Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

septiembre 21, 2011

Día 2: Hit the road Jack

Arrancamos el día (que yo había arrancado a las 4 am desvelado escribiendo lo del día anterior) con un nutritivo desayuno en la habitación, compuesto por café con leche, yogurt, tostadas, chocolatines, leche, y huevos revueltos al microondas (uno solo de nosotros se atrevió a mezclar todos los insumos mencionados, pero no lo voy a mandar al muere tan temprano, todavía tengo códigos…). Ah, también incluyó una porción de pescado ahumado del día anterior (que, dicho sea de paso, todavía sobra…) (en tu cara Rino!).

Arreglados y con el estómago contento, partimos en nuestro vehículo (ineficientemente tuneado con una bandera argentina por mis inhábiles manos) con dirección norte, ayudados por nuestro machista mapa, sin ningún tipo de reparo en detallar calles ni cosas parecidas, con el nombre del lugar y mínimamente una indicación que describa si está a al norte o al sur de nuestra posición actual… Partimos hacia la bahía, itsmo, o lo que sea, de Wangaparaoraoa o algo así (no vale intentar rimar con esa otra palabra), ubicada a unos 50 km al norte de nuestra ubicación, sitio al cual llegamos sin mayores preocupaciones. Allí pudimos disfrutar de la incomparable belleza natural que ofrece la posibilidad de ver el mar al este y oeste, sumando al combo tranquilas playas con empinadas paredes rocosas, y como frutilla del postre una planificación urbana envidiable, con tranquilas casitas ubicadas estratégicamente hasta en la sopa, insuflando nuestros corazones con una no muy sana envidia, bien negra (prefiero el negro al verde para denotar envidia, principalmente por el grone Otello…). Nos llamó la atención especialmente una callecita que bordeaba una costa deliciosa de la cual se levantaba un extraño peñón, que poseía todos los atributos necesarios para calificar como “suburbios del paraíso”. Lo interesante de lo que venimos viendo de esta ciudad es que no parece haber grandes diferencias entre los ingresos de las personas, y si existe, lo disimulan muy bien, porque las casas son del mismo estilo en toooooodoooos lados (hay mucha madera, y hasta parecen prefabricadas), y ninguna llama la atención por su lujo o tamaño desmedido. Qué se yo, después habrá que buscar en la net cómo es el tema de la distribución de la riqueza, si hay altos impuestos para los ricos, o si sus arquitectos tienen menos inventiva que el polaco bastía a la hora de la gambeta (igual lo banco a muerte al polaco). Paradójicamente, esta cualidad, que inicialmente podría ser percibida como negativa a la hora de evaluar la belleza de un barrio (porque siempre quedan lindas las mansiones), termina sumándole muchísimo al espíritu del lugar, apoyándose en la fuerza de una coherencia y perfección abrumadoras (más o menos igual a como juegan al rugby estos tipos, no hacen cosas locas, simplemente van para adelante, corren derecho, pasan la pelota cuando tienen que pasarla, y casi que ninguno sobresale del resto en desempeño individual). Otra cosa que se ve muchísimo acá (no solo en este barrio, si no en todo lo que vimos de Auckland) son los yatecitos. Casi todas las casas tienen estacionado uno en el garaje, y ya más cerca de la ciudad, pueden verse gigantescos estacionamientos para embarcaciones cada dos por tres, lo que es coherente con el dato que escucho Roberto de que el 20 % de la población local posee algún tipo de embarcación.

