Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

junio 03, 2014

Día 28: Super Sábado: Rolanga & Final Top 14 + No te vayas Wilko

Habiendo disfrutado de unas escasas pero a la vez suficientes horas de reposo, me desperté a eso de las 7 am para completar el reporte del agitado día anterior, probar el no muy generoso (bah, en cantidad sí, pero no en variedad ni calidad) pero aceptable desayuno del Hotel Le Faubourg, y, ya una vez disfrazado con mis más afrancesadas y recientemente adquiridas vestimentas (estrenando desde el calzón hasta el saquito bala con pitucones caretoideos) (y eso que hacía calor, porque sinó le entraba al echarpe y ahí sí que no iba a poder repeler los ataques de los maracáibeos habituées nocturnos del laberinto que linda con el arco de triunfo del carrousel), salí a recorrer las calles en busca del subte que me llevaría a mi primer destino.
Como pez en el agua me desplacé por los enmarañados túneles de la red de subtes parisinos, subiéndome a una inicialmente cargadísima formación, la cual afortunadamente tuvo dos grandes disminuciones pasajeriles a lo largo del recorrido, una en Trocadero (estación de la Torre), y la otra en “ya no me acuerdo el nombre”, la estación cercana a Roland Garros. Obviamente Shhho, no considerándome parte de esa gilada, seguí camino un par de estaciones más, emergiendo a la superficie ante la moderna estructura del Parque de los Príncipes, ni más ni menos que el estadio del PSG (Paris Saint Germain, no me hagan explicar todas las siglas, culturisencé un poco, che!), plagado de gigantografías de Zlatan y todos sus compañeros (hasta Pastore pintó, pero al pocho no lo ví). De todos modos el motivo de mi desvío no era ese, sino la firme idea de darme una pasadita por una pequeña sede del Stade Francais, en cuya boutique me procuré de un par de pequeñeces (del Racing la verdad que ni busqué, un poco por vagancia, y otro porque el merchandising que ofrecían en su página web me pareció bastante pedorrero).
Feliz con mis primeros souvenirs direccioné mis pasos hacia el prestigioso y ya citado complejo deportivo de los Internationaux de France (así se llama en realidad el torneo), al cual arribé tras recorrer unas pocas y tranquilas cuadras, para encontrarme con la extensa columna formada por la chusma descendida en la anterior estación de metró. Estaba a pasos nomás de comenzar mi supersábado deportivo (no puse de nuevo lo de sábados de super acción en memoria de Bud Spencer o de Terrence Hill –no sé cuál se murió, o si ya palmaron los 2-), así que, realizada la cola y cambiado el billet electronique por el minúsculo cartón de acceso a los estadios, me dispuse de una vez disfrutar de esta increíble experiencia.
Es que, para los amantes del deporte en general, y del deporte garca en particular (cierto es que hay muchos deportes de guitudos, pero pocos presentan la soretística combinación de altos costos de práctica con un culto al individualismo exacerbado, ambas fuertes cualidades de los portadores de barba candado –y también del resto de los garcas-), estar en un Grand Slam (o Grand Chelem, como le dicen los galoparlantes) (la próxima se las cobro) (en serio) es realmente como visitar Disney, teniendo infinidad de ofertas de despligue tenístico del más alto nivel desparramadas en simultáneo sobre sus 20 anaranjadas canchas (o tal vez sean 21, no estoy seguro) de finísima y homogénea “terre battue” (decir polvo de ladrillo suena medio pelo a esta altura). Y, como si fuera poco, además del tennis también nos podemos encontrar infinidad de increíblemente llamativas boutiques de venta de las más variadas marcas, todas rebosantes de productos tan tentadores como inalcanzables (bueno, no todos, porque obviamente no pude resistirme ante el poderoso hechizo de algún que otro souvenir, y van…) (si, suena superficialoide, bah, lo es, pero bue, está tan bien montado el show acá…).
De todos modos la cosa no es taaaan color de rosas, y siempre vamos a poder encontrarle el pelo al huevo, siendo en éste caso justamente la imposibilidad de acceder a todos los partidos (cosa muy frustrante, teniéndolos tan al alcance de la mano), no sólo por impedimentos relativos al orden del espacio-tiempo, sinó obviamente también por los relacionados con lo organizativo-monetario, siendo en mi caso la segunda la que más me jugó en contra, ya que, habiendo conseguido yo (de orto, así que no me quejo) una entrada numerada para la cancha Suzanne Lenglen (y los courts anexos 4-18) no tuve autorización para apersonarme en la cancha principal (donde jugó Rafa Nadal vs Leo Mayer) ni, lo que verdaderamente fue para mí una daga en el corazón, en la poronguera cancha 3, en la cual jugaba un partido de dobles (porque ya había sido tempranamente eliminado en singles) mi  ídolo incondicional Pico Mónaco (partido al cual intenté entrar haciéndome el pelotudo con la esperanza de que la minúscula tipografía de mi ticket pasara desapercibida ante el agente de control, para rebotar amargamente tras una reprimenda de parte del mismo…). Otro punto negativo, y también totalmente fuera de mi control, fue el hecho de que justo ese día no jugaban ni Djokovic ni Rogelio, pero bua, quedará para otra, bastante que conseguí una entrada después de la férrea lucha internáutica.
