Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

septiembre 30, 2011

Día 11: Jeben


30-09-11:

Conscientes de que éramos acreedores de un merecidísimo descanso luego de la excitante jornada anterior, desayunamos liviana y tranquilamente antes de subirnos a la camioneta y manejar las pocas cuadras que nos separaban del puerto, dónde nos aguardaba la primera de las relajantes actividades que realizaríamos en el día, que consistía en un apacible paseo en barco por el gigantesco lago Taupo, con la posibilidad de a la vez pescar alguna que otra truchita.
Elegimos la embarcación siguiendo nuestro infalible criterio (que en este caso no se apoyó en más que la facha de los yatecitos, y también el precio por hora que cobraban), y luego de subir a bordo, presentarnos con el capitán (o conductor, o lo que sea) y pagar nuestras licencias de pesca (que durarán hasta junio del año que viene…), zarpamos hacia las zonas de pesca, surcando las verdosas y tranquilas aguas del lago. Ahora, antes de que me empiecen a bombardear con el tema de qué carajo hago pescando yo, que siempre califiqué actividad de provinciana y promotora de la vagancia, tengo que decirles que… no se me ocurre como zafar… ah, si… sigo pensando lo mismo, lo que pasa es que a veces hay que meterse en el lodo y averiguar bien como son las cosas que uno bardea, para poder hacerlo luego con mayor precisión y justificación. Además, no es lo mismo ir a la costanera en frente de aeroparque, o a las lagunas de chascomús, con un botecito pedorro, que al glamoroso Lake Taupo en New Zealand, embarcados en el poderosísimo White Striker IV… el nivel de caretaje no tiene comparación…
Como les decía, la actividad logró aclararme del todo la naturaleza mentirosa de los pescadores, principalmente en lo basado a la supuesta destreza que presumen, siendo más que evidente que lo único que se necesita es orto, y a lo sumo paciencia. Por suerte, nuestra moderna embarcación contaba con todos los apoyos tecnológicos habidos y por haber para facilitar aún más la insulsa tarea (siempre deportivamente hablando, porque en cuanto a los paisajes y a la paz que vivimos, no tuvieron nombre…), como un sonar que teóricamente ayudaba a detectar las truchas, y una especie de aparatito que automáticamente bajaba los anzuelos a la profundidad que uno quería (hay fotito con esquema rudimentario), así que, con evidente orto, en menos de una horita ya habíamos pescado dos bichos, traídos por el colo y Rober, de los cuales únicamente pudimos conservar el de Nacho porque el otro no llegaba al tamaño necesario (40 cm). Como era de esperar, la suerte pesquera nos abandonó a partir de ese momento, por lo cual regresé invicto en el arte de darle vueltitas al reel para atraer a un sufrido pescado, pero eso no me impidió disfrutar del inmejorable paisaje, enmarcado por las ya putamadrezcas casas levantadas sobre las colinas de los suburbios de Taupo.

