Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

abril 02, 2015

Día 15 - High Line, Chelsea, Flatiron y Misérables

Teniendo en cuenta las para nada despreciables consecuencias que mi conducta de ayer traía aparejadas, no se podía esperar un despertar previo a las cercanías del mediodía, como tampoco un itinerario agitado, así que, habiéndole dejado unas horitas libres a Walter para que chusmeara los negocios de la zona, mientras de paso terminaba de escribir y subir las fotos atrasadas, recién pasadas las 13 comenzamos lo que sería un día relajado.
El objetivo inicial era la ampliamente promocionada High Line, una antigua vía elevada, maravillosamente restaurada y recuperada como un coqueto paseo, que originalmente comunicaba los mataderos con el distrito de empaque de carne. Recorriendo las no pocas cuadras (al menos más de 20) que nos ofreció, pudimos regocijarnos, además con de con el regreso de la luz solar, con magníficas vistas del barrio de Chelsea y las zonas aledañas. Otro punto a favor es la inmensa cantidad de espacios preparados para sentarse un rato a descansar, morfar una vianda, o admirar el paisaje recostados, recibiendo la vigorizante energía del sol sobre la piel.


Nuestro elevado periplo tuvo un final prematuro, ya que en lugar de continuar hasta el final, decidimos bajarnos algunas cuadras antes, luego del avistamiento de nuestro segundo objetivo, el mercado de Chelsea, un interesantísimo conglomerado de negocios, variando entre artículos de diseño, locales con los más variados instrumentos para cocina y miscelńeos, y, por último, infinidad de puestitos con ofertas gastronómicas de todo tipo, inclinándonos nosotros, más que nada porque teníamos mucha hambre y fue uno de los primeros en aparecer, por uno de estilo fusión mexicano-japonesa (y debo decirles que el wasabi en los tacos no es para nada una mala idea).
Abandonado el mercado, la idea fue continuar recorriendo las inmediaciones del barrio de Chelsea, con sus veredas relajadas, sus restaurancitos aterrasados y con sombrillas a la calle, sus tiendas de ropa de diseño, y su edificación relativamente baja; donde aprovechamos también para clavarnos, en una auténtica gelatería italiana, atendida por su propia dueña china, unos interesantes helados orgánicos (acá todos versean que sus productos son orgánicos), eligiendo yo, como siempre, los gustos más raros (siendo esta vez un chocolate superamargo sin nada de leche, y, la joya, el helado de aceite de oliva).


El recorrido siguió con rumbo éste, pasando por la Washington square, donde, demás de admirar el imponente arco de triunfo en su honor, también nos deleitamos (mentira, no soy muy afecto a estas cosas, pero bue) con una interesante performance acrobática de unos negros locos en una fuente vacía. De ahí seguimos caminando hasta el NoHo (norte del SoHo...), zona ya bastante más comercial, donde chusmeamos un par de locales locos (uno de disfraces góticos nos llamó mucho la atención) y otros no tanto, pero sí con buenos precios (como una enorme vinería cerca de Union Square), para a continuación encarar norte hacia el Flatiron District, zona en la que se encuentra el célebre edificio que porta dicho nombre en honor a su estrechísima fisonomía.


Tomadas las obligadas fotos del Flatiron, y con la tarde ya bastante avanzada (lo que significa un importante descenso de temperatura a causa de la desaparición de la ayuda del sol, el plan fue tomar la Broadway para recorrerla desde allí hasta la agitada zona de los teatros (ubicada pegadita a Times Square), donde nos teníamos programado ver, en la función de las 20 hs del teatro Imperial, el muscial Les Misérables, adaptado de la obra del tocayo de nuestro controversial y uruguayo periodista oficialista.
De la misma tengo para decir que, si bien no puedo despreciar el impacto que tiene sobre uno el espectacular trabajo escenogragráfico de la puesta en escena, y la potencia innegable aportada por el canto simultaneo de 3 decenas de actores, la verdad es que no me pareció gran cosa, no llegando a movilizarme ni por un instante en las casi 3 horas que duró el evento. Creo que el hecho de que ya conocía la historia, la cual además nunca me pareció gran cosa (un drama tras otro, con personajes demasiado inverosímiles) también jugó en contra. No sé por qué carajo no saqué para el fantasma de la ópera... (tal vez sea por esta fase francófila que estoy atravesando, y porque siempre es divertido escuchar a los yanquis cuando pronuncian algunas palabras en franchute).



A la salida, ya cerca de la medianoche, cagados de frío, sueño, y sobretodo hambre, saciamos la primera y última de las recién mentadas necesidades en el primer Mc Donalds que encontramos (en el cual me tuve que fumar a un par de tanos en la fila, que tardaron una eternidad para pedir, ya que, además de que apenas manejaban el inglés, se les ocurría modificar cada cosa, como sacarle el pepino al Big Mac, etc.), y, ya un poco más aliviados, caminamos las escasas y superiluminadas (la verdad es que el efecto de tantos carteles hace que parezca de día) cuadras que nos separaban del hotel, para saciar la del medio.



































































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