayo
periodista oficialista.
De
la misma tengo para decir que, si bien no puedo despreciar el impacto
que tiene sobre uno el espectacular trabajo escenogragráfico de la
puesta en escena, y la potencia innegable aportada por el canto
simultaneo de 3 decenas de actores, la verdad es que no me pareció
gran cosa, no llegando a movilizarme ni por un instante en las casi 3
horas que duró el evento. Creo que el hecho de que ya conocía la
historia, la cual además nunca me pareció gran cosa (un drama tras
otro, con personajes demasiado inverosímiles) también jugó en
contra. No sé por qué carajo no saqué para el fantasma de la
ópera... (tal vez sea por esta fase francófila que estoy
atravesando, y porque siempre es divertido escuchar a los yanquis
cuando pronuncian algunas palabras en franchute).
A
la salida, ya cerca de la medianoche, cagados de frío, sueño, y
sobretodo hambre, saciamos la primera y última de las recién
mentadas necesidades en el primer Mc Donalds que encontramos (en el
cual me tuve que fumar a un par de tanos en la fila, que tardaron una
eternidad para pedir, ya que, además de que apenas manejaban el
inglés, se les ocurría modificar cada cosa, como sacarle el pepino
al Big Mac, etc.), y, ya un poco más aliviados, caminamos las
escasas y superiluminadas (la verdad es que el efecto de tantos
carteles hace que parezca de día) cuadras que nos separaban del
hotel, para saciar la del medio.
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