De nuevo en el puerto, decidimos regresar a la habitación para colocar nuestro saludable y apetecible trofeo, el cual había sido previamente fileteado, y condimentado (ante los desesperados gritos de “la arruinó” proferidos por Rober) con un sazón kiwi casero preparado por nuestro capitán, en atmósfera refrigerada. Seguidamente partimos nuevamente hacia el centro, donde recorrimos algunos locales que nos faltaban, asombrándonos con las extrañas mercancías que ofrecen (había una más que interesante birome cuyo capuchón era similar al cubo mágico, pudiendo destaparla únicamente cuando se alineaban los colores, cosa que no era muy difícil de lograr, caso contrario la misma no podría cumplir su registradora función…), para luego escaparnos al localsucho de la fritata de mar, con la firme intención de repetir la panzada realizada hacía casi exactamente 24 hs, lo cual pudimos realizar con delicioso éxito.
Pipones como pocos, y gracias al consejo de los dueños de fritolandia (no recuerdo el nombre, pero algo de fry tenía seguro), enfilamos (después de que el colo se ganara finalmente una hermosa pelotita de basket spalding en las maquinitas grúa de la calle) para unas fuentes de aguas termales ubicadas a escasas cuadras del lugar en el cual había realizado el bungy jumping (previa nueva visita al hotel para ponernos la malla. Para acceder a las mismas había que atravesar un espectacular parque de amplios espacios verdes y desniveles, ideal para pasear ropes, lo que me hizo extañar mucho a locobenit, quien debe estar haciendo destrozos en mi ausencia. Una vez en el paradisíaco lugar, pudimos disfrutar de la extrañamente revitalizante sensación de sumergirse en las aguas heladas del río (creo que la decisión de la zambullida me costó más que la del bungy), para inmediatamente pasar a temperaturas superiores a la que uno pone en un baño de inmersión bien, bien caliente, proveniente de las aguas que fluían humeantes y cristalinas desde una fuente ubicada en alguna posición más elevada (la cual no pudimos identificar, únicamente disfrutamos del agua que caía desde las cataratitas y se acumulaba naturalmente entre las rocas, cubiertas por verdes, resbaladizos e hipertermófilos musgos, para finalmente fundirse por completo con el río hacia el cual fluía).
Obviamente, además de nosotros, también había una buena cantidad de turistas que disfrutaban de la inusual experiencia, destacándose nuevamente un grupo findenombredeparquetermal símiles que impúdicamente se cambiaban pelando culo y tetas a la intemperie de los elementos. Lamentablemente los especímenes no eran dignos de apreciar, y la verdad creo que nos hicieron un gran favor vistiéndose lo más rápido que pudieron (tristemente para los pajerlis, al igual que con la francesa de ayer, tampoco hay fotos disponibles).
Tanto nos gustó el lugar, que nos quedamos unas cuantas horas, alternando los chapuzones fríos y calientes con reposos terrestres, en uno de los cuales hasta me clavé una siestita. También pudimos disfrutar de la infantil práctica del arroje la pelotita del colo bien lejos para buscarla nadando cagándose de frío, y salpicar a los turistas con los chapoteos de la misma. Y hablando de turistas, sólo la intervención de Crom pudo salvarme de un boqueo suicida, iluminándome para impedir que le comentara al colo un inocente “vino Buffarro Bill”, ante la aparición de un enorme y musculoso bufarrón dolape con candado y en sunga, el cual, además de estar acompañado por su más musculoso y ensungado compañero, también tenían la impensada característica de ser argentinos… lástima que tampoco les pudimos sacar fotos, pero éstos dejaban como pigmeos a los de Nelson.

Bue, a eso de las 18 hs nos reunimos nuevamente con Rober, que no había querido meterse al agua, y nos fuimos de nuevo al Mc para merendar esos deliciosos smoothies, antes de enfilar por última vez para el supermercado Countdown, en el cual adquirimos los insumos restantes para completar la hasta ahora más memorable panzada en lo que va del viaje. La misma estuvo compuesta por: la truchita pescada por el colo, tres filetes de carne de vaca (no me acuerdo el nombre del corte), tres de cordero, papas españolas, cebollas, tomates, una verdura local llamada yum (terminó siendo similar a la batata en cuanto al sabor), y unos apetitosos huevos, todo cocinado en la gran plancha a gas que tardíamente descubrimos poseía el hotel, ubicada junto a la pileta.
Hacía tanto que no comíamos carne, y todo estaba tan rico (salvo la trucha, que verdaderamente había arruinado el pescador, dejándola extremadamente picante y agridulce) (de todas formas no la perdonamos) que lo comimos en tiempo record, y para las 20.30 hs ya teníamos todo ordenadito, así que sólo nos quedó disfrutar en el bar del hotel de las vibrantes emociones brindadas por el choque entre Sudáfrica y Samoa, en un inolvidable partido. La verdad, es increíble que un equipo como el samoano se tenga que retirar del mundial tan rápido, lo que van para adelante esos muchachos no tiene nombre, pero bueno, en frente tenían a los robots asesinos de los springbocks…

Así termino éste perfecto día de reposo y relajación. Nos veremos mañana.























septiembre 29, 2011

Día 10: Llevando los 5 sentidos al extremo.

29-09-11:

Arrancamos nuestra primera mañana en la lacustre ciudad de Taupo, ingiriendo un liviano desayuno, principalmente a causa de que no tenemos microondas ni hornallas en la habitación del hotel, así que el menú consistió en juguito tropical (una rica mezcla de naranja, manzana, mango y quién sabe que otra fruta), café o chocolatada y pancito con mermelada, que fue la gran salvadora de la mañana, ya que ayudó a saborizar el insulso yogur griego natural que había comprado para hacerme el raro, como de costumbre.

