Esta página nace para complacer los deseos de mis incontables y susceptibles seguidores, quienes no podrían vivir sin sus indispensables relatos, apoyados en décadas de estudio y maestría en diversas disciplinas (bah, todas en realidad). Ellos saben que nadie como yo puede contarles, y explicarles (en un léxico a la altura de su comprensión, para lo cual tengo que rebajarme bastante) (y hasta cometo adrede algunos errores de ortografía, para que no se vean tan inferiores), cómo son las cosas en las lejanas comarcas que tengo en suerte visitar. De mas está aclarar que confían ciegamente en todo lo que les transmito, y obviamente nunca se les ocurre intentar verificarlo por la whiskypedia, opiniones de terceros, y mucho menos apelando a su decadente experiencia personal...

abril 01, 2012

Zares por estos lares?

Hacía rato que venía rumiando la idea de inaugurar la sección de Microturismo, cuya función sería plasmar en el imperecedero ciberespacio las experiencias rescatadas de esas pequeñas aventuras turísticas intradiarias que, en mayor o menor medida, todos realizamos de vez en cuando, y, en general, son relegadas  a la ignominiosa categoría de meras anécdotas. 

La cosa es que, ya sea por casualidad, designio divino, o por la ausencia de esa chispa catalizadora que provee la energía de activación necesaria para obligarme a sentarme y escribir, han quedado archivadas para siempre en oscuros recovecos de mi memoria cerdeadores paseos domingueros en el Tigre, extenuantes bicicleteadas a Luján, enriquecedoras visitas a La Plata, y emotivas procesiones a los recitales del indio Solari.
El mismo destino seguramente hubiese sufrido mi visita del día de ayer al barrio de La Boca, paseo vendehumo como pocos, de no ser por el descubrimiento de una verdadera joya, ubicada frente al centenario parque Lezama, sobre la calle Brasil. Me refiero nada más y nada menos que a la iglesia Ortodoxa Rusa que allí se emplaza, atrayendo poderosamente la atención de cualquier transeúnte que levante un poco la vista, por sus acebolladas cúpulas celestes, que contrastan violéntamente con el resto de la arquitectura santelmiana.

Debo admitir que ya conocía la existencia de dicha iglesia gracias a mis días de estudiante en el CBC, cuya sede se encontraba a dos cuadras del parque Lezama, que se convertía en visita cuasi obligada en los ratos libres entre materias, pero, esa mezcla de temor por lo extraño y aversión a la religión, complementada por las imponentes rejas, constantemente cerradas, me impidieron siempre conocer el interior de tan intrigante templo.
Increíblemente, o por acción de la providencia rusa, se dió la casualidad de que en ésta oportunidad las rejas, y las puertas, se encontraran abiertas, gracias a lo cual pudimos acceder (fui acompañado por Juliette) a un interesante pasillo interno, cuyas paredes estaban pobladas de imágenes de santos, más o menos similares a las de las iglesisas de siempre, con la diferencia de poseer inscripciones en ruso. Traspasamos una puerta en la cual se indicaba la prohibición de acceso para las mujeres que no vistieran faldas ni tuvieran el pelo cubierto (Juliette no cumplía ninguna de esas premisas), la cual decidimos ignorar por dos motivos, el primero, que pasaron dos curas delante nuestro y no nos amonestaron, y el segundo, acababan de entrar dos minas que tampoco cumplían, y nadie se los había impedido.
Siempre enmarcados por las pinturas con cirílicas inscripciones, llegamos al final del pasillo y accedimos a una pequeña escalera, que, pegando una curva al ascender, nos depositó en el umbral de ingreso al templo, desde donde ya podíamos percibir unos melodiosos cánticos religiosos (quién sabe si eran en castellano o en ruso), que indicaban que el servicio, o lo que fuera, había comenzado, o estaba a punto de. Pegada a la puerta había una especie de secretaría, donde uno podía proveerse de cancioneros (en ruso), velas, estampitas, y demás menesteres, seguramente indispensables para convertirse en un acólito que se precie. Allí, una especie de monja rusa, o lo que sea, le ofreció a Juliette un cacho de tela que haría la función de pollera, al ser atada tipo toalla a la cintura, cuya misión era la de cubrir sus impuros pantalones. Con lo del pelo no parecieron dispuestos a joder (aunque la monja tenía un pañuelo que se lo cubría), así que, ya con nuestros atuendos aprobados, nos dispusimos a ingresar a la nave principal.

