04-10-11:
Y si, se hizo esperar pero por fin llegó el ansiado día de
dejar de una buena vez este país de insulsa perfección, sin la pimienta y sal
que sólo puede imprimir la improvisación tercermundista. Adiós para siempre a
esas hospitalidad de sonrisas constantes y saludos alegres a flor de piel.
Nunca más a las calles excesivamente señalizadas, cuyas líneas de pintura
(las blancas, amarillas, simples, dobles, punteadas, bah, todas) indican el
camino sin dejar lugar a la imaginación, y encima tienen el tupé de poseer
relieves, buchoneándonos con vibraciones tipo serruchito cada vez que el sueño
o la falta de cálculo nos hacían posarnos sobre ellas). Tampoco extrañaré tus
señales de velocidad máxima en cada curva, calculadas de manera tan
molestamente exacta, que 5 km/h en exceso exponían la cola de nuestra camioneta
más que la de los togas que bailan en Tinelli (no tanto como las de a pleno sábado). Además, para qué quedarse? Sin
Carter ni Hernández este mundial es una farsa, no tiene ningún sentido seguir
haciendo esfuerzos inhumanos para aguantar el trato de estos corkochos
apensantes incapaces de salirse siquiera un milímetro del libreto. Así que, no
puedo estar más feliz al decir: au
revoir Nouvelle Zelande!
Bua, mejor vamos al relato de nuestro último día.
Arrancamos tranquilísimos, tomando el petit dejeneur
mientras terminábamos de cerrar definitivamente las valijas. Después nos fuimos a dar la última vueltita
por los caminitos de la ribera, único lugar que a nuestro entender era digno de
una repetición en la decepcionante ciudad de Hamilton, y, antes de hacer el
check out, pudimos darnos el gusto de jugar una partidita en el ajedrez gigante
que nos venía haciendo guiños cómplices desde el día de ayer.
Con la camioneta cargadita comenzamos el que sería nuestro trayecto
final por las rutas kiwis, entre nuestra posición actual y la inolvidable
ciudad de Aukcland, el cual recorrimos circulando durante aproximadamente 2
horas por los últimos 150 km de la ruta 1 que nos restaban conocer de la isla
norte. Una vez en la metrópoli, nos alegramos de encontrarnos nuevamente en
esta ciudad hermosa y llena de vida, con gente real viviéndola a toda hora,
marcando un fuerte contraste con las fantasmales características que veníamos
experimentando últimamente.
Dejamos el auto en un estacionamiento céntrico, y salimos a
recorrer las calles que mejores impresiones nos habían dejado, teniendo
oportunidad además de conocer algunas bastante interesantes, con negocios de
marcas internacionales de precios inaccesibles, que se nos habían escapado en
la primera visita (las cuales casi siempre estaban repletas de turistas chinos
comprando a diestra y siniestra).
Siendo la 1 y media pasadas, decidimos que era hora de
aceptar la generosísima invitación que nos hizo el Rober de despedirnos
gastronómicamente en el restoran “The Occidental”, en el cual incursionamos
nuevamente en el kilito de mejillones gigantes, complementándolos con unos
calamares fritos y unas suaves croquetas de queso y pollo, todo en extremo
delicioso.
Para bajar la panzada decidimos realizar una caminata por el
impresionante puerto de la ciudad, donde volvimos a fascinarnos con la claridad
de sus aguas, descubriendo que tienen gente con redes constantemente sacando
hojas y demás impurezas (tenían unas remeras que decían “wáter
control” o algo así), y descubriendo una interesante muestra de fotografías
históricas de los all blacks, estratégicamente ubicada, con una espléndida
vista de la bahía. Nuestra última actividad previo a emprender la retirada
final fue la ingesta de un café y nuestros entrañables “smoothies” de McDonalds.
Regresamos al estacionamiento y encaramos para el local de
alquiler del auto, al cual llegamos cortando clavos a causa de que no
encontrábamos una puta estación de servicio, y además de casualidad se nos
ocurrió llamar para preguntar a qué hora cerraban, enterándonos, a eso de las
17.05, que sus oficinas hacían horario extendido, es decir, hasta las 17.30… De
camino vimos por última vez las manifestaciones del dolor que estos tipos
sienten por la pérdida de Carter, leyendo en un cartel luminoso de la ruta un
emotivo “Do it for Dan!!!” (tal es la rosca que le dan a este tipo, que hasta
existe un paquete turístico llamado “Carter Country”, en el cual te llevan a su
ciudad natal, te pasean por la casa de sus padres, y te hospedan en el club
donde jugaba…)
En cuanto a lo que resta, aeropuerto, shock por repentina y
excesiva exposición a múltiples argenitnos (todos convencidos de que los pumas
no tienen chances… manga de amargos, más ganas de quedarme me dieron) , y
retraso de un par de horitas en la
partida, nada fuera de lo común. Lamentablemente en el paso de migraciones
previo al ingreso al free shop sufrimos la dolorosísima pérdida de nuestro
compañero escocés de la primera hora, el ahumado Black Grouse, quién se inmoló
por no haber querido separarse de nosotros viajando en las valijas despachadas
(maldita y discriminatoria restricción para envases superiores a 100 ml,
teniendo en cuenta que después uno puede comprar galones de bebidas en el duty
free…). La extraña posibilidad del viaje en el tiempo (salimos el martes a las
21.30 y llegamos el martes a las 17.30…) es la última anécdota que nos regala
este viaje.
De este modo terminan entonces nuestras oceánicas e insulares aventuras mundialistas. Gracias por acompañarnos con su buena onda,
contribuyeron inmensamente a que éste viaje alcanzara un nivel de perfección
difícil de repetir. Sólo me resta decirles que eso de plantar un árbol,
escribir un libro y tener un hijo son pelotudeces, la posta es vivir un mundial
de rugby (y si es en Nueva Zelanda es la posta de las postas, hasta las
publicidades de la tele te ponen la piel de gallina), así que, más les vale ir
empezando a ahorrar para el 2015, donde nos esperan las canchas en las que Web
Ellis dio vida a este magnífico deporte.
Mi alter ego cronista se despide hasta el próximo viaje,
consciente de que los deja huérfanos de un material de lectura como la gente,
teniendo que regresar a sus mediocres libros e insulsos periódicos,
desprovistos de los inagotables y chispeantes recursos literarios que solo yo
puedo proveerles a sus grises y grasientas vidas. Es natural que me extrañen, pero traten de
pilotearlo...
PD: Adriana, tené cuidado con el Rober en el colegio,
te lo estamos devolviendo con algunos ligeros cambios en su vocabulario
(abundarán los “su hijo es un putarraco vendehumo” y los “ya fue”s, “ver para
creer”s y “kia ora?”s… (Hablando de “kia ora”, palabra maorí que nosotros
utilizamos para reemplazar el latiguillo Albanesiano de “y ahora?”, lo que sí
le tengo que agradecer a éste viaje es su contribución a incrementar mi
vocabulario putiaderil con vocablos como “wai-o-tapu”, “paeroa”, “porirua”, “whangapaeronga”
y muchas más, con todas las modificaciones que de allí naceran. Igual, ninguna
supera a la reina “pijossi”.