A eso de las 8 cazamos el auto y encaramos para el norte, recorriendo durante una gomosa hora un trayecto íntegramente cubierto por una especísima niebla, que hacía ver la de la isla sur como una leve empañada de vidrio. Nos pareció extrañísima su persistente presencia, especialmente porque ya eran pasadas las 9 de la mañana, y hacía rato que el sol iluminaba las rutas, pero nuestras dudas fueron prontamente evacuadas una vez que arribamos a nuestro destino, el parque Wai-o-Tapu, ubicado en una zona densamente poblada por piletones naturales de aguas calientes (y otros elementos), las cuales liberan constantemente las blancas fumarolas que estimamos eran responsables por tan molesto fenómeno ruteril.
La última parte del  nombre del parque pareció estar puesto increíblemente a medida de una francesa que se estaba bañando en pelotas, literalmente, en un arroyo caliente cercano a la entrada del mismo. Y ya que estamos en el campo femenino, aprovecho para hacer un comentario referido justamente a la apariencia de las mujeres de acá, las que, paradójicamente a pesar del importante tiempo que dedican a hacer deporte, presentan unos físicos amorfos o como mínimo incapaces de atraer ninguna mirada por un lapso mayor al que se le dedica el observar  un paisaje monótono, lo cual, sumado a que todas tienen caras insulsas con expresión de nada, las deja muy mal paradas con respecto a las de nuestras razas. Con todo esto no sólo quiero dejar claro que esa francesa estaba buena, si no que es notable como uno se puede dar cuenta a la distancia si un grupo de personas es local o turista, sin necesidad de escucharlos, si no únicamente mirándole la cara a las minas. Al menos en algo les ganamos, y por goleada a estos kiwis.
Bue, hablando de los galos, el parque estaba hasta las manos de los mismos, quienes agrupados en numerosos tours se apoderaron del gift shop del parque (al cual extrañamente se podía acceder antes de recorrerlo), y de casi todas las localidades del anfiteatro delante del cual un geyser llamado Lady no sé cuánto eruptaba agua (con detergente, gracias a la magia de los kiwis cuasicordobeses que administraban el parque). La cosa es así, al parecer el geyser podría entrar en erupción por sí solo, pero sería imposible calcular cuándo sería el evento, así que los locales lo solucionaron agregando detergente o jabón en la boca del mismo, el cual por un proceso de disminución en la tensión superficial del agua facilita la rápida mezcla de los fluídos a distintas temperaturas alojados en el mismo, generando así una ruidosa y potente erupción de unos 5 metros de altura, una vez por día, siempre a la misma hora.
Durante aproximadamente una hora y media recorrimos los nauseabundos senderos del parque, apestados por el contundente olor del azufre liberado por las calientes y ácidas aguas, cuya erosiva acción es responsable del derrumbe de grandes porciones de terreno, generando impresionantes cráteres de coloreadas paredes, a causa del depósito de los minerales que el mencionado fluído había extraído antes de piedras subterráneas.  Atravesando éstas burbujeantes y coloridas lagunas de volcánica procedencia tuve la oportunidad de practicar mi incipiente pero inesperadamente útil francés, interpretando (con evidente esfuerzo) las indicaciones que nos daban los guías locales en dicho idioma, obviamente creyendo que éramos parte del inmenso contingente de europea procedencia. Al finalizar, ya cerca de las 11.30, decidimos realizar una colación con un scon de queso y una especie de gran salchicha rebozada, acompañado todo por juguitos y shweppes raras (acá hay mil sabores de shweppes, ésta vez fue de lima-limón y amargos) (así se llamaba, pero no decía nada del rojo igual), que no lograron (los alimentos, no la bebida) saciar ni nuestra hambre fisiológica ni gourmet (eran feos).