Bueno, todavía maravillados por la simple perfección con la que viven estos tipos, de quienes aún nos preguntamos de qué carajo viven y cómo alcanzan semejante nivel de vida, emprendimos el regreso, no sin antes detenernos en un minibarcito, en el cual ingerimos una especie de pancho prefabricado (horneado con masa), donde descubrimos una costumbre rarísima que tienen acá (inicialmente creímos que era de la china loca que nos atendió, cómo la puteamos, jajaj, luego la historia la reivindicó…), que consta en preguntarte cuantos sobrecitos de azúcar le vas a poner al café cuando se lo pedís en el mostrador, en lugar de que haya canilla libre de sobrecitos en las mesas, o al menos que te lo traigan para ponérselo uno. Es más, casi pensamos que nos los quería cobrar la china, de lo rara que nos pareció la situación, tuvimos que revisar el ticket para salir de la duda. Una vez en la ruta, regresamos a Auckland para luego encarar para la zona ubicada al este de la ciudad, donde pudimos encontrar, además de las bellas y uniformes construcciones, una zona de barcitos muy pintoresca (creo que se llamaba misión bay o algo así), donde, como el nombre del lugar lo dice (no la parte de mission) la presencia de bahías y contrabahías unidas por serpenteantes caminos, a veces flanqueados por agua a diestra y siniestra le terminaban de dar un nuevo toque de perfección al lugar.

No conformes con semejante y armónica belleza, pusimos rumbo hacia el oeste, donde nuestro mapa indicaba la posible existencia de una costa escondida detrás de la verde superficie de un parque nacional (más detalles no brinda el tacaño). Manejamos un buen trecho y nos fuimos adentrando en una zona de bosques montañosa (o al menos con ascensos importantes), en la cual las casas ya estaban distribuídas de manera más raleada, pero aún seguían poblando uniformemente las superficies disponibles para la construcción. Recorrimos los angostísimos y zigzagueantes senderos, subiendo y bajando con una frecuencia abrumadora, buscando en vano alguna señal que nos indicara cómo llegar a las fatídicas costas, pero al parecer los kiwis estos se acordaron de no ser perfectos justo en la zona en la cual más los necesitábamos, porque la verdad el camino tenía menos carteles que las calles del conurbano (lo que no falló nunca fue la señalización vial, ni aún arriba de las montañitas se podía ver una zona que no tuviera la ruta bien pintadita), así que, luego de recorrer varias veces el mismo trecho, y de preguntar sin éxito, decidimos ir a comer algo a un shopping que quedaba enfilando de nuevo para la ciudad.

El menú fue un abundante plato de comida china, comprado en un stand en el cual uno abonaba el tamaño del plato, y después se podía servir todo lo que entraba en el mismo. No se imaginan la torre de pisa que diseñamos, con base de arroz salteado y fideos, andamios de empanaditas chinas, y mampostería de cerdo agridulce, pollo con miel y alitas fritas… Después de la ingeniería, dimos unas vueltas por el shopping, que no valía dos mangos, principalmente porque todo estaba carísimo, y encima tenía pinta de trucho, o al menos puesto con mal gusto. Además, el no conocer las marcas locales tampoco inspira mucho a la compra (gracias a dios…). Hasta encontré la marca de calzones promocionados por Carter (bah, carter promociona todo acá), pero ni en pedo se me cruzó por la cabeza gastar los 40 dólares kiwis (que están en relación 3,5 con respecto al peso) que pedía Dan… (no se qué me hago el duro si después seguro me ablandan y termino cediendo)

Como último destino de conducción elegimos el One tree Hill, un montecito (que también es un volcán inactivo) ubicado unos kilómetros al sur de Auckland, el cual tiene la particularidad de estar rodeado por un hermoso parque (creo que se llamaba Cornwall Park), ideal para hacer deportes aeróbicos. Allí, además de apreciar su exuberante belleza, enmarcada por la presencia de innumerables ovejas que cumplían la doble función de dar ternura y mantener el césped en perfecto estado, pudimos encontrarnos, hablando de aerobismo, con una bola de músculos Maorí que trotaba por la zona, imponiendo un respeto enmudecedor… es más, en un momento, mientras comíamos un refrigerio, lo vimos pasar corriendo a la distancia, y se nos ocurrió hacer un comentario jocoso acerca de su apariencia, coincidiendo nuestras risas con el giro de su mirada hacia nuestra posición. La cara de cagaso en los 3 fue tan inmediata como nuestro silencio, pasando unos cuantos segundos hasta que pudimos volver a respirar, a medida que el animal continuaba su trote distante…

