Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

abril 03, 2015

Día 16 – Williamsburg, Brooklyn Heigths, y lo inevitable

La vagancia me impidió acompañar a Walter en su incursión en los desconocidos dominios de la sala de desayunos del hotel, en la cual disfrutó las bondades de su abundante buffet continental, mientras yo continuaba durmiendo el sueño de los héroes. A su regreso, ya levantado, tuve al menos la oportunidad de degustar algunos de los productos que allí se ofrecen, gracias al desinteresado pillaje efectuado por mi roommate (no paro de quemarla...), el cual incluyó facturas de todo tipo, y una importante cantidad de esos minicositos de leche, los cuales utilicé para acompañar mis cereales.
A continuación, mientras planeaba el itinerario para el día de la fecha, el lamentable estado de mis cansadas piernas casi me lleva a cometer la ignominiosa bajeza de probar la efectividad de la ya mentada crema del Goyco, pero por suerte un rayo repentino de cordura logró encaminarme nuevamente hacia los más varoniles terrenos del ibuprofeno.


El recorrido para el día (que siempre arranca pareciendo corto y al final nunca volvemos al hotel antes de las 22) arrancaba por Williamsburg, uno de los barrios al parecer más de moda, ubicado al norte de Brooklyn, ya fuera de la isla de Manhattan; lo cual no parece ser problema para la extensísima (pero bastante fiera y sucia, eso sí) red de trenes y subtes de la ciudad, la cual, gracias a una simple combinación, nos llevó atravesando un elevadísimo puente, apellidado como el barrio al cual se llega en poco menos de media hora.
Una vez en destino, bendecidos por segunda vez con la amable presencia del astro rey y sus cálidos rayos, comenzamos a recorrer las callecitas adyacentes a la estación Marcy; bastante fieras por cierto, sufriendo (ellas) las inevitables consecuencias que provocan la sumisión del estilo en favor de la funcionalidad; pasando primero por el extraño e iglesiforme banco de Williamsburg, para adentrarnos luego directamente en la avenida Bedford, principal arteria de la zona, hospedando ella una ecléctica colección de sitios, variando desde teatritos hippies, iglesias de sectas extrañas, obras de arte callejeras, negocios de libros, ropa (uno con una foto de un supuesto ladrón, pegada en la vidriera), flores, e infinidad de bares y restorancitos con mesitas en la vereda ofreciendo sus brunchs , ideales para que la horda de hipsters y demás modernos que por allí pululaban pudieran pavonearse mirando pasar a la gente mientras tomaban sus batidos de gengibre.
No pudiendo resistir tanta intensidad de vendehumismo (muy estilo Palermo Gólico), agradecí fervorosamente la repentina aparición del decadente McCarren Park, un espacio abierto ciertamente bastante fiero, con escasa vegetación, y excesiva cantidad de campos deportivos de material (para basket, tennis, etc), pero con mucha más autenticidad y alma que la de los otros caretas. La cercana presencia de un pintor de gigantografías, y el sorpresivo descubrimiento de la cervecería Brooklyn (donde, a través de un portón abierto, pude tomar algunas fotos de la increíble cantidad de reactores de acero inoxidable de 5000 litros, y la cual hasta se encuentra ubicada en la calle Brewers), confirmaron mi presunción sobre el espíritu de ese lugar.
De ahí siguió la visita a una casa de venta de vinilos bastante grande e interesante, y a un parque costanero, desde el cual pudimos tener algunas buenas tomas de la parte central de la vecina isla, y de unos yanquis bastante pataduras intentando jugar al futbol.
Ya pasadas las 3 de la tarde, y con el estómago pidiendo sin tregua ser abastecido, tuvimos que rebajarnos a regresar a la avenida careta, donde al menos encontramos un restorancito de especialidades balcánicas, en el cual pudimos saciar nuestro apetito con creces, sin arriesgarnos a caer en las garras del caretismo (nadie en su sano juicio podría acusar de careta a un descendiente de los habitantes de dicha península) (bah, estimo que eran de por ahí...), degustando un completísimo menú de sopa de tomate/remolacha, costillas con barbacoa (super balcánicas)/ goulash con chucrut, y mousse de chocolate/tora impronunciable (separa con / el menú de Walter del mío).


Pipones en exceso, salimos en búsqueda del siguiente objetivo, separado de nosotros por un considerable viajecito en bondi (los guachos estos hasta tienen una página web en la que uno puede chusmear con el celu a qué distancia está el colectivo), era nada más y nada menos que la no menos célebre zona de Brooklyn Heights, poblada por ya casas considerablemente más opulentas, y de un estilo más Bostoniano por así decirlo. Allí también se puede encontrar un delicioso paseíto costero llamado Brooklyn Heights Promenade (como todos, los yanquis también ponen nombres en franchute cuando se quieren hacer los chetos), con vistas imperdibles de ya la punta sur de isla, y de la estatua a la distancia.
Por último, dicha zona, y la aledaña, llamada Dumbo, ofrecen también el poderoso combo de vistas de los rascacielos costeros conjugados con los puentes de Manhattan y Brooklyn de fondo (ah, también hay un carrousel de unos 100 años encerrado en una especie de caja de cristal gigante).
Y cuando decía último, obviamente no me refería a la infaltable actividad que nos faltaba realizar, el cruce del famoso puente Brookliniano, a la cual Walter opuso inicialmente algo de resistencia, basandose en su supuesta longitud, comprobando, luego de media horita de apretada (por la cantidad de turistas) caminata, pródiga tanto en espectaculares vistas como en bocinazos y campanitazos de los intrépidos ciclistas que lo pasan a uno rozando, que no era para tanto.


Ahora sí, ya caída la noche, sólo nos restaba un viajecito en subte hacia las zonas comerciales, donde, gracias a la ya desarrollada capacidad de ubicación de Walter, decidimos separarnos para cada uno, sucumbiendo a la invencible atracción que ejercen los locales de esta ciudad, poder recorrer los que más nos interesaran. Fue así entonces que mi recorrido me llevó, además de a un par de atractivas casas de diversas marcas, a pasar por algunos íconos que hasta el momento me habían sido esquivos, como el Madison Square Garden, Radio City Music Hall, y la fuente congelada del Rockefeller Center con su observatorio Top of the Rock, del cual supuestamente se tienen vistas espectaculares, pero de las que, bastante cansado de hacer largas filas, y habiendo subido a varios rascacielos, creo que voy a prescindir (al menos le saqué la foto a los carteles que muestran las fotos de lo que supuestamente se ve desde ahí) (no sé si se entendió...).
Y tanto se mete uno en esta fiebre consumista, que casi me idigno cuando me negaron el acceso a la Nike Town que se encuentra cerca del hotel, con la inaceptable excusa de que eran casi las 22 hs...



Un par de pasos nomás me separaron de mi cena ligera (todavía persistía el efecto del suculento almuerzo tardío), duchita, y descanso (previo éste sanateo obviamente).


































































































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