Regresamos a Taupo ya sin bruma en las rutas, realizamos de pasada una visita a las cataratas Huka, o Huka falls, por las cuales estos kiwis volvieron a merecer el mote de cordobeses lodrones, ya que se trataban de apenas un saltito de agua, cuya única característica destacable fue la pureza de su aturquesado color. Una vez en la ciudad sí pudimos comer como dios manda, en un puestucho que ni siquiera tenía baño, pero fue capaz de obsequiarnos la más deliciosa y barata fritata de mar, compuesta por filets de merluza, rabas, ostras, mejillones y kanikama, rebozado todo a la romana, obviamente acompañado por papas también fritas. Todavía ignoramos la razón que llevó originalmente a ésta pareja (porque el local era atendido por sus dueños, como la mayoría en éste país) a freír las ostras y el kanikama, pero lo cierto es que quedaron riquísimos, y presentaban un grado de ternura tan alto que les permitía, por ejemplo en el caso de las rabas (lo más raro de todo) poder ser cortadas con un enclenque tenedor de plástico.
 Terminada la faena, y aún con el estómago lleno, nos despedimos de Rober, quien se quedaría en el centro de la ciudad, para dirigirnos a nuestro primer destino de aventura turística en el viaje, los jet boats de los rápidos del río Waikato. La actividad se basa en recorrer las heladas aguas del río en una velocísima lancha jet, con un ruidoso motor que consume 1 litro de nafta por minuto, capaz de impulsarla a más de 90 km por hora, lo cual es muchísimo para el desplazamiento en el agua, especialmente atravesando los angostos rápidos, poblados por numerosos y peligrosos obstáculos, como las piedras y árboles que amenazaban constantemente la continuidad de nuestra integridad física tal como la conocemos (e intentamos conservar).
La abundancia de saltos, zigzags, derrapadas y giros de 180 y 360 grados le imprimió al paseo una dosis de adrenalina pocas veces registrada por nuestros sentidos, y, si le sumamos el importante frío que se pasa a causa de que el hijodeputa del chofer hace hasta lo imposible para que te empapes, logrando llegar al menos a 4 muy factibles causas probables de muerte al realizarlo (por colisión, por ahogo, por hipotermia y por paro cardíaco), obtenemos una experiencia 100 % inolvidable. Afortunadamente el colo había sugerido que trajéramos una muda de ropa previendo la eventualidad del mojado, por lo cual no tuvimos que sufrir luego de terminar los 35 minutos de apasionante paseo. La cagada es que no vamos a poder subir fotos de esto, porque los putarracos no te dejan llevar cámara (que la verdad tampoco hubiésemos podido usar, ya que ni se nos ocurrió soltar la baranda), y las fotos que ellos nos vendieron vienen en cd, por lo que, por ahora, no tengo manera de pasar a la netbook para cargarlas desde allí.

Dejamos el lugar con una importantísima carga emocional, que la verdad nos pegó como haber corrido una maratón, tal habrá sido el estado de tensión de nuestros nervios, y decidimos regresar a la ciudad, en cuyas afueras decidí, ya que estaba en tema, redoblar la apuesta y probar suerte con una actividad que todavía no comprendo del todo cómo fui capaz de realizar, teniendo en cuenta lo cagón que soy en las alturas, el bungy jumping.

Mucho no hay para decir de esto, principalmente porque cargué un videíto que lo muestra todo (cuando lo vean, no se crean que mi forma de caminar previa al salto se debe únicamente al cagazo, que obviamente tenía, fíjense bien que tengo los piés unidos por un arnés, por eso me muevo como pingüino), pero lo que sí quiero agregar es que nunca, pero nunca de los nuncas en mi vida tuve tantas dudas en mi cabeza como en el instante previo al salto, y lo que es increíble es que en el video ese tiempo que para mí fue casi infinito dura no más que un par de segundos (lo que es la zabiola…). Al final, obviamente como en todos los actos de locura, lo que hay que hacer para llevarlos a cabo es simplemente dejar de pensar y actuar. Una vez que saltaste la verdad es que todo pasa muy rápido, y la sensación de vuelo dura apenas un instante, por lo cual no puedo dar una descripción muy detallada, pero el tema del rebote es muy copado, porque ya se pierde completamente el miedo, y se puede disfrutar de otra manera. Lo único que lamento es que a causa del operador kiwi (o mejor dicho apu), quien evidentemente calculó mal la tensión de la soga, no llegué a sumergirme en el agua luego del salto, un plus muy recomendable que me hubiera gustado mucho experimentar.