Pero bueno, dejando de hacerme el quejica, pasemos de lleno a la acción. El primer partido que vi, después de aguantar el inesperadamente prolongado período de espera para ingresar al estadio (esto era algo que no había tenido en cuenta, pensando ilusamente que uno podía entrar y salir de las canchas cuando se le diera la gana, pero no, los putazos esperan los breves intervalos entre cambios de lado –cosa que se da cada 2 games jugados- para permitir tanto el ingreso como el egreso, de modo que no se moleste a los jugadores durante los puntos en juego, y, siendo el tennis un deporte tan puto sin tiempos fijos, dicha inestimable espera puede ser de 5, 25, o quién sabe cuántos minutos), fue entre 2 minas, bastante desconocidas ellas, una llamada Makarova, y la otra Stephens (la cual a la primera impresión me pareció una de las Williams, teoría luego descartada ante la evidente ausencia de los exageradamente protuberantes culos y tetas de dichas negras), las cuales no inflamaron mucho mi corazón tenístico, por lo cual decidí rajarme para intentar el ya relatado frustrado ingreso al estadio donde jugaba pico, luego de lo cual me fue imprescindible me clavara una muy  conveniente  formule (a veces le dicen así a los menús acá) (5 pesos, se los paso a cobrar en la semana) consistente en baguete de jamón y emmental, una tierna tartita de manzana, y una afrancesadísima agua con gas Perrier (la cual podrá impostar mucho glamour, pero lo verdad no se diferencia en nada de lo que podemos encontrar en un sifón de soda cualunque).
De regreso en el Suzanne me tocó asistir nuevamente a un partido femenino, con la ligera diferencia de contar éste con la protagónica figura de una bellísima Ana Ivanovic, la cual al parecer no jugó muy  bien (dados los 2 rápidos sets que le demandó para derrotarla a su desconocida y no tan agraciada oponente), cosa que la verdad no llegué a notar mucho a causa de que no pude dejar de mirarla embobado, sacándole una foto tras otra en todos los ángulos que se presentaron, tal fue el efecto de su angelical figura en mí. De mi parte tengo para decir que lejos estuve de ser el único pajerli presente, estando el aliento de toda la concurrencia claramente sesgado para el lado de la serbia, festejando a viva voz cada punto a su favor, y sollozando tristemente cada pelota errada (lo que lamentablemente pasó mucho más seguido) (paréntesis para no olvidarme de apuntar lo violenta que debe ser la situación de tener literalmente todo el público en tu contra –más si encima no es por localía, nivel de juego o cosas por el estilo, sino simplemente porque la otra es más linda-, y encima tenerlo tan cerca como se lo tiene en el tennis). Lamentablemente entonces no fue estímulo suficiente el aliento de todo el estadio, triunfando ignominiosamente la habilidad contra la belleza (que injusta es la vida a veces), lo cual estimo nos dejó a todos muy tristes y con ganas de más Anita.
Todavía estaba reponiéndome del duro golpe de que la pronta despedida de mí musa me había producido cuando se hicieron presentes en el court los siguientes contendientes, entrando primero el carismático y, como todos nosotros los tanos, fachero Fabio Fognini, abucheadísimo por la totalidad del público que esperaba con ansias el ingreso de su favorito para el partido, el atlético y casi simiesco Gael Monfils. Obviamente sería el azurro quién se llevaría mi apoyo en este caso, no sólo por la afinidad que me produce su origen, sino también porque me terminó de comprar con su histrionismo desenfadado, tirando frases en varios idiomas en medio del partido, quejándose del sol (pero de manera graciosa, señalándolo y diciendo algo así como “apaguen esa luz que está muy fuerte y me molesta”) puteando,  hablando con el público, protestándole al referí (era el negro ese que se parece a Forest Wittaker), y apelando a todos los trucos sucios para enfriar el partido cuando se las veía negras (pedir médico, ir a cambiar la raqueta, caminar displicente haciendo casi pan y queso, etc.). Encima del otro lado estaba el grone éste, por cuyas venas debe correr granadina ya fue indiferente ante el aliento desaforado de todo su público durante el 95 % del partido, para recién ponerse a arengar golpeándose el pecho cuando ya casi lo tenía ganado. Tremendo cagón, siempre voy a preferir a los bocones desde el minuto cero, agrandarse como sorete en querosén cuando ya ganaste es una de las actitudes que más deploro, y el puto éste hizo exactamente eso.
