30-09-11:
Conscientes de que éramos acreedores de un merecidísimo
descanso luego de la excitante jornada anterior, desayunamos liviana y tranquilamente
antes de subirnos a la camioneta y manejar las pocas cuadras que nos separaban
del puerto, dónde nos aguardaba la primera de las relajantes actividades que
realizaríamos en el día, que consistía en un apacible paseo en barco por el
gigantesco lago Taupo, con la posibilidad de a la vez pescar alguna que otra
truchita.
Elegimos la embarcación siguiendo nuestro infalible criterio
(que en este caso no se apoyó en más que la facha de los yatecitos, y también
el precio por hora que cobraban), y luego de subir a bordo, presentarnos con el
capitán (o conductor, o lo que sea) y pagar nuestras licencias de pesca (que
durarán hasta junio del año que viene…), zarpamos hacia las zonas de pesca,
surcando las verdosas y tranquilas aguas del lago. Ahora, antes de que me
empiecen a bombardear con el tema de qué carajo hago pescando yo, que siempre
califiqué actividad de provinciana y promotora de la vagancia, tengo que
decirles que… no se me ocurre como zafar… ah, si… sigo pensando lo mismo, lo
que pasa es que a veces hay que meterse en el lodo y averiguar bien como son
las cosas que uno bardea, para poder hacerlo luego con mayor precisión y
justificación. Además, no es lo mismo ir a la costanera en frente de
aeroparque, o a las lagunas de chascomús, con un botecito pedorro, que al
glamoroso Lake Taupo en New Zealand, embarcados en el poderosísimo White
Striker IV… el nivel de caretaje no tiene comparación…
Como les decía, la actividad logró aclararme del todo la
naturaleza mentirosa de los pescadores, principalmente en lo basado a la
supuesta destreza que presumen, siendo más que
evidente que lo único que se necesita es orto, y a lo sumo paciencia. Por
suerte, nuestra moderna embarcación contaba con todos los apoyos tecnológicos
habidos y por haber para facilitar aún más la insulsa tarea (siempre deportivamente
hablando, porque en cuanto a los paisajes y a la paz que vivimos, no tuvieron
nombre…), como un sonar que teóricamente ayudaba a detectar las truchas, y una
especie de aparatito que automáticamente bajaba los anzuelos a la profundidad
que uno quería (hay fotito con esquema rudimentario), así que, con evidente
orto, en menos de una horita ya habíamos pescado dos bichos, traídos por el
colo y Rober, de los cuales únicamente pudimos conservar el de Nacho porque el
otro no llegaba al tamaño necesario (40 cm). Como era de esperar, la suerte
pesquera nos abandonó a partir de ese momento, por lo cual regresé invicto en
el arte de darle vueltitas al reel para atraer a un sufrido pescado, pero eso
no me impidió disfrutar del inmejorable paisaje, enmarcado por las ya
putamadrezcas casas levantadas sobre las colinas de los suburbios de Taupo.
De nuevo en el puerto, decidimos regresar a la habitación
para colocar nuestro saludable y apetecible trofeo, el cual había sido
previamente fileteado, y condimentado (ante los desesperados gritos de “la
arruinó” proferidos por Rober) con un sazón kiwi casero preparado por nuestro
capitán, en atmósfera refrigerada. Seguidamente partimos nuevamente hacia el
centro, donde recorrimos algunos locales que nos faltaban, asombrándonos con
las extrañas mercancías que ofrecen (había una más que interesante birome cuyo
capuchón era similar al cubo mágico, pudiendo destaparla únicamente cuando se
alineaban los colores, cosa que no era muy difícil de lograr, caso contrario la
misma no podría cumplir su registradora función…), para luego escaparnos al
localsucho de la fritata de mar, con la firme intención de repetir la panzada
realizada hacía casi exactamente 24 hs, lo cual pudimos realizar con delicioso
éxito.