Aliviados, regresamos al hotel para dejar el vehículo y continuar a pie la exploración del centro de la ciudad, descubriendo algunos lugares interesantes, pero sucumbiendo siempre en última instancia ante la tentación de entrar en los locales oficiales del mundial (encima se llaman “superstores”, lo que los hace más irresistibles) para chusmear el interminable merchandising, y comprar alguna que otra boludez (como un juego de cubrecama y almohadas mundialista, con las 4 frases que pronuncia el referí antes de que inicie el scrum, … sin palabras…). También probamos suerte con una de esas máquinas donde uno intenta pescar cosas (que en este caso eran pelotas de rubgy, basket, etc) con una grúa, obviamente sin éxito,   no a causa de nuestra impericia, si no a que era un robo a mano armada, ya que en los 3 intentos, especialmente cuando probó Rober, la grúa abrazaba la pelota al bajar, pero la soltaba (literalmente) al subir. Fácilmente ameritaba aplicar la frase "destrocemos el lugar" de Serpiente, pero el tamaño de los guardias no lo aconsejaba... Terminamos la caminata ya de noche, recorriendo el Alber Park, un espacio verde de empinadas lomas ubicado a pocas cuadras de nuestra morada, desde el cual pudimos tomar algunas fotos de la sky tower iluminada con los colores de la RWC.

La cena fue ingerida en un pintoresco pub Belga (al estilo del Kilkenny) llamado “The Occidental”, en el cual degustamos variedad de cervezas de dicha procedencia, y disfrutamos un delicioso plato de mejillones gigantes al vapor (no sabemos qué carajo tendrán que ver con Bélgica, pero al parecer eran la especialidad de la casa, según nos dijo un azafato de aerolíneas), junto con una picada marítima que incluía cachos de salmón, calamares y ostras, todo ambientado con el espíritu del mundial. Había también infinidad de LCD en las paredes, que transmitían el partido de Japón contra Tonga, por lo que estuvimos completamente rodeados de ponjas vestidos con sus pantalones piyamezcos, y no pudimos evitar tildarlos de pechofríos, ya que el partido se jugaba a 150 km, y bien podrían haber estado ahí alentando en lugar de estar chupando con nosotros.

Bue, todo por hoy, o en realidad por ayer, porque a las 23 hs caí muerto con apenas 2 renglones escritos, pero nuevamente me desvelé a las 4 am (mientras los demás duermen… se adaptaron inmediatamente los hp) y acá me tienen sacrificándome por ustedes… Al menos sigo cumpliendo mi promesa de dormir menos de 5 horas y media por día durante el transcurso del mundial…

Ciao

























4 comentarios:

  1. JP solamente de ver la birra y la cacerola en las fotos me cae la baba cual homero al ver una duff!!! Repito lo dicho mucha envidia para mi pero esta vez sumo odio por no estar en un lugar que respira rugby, es un genio el big red, es como el rojo, comio carne en todos los estados jajjjajajja
    Abrazo
    Mona

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  2. Genio total !! Muy divertido el relato y las fotos buenísimas !!
    besos para todos !

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  3. JUAMPI:
    SOS UN IDOLO, REALMENTE TUS COMENTARIOS SON MUY INTERESANTES Y DETALLISTAS(NO TE OLVIDAS DE NADA),NOS ACÀ SUFRIENDO CON EL LABURO, PERO YO NO ME QUEJO PORQUE TAMBIEN VIAJE.HOY ES PRIMAVERA, ASI QUE FUIMOS ALMORZAR PARA FESTEJAR, EL DÌA RADIANTE DE SOL, CON UNA TEMP DE 25ºC,. QUE LINDAS LAS FOTOS Y LOS LUGARES SON MONTAÑOSOS Y PINTORESCOS, LA 4X4 BUENISIMA.
    MAÑANA VOY A VER EL PARTIDO, TODAVIA NO SE LA HORA DE ARGENTINA!!!
    BUENO HASTA LA PRÒXIMA, SEGUI DISFRUTANDO, PERO DORMÌ MÀS.
    BESOSSSS

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