De la parte tenística tengo infinidad de cosas para decir, siendo la primera (y obvia) la notable diferencia entre el juego de los varones y las minas (a las cuales igual estimo no les llegaría a hacer ni un punto). Realmente es algo impresionante la velocidad y los efectos que realiza la bola, pareciendo cada tiro inicialmente tener destino de out, para de repente evolucionar con agudísimos ángulos y picar dentro del campo de juego. Otra cosa llamativa es el sonido que se produce en el momento en que los hp impactan la bola, especialmente cuando sacan, siendo algo totalmente distinto a lo que uno está acostumbrado en su humilde nivel amateur. Lo cierto es que, dentro de la irregularidad del partido (creo que se quebraron el saque más veces de las que lo ganaron), los hp tiraron, de tanto en tanto, una serie de magias realmente asombrosas, las cuales verdaderamente marcan la diferencia entre estos superprofesionales y el resto de los mortales. Y, no pudiendo decirlo con certeza a causa de no haberlos visto, estimo que yendo un poco más arriba, la diferencia entre los Federer y Nadal con los que tuve la suerte de ver debe radicar en la regularidad con la que meten esas magias, y probablemente una proporción menor de errores no forzados. Habrá que confirmarlo en un próximo viaje…
Derrotado el tano, manteniendo así mi cualidad de mufa tenístico, poco tuve que esperar, mientras aireaba un poco las crecientes y molestísimas ampollas, corolario ellas del estreno de los zapatitos caretoideos que completaban mi disfraz (el precio a pagar por el glamour) (aparte del precio monetario obviamente, que también duele…), y también mientras tanteaba en la pantalla gigante como Nadal vapuleaba a nuestro pollo Mayer; para que ingresara al court los protagonistas del último encuentro que presenciaría, siendo esta vez el nazi Kohlschreiber y el pirata Murray. La presencia de este último, por tratarse de un top 10 ganador de torneos importantes me hacía bastante ilusión, y, a pesar de no tratarse justamente de una superficie en la cual se destaque especialmente, la verdad es que no me defraudó para nada, justificando con su juego el porqué de la diferencia de ranking con los anteriores, tanto por  la potencia superior de sus primeros servicios (superando casi siempre los 200 km/h), como por la simpleza con que ejecutaba sus tiros ganadores. Lamentablemente, a causa de un compromiso ineludible, no podría quedarme hasta el final del partido, debiendo partir dolorosamente en las proximidades del final del primer set, componiéndose el dolor no sólo por tener que abandonar semejante templo tenístico, sino también porque las ampollas me estaban matando.
Fue así como, gracias a un relativamente extenso (de aproximadamente 1:30 hs contando la lenta caminata y las combinaciones de línea)  y apretadísimo viaje en subte, logré llegar a mi segundo gran evento deportivo del día, el cual tendría lugar en el imponente Stade de France (al cual yo había creído antes también lo apodaban parque de los príncipes, lo que hubiese estado bueno porque ese estadio estaba a pocas cuadras de rolanga, no como este puto que me obligó a atravesar toda la ciudad). Acompañado por las bulliciosas hordas de franchutes descendidas también del transporte público me dirigí, no sin antes hacer una obligatoria parada en un carrito cercano para clavarme un suculento sándwich de kebab (acá se fue al carajo el glamour ciertamente), por los correctamente diseñados caminos que me llevaron hasta la entrada de tan monumental estadio, el cual si no me equivoco debe haber sido anfitrión de la final del mundial del 98.
Y hablando de monumental, justamente a dicha edificación me hizo acordar la presente, ya que las dos, si bien realmente impresionantes, comparten el negativísimo punto de ofrecer al espectador una perspectiva muy alejada del campo de juego, lo cual no sé si se debe al hecho de tener espacio para pista olímpica alrededor, o simplemente a un anticuado diseño.        
El segundo punto negativo también tiene que ver con su gigantesca capacidad, la cual estimo en alrededor de 80 lucas de gente, sentada tranca en cómodas butacas, nada de asientuchos de plástico, lo que requiere una estructura de 3 extensas bandejas superpuestas (principalmente la más baja, de una anchura muy importante), lo que genera el contraproducente efecto de acortar el  campo visual superior de los espectadores que quedan justamente debajo de la bandeja inmediatamente superior (estando lamentablemente yo entre ellos). Pero bueno, esas son las pendejadas, ahora pasemos a la acción.
Ya desde afuera se podía empezar a percibir el algarábico y festivo clima que semejante encuentro proponía, de modo que ni bien asomé la cabeza por la salida de la rampa de ingreso al estadio me topé de lleno con un impresionante despliegue militarístico, que no sólo estaba conformado por la típica (aunque ya no tanto) y numerosísima banda musical, sino también por tanques de guerra (y otros vehículos militares por el estilo), y e infinidad de otras grupos de ratis marchando en formación cual nazis después de la ocupación de Paris, ante los festejos desaforados de toda la afición que había colmado por completo las localidades (lo que me ayudó a entender un poco más el resultado de las elecciones europeas). Tal parece ser el grado de enamoramiento bélico que tienen estos franchutes, que, nuevamente ante una standing ovation de todo el estadio, arribó el trofeo cargado por un grupo comando que descendió al centro del campo de juego arrojándose desde un helicóptero… Ciertamente fue algo increíble, pero más increíble resultaría para mí que en la argentina alguna vez alguien vuelva a aplaudir a un milico (y mucho menos de la forma en que todo el mundo los festejaba a éstos).
