Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

abril 05, 2015

Día 17 – Con un trago se ve mejor

Bueno, es el último día, y, como generalmente, a causa del cansancio acumulado y el tedio que provoca el armado de las valijas con miras al regreso al laburo, no escribo en estas oportunidades, no se extrañen demasiado si tanto la cantidad como la calidad literaria se ven significativamente afectadas. (al menos escribí... desde el avión, pero escribí).


Arrancamos relajados, con la idea en mente de que mucho para hacer no teníamos, no por lo que ofrecía la ciudad, sino más que nada por la molesta lluvia que desde temprano veníamos viendo caer desde nuestra elevada ventana. Desayuno mediante, salimos entonces a recorrer las mojadas calles, teniendo como primer miniobjetivo (ya que además quedaba de pasada hasta la parada del bondi) la monstruosa tienda de nike que me había sido esquiva la noche anterior (y mierda que era grande, creo que 4 o 5 pisos atiborrados de sus productos casuales y deportivos).
Ya acostumbrados a los apabullamientos que estas tiendas producen en uno, decidimos seguir adelante para alcanzar otro objetivo techado que nos venía siendo esquivo (en realidad no sabíamos si visitarlo hasta que la lluvia nos terminó de definir), el museo Guggenheim, famoso por su peculiar estructura espiralada o de círculos concénticos, obra del célebre arquitecto Frank Lloyd Wright. En cuanto a la colección allí expuesta, comparada con el Moma o el Met realmente no es comparable, contando, al menos durante nuestra visita, únicamente con una veintena de pinturas, aunque, eso sí, todas buenas, siendo algunos de los artistas Picasso, Seurat, Van Gogh, Braque, y otros célebres muchachos. Podría haber sido un poco mejor si la exposición de Kandinsky pre-abstracto no no hubiese estado misteriosamente cerrada, pero bueno, todo no se puede. Además, lo verdaderamente interesante del museo es el edificio en sí, y tal es su influencia que hasta la mayor parte de la audioguía está dedicada, en lugar de a explicar las pinturas (y demás mierdas que hay, como unas muestras de espejos raros, recortes de diarios, etc), a describirlo, yendo hasta a los más mínimos detalles de su proceso de contruscción, etc.
Debo decir que, si bien no creo que, al menos para mí, ver sólo el interior del edificio justifique el valor de la entrada (la nuestra estaba incluída en el city pass, el cual, dicho sea de paso, hay que pensar muy bien antes de sacarlo), una vez ahí realmente se puede apreciar como es posible, en ciertos casos, contradiciendo algo que escribí sobre Williamsburg, no subordinar la estetica a la funcionalidad, ya que lo que este flaco creó, además de ser enextremo vistoso, también es extremadamente práctico, configurándose uno de los espacios para exponer arte mejor diseñandos que he visto. Su rampa principal en espiral ascendente, elevándose en una pendiente casi imperceptible a lo largo de 6 pisos, perfectamente iluminada por un cielorrarso semicircular de vidrio; nos abastece tanto de una excelente vista como de fáciles accesos a las salas de exposiciones. Completan el combo un par de raras escaleras internas (una triangular y otra semicircular), y el infaltable gift shop.


Salidos de ahí, la necesidad de seguir avanzando nos llevó a decidir saciar nuestro apetito con unos prácticos y deliciosos sandwichs de falafel, panchos y pretzel gigante, todos ellos aptos para ser ingeridos al paso, mientras cruzábamos, el central park en dirección oeste, con el triple fin de despedirnos del espacio verde que tantas alegrías troteriles me había brindado, descubriendo de paso muchos sitios que la oscuridad de la mentada jornada me había impedido, y finalmente para llegar, todavía en medio de la llovizna, al otro museo que nos faltaba visitar (y que estaba incluído en el pase), el Museo de Historia Natural.
El mismo, precedido por una notable estatua de Theodore Roosevelt secundado por aborígenes, y su impresionante hall central, donde se destacan un par de esqueletos de dinosaurios; la verdad es que, seguramente por ya haber visitado uno similar en Washington, no llegó a entusiasmarnos demasiado, ni siquiera con su llamativo teatro del big bang (con una pantalla 3d semicircular), ni su imax, ni sus interminables exposiciones de animales, gente y naturaleza; así que no nos pusimos muy tristes cuando nos enteramos que había cerrado y había que ir pensando en salir.


Los siguientes destinos, si bien mucho menos culturales, no les fueron a la zaga para nada en interesantes, destacándose sobre todo el negocio de objetos locos de diseño del Moma (ubicado frente a dicho museo), o el negocio externo de Met, que se encuentra justo al costado de la pista de patinaje del Rockefeller, hasta donde, después de pasar por una concurridísima San Patricio para que Walter hiciera sus oraciones pascuales, me despedí de ella (dejándole mi mochila y todo), partiendo con céntrica orientación hacia el bar Blue Note, el cual, famoso por su contínua oferta de shows de jazz, me dió la posibilidad de sacarme el gusto de escuchar algo de dicha música en vivo; siendo en este caso Kyle Eastwood (uno de los hijos de Clint, al parecer no el más fachero, lo cual, dicho sea de paso, salió de una seria encuesta whatsapística realizada in situ entre varios contactos femeninos) y su banda, compuesta por un trompetista, un saxofonista, un pianista y un baterista (ah, él es bajista) los encargados de llevar el evento a cabo. Espectáculo muy recomendable (gracias Alemán), aunque, hablando bien de nuestros talentos, debo decir que nada tienen que envidiarles nuestro power trío Machi-Judurcha-Epumer, ni la banda de Loiácono.



Muy satisfecho musicalmente hablando, para cerrar la noche (y el viaje), cena hamburguesística mediante, me quedaba un único lugar por visitar, un más que recomendable barcito, ubicado en la terraza de un piso 20 (acá les dicen “roof top bars”) (gracias red), llamado 230 Fifth, donde, old fashioned en mano, pude realizar, con la inmejorable vista del empire state iluminado frente a mí (sí, un poco nublado también, pero bue...) un último brindis por esta increíblemente embriagadora ciudad (y así la califico porque creo que no hay otra manera para definirla mejor, ya que, a pesar de ser sucia, desordenada, ruidosa y poco hospitalaria, presenta ese no sé qué, esa característica indescriptible, llamesele alma, o cómo se quiera, y, por sobre todas las cosas, ejerce un influjo irresistible sobre los ilusos turistas, que, como yo, se creian capaces de salir inmunes de la acción de sus hechizos), antes de volverme para el hotel, obviamente haciendo una última pasada de despedida por la sempidespierta Times Square.

PD: Gracias Nursery por la frase del título!