Al encontrarse bastante lejos de la ciudad, el viaje al aeropuerto no fue rápido, tomándonos unos 45 minutos, en los cuales, además de desayunar con bananas, galletitas, y un delicioso yogur para beber que habíamos comprado en el super, pudimos esta vez tener la oportunidad de apreciar la distribución de los barrios suburbanos primero, que con el correr de los kilómetros le iban cediendo terreno a algunas fábricas, flanqueadas por pequeñas zonas rurales (si así se le puede llamar al aprovechamiento de cada espacio libre que quedaba entre las casas, fábricas y caminos, para finalmente entrar sí ya en campos de mayor extensión, tanto planos como con relieves, aunque siempre con edificaciones a la vista.
Una vez en el aeropuerto, buscamos rápidamente el primer mostrador de Air Berlin, la compañía que nos trasladaría, y, preparados para lo peor, nos lanzamos con hidalguía contra el enemigo. Afortunadamente no fue necesaria ni la hidalguía ni la despertada tan temprano, ya que todo estuvo bien, lo que nos dejó con más de una hora de sobra hasta el momento del embarque, tiempo que aprovechamos, no con mucho éxito, para aunque sea intentar dormitar un rato. A la hora señalada abordamos un pequeño avión Embraer (capos los brazucas), con sólo 4 asientos por fila (2 de cada lado), junto con el resto del pasaje, constituído casi en su totalidad por ejecutivos trajeados, lo que incrementó nuestro ego, creyéndonos que viajábamos en un importante vuelo junto a las fuerzas vivas muniquenses.
Nuestro destino, creo no haberlo mencionado antes, era Viena, ciudad a la que arribamos en no mucho más de una hora de vuelo, tiempo durante el cual, ahora sí, nos dormimos de despegue a aterrizaje. Al bajar del avión, además de solicitar información turística, aprovechamos, gracias a la iluminación divina, para comprar las tarjetas de transporte para 72 hs, que además de dar movilidad ilimitada en tren, subte y tranvía, también ofrecen importantes descuentos en varias atracciones. Hasta ahora no habíamos necesitado comprar ese tipo de tarjetas (que ofrecen en todas las ciudades), porque preferíamos recorrerlas a pie, que nos parece lo más versátil, por eso casi decidimos volver a ignorarla (la tarjeta), pero quiso el buen Yavé hacernos recordar que nuestros pies estaban agotados, convenciéndonos de comprarlas, lo que en poco tiempo probó ser fundamental y hasta salvador. Y en seguida pudimos usarla para obtener un enorme descuento en el tren que nos llevaría al centro de la ciudad, que, dicho sea de paso, también se encontraba a bastante distancia, como en el caso de Munich.
Combinamos tren y subte (que igual sube a la superficie bastante seguido) para llegar al hotel Mozart, donde, no pudiendo acceder a la habitación por no ser el horario apropiado de check in, dejamos las valijas en recepción y salimos para comenzar nuestras aventuras en la capital austríaca, siendo nuestro primer destino el relativamente distante (ni a palos íbamos a pata) Palacio de Schonbrunn (o símil), residencia de verano de los Habsburgo, otra bestia de estilo barroco, o rococó, roquefort, o el que sea, similar a Versailles y al de Nymphemburg de Munich, obviamente con algunos detalles distintos. Nuestra tarjeta nos permitió importantes descuentos, por lo que accedimos a rebajarnos a ver cómo vivían estos hp rodeados de lujos inimaginables para la época, a diferencia de nuestra visita al bávaro, que no nos quiso descontar. La verdad, tantos Kaisers y Kaiserins habitaron acá que se hace difícil acordarse, especialmente porque todos tienen nombre de personaje de telenovela mexicana, pero entre lo que me quedó, rescato la figura de Francisco José, el dorima de Sisi, que vivía para el laburo, pasando más de 16 horas por día en sus oficinas, que además eran bastante espartanas. En síntesis, además de maniático, flor de pelotudo, pero seguro Dios lo debe haber recompensado… Con la audioguía aprendimos otras cosas interesantes de María Teresa (acá es María Theresia), Carlos VI, María Cristina, y los demás personajes de la novela, que además también tuvo episodios en México, dónde un hermano de Francisco José gobernó hasta la revolución (Maximilien von Mexiko). Particularmente me sirvieron esos datos para darme una cabal idea de lo que fue el poderío de Viena durante los últimos siglos, hasta el desenlace de la primera guerra mundial, ya que Yo, en mi completa ignorancia, tenía a Austria como una especie de Uruguay para nosotros, y esperaba ver en Viena una Montevideo, encontrándome en cambio con un monstruo monumental.
La entrada que compramos también nos permitió recorrer, además de los preciosos y extensos jardines (que son abiertos al público, como en sus primos), otras estructuras que allí se encuentran, como un laberinto de arbustos, que nos costó mucho más trabajo del que creíamos, y la monumental glorieta que se levanta por sobre la colina en la cual finalizan los jardines, desde la cual se tiene, además de una excelente vista de los mismos, una panorámica de casi toda Viena. También se puede encontrar en los jardines al zoológico de Tiergaarten, que tiene como principal atracción un oso panda, pero la entrada era carísima, así que decidimos que no avalaríamos la explotación de una especie en peligro de extinción.