Bueno, pasando a lo rugbístico, qué puedo decir, nada más ni nada menos que se retiró un tipo que venía de salir campeón de Europa la semana pasada (siendo la figura de la cancha), y que para no desentonar decidió ser nuevamente el hombre más valioso del encuentro, con un 100 % de efectividad (penales y drop), y marcando el 90 % de los puntos de su equipo. No creo recordar ningún otro deportista que haya dejado su actividad de una manera tan perfecta como Wilkinson, porque generalmente lo hacen en su decadencia, o como mínimo cuando dejaron de ser los mejores, pero este hijodeputa mostró que si quisiera podría seguir marcando la diferencia (y qué diferencia) por quien sabe cuánto tiempo. Y si hablamos de marcar la diferencia, una cosa es destacarse como lo hacía el loco Dalla Líbera en Platense, rodeado de una jauría hambrienta, y otra es ser lejos el mejor en un dream team que cuenta con monstruos como Habana, corcho Fernandez Lobbe, Gitteau, Mitchel, Bastareaud, Castrogiovanni, Michalak, y tantos otros. Para sacarse la boina (la cual, dicho sea de paso, había venido muy bien para protegerme del potente sol de Rolanga, pero ya no era muy útil pasadas las 21). Del otro lado estaba el mucho más humilde pero ordenadísimo Castres, campeón de la edición anterior (justamente le ganó la final al Toulón, ya lo puse en otro reporte, pero bueno, entiendo que les falle un poco la memoria), que verdaderamente presentó una férrea resistencia, llegando a estar encima en el tanteador por un tiempo bastante considerable, hasta que la infalible puntería del legendario numero 10 inglés terminó de torcer la historia.
En cuanto al clima, además de la reedición de los poco originales cánticos que ya había escuchado en la cancha del Toulouse (cambiando la palabra Toulousains por Toulonais, pero siempre con el “y donde están los…” seguidos de “ahí están los…”, y el simple pero pegadizo “toulonais allez allez allez, allez allez allez, allez allez allez…” repetido hasta el consancio”, se sumaron los cánticos específicos para apoyar a Wilkinson (eran unos tántricos “Jooooooooonyyyyyyy, Joooooonyyyyy”), alguna que otra bengala, y un permante duelo de hiperquinéticas banderas que se agitaron en las dos cabeceras durante los 80 minutos de juego. Tal era la importancia que tenía su retiro (a pesar de que además se trataba de una final), que lo primero que sucedió después de sonada la chichara y finalizado el encuentro, con la ya sugerida victoria del Toulón, fue la entonación por parte de todo el estadio de un inesperadísimo God Save The Queen en su honor, seguido de lo cual comenzó una verdadera maratón de abrazos entre un emocionado Jonny con todos y cada uno de los participantes del partido (y varios más que quien sabe de donde salieron), todo registrado bien de cerca por el ejército de camarógrafos que lo retransmitían por las pantallas gigantes del estadio (gracias a Dios, porque sinó no se veía un joraca). Después vino la entrega de premios y la tranquilísima  vuelta olímpica con el trofeo, para la cual realmente se tomaron su tiempo, especialmente Wilkinson, quién parecía no querer irse del estadio, recorriéndolo casi haciendo pan y queso mientras le daba la mano a los hichas que estaban en las primeras butacas. Fue realmente algo muy emotivo.
Para finalizar, despejado ya el campo de juego, llegó la hora de un promocionadísimo (la voz del estadio lo debe haber anunciado unas 20 veces, enfatizando mucho en el “no se vayan”, que realmente casi todo el mundo respetó) espectáculo de fuegos de artificio, algo realmente impresionante y nunca visto (al menos por mí), tanto por su impresión visual como por la sincronización de las explosiones, pero con el punto en contra de haber sido musicalizado de una manera tan bizarra y con tan poco gusto (los cohetes se iban liberando al ritmo de “YMCA”, “In The Navy”, etc), que realmente no terminaron de dejar una marca memorable (al menos por el lado emotivo, porque olvidarme de cosa tan loca va a ser difícil).
De más está decir que la idea de quedarme a esperar a los jugadores en semejante estadio era cosa de locos, así que, resignado ante la posibilidad de tener mi selfie con Jonny, corcho, o el negrito Habana, me dirigí con el resto de la concurrida asistencia hacia la parada de subte más cercana, para tener un sardínicamente apretado viaje de regreso hasta el céntrico barrio de mi hotel, al cual llegué no sin antes pasar por un no muy concurrido barcito para clavarme una merecida birrita que coronara la tan increíble jornada vivida, y ya casi hiciera las veces de cierre de viaje, ya que al otro día, si bien a la a la noche, ya sería mi regreso.
Como ven, en este viaje la organización me terminó saliendo al estilo Bodas de Canán, cual Shisus dejando el mejor vino para el final.  
















































































