Pipones como pocos, y gracias al consejo de los dueños de
fritolandia (no recuerdo el nombre, pero algo de fry tenía seguro), enfilamos
(después de que el colo se ganara finalmente una hermosa pelotita de basket
spalding en las maquinitas grúa de la calle) para unas fuentes de aguas
termales ubicadas a escasas cuadras del lugar en el cual había realizado el
bungy jumping (previa nueva visita al hotel para ponernos la malla. Para
acceder a las mismas había que atravesar un espectacular parque de amplios
espacios verdes y desniveles, ideal para pasear ropes, lo que me hizo extañar
mucho a locobenit, quien debe estar haciendo destrozos en mi ausencia. Una vez
en el paradisíaco lugar, pudimos disfrutar de la extrañamente revitalizante
sensación de sumergirse en las aguas heladas del río (creo que la decisión de
la zambullida me costó más que la del bungy), para inmediatamente pasar a
temperaturas superiores a la que uno pone en un baño de inmersión bien, bien caliente,
proveniente de las aguas que fluían humeantes y cristalinas desde una fuente
ubicada en alguna posición más elevada (la cual no pudimos identificar,
únicamente disfrutamos del agua que caía desde las cataratitas y se acumulaba
naturalmente entre las rocas, cubiertas por verdes, resbaladizos e
hipertermófilos musgos, para finalmente fundirse por completo con el río hacia
el cual fluía).
Obviamente, además de nosotros, también había una buena
cantidad de turistas que disfrutaban de la inusual experiencia, destacándose
nuevamente un grupo findenombredeparquetermal símiles que impúdicamente se
cambiaban pelando culo y tetas a la intemperie de los elementos.
Lamentablemente los especímenes no eran dignos de apreciar, y la verdad creo
que nos hicieron un gran favor vistiéndose lo más rápido que pudieron (tristemente
para los pajerlis, al igual que con la francesa de ayer, tampoco hay fotos
disponibles).
Tanto nos gustó el lugar, que nos quedamos unas cuantas
horas, alternando los chapuzones fríos y calientes con reposos terrestres, en
uno de los cuales hasta me clavé una siestita. También pudimos disfrutar de la
infantil práctica del arroje la pelotita del colo bien lejos para buscarla
nadando cagándose de frío, y salpicar a los turistas con los chapoteos de la misma.
Y hablando de turistas, sólo la intervención de Crom pudo salvarme de un boqueo
suicida, iluminándome para impedir que le comentara al colo un inocente “vino Buffarro
Bill”, ante la aparición de un enorme y musculoso bufarrón dolape con candado y
en sunga, el cual, además de estar acompañado por su más musculoso y ensungado
compañero, también tenían la impensada característica de ser argentinos…
lástima que tampoco les pudimos sacar fotos, pero éstos dejaban como pigmeos a
los de Nelson.
Bue, a eso de las 18 hs nos reunimos nuevamente con Rober,
que no había querido meterse al agua, y nos fuimos de nuevo al Mc para merendar
esos deliciosos smoothies, antes de enfilar por última vez para el supermercado
Countdown, en el cual adquirimos los insumos restantes para completar la hasta
ahora más memorable panzada en lo que va del viaje. La misma estuvo compuesta
por: la truchita pescada por el colo, tres filetes de carne de vaca (no me
acuerdo el nombre del corte), tres de cordero, papas españolas, cebollas,
tomates, una verdura local llamada yum (terminó siendo similar a la batata en
cuanto al sabor), y unos apetitosos huevos, todo cocinado en la gran plancha a
gas que tardíamente descubrimos poseía el hotel, ubicada junto a la pileta.
Hacía tanto que no comíamos carne, y todo estaba tan rico
(salvo la trucha, que verdaderamente había arruinado el pescador, dejándola
extremadamente picante y agridulce) (de todas formas no la perdonamos) que lo
comimos en tiempo record, y para las 20.30 hs ya teníamos todo ordenadito, así
que sólo nos quedó disfrutar en el bar del hotel de las vibrantes emociones brindadas por el choque
entre Sudáfrica y Samoa, en un inolvidable partido. La verdad, es increíble que
un equipo como el samoano se tenga que retirar del mundial tan rápido, lo que
van para adelante esos muchachos no tiene nombre, pero bueno, en frente tenían
a los robots asesinos de los springbocks…
Así termino éste perfecto día de reposo y relajación. Nos
veremos mañana.