La primer cosa rara que noté fue la iluminación, muy ténue, provista únicamente por unas pocas velitas ubicadas sobre varias mesitas desperdigadas cerca del altar, y del sitio en el cual se encontraban dos monjas y dos curas, quienes interpretaban los cánticos que mencioné anteriormente. La segunda rareza que saltaba a la vista era la ausencia de comodidades para los feligreses. Únicamente había un banco tipo tablón de madera, sin respaldo, ubicado junto a la pared de fondo, el cual podría albergar como mucho 15 personas, de contextura no muy robusta estimo. Como se imganinarán después de dicho comentario, el templo no es muy grande, estando compuesto únicamente por esa mini nave central, el altar, escondido detrás de un sovietiquisimo biombo (o lo que fuera), y dos diminutos espacios laterales (sé que tienen un nombre, pero no lo recuerdo), quedando conformada una pequeña cruz. El hecho es que, a pesar del escaso espacio, uno se tienta inicialmente a  suponer que se podrían haber jugado un poco más con los bancos, pero luego, mientras avanza la ceremonia, se termina de entender que es totalmente al dope, por simples motivos que describiré a continuación: 
1) No llegan ni a 10 las personas que presencian el oficio.
2) Les chupa un huevo las personas que presencian el oficio.
A la conclusión del punto 1 se arriba con facilidad, con la simple acción de quedarse a presenciar la misa, y ver que nunca hubo en el lugar mas de 7 personas escuchando, siendo al menos la mitad turistas, que llegaban, miraban 2 minutos, y se las tomaban. Así que en realidad, feligreses feligreses, había 3, que , sumados a nosotros (únicos turistas que nos bancamos todo el servicio), hacíamos 5, por lo cual el tablón alcanzaba y sobraba.
A la afirmación del punto dos llegué con un poco más de dificultad, pero no tengo dudas al respecto. La fundo en el hecho de que la misa es oficiada casi en su totalidad en ruso, por un patriarca ruso (o similar) capo (porque habían otros curas, pero que solo se dedicaron a cantar con las monjas regordetas), que en  un determinado momento se metió atrás del altar/biombo, el cual para variar también estaba  sovietiquísimamente decorado, prendió las luces, y se puso a orar, o quién sabe que, de espaldas a nosotros, haciendo clara gala de lo poco que le importan sus feligreses. Y así toda la misa, los del corito le cantaban algo, y el groso respondía, pero siempre dándonos la espalda a todos.
Obviamente estoy dejando afuera numerosas rarezas del proceso, como el recorrido loco que una viejita realizó en un momento, tirando una especie de aguita por los rincones, y apagando algunas velas, seguida luego por uno de los curas (el canoso, porque había otro mas joven, parecido a tipsarevic, que tomará protagonismo luego), el cual se alejo de repente del coro, y de se puso a inclinarse ante cada cuadrito que había en el recinto, para luego besarlos y pasar al siguiente, proceso que, dada la importante densidad de imágenes presentes, le debe haber tomado unos 20 minutos. Mientras todo esto pasaba, yo me iba afianzando en mi personaje de feligrés de la iglesia ortodoxa, tanto que miraba con un tinte ruso en mis ojos a los turistas que iban llegando, dándoles a entender que no tenían nada que hacer ahí molestando nuestro rito. Por suerte lo entendían rápido y se las tomaban antes de que tuviera que tomar medidas más drásticas al respecto.
Bueno, siguiendo con la ceremonia, de repente al groso se le ocurrió que ya había rezado suficiente, así que apagó las luces y cerró la puertita que daba al altar, pero a los del coro no pareció importarles, por lo cual siguieron cantando como siempre, con la diferencia de que Tipsarevic, con la ayuda de una velita (porque no se veía un joraca), se puso a leer quién sabe que cosa loca, por un buen rato. Y ahí seguía Tipsarevic, con su típica cara de ruso, mezcla perfecta entre loco y mafioso, pero con una pizca de buen chavón, recitando su librito, cuando, desde las sombras, apareció el barbudo patriarca (sé que es barbudo porque se dió vuelta por un instante, para hacerse la señal de la cruz, hecha de una forma bastante extraña también, ya que, cuando iba a los laterales, parecía que estaba haciendo el gesto de tirar sal por arriba del hombro...), y se puso a responderle a lo que leía Tipsarevic, dándole al rezo un marco pimpinelezco bastante interesante.

Y así siguieron solo por unos pocos minutos más, hasta que se cansaron, o qué se yo, pero de repente se callaron todos y se pusieron a guardar el poco mobiliario que había (un par de cirios, y los cositos esos en donde van las partituras), así que nos tuvimos que retirar, porque quedabamos muy en evidencia, como alienígenas. Apenas tuvimos tiempo de devolver el trapo/pollera que le habían prestado gentilmente a Juliette, y bajar las escaleras, porque en pocos instantes ya estaban de nuevo cerradas las rejas, prohibiendo el acceso a los intrusos como nosotros, quién sabe hasta qué otra misteriosa fecha... (ahora, que se me ocurrió buscar en internet, puedo dejarles la página de la iglesia, en la cual parece que se describe cuándo se la puede visitar) (http://www.iglesiarusa.org.ar/index.php)