8 comentarios:

  1. Qué bien tus descripciones de Roland Garros ,el Stade y el Paris S.Germain!
    Tu look:Muy parisino!Pobres tus pies! Lindos los "pepés".
    gracias por compartir tus viajes y anecdotas! Las voy a extrañar! Un beso y buen regreso.
    Ana

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  2. Juanpi: Coincido con vos en que coronaste un viaje con una jornada increíble.Futbol, tenis y rugby. Ya está!!!! Tu look parisino también increíble. Te queda fabuloooooso!!! Esperaba verlo pero había perdido la esperanza. Me reí con la foto de las ampollas. No vendían curitas???? Por lo que veo de Ana este es el último reporte. También gracias por compartir tan hermoso viaje, con tan excelente descripción que tiene de todo un poco con hermosas fotos además. Seguro que vamos a extrañar como nos pasa con todos tus viajes. Besos enormes, y nuestro cariño de siempre. Bocha y Graciela.

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    1. Gracias por acompañar siempre Grace. Todavía me falta escribir el último día, pero hay que ver cuanto tardo porque acá me falta la fugazza inspiradora.

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  3. En realidad quería decir que tiene de todo muuuuuuuuuuuuuuuucho!!! (de todo un poco era por la variedad de temas).Graciela.

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  4. Merci pour les récits extraordinaires de JP au pays des franchutes!
    Si bien écrit et si agréable à vivre.
    Nous aurons bientôt le Live in Bs As.
    A tout de suite.
    JRW

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