Nuevamente en tierra firme, después de adquirir el pen-drive más caro de la historia (pero con fotos y videos valiosas) y ahora sí completamente liquidado por la sumatoria de tensiones extremas, nos reunimos con Rober en un McDonalds (casi el único local abierto a esas tardías horas de las 5 y media de la tarde), donde nos recuperamos con unos batidos frutales. Luego, a causa de la fantasmal actividad de la ciudad, encaramos para nuestro fiel supermercado Countdown, con la intención de continuar apreciando la inagotable variedad de productos ofrecidos, y de paso completar un poco los insumos para realizar una nueva picada nocturna. De regreso en el hotel, Colette me convenció (ya comenté que tengo el sí fácil) de salir a realizar un regenerativo trote bordeando nuestro vecino lago (en el cual vimos más beneficiarios del plan Yates para todos), lo cual luego le agradecí con creces dado que, además de obrar maravillas en mis estresadísimos nervios, nos permitió apreciar un increíble atardecer en las montañas, con el sol reflejando su anaranjada luz sobre la superficie del agua. A la vuelta también aprovechamos la rara oportunidad de aliviar nuestros cansados pies en las cálidas aguas de una burbujeante pileta natural que alimentaba al río a escasos metros del hotel.

El día concluyo obviamente con una duchita y la ingestión de la mencionada picada, a la cual añadimos exóticos productos (con respecto a los que venimos ingiriendo), como tomates, ciruelas y peras.   

Hasta mañana.

PD1: Si alguno pregunta donde está llevado al extremo el sentido del tacto, más tacto que no haber ido a protestar por la no tocada de agua (con el consiguiente riesgo de la respuesta: “ah, querés tocar el agua? Saltá de nuevo que te aflojamos un poquito la soga…”) no se puede tener…
PD2: Gracias a todos por los comentarios, pero todavía no podemos entender el por qué del furioso ensañamiento con nuestros queridos amigos nelsonianos…




























septiembre 28, 2011

Día 9: El regreso del Jedi

28-09-11:

Febo aún no se había dignado a desplegar sus áureas caricias sobre los terrenos que serían testigos mudos de sus hazañas, y el aire se encontraba enrarecido con una electricidad estática y una calma en extremo pasmosa, anunciando inequívocamente la tormenta adrenalínica que se avecinaba,  pero esas pequeñeces no serían capaces de intimidar a nuestro héroe, que enfiló para el volante con la misma seguridad que Luke Skywalker se dirigió a la guarida de Jabba the Hutt, sabiendo que estaría en completo control de todo lo que sucedería de ese momento en adelante…
Y así fue como nuestro héroe regresó al volante del motorizado vehículo (luego de un franciscano desayuno), para depositarnos con perfección Suiza nuevamente en la ciudad de Picton, donde abordaríamos una vez más el ferry que nos regresaría a Aoteroa (nombre Maorí de la Isla Norte). Tal era la confianza que le teníamos (lo aclaro para los que los difamadores después no digan que me ensaño con mi ídolo Rober… lo que es el populismo…) que tanto el colo como su servidor se durmieron casi inmediatamente luego de abrocharnos el cinturón, por lo cual el pobre se tuvo que comer todo el trayecto de 2 horas sin copiloto ni charloteador… (mentira, al menos yo duré lo suficiente como para sacarle un par de fotos a la especísima bruma que tuvimos que atravesar en uno de los segmentos más jodidos del camino, pero ni eso probó ser suficiente para detener las proezas del Rober). (del paisaje no comentaré porque fue el mismo que recorrimos ayer)

Como teníamos algo de tiempo antes de abordar, decidimos aprovechar para recorrer un poco el centro de la portuaria ciudad, tarea que resultó ser tan sencilla (consiste en 2 cuadras pobladas por pequeños negocios, que además estaban casi todos cerrados, ya que apenas eran las 9:15…) que tuvimos que encarar para un barcito con la intención de ampliar nuestro escaso desayuno. Colito siguió con su onda light, entrándole a un enorme bowl de café con leche, acompañado por un muffin de frambuesas, mientras que Rober y Yo compartimos una delicada obra de arte, digna de las más afamadas academias gastronómicas gourmet, consistente en la fina mixtura de: un salteadito de porotos, pollo (de granja obviamente), puré de batatas y posiblemente alguna salsa bien grasosa, todo armoniosamente envuelto en crocantes lonjas de panceta (proveniente también de chanchos de granja orgánica, eso ya ni se duda). Regamos la delicatesen con dos generosos capuccinos, cuyos ingredientes, como seguramente no estarán enterados quienes nos acusan de no cuidar nuestra alimentación, provienen íntegramente de vegetales (el café es un vegetal, también el cacao y la canela, el azúcar viene de la caña, y encima era rubia, y para finalizar, su componente mayoritario es agua…) así que, si quieren pueden vivir su ignorancia como les plazca, pero no quieran envenenar nuestras virtuosas costumbres. Ah, también comimos un muffin de arándanos (ahí tienen también, una fruta…).