Hasta acá todo estaba muy lindo, pero la verdad es que hacía un calor de la puta madre, siendo realmente un día similar a los de verano en Buenos Aires, con un sol que nos venía cocinando a fuego lento desde que habíamos puesto un pie en la ciudad, por lo cual decidimos, después de abandonar el castillo con rumbo al centro (en tren obviamente), tomar un descanso en la Karlplatz, una plaza bastante pequeña, en comparación con lo que veníamos recorriendo, en la que se encuentra la Karlskirche, una iglesia bastante importante, que tiene en su exterior unas columnas talladas muy interesantes. Hacía ya varias horas que veníamos pateando sin probar bocado, así que comenzamos a afilar la vista para encontrar un lugar para comer, pero ante la única presencia gastronómica de un puestito de licuados, huímos despavoridos con dirección al Palacio Belvedere, rezando por descubrir algún lugar de expendio proteico. Bastante tiempo y hambre nos costó, recién vislumbrando el primer restaurante cuando nos bajamos del tranvía que nos depositó frente al palacio, y, aunque la idea era comer platos típicos, y el local era de origen griego, la falta de glucosa y proteínas estructurales nos decidió a ingresar. Por suerte la carta también ofrecía gastronomía vienesa, por lo que pudimos disfrutar de 3 tipos de salchichas con chucrut, y un goulash con papas, acompañados por el agua mineral más cara de la historia, ya que si le entrábamos a la cerveza creo que nos quedábamos a pernoctar ahí.
Con algunas energías recuperadas decidimos ingresar al Palacio, y, convencidos por un vendedor políglota muy persuasivo (en realidad no tanto, pero era copado), decidimos pagar la entrada al mismo (recuerden que los jardines siempre son gratis), para, además de apreciar la arquitectura y los lujos, disfrutar también de una exposición de cuadros de diversos autores, entre los que se destacaba Gustav Klimt con sus sensuales creaciones. La verdad, no creo que haya valido mucho la pena la inversión, pero tal vez esté condicionado por el exceso de obras de arte que mis ojos están recibiendo, que, como todo exceso, además de ser perjudicial, también le resta peso relativo al motivo del exceso, al igual que me pasó en el parque de los tulipanes, que la verdad ya me parecían unas flores de mierda para cuando terminó el recorrido. Además, el cansancio en nuestras piernas era tal, que ya ni queríamos dar un paso de más, ni siquiera para leer el nombre de los cuadros, por lo que decidimos que era el momento de bajar la persiana, escapando de los todavía poderosos rayos del sol, que seguían atormentándonos cada vez que salíamos al descubierto. De pasada, antes de tomar el tranvía que nos dejaría milagrosamente en la puerta del hotel, sin hacer combinaciones, entramos a chusmear un local de souvenirs atendido por un chanta de quién sabe qué nacionalidad de europa oriental, que anunciaba en el cartel del local que el mismo era la “elección de Sharon Stone”, desplegando una foto del tipo junto a la ex diva, justamente con su apariencia de ex diva, lo que lo hacía aún más decadente.
Al bajar del tram, durante cuyo largo recorrido pudimos comprobar la enorme magnitud de la ciudad, además de apreciar a la pasada varios de los monumentos más importantes , hicimos unas pequeñas compras para la cena en un super cercano, disfrutando entonces de unos tranquilos sandwichs de queso y lomito ahumado, acompañados por una rica y coqueta cerveza, de esas que vienen con un tapón de cerámica apretado por un mecanismo de alambres en lugar de tener tapita, llamada Wieselburger, antes de nuestro merecido descanso en el anticuado pero aceptable hotel Mozart, cuya mayor contra es que no tiene internet en la habitación.
la foto del local de souvenirs recomendado por sharon stone me encanto
ResponderEliminarL´allemande
Podrías checkear el siguiente dato: la estación de metro Stephansplatz huele siempre a cacona de vaca. Si no te animás a comprobarlo vos mismo, podés mandar al camboyano que los acompaña...
ResponderEliminarChicos el hermano de Francisco José fue Maximilianode México.
ResponderEliminarVieron que hernmosa la casa de verano de Sissi. Cuando vean el palacio de la Ciudad donde Francisco José tenía digamos sus "oficinas", también les va a gustar. No olviden recorrer el 3er. piso donde esta todo lo que perteneció a Sissi. Besoooooooooooootes y si los veo más delgados.
Las salchcichas de todo tipo también las pueden comer en los quioscos en la calle.
ResponderEliminarCoincido con Cristina. Yo vine saturada de Francisco José y Sisi y los Habsburgo. Pero se nota el poderío del Imperio Austro-Húngaro. Francisco José es a Viena y Austria, lo que Sisi fue para Budapest y Hungría. Aquí ella es actualmente adorada por lo mucho que logro para ese país.Esa fue mi sensación, y así me lo hicieron saber. Besos y que sigan disfrutano de tan hermosos lugares. Bocha y Graciela.
ResponderEliminarEstos reportes mas sus respectivos comentarios son el combo perfecto. Yo todavia los sigo leyendo. No tengo verguenza la verdad. Definitivamente son y seran una parte muy importante de la historia.
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