Por suerte el ferry que nos cruzaría en esta oportunidad era mucho más chico que el anterior, así que el cargado de los vehículos fue mucho más rápido, reduciendo considerablemente el tiempo total del proceso cruzatorio de canal. Pero el tamaño no era lo único distinto que presentaba la nueva embarcación, también tenía la capacidad de transportar trenes completos, poseyendo rieles internos que se continuaban desde el último punto del puerto. Ah, otra cosa loca que tiene que ver con la conexión entre las dos islas es que justamente existen cables de comunicación, corriente, etc que van desde una costa a la otra, justamente para mantener bien enlazadas a las dos mitades del país, y lo que también se continúa una vez que se cruza al otro lado es nuestra molestísima amiga, la ruta 1, que aparentemente continúa hasta la punta misma de la isla sur (al igual que nuestra ruta 3 continúa en tierra del fuego) (ahora me pregunto, habrá cables de corriente bajo el agua para alimentar a tierra del fuego?).
En cuanto a la travesía, tampoco hay mucho para agregar, ya que es igual a la descripta en el reporte anterior, y además me la pasé escribiendo (y mandando, porque el barco tenía internet) el reporte 8, así que apenas salí de cubierta para recorrer la embarcación antes de que zarpara.

Llegamos al puerto de Wellington a eso de las 13.30 hs, e inmediatamente tomamos la ruta 1 con rumbo norte, buscando como destino la geográficamente central ciudad de Taupo, separada de nosotros por 360 km (o 5 horas de manejo, porque acá en lugar de expresar la distancia en kilómetros lo hacen en el tiempo que uno tarda en recorrerlas, ej: si uno pregunta una dirección en la ciudad, te dicen: caminá 5 minutos para allá, en lugar de decir 3 cuadras) (bah, creo que en casi todo el mundo se habla así) de las mismas bellas pero molestas rutas que habíamos recorrido para bajar desde Tauranga (y ahora no empiecen a criticar la diagramación del viaje, porque esto es un mundial, y uno se mueve al compás de los partidos, el turismo es secundario, eh!). Lo único que agregaré acá es que, además del gratificante almuerzo en Burger King (que igual no le llega ni a los talones a Burger fuel), cada vez aprecio más el hecho de que seamos 3 para manejar, lo que permite una constante salida del Cuchu a la cancha, permitiéndonos descansar luego de aproximadamente 200 km (se me hace difícil pasar a las horas) de manejo cada uno.
A eso de las 18.30 hs arribamos a la Ciudad de Taupo, ubicada entre montañas y a orillas de su lago tocayo, al cual descubrimos con mucho agrado apunta la ventana de nuestra habitación, instalada a escasos pasos del mismo. Descargamos la camioneta y salimos para recorrer las calles de éste pintoresco pueblo, para descubrir con asombro que acá verdaderamente se respeta a rajatabla eso de cortar todo e irse a casa después del laburo, porque la verdad parecía una ciudad fantasma, con el 95 % de los locales cerrados incluso todavía siendo de día, lo que resultaba mucho más bizarro e inexplicable. También nos llamó la atención la gran amplitud de las calles y veredas (que al estar vacías parecían incluso más grandes), y la presencia de una importante cantidad de restoranes arquitectónicamente similares a los de Argentina (grandes salones, mesas adornadas, etc), muy distintos a los sucuchos que veníamos viendo en las otras ciudades.
Lo único que nos quedó por hacer fue pegar una pasada por los siempre interesantes supermercados, donde nos maravillamos con la variedad de productos exóticos para nuestros ojos, y decidimos armar una suculenta picadita, que ingerimos con agrado en nuestro costero hotel, teniendo además la oportunidad de catar un vino Neozelandés de la región de Marlborough, recomendado enfáticamente por los muchachones del Nelson Rugby Club, que al final no terminó siendo gran cosa. Terminamos la velada degustando unas jugosísimas manzanas (de una variedad seleccionada entre las 4 desconocidas variedades de manzanas rojas que vimos en el super) y unos sorbos a nuestro ahumado y escocés amigo.

Hasta la próxima.

PD1: Agregué al final un videíto con el funcionamiento de la lámpara sin switch, para que mueran de envidia. 
PD2: Estoy recibiendo muchos reportes de intentos fallidos de comentar en el blog. Por favor avísenme que error les aparece, o comuníquense con Emi que les va a saber